Sucesos de las islas Filipinas (edición de José Rizal)/Capítulo sexto

Nota: Se respeta la ortografía original de la época



CAPÍTULO SEXTO


Del gobierno de don Francisco Tello, y de la segunda fundacion de la Audiencia de Manila, y de las cosas que acaecieron, en el tiempo que duró este gobierno.


Aguardaba el gobernador don Luis Dasmariñas nuevas del capitan Juan Xuarez Gallinato, y del gobernador Esteban Rodriguez de Figueroa, del viaje que cada uno había hecho, en principios deste año, de noventa y seis, á Camboja y á Mindanao; cuando por el mes de Junio, llegó aviso á Manila que había dos navíos del embocadero del Espíritu Santo adentro entre las islas; y que, en ellos venía proveido de España nuevo gobernador, don Francisco Tello de Guzman, caballero del hábito de Santiago, natural de Sevilla, tesorero de la casa de la contratacion de las Indias; que entró en Manila á los primeros de Julio, y fué recibido al gobierno. Juntamente se entendió, quedaba en la Nueva España, electo por Arzobispo de Manila, Fr. Ignacio de Santibañez, de la orden de San Francisco, natural de Santibañez, tierra de Burgos: por haber muerto en Madrid el Obispo Fr. Domingo de Salazar, y que quedaba electo Obispo de la ciudad de Segovia, en la provincia de Cagayan, Fr. Miguel de Venavides, natural de Carrion, religioso de la orden de Santo Domingo, que había ido á España, por compañero del Obispo Fr. Domingo de Salazar; y que tambien quedaba en Méjico, electo por Obispo de la ciudad del santísimo nombre de JESVS, Fr. Pedro de Agurto, de la orden de San Agustin, natural de Méjico: que estos dos Obispos (con otro en la ciudad de Cáceres, en la provincia de Camarines, que no estaba proveido) se habían añadido en las Filipinas de nuevo, y dádose por sufragáneos al Arzobispo de Manila, á instancia del Obispo Fr. Domingo; juntamente, con haberse de volver á fundar en Manila la audiencia que della se había quitado, con otras cosas á que había asistido en la corte.

Á poco tiempo que don Francisco Tello entró en el gobierno, vino nueva de la muerte de Esteban Rodriguez de Figueroa, en Mindanao, con el hermano Gaspar Gomez de la Compañia de JESVS, que trujo el cuerpo á enterrar en el colegio de Manila, cuyo patronazgo tenía: y Juan de la Xara escribió, como quedaba en el gobierno, y había poblado en Tampocan, y que pensaba continuar la pacificacion y conquista de la isla, como le pareciese, y que se le enviase socorro de gente y otras cosas. Entendióse quería usar mal del gobierno, sin tener dependencia ni subordinacion al gobernador de las Filipinas; quitando á los herederos de Esteban Rodriguez lo que desto les tocaba; y tambien, que para asegurarse mas por esta parte, enviaba confidentes suyos á la villa de Arévalo en Oton, donde Esteban Rodriguez había dejado á su muger doña Ana de Osseguera, y dos hijas pequeñas, y su casa y haciendas, á que la persuadiesen se casase con él. Pareciendo esta determinacion de perjuicio para muchas cosas, se trató de remediarla; y por no alborotar mas lo de Mindanao, se dejó por entonces, hasta que el tiempo abriese mas el camino que se había de seguir. Y así fué, que habiendo salido del campo y poblazones de Mindanao Juan de la Xara, y venido á la ligera á Oton, á tratar en persona de su casamiento (en que nunca estuvo bien la viuda de Esteban Rodriguez), don Francisco Tello envió á prenderle, y fué traido á Manila, donde tratando de su causa murió.

Tras de la prision de Juan de la Xara, envió luego don Francisco Tello á Mindanao al capitan Toribio de Miranda, con despachos, para que estuviese por cabeza del campo, y gobernase las cosas, hasta que fuese quien de asiento continuase aquella empresa. Llegado á Mindanao, y viendo el campo, deshechas las máquinas de Juan de la Xara, y que quedaba preso en Manila, y no había de volver, obedeció á Toribio de Miranda, y las órdenes que llevaba.

En Manila se trataba con todo cuidado por el gobernador de lo que convenía para continuar la guerra, que por estar la isla de Mindanao, tan cerca de las demas islas pacificadas, y haber en ella misma algunas provincias de paz, y encomendadas, y con justicias de Españoles, como son el río de Butuan, y Dapitan, y Caragan, convenía pacificarla toda, y reducirla á la obediencia de su Magestad. La hacienda real estaba gastada, y sin posible para el gasto; á que por escritura en forma se había obligado Esteban Rodriguez hacer la guerra á su costa, hasta acabarla de todo punto, conforme á las condiciones del asiento. El tutor de sus hijos y herederos lo puso en justicia, escusándose desta obligacion, con la muerte de Esteban Rodriguez, y por no perder tiempo (visto que lo comenzado se había de continuar, de una manera ó de otra) el gobernador acordó de proseguirlo, poniendo de la hacienda real lo que fuese menester, á cuenta della, ó de los herederos de Esteban Rodriguez, si fuese justicia; y luego se trató de la persona, que había de ir á Mindanao, y eligió á don Juan Ronquillo, general de las galeras, y le dió el socorró de gente y demas cosas que pareció necesario; con que llegó á Mindanao, y tomó en sí el campo y armada de los Españoles que halló en Tampacan; y confirmó la paz y amistad con los principales y su gente de Tampacan y Lumaguan: reformó y puso mas en orden la poblazon y fuerte de Españoles, y comenzó á aparejarse para la guerra con los Buhahayenes. Hizo algunas salidas á sus tierras y fuertes, en que se entretuvo muchos días, sin hacer efecto de consideracion, por ser estos enemigos muchos y buenos soldados, con mucha arcabucería[1], y versería, en sitio muy fuerte, y con otras muchas fortificaciones, la tierra adentro; donde se pasaban de unas en otras, cuando los convenía, sin recibir daño, con mucho cansancio de los Españoles, poco hechos á tierra tan pantanosa, y con pocos bastimentos, y que en la tierra no los había por la guerra, habiendo en el campo mucha gente, de Españoles y Naturales del servicio y esquipazones, y no ser facil la ida y venida en todos tiempos, de una parte á otra, á proveerse de lo necesario.[2]

Viendo don Juan Ronquillo, que la guerra iba muy á la larga, y que se sacaba poco fruto della, y el campo padecía (hechas sus informaciones dello) despachó cartas á la ligera, al gobernador don Francisco Tello, dándole cuenta del estado de las cosas, y que convenía sacar el campo del rio de Mindanao, para que no pereciese, y que se podría poner un presidio, en la misma isla en el puerto de la Caldera, y dejarlo fortificado, para no volver de todo punto las espaldas á esta empresa; y para que los amigos Tampacanes y Lumaguanes se sustentasen en la enemistad de los Buhahayenes[3], y que con el resto del campo y armada se volvería á Manila, dándole licencia para ello, de que le enviase orden con toda brevedad. Con este despacho, que el gobernador don Francisco Tello recibió, tomó resolucion de ordenar á don Juan Ronquillo que siendo así lo que refería, y que no se podía sustentar el campo, ni continuar la guerra á provecho, se retirase con todo el campo, del rio de Mindanao, habiendo primero hecho un grande esfuerzo en castigar el enemigo Buhahayen; y luego quemase el fuerte y poblazon de los Españoles, y pasase á la Caldera y la fortificase, y dejase en ella un conveniente presidio, con la artillería y embarcaciones y bastimentos para su sustento y servicio; y con el resto se viniese á Manila ; dando á entender á los amigos Tampacanes, que con brevedad volverían los Españoles al río, mas de propósito y con mayor número de gente[4].

Silonga, y otros principales de Buhahayen, no se descuidaban de su defensa, pues (entre otras diligencias) había enviado á Terrenate un principal, pidiendo socorro contra los Españoles, que les habían metido la guerra en casa[5]; con el cual envió el rey de Terrenate á Mindanao una armada de muchas Caracoas, y otras embarcaciones, con Cachiles[6] y soldados lucidos, y cantidad de artillería menuda, para obligar á los Españoles levantasen el campo, y se fuesen (cuando no pudiesen hacer otro efecto en ellos) en número de mas de mil hombres de guerra. Teniendo nueva y aviso en Buhahayen, que esta armada iba en su defensa y amparo, se pusieron á punto, y se apercibieron para dar sobre los Españoles, que habiéndolo tambien entendido, no estuvieron descuidados, porque se reparó mas en el fuerte principal, y reduciendo la gente que había en otros fuertes menores, en el río de Buquil, y otros puestos, bocas y brazos del mismo río, que sirvió de guarnecer mejor el fuerte, y armadas galeras y otras embarcaciones menores, para aprovecharse dellas, para el acometimiento de los enemigos que esperaban; que hạbiendo entrado gallardamente con todos sus navíos y gente, hasta el fuerte de los Españoles, los acometieron y asaltaron para entrarle con todo ánimo y diligencia. Los de dentro los resistieron animosamente; y los de fuera, que estaban en el río sobre las galeras, les ayudaron de manera, que unos y otros, con el artillería y arcabucería, y á veces llegando á lo estrecho con las espadas y campilanes, hicieron grande triza y estrago en Terrenates, y Buhahayenes, que les ayudaban, hiriendo y matando mucho número dellos, y tomándoles casi todas las caracoas, y embarcaciones que traían; que muy pocas salieron huyendo, y los Españoles las alcanzaron y quemaron, quedando con muchos prisioneros captivos, y despojos, y armas enemigas. Tras esto, con la mayor brevedad que pudieron, volvieron sobre poblazones y fuertes de los Buhahayenes, haciendo en ellos algunos buenos efectos, de tanta consideracion, que viéndose apretados, y sin quien los valiese, vinieron parlamentos y tratos de paz con don Juan Ronquillo; que tuvieron conclusion, con dar reconocimiento y obediencia; y asentar amistades con los Tampacanes sus antiguos enemigos, que para mayor firmeza dellas, las roboraron con un casamiento, del mayor principal y señor de Buhahayen con hija de otro de Tampacan, llamado Dogonlibor[7]; con que, quedó la guerra al parecer tan acabada, que ya había bastimientos; y los Españoles (con poca defensa) atravesaban, y andaban por toda la tierra, y el Buhahayen prometió, desharía luego todos sus ſuertes, que fué una condicion de las paces. Con esto, los Españoles volvieron á su fuerte, y poblazon de Tampacan, de que luego don Juan Ronquillo despachó aviso al gobernador don Francisco Tello; avisándole de las novedades, que ya tenía aquella empresa, segun el estado de la cual, le pedía le ordenase de nuevo lo que había de hacer, porque esperaría sin hacer mudanza; no embargante, que le llegase la respuesta, que se esperaba del primer aviso, pues ya era otro tiempo; y con haberse mejorado tanto, había de ser la resolucion diferente.

El gobernador don Francisco Tello, había respondido al primer despacho de don Juan Ronquillo, en la sustancia que atras se dijo. Cuando le llegó el segundo con la buena nueva de los sucesos de Mindanao, y porque se temió de la gente del campo (que siempre habían mostrado deseo de volver á Manila, y no estar en los trabajos de la guerra) y que esto harían en llegando la primera orden, y la ejecutarían y dejarían aquello, que ya estaba en tan buen punto, y que el salirse del río sería en mala ocasion, luego les envió á la ligera (por diversas vias) segunda orden, para que no haciendo caudal de la primera, se estuviesen en Mindanao, y entretuviesen las cosas, que les enviaría con brevedad lo necesario, para lo de adelante.

Este recaudo pareció que caminaba de espacio, pues llegado el primero, sin mas aguardar fué puesto en ejecucion, levantado el campo, y saliendo de la tierra; dando por razones á los Buhahayenes, que solían ser enemigos, que el gobernador de Manila los enviaba á llamar, y á los Tampacanes, amigos, que dejarían para su seguridad, gente en la Caldera, y se les socorrería de Manila: de que estos quedaron bien desconsolados, y tristes, cuanto los Buhahayenes contentos. Con esto, quemando su fuerte y poblazon, con la brevedad que pudieron se embarcaron con todo el campo, y se salieron del río, y se fueron á la Caldera, veinte y cuatro leguas mas abajo, camino de Manila; y metidos en el puerto se hizo un fuerte, en que quedó una guarnicion de cien Españoles, con alguna artillería y bastimentos, y embarcaciones para su servicio.

En esto, llegó la segunda orden del gobernador, para el general don Juan Ronquillo, á que respondió, que ya se hallaba fuera en la Caldera, y no podía volver á el río; y sin detenerse mas se vino con el resto de la armada á Manila, por las provincias de Oton, y Panay. Sabida por el gobernador su venida, antes de entrar en la ciudad, le envió á prender al camino, y procedió en su causa por justicia, por haber sacado del río de Mindanao el campo y ejército, no aguardando la orden (que segun la novedad que las cosas tenían, pudiera esperar); y por mostrar una carta particular don Juan Ronquillo del gobernador, que le envió aparte con la primera orden, diciendo, que en todo caso se viniese á Manila con la gente, porque la había menester para otras necesidades de las islas, en que decía haberse fundado para no esperar la segunda órden, fué dado por libre.

El capitan y sargento mayor Gallinato atravesó con la capitana de su armada, de la Cochinchina á Manila, donde dijo, y dió cuenta á don Francisco Tello (que ya halló en el gobierno) lo que había pasado con su jornada; y como Blas Ruiz y Diego Belloso habían ido desde la Cochinchina por tierra á los Laos, en busca del rey Langara de Camboja; con cuya ausencia, escusó las calumnias de este hecho, en la salida de Camboja; aunque no faltaban muchos de los que con él venían, que informaban con sentimiento la ocasion que había perdido, por no haber hecho rostro ni detenerse en Camboja en tan buena coyuntura, afirmando siempre que si la hiciera, se consiguiera todo lo que se había pretendido en aquel reyno.

El otro navío de su conserva, á que había reducido lo restante de su armada, de que hizo cabo al alferez Luis Ortíz, no pudo proseguir el viaje; y con temporales, arribó á Malaca; donde algunos Españoles se quedaron, y con el resto de la gente (al cabo de algunos meses) pudo navegar y volvió á Manila.

En este mismo tiempo, y principios del gobierno de don Francisco Tello, estaban detenidos dos Indios principales de la provincia de Cagayan en Manila, que el mayor se llamaba Magalat, porque ellos y sus deudos y otros, que seguían su parcialidad y opinion, habían levantado muchas veces las poblazones de aquella provincia, que había costado no poco trabajo reducirlas, con muertes que cada dia hacían de muchos Españoles, y otros daños, en los Naturales que estaban de paz, y en sus sementeras: de los cuales, era capitan y cabeza el Magalat, que estando juntamente con un su hermano y otros Indios en Manila, sin que de allí saliesen, se aseguraba más aquella provincia.

Habiendo de ir a la ciudad de Segovia, cabeza de la provincia, algunos religiosos de Santo Domingo que tienen allí la doctrina, movidos de piedad, persuadieron al gobernador, les diese á Magalat y su hermano, para que volviesen á su tierra[8]. Tanto le importunaron sobre ello, que se lo concedió. Puestos en Cagayan, se fueron la tierra adentro por el río de Lobo, y levantaron de nuevo toda la tierra, y revolvieron la cosa con ayuda de otros principales de Tubigarao[9], y otras poblazones, que no se podía andar por ellas, ni salir un paso fuera de la ciudad; siendo cabeza de los enemigos Magalat, que en sus mesmos Naturales (sino se levantaban contra los Españoles), hacía crueles muertes y daños. Llegó esto á tanto, que fué menester, que el gobernador enviase de Manila al maese de campo Pedro de Chaves, con gente de guerra, para que muy de propósito remediase el daño, y aunque con muchas dificultades, tuvo tan buena dicha, que hubo á las manos muchas cabezas de los levantados, de que hizo justicia y castigo público, y al mismo Magalat, en su casa y ranchería en que estaba fortificado, le hizo matar por mano de sus mismos Indios, porque se ofrecieron á ello, por premio que se les dió[10]: que de otra suerte parecía imposible, y si Magalat no faltara, tambien lo fuera acabarse la guerra en muchos años, con que quedó quieta la provincia, y asentada la paz.

Por Abril, del año de mil y quinientos y noventa y cinco, salió del Callao de Lima, en el Perú, el Adelantado Álvaro de Mendaña de Neira, á la poblazon de las islas de Salomon, que muchos años antes[11] había descubierto en la mar del Sur, púestole por nombre á la mas principal, la isla de San Cristobal[12]. Llevó cuatro navíos, dos grandes Capitana y Almiranta, y una fragata y una galeota, con cuatrocientos hombres en todos, y á su mujer doña Isabel Barreto, y tres cuñados. Descubrió en el viaje otras islas, en que no se detuvo, y no acertando con las de su descubrimiento (habiéndosele derrotado la Almiranta, que no pareció) surgió con los demas navios en una isla de negros, junto á la Nueva Guinea, á que puso por nombre Santa Cruz[13]; y en ella pobló con poco gusto de su gente.

Murió allí el Adelantado, y dos cuñados y mucha de la gente; doña Isabel Barreto despobló por enfermedades y necesidad, y embarcó la gente que le quedaba, en su capitana y fragata y galeota, y navegando la vuelta de las Filipinas, se desapareció la fragata, y la galeota por otro viaje. Entró en el rio de Butuan, de la isla de Mindanao, fué la Capitana á Manila con mucha necesidad y trabajo; de donde, casada doña Isabel Barreto con don Fernando de Castro, en su navío San Gerónimo volvió á la Nueva España, el año de noventa y seis. Hase tocado tan de paso el suceso deste viaje; y por ser á propósito poner á la letra la relacion que dejó firmada de su nombre Pedro Fernandez de Quiros, Piloto mayor deste viaje, que es como se sigue:


RELACION del viaje del Adelantado Alvaro de Mendaña de Neira al descubrimiento de las islas de Salomon[14].


Viernes nueve días del mes de Abril, año de mil y quinientos y noventa y cinco, el Adelantado Álvaro de Mendaña se hizo á la vela con su armada, para ir á pacificar y poblar las islas Occidentales del mar del sur, del puerto del Callao de Lima, que está en latitud meridional, en doce grados y medio, la vuelta de los valles de Sancta, Trujillo y Saña; recogiendo gente y bastimentos, pasó á Paita; á donde hizo el aguada, y lista de cuatrocientas personas poco mas o menos, con sus cuatro bajeles, dos grandes y dos pequeños. Salió deste dicho puerto (que tiene de altura, de la dicha parte cinco grados) la vuelta del oessudueste, en demanda de las islas de su descubrimiento, llevando por maese de campo, á Pedro Merino Manrique; y por Almirante, á su cuñado Lope de la Vega; y por piloto mayor á Pedro Fernandez de Quiros; y por este rumbo navegó, hasta la altura de nueve grados y medio, del cual punto se navegó por el Oeste, cuarta del Sudoeste, á catorce grados; de los cuales, se mudo derrota al Oeste, cuarta del Noroueste; y habiéndonos por este rumbo hallado en altura de diez grados largos; viernes, veinte y uno del mes de Julio tuvimos vista de una isla á quien el general puso por nombre la Madalena[15], y de un puerto della salieron como setenta canoas, en que venían de tres en tres, en otras mas y menos, otros á nado, otros sobre palos, mas de cuatrocientos Indios, blancos y de muy gentil disposicion, grandes, fornidos, y membrudos y también[16] tallados, que nos hacían mucha ventaja á nosotros[17], lindos dientes, ojos[18] y boca, manos y pies, lindísimos cabellos sueltos, y muchos dellos muy rubios; y entre ellos bellísimos muchachos, todos desnudos y sin cubrir parte alguna; y todos los cuerpos, piernas y brazos, manos, y algunos los rostros, traían labrados, al modo destos Bisayas, que cierto, para gente bárbara, desnuda y de tan poca razon, había de verlos, que de alabar mucho á Dios que los crió[19]. Y no parezca encarecimiento que es así; los cuales nos llamaban, que fuésemos á su puerto, y los llamaron de nuestra capitana, y entraron en ella, obra de cuarenta de ellos, que parecíamos hombres de menos marca junto á ellos; y entre ellos vino uno, que se entendió ser mas alto que el mas alto hombre de nuestra armada un palmo, con haber en nuestra armada hombres de mas de marca, y allí les dió el general, á algunos dellos, camisas y otras cosas; las cuales ellos recibieron con mucho contento, bailaban á su uso, y llamando á los demas, se enfadó el general de sus demasías, porque eran grandes ladrones. Mandó que se disparase un verso, para amedrentarlos, que como dellos fué oido, se echaron á nado y se pusieron todos en arma; y tañendo un caracol, tiraron algunas pedradas, y amenazando con lanzas, que no tenian otras armas; de la nao los arcabuzearon, y mataron á cinco ó seis[20], y se quedaron. Nuestra armada andando, descubrimos otras tres islas; esta isla tendrá de box seis leguas; pasámosla por la parte del sur; della es alta, tajada á la mar, montuosa por las quebradas, que en ellas habitan los Indios. Pareció haber en ella mucha gente, porque por las peñas y playas la vimos, y así fuimos en demanda de las otras tres islas; la primera sí quien se puso por nombre San Pedro[21] estará de la Magdalena diez leguas, y se corre con ella al Norte, cuarta del Norueste; terná[22] de box tres leguas; es isla de buena vista, y de mucha arboleda, y buenos campos; no supimos si estaba poblada, porque no llegamos á ella; al Sueste desta, como cinco leguas está otra, á quien el general puso por nombre la Dominica[23]: es de muy buena vista, y pareció ser muy poblada, tendrá como quince leguas de box: y al Sur desta, y á cosa de poco mas de una legua está otra isla, que tendrá de box ocho leguas, á la cual se puso por nombre Santa Cristina[24]; y por la canal que hace entre la una y la otra[25], pasó nuestra armada; porque todo lo que de estas islas vimos, es muy limpio. Y en Santa Cristina á la parte del Oeste, se halló un buen puerto[26], en el cual surgió la armada; no me parecieron de rostro estos Indios como los primeros, pero fueron vistas muy lindas mujeres, yo no las vide, pero afirmáronme personas, que tenían en esto parecer, que hay tan lindas mujeres como en Lima; pero blancas y no tan altas, y haylas en Lima muy hermosas. Lo que fué visto de comer en aqueste puerto, fué puercos y gallinas, cañas dulces, plántanos muy buenos, cocos, y una fruta que nace en grandes árboles, es tan grande cada una dellas, como grandes piñas, es muy buena comida; comióse mucha della verde, asada y cozida; y madura, cierto que es dulce, y tan buena fruta á mi ver, que no sé yo otra que le haga ventaja, apenas hay en ella que desechar, si no es poca cáscara[27]. Otra fruta como castañas en el sabor, pero mucho mayor que seis castañas juntas; comióse de ellas muchas, asadas y cocidas, y unas nueces de cáscara muy dura, son muy aceitosas, muchas se comieron; sospechan algunos que les dió cámaras. Tambien vimos calabazas de Castilla sembradas, hay un lindo chorrillo junto á la playa, de muy linda agua; sale de un cerro, altor de dos hombres, tendrá de gordor cuatro ó cinco dedos juntos, y luego, junto á sí, un arroyo de agua, y se aderezaron los bajeles. Los Indios se fueron al monte y á los cerros; en los cuales se hicieron fuertes, y procuraban hacer daño con galgas y pedradas, pero nunca hirieron ninguno, que el maese de campo les tenía cogidos los pasos con cuerpos de guardia. Viendo los Indios desta isla un negro nuestro, hicieron señas para la parte del Sur, diciendo que allí había como ellos[28], y que ellos iban allá á pelear, y que los otros tenían flechas, y que en unas grandes canoas que estos tienen, iban; y como no había lengua, ni mucha curiosidad en saberse lo demas, se quedó así; pero á mi parecer, Indios tan engolfados, no es posible, sino que hay cordillera; porque las embarcaciones suyas, y su uso de lo demas, no muestran que estos hayan venido allí de largo camino[29].

Este puerto está en altura de nueve grados y medio[30]; en el cual el Adelantado mandó arbolar tres cruces; y sábado, cinco de Agosto, zarpar anclas y dar las velas, en demanda al Oeste, cuarta del Sudueste, y navegamos con los vientos Lestes y Lessuestes, á una y otra cuarta, la del Sudueste y Norueste, obra de cuatrocientas leguas; y domingo, veinte de Agosto, tuvimos vista de cuatro islas bajas, playas de arena, llenas de muchísima palma y arboleda, y por la parte del Sueste, hasta el Norte, un grande bajío de arena. Tendrán todas cuatro de box, doce leguas, no supimos si estaban pobladas, porque no llegamos á ellas, que pareció ser este año de corros, digo esto, con rabia. Están en altura de diez grados, y tres cuartos, púsosele por nombre de San Bernardo, por descubrirse en su dia[31]. De aquí empezamos á hallar vientos Suestes, que nunca mas nos faltaron, que son los que parece reynan, con los cuales fuimos (á las dichas cartas) navegando, sin nunca subir de once, ni bajar de diez grados: hasta martes, veinte y nueve de Agosto, que descubrimos una isleta redonda, que de box tendría una legua, toda cercada de arrecifes, que se procuró saltar en ella, y no se halló donde, para que la Almiranta tomase leña y agua, de que ya iba muy falta, púsosele por nombre la Solitaria[32], está en diez grados y dos tercios, estará de Lima, mil y quinientas y treinta y cinco leguas; y de aqui fuimos, navegando con la orden dicha, con la variedad de juicios que se echaban, diciendo unos que no sabíamos á donde ibamos, y cosas que no dejaban de causar pena: y fué Dios servido, que víspera de Ntra. Señora de Setiembre, á media noche, tuvimos vista de una isla[33], que tendrá de box, de noventa á cien leguas, y se corre casi Lesueste, Oesnorueste; que de Lima, estará mil y ochocientas leguas; toda ella, llenísima de arboleda, hasta los mas altos cerros, que si no era lo desmontado, para sembrar los Indios, de todo lo demas no se vía palmo de tierra. Tomóse puerto en ella, de la parte del Norte della, en altura de diez grados al Norte; del cual puerto, como siete leguas, está un volcan de un muy bien hecho cerro; por el cual sale mucho fuego por lo mas alto del, y otras partes: es cerro alto, y tendrá de box tres leguas, y es tajado á la mar, y todo pelado, sin parte á donde poder saltar en él, truena muchas veces dentro en él reciamente. A el Nordeste deste volcan, hay algunas isletas pequeñas, pobladas[34], y con una grande cantidad de bajos[35]; á las cuales isletas hay siete ú ocho leguas, y los bajos corren como al Norueste; y dijo quien lo fué á ver, que eran muchos. Al rededor de la isla grande, había algunas islas pequeñas; todas ellas, y la grande (cuando se bojó) hallaron pobladas, y á una vista desta isla grande, al Sueste della, se vido otra isla no muy grande[36], y por aquí debe de ir la trabazon. Tomado puerto en isla grande de Sta. Cruz, que así se le puso el nombre, mandó el Adelantado al capitan don Lorenzo, hermano de su mujer (en la fragata) que fuese á buscar la nao Almiranta, que la noche que vimos la isla se despareció; de que yo no tengo buenas sospechas, la cual fué buscada, esta y otras dos veces, y no se halló sino los bajos que he dicho. Lo que en aquesta bahía y puerto fué visto de comer, puercos, gallinas, plántanos, cañas dulces, unas dos ó tres castas de raices como camotes, que comen cocidas y asadas y hacen del bizcocho, buyos[37], dos castas de almendras buenas, y otros piñones de dos castas, palomas torcaces, tórtolas, patos, garzas pardas y blancas, golondrinas, muchos bledos, calabazas de Castilla, la fruta que dicho tiene en las primeras islas, y las castañas y nueces, hay albahaca de grandísimo olor. Hay flores coloradas, que en aqueste puerto tienen en los huertos, y otras dos castas de otra suerte, tambien coloradas. Hay otra fruta, en árboles grandes, como camuesas de buen olor y sabor. Hay gran cantidad de gengibre que nace por ahí, sin que lo siembren. Hay gran cantidad de yerba chiquilite[38], de que hacen el añil. Hay árboles de pita. Hay muchísima sagia[39], muchos cocos. Vídose piedra marmol, conchas de perlas, caracoles grandes, como los que vienen aquí de la China. Hay un grandísimo manantial, y otros cinco ó seis rios, no muy grandes de agua; aquí junto al manantial se pobló. Los Indios se procuraron defender, y como el arcabuz juega de lejos, viendo el daño no se defendían mucho, antes daban lo que tenían. En esto de ir por de comer, hubo algunas cosas de no muy buen tratamiento á los Indios; porque mataron al Indio mas nuestro amigo, y señor de aquella isla, llamado Malope; y otros dos ó tres estando tambien de paz[40]. No se vido de toda la isla, mas que obra de tres leguas al rededor del campo. La gente desta isla son negros, tienen sus canoas pequeñas de un palo, en que andan al rededor de sus pueblos, y unos canoas muy grandes, de que van de mar en fuera. Domingo ocho de octubre, mandó el Adelantado matar á puñaladas al maese de campo; y mataron á Tomas de Ampuero, de la propia suerte, y degollaron al alferez Juan de Buitrago; y quiso hacer matar á otros dos amigos del maese de campo; y porque se lo rogamos, los dejó. La causa fué pública, porque se le querían ir de la tierra, y desampararla; y otras razones que debió de haber, que no las sé; lo que yo vide, mucha soltura y desvergüenza, y hartas inconsideraciones. Á diez y ocho de octubre, habiendo á diez y siete un eclipse total de luna, murió el Adelantado. A dos de Noviembre, don Lorenzo su cuñado, que había quedado por capitan general; y antes siete ó ocho dias, el clérigo Antonio de Serpa. Y á ocho de Noviembre, el vicario Juan de Espinosa; y hubo grandes enfermedades en nuestra gente: como había poco regalo, falta de botica y médico, se murió mucha della, y pidieron á la gobernadora, doña Isabel Barreto, que los sacase de la tierra, se vinieron unos y otros á embarcar, y á la misericordia de Dios, salimos deste puerto, sábado diez y ocho del dicho, la vía del Oeste, cuarta del Sudueste; en demanda de la isla de Sn. Cristobal; ó por mejor decir, á buscarla, para ver si se hallaba, ó la Almiranta que así lo mandó la gobernadora; y fuimos dos dias y no vimos nada, y á peticion de toda la gente, que daban voces que los llevábamos á perder, mandóme hiciese el camino, desta ciudad á Manila, de un puerto de diez grados y medio; del cual vine gobernando al Nornoroueste, por huir de hallar islas en el camino, por el mal aparejo que había de andar entre ellas, la gente muy enferma, que se murieron (navegando) algunas cincuenta personas; y allá en la isla, cuarenta personas, poco mas o menos. Venimos por nuestra derrota, faltos de bastimentos, navegando, y de la parte del Sur cinco grados, otros tantos de la parte del Norte; hallamos muchos contrastes y calmas, y puestos en altura de seis grados largos, de la parte del Norte, vimos una isla, que pareció tener veinte y cinco leguas de box, mucha arboleda y muy poblada de gente, como la de los Ladrones, que los vimos en canoas que nos salieron. Es desde el Sueste, por el Norte hasta el Sudueste, cercada de grandes arrecifes[41], tiene al Oeste de sí (como cuatro leguas) unas isletas bajas, no hallamos á donde surgir, aunque se procuró; porque la galeota y fragatas que con nuestra nao salieron, se desapareció dias había; de aquí, venimos por la dicha derrota, hasta altura de trece grados y tres cuartos; y en dos días, que por esta altura navegamos al Oeste, tuvimos vista de la Serpana[42] y Guan[43], en los Ladrones, y pasamos por entre las dos, y no surgimos; por no tener cabo con que echar y recoger el batel. Este dia, fueron tres del mes de Enero, de mil y quinientos y noventas y seis años, y á catorce del dicho mes, vimos el cabo del Espíritu Santo; y á quince surgimos en la bahía de Cobos[44]; y llegamos á ella tales, que sola la bondad de Dios nos pudo traer; que fuerzas humanas, ni aviamiento, no era para poder llegar al diezmo del camino. Aquí llegamos, tan desaparejados, la gente tan flaca, que era la mayor lástima que se podía ver, con solas nueve ó diez botijas de agua. En aquesta bahía de Cobos (se reformó todo lo mejor que pudo ser, la gente y navío; y martes dos de Febrero, salimos del dicho puerto y bahía; á diez del dicho mes, surgimos en aqueste puerto de Cavite, etc.

Demas de los deseos que de servir á v. m. tengo, lo que me mueve á dejar á v. m. esta breve relacion es: que por que dé della razon (si acaso Dios dispusiese de mi persona, ó haya otra cualquiera ocasion, que yo, ó la que llevo faltemos[45], haya luz della, que podría ser negocio de mucho servicio á Dios y al Rey nuestro señor: sea v. m. servido de recibir la larga voluntad, que de servir á v. m. me queda, que si Dios me vuelve á este puerto, habrá lugar para poderlo mostrar mejor; y juntamente, me perdone v. m. el ser corto, que el tiempo tiene la culpa: por serlo para conmigo. El secreto, suplico á v. m. porque no sabe el hombre los sucesos del tiempo; que mirándolo bien, que es justo que las primeras islas estén ocultas, hasta que su Magestad sea informado, y mande lo que fuere mas de su servicio; que por estar en paraje, que toman el medio del Perú, Nueva España, y esta tierra, podrían los Ingleses sabiéndolo, poblarlas[46], y hacer mucho mal á este mar. Y v. m. me tengo por cierto servidor de v. m. á quien Dios nuestro señor guarde muchos años, con muchos contentamientos, y aumento de estado, etc.

De v. m. criado, Pedro Fernández de Quirós, al Doctor Antonio de Morga, teniente general por su Magestad de las Filipinas.


El navio San Jerónimo (en que iba don Fernando de Castro, y doña Isabel Barreto su mujer, de vuelta á la Nueva España) halló el gobernador don Francisco Tello, aprestándose en el puerto de Cavite; cuando entró á gobernar, año de noventa y seis; y así mismo, estaba aprestado el galeon San Felipe, con las haciendas de las Filipinas, para hacer viaje con ellas á la Nueva España. Y luego que el gobernador don Francisco Tello entró en su gobierno, ambas naos se despacharon, y se hicieron á la vela; y aunque San Jerónimo salió postrera, hizo su viaje y llegó á la Nueva España, en fin del dicho año de noventa y seis. La nao San Felipe, que era navío grande, y muy cargado de mercaderías y pasajeros, de que iba por cabo, y general, don Matías de Landecho, tuvo muchos temporales en el viaje; de manera, que con uno dellos, le fué necesario alijar mucha ropa, y perdió el timon en altura de treinta y siete grados, á seiscientas leguas de las Filipinas, y ciento cincuenta del Japon; y viéndose sin remedio de proseguir el viaje, se trató de arribar á las Filipinas, y comenzaron esta navegacion, mudando la derrota que llevaban: en que de nuevo se les ofrecieron mayores dificultades y trabajos. Viéronse muchas veces perdidos, porque las mares eran muy grandes, y como la nao no llevaba timon, sacudía la jarcia y pocas velas que llevaba; tanto, que todo se hacía pedazos, y no podían ponerla á camino, y tomaba por avante tantas veces, que estuvo á mucho peligro de zozobrar, perdida la esperanza de volver á las Filipinas. Hallaba que la tierra mas cerca era el Japon, pero que no lo estaba tanto, que la nao pudiese llegar allá, ni acometer su costa, que es muy brava, y dellos no conocida ni vista, ni cuando tuviesen ventura de llegar á ella, sabían como serían recibidos de los Japones. Aquí era la confusion, y diversidad de pareceres de la gente que iba en la nao; unos diciendo, no se mudase la derrota que llevaban para Manila, aunque fuese con tanto riesgo y descomodidad como se vía; y otros, que era temeridad hacerlo así; y que pues el Japon estaba mucho mas cerca, fuesen á él, en demanda del puerto de Nangasaki, de donde hay comercio con las Filipinas; donde hallarían acogida, y recaudo para aderezar la nao, y proseguir de allí su viaje. Este parecer prevaleció, que algunos religiosos que iban en la nao, lo abrazaron, y los demas se conformaron con él, por asegurar los pilotos, llevarían la nao al Japon con brevedad; y así mudaron para allá la derrota: y al cabo de seis dias, descubrieron la costa y tierra del Japon, en una provincia llamada Toza[47]. Y aunque de día, hacían fuerza para llegarse á la tierra, á la noche (que amainaban la vela) la corriente los alejaba della. De un puerto llamado Hurando[48], salieron a la nao muchas funeas[49], y á persuaciones del Rey de aquella provincia[50], que les aseguró el puerto, y avío y aderezo, la metieron dentro; habiendo primero sondado y reconocido la entrada: y que había agua bastante. Los Japones que eran infieles, y lo hacían con malicia, metieron á remolcar la nao dentro del puerto, y la encaminaron y guiaron á un bajo, que como no tenía mucha agua, tocó y encalló en él[51], con que fué fuerza descargarla, y sacar todo lo que traía en tierra, junto á la poblazon, en un sitio estacado que para ello se les dió. Hicieron por entonces á los Españoles buena acogida; mas en cuanto á aderezar el navío, y volver á salir con él, se les dió á entender, no se podía hacer sin permiso y licencia de Taicosama, señor del Japon, que estaba en su corte del Miaco[52], cien leguas de el puerto. El general don Matías de Landecho, y los de su compañía, por no perder tiempo, se resolvieron de enviar á la Corte sus embajadores (con un buen presente de cosas de valor de la nao) á Taicosama, pidiéndole, mandase dar despacho. Enviaron con este recaudo á Cristobal de Mercado, y otros tres Españoles; y á Fr. Juan Pobre, de la orden de San Francisco; y á Fr. Juan Tamayo, de la orden de San Agustin; que iban embarcados en la nao, que tratasen del negocio con Taico, y se valiesen de los padres de San Francisco que había en el Miaco; que antes habían ido de las Filipinas por embajadores, para asentar las cosas del Japon con Manila, y se estaban en la corte, con casa y hospital de asiento, y (con disimulacion de Taico) haciendo algunos cristianos, aunque con mucha contradiccion de los religiosos de la Compañía de JESVS, que hay en el dicho reyno; por decir, no podían otros religiosos, entender ni ocuparse en la conversion del Japon, por breves apostólicos y cédulas reales. El rey de Hurando (aunque en las apariencias, hacía buen rostro y acogida á los Españoles que tenía en su puerto) vivía con cuidado de que las mercaderías y ellos estuviesen á recaudo; y luego dió aviso á la corte, como allí se había perdido aquella nao de forasteros; á quienes llamaban Nambajíes[53], y que traía grandes riquezas; á que, habiéndose acudiciado Taicosama, para apoderarse dellas, envió á Ximonojo (uno de sus privados y de su consejo á Hurando) que llegado, tomó la hacienda, y encerró los Españoles en prision, en un estacado con guardia: haciéndoles dar todo cuanto tenían, y habían escondido, con pena de la vida. Hecho esto con mucho rigor, volvió a la corte, dando lugar, á que el general y otros de su compañia fuesen al Miaco. Los embajadores, que primero fueron despachados con el presente (aunque se recibió) no pudieron ver á Taico, ni negociar cosa de provecho, aunque el Padre Fr. Pedro Baptista, prelado de los religiosos de San Francisco, que allí estaban, puso muchos medios para que se remediase el agravio, que á los Españoles se hacía, que sirvió de mayor daño; porque viendo los privados tan acudiciado á Taico á las riquezas de la nao, y ageno de oir cosa á propósito de que las restituyese, no sólo no se lo pedían, antes para meter la cosa mas á barato, aprovechándose del tiempo y ocasiones, por ser infieles, y aborrecer á los religiosos que hacían cristianos en la corte, los revolvieron con Taicosama, diciéndole, que ellos y los de la nao todos eran de un señor, y conquistadores de reynos agenos; y que lo hacían, metiendo primero en ellos sus religiosos; y entrando después tras ellos con las armas, y que eso pretendían hacer en el Japon. Ayudábanse para esto, de que estando en Hurando el privado que fué á tomar la hacienda de la nao, le había mostrado Francisco de Landa, piloto della, la carta de Marear, y en ella todo lo descubierto, y á España y los demas reynos que su Magestad poseía; y entre ellos el Perú, y la Nueva España. Y diciéndole el privado, que como había ganado aquellos reynos tan lejos; respondió el piloto, que habían entrado primero religiosos, predicando su ley, y la gente de guerra tras ellos, que los sugetaron; y es verdad, que el dicho piloto dijo imprudentemente las dichas razones, que notó bien y encomendó á la memoría Ximonojo, para decirlas á Taicosama en buena ocasion; como lo hizo en esta[54].

De todo esto, y de la instancia que los religiosos hacían con Taico para que se diesen las mercaderías á los Españoles, resultó acabarse de enfadar, y (como bárbaro y tirano tan codicioso)[55] mandó que los crucificasen á todos, y los demas religiosos que predicaban en sus reinos la ley de Namban[56]. Fueron luego presos cinco religiosos que estaban en la casa de Miaco, y otro de la nao San Felipe, que se había entrado con ellos; y todos sus predicadores y dojicos Xapones; y entendióse que esta persecucion se estendiera á los demas religiosos, y otros cristianos que había en el Japon, con que todos tuvieron grande miedo y confusion; pero después se moderó, porque dejándose rogar Taico, se declaró, que sólo fuesen crucificados los religiosos que se habían hallado en la casa de Miaco, y los Japones y predicadores dojicos de su compañia, que estaban presos: y que, todos los demas, y los Españoles de la nao, se dejasen volver á Manila. Encargóse la ejecucion á Fonsanbrandono, hermano de Taracabadono[57], gobernador de Nangasaki; que (de la casa de los religiosos de San Francisco de Miaco) sacó á todos, sobre carretas de bueyes, á Fr. Pedro Baptista, y á Fr. Martin de Aguirre, y á Fr. Felipe de las Casas, y á Fr. Gonzalo, y á Fr. Francisco Blanco, y á Fr. Francisco de San Miguel, y á veinte y seis Japones predicadores y dojicos, con dos niños del servicio de los religiosos; con mucha guardia, y les cortó las orejas derechas, y los paseó por las calles del Miaco, y por las de las ciudades de Fugimen, Vsaca y Sacai[58], con mucho dolor y sentimiento de todos los cristianos que los vían padecer; llevando en una asta pendiente, escrita en una tabla en letras chinas, la sentencia y causa de su martirio, que es como se sigue.


SENTENCIA del combaco[59] señor de japon, contra los religiosos descalzos y sus dojicos, que hizo martirzar en nagasaki.


Por cuanto estos hombres, vinieron de los Luzones, de la isla de Manila, con título de embajadores, y se dejaron quedar en la ciudad de Miaco, predicando la ley de los cristianos, que yo prohibí los años pasados rigurosamente, mando que sean justiciados, juntamente con los Japones, que se hicieron de su ley. Y así estos veinte y cuatro, quedarán crucificados en la ciudad de Nangasaki; y porque, yo torno á prohibir de nuevo, de aquí á delante la dicha ley, entiendan todos esto; y mando que ponga en ejecucion. Y si alguno fuere osado á quebrantar este mandato, sea castigado con toda su familia, fecho á primero de Echo y de la luna dos.


Desta manera fueron llevados á Nangasaki estos santos; donde, en una loma que estaba á vista del pueblo y puerto sembrada de trigo, y cerca de una casa y hospital, llamado San Lázaro, que estos dichos religiosos fundaron en Nangasaki, cuando fueron de las Filipinas, antes de subir á la corte, fueron todos á la hila crucificados: los religiosos en medio, y los demas á su lado, de una banda y otra, en cruces altas, con argollas de hierro á las gargantas, y á las manos y piés: y con lanzas de hierros (largos y agudos) atravesados por los costados, de abajo para arriba, cruzados; con que dieron las almas á su Criador, por quien morían con mucho esfuerzo, á cinco de Febrero[60], día de santa Águeda, del año de mil y quinientos y noventa y siete; dejando hecha en aquella haza, y por ella en todo aquel reyno, una grande sementera, regada con su sangre; de que se espera coger copioso fruto, de gran conversion á nuestra santa Fé católica. Antes que los santos fuesen puestos en las cruces, escribieron al doctor Antonio de Morga, una carta á Manila, de mano de Fr. Martín de Aguirre, que á la letra es como se sigue:


Al doctor MORGA teniente del gobernador de manila que dios guarde manila.


Á Dios, señor Doctor, á Dios, que nuestro Señor por su misericordia, ha sido servido (no mirando á mis pecados) de juntarme en compañía de veinte y cuatro siervos de Dios, que mueren por su amor; de los cuales, seis somos frailes de San Francisco, y los diez y ocho naturales Japones; y con esperanza, de que otros muchos irán por el mismo, v. m. reciba el último vale, y los postreros abrazos de toda esta compañía; que todos reconocemos el favor que ha mostrado á las cosas desta conversion. Y agora por la despedida le rogamos (y yo particularmente) que tome por negocio propio, el favorecer esta Cristiandad; siendo padre, y favoreciendo todas las cosas que se ofrecieren, á la mision de los religiosos, á esta conversion, así halle v. m. quien le favorezca, y interceda delante de Dios, al tiempo de la necesidad. Á Dios señor, á la señora doña Juana dará v. m. el último vale, nuestro Señor guarde, etc., del camino de la horca, y de Enero veinte y ocho, de mil y quinientos y noventa y siete años.

Este Rey, queda muy engolosinado, de lo que ha robado en San Felipe, y dicen que el año que viene ha de ir á Luzon; y que por estar ocupado con los Corios[61], este año, no va; y que para esto, quiere tomar la isla de los Lequios[62], y la Hermosa[63], para echar la gente de allí en Cagayan, y de allí tomar á Manila, si Dios no le ataja primero los pasos. Vs. ms. vean, lo que les importa y conviene. Fr. Martin de la Ascension.


Los cuerpos de los mártires, aunque fueron guardados muchos días de les Japones, fueron quitados á pedazos (especialmente los de los religiosos) de las cruces, por reliquias de los cristianos que allí había: que (con mucha veneracion) se repartieron, y están por toda la Cristiandad, sin dejar las argollas y palos de las cruces[64].

Otros dos religiosos de la misma compañía, que estaban fuera de la casa al tiempo de la prision, no padecieron este martirio; el uno, llamado Fr. Jerónimo de JESVS, se escondió y metió la tierra dentro, por no salir della; el otro, lo recogieron los padres de la Compañía, y lo enviaron por la vía de Macan, que se llamaba Fr. Agustín Rodriguez. El general don Matia, y los Españoles de la nao salieron de Japon desnudos y desaviados, se embarcaron en Nagasaqui, y fueron á Manila, en diferentes navios de los que hacen aquella navegacion, á cuenta de Portugueses y Japones; de los cuales, se tuvo la primera nueva deste suceso, por el mes de Mayo, del año de noventa y siete; que fué de mucho dolor y tristeza, por la muerte de los santos religiosos, y turbacion que se esperaba en lo de adelante, en las cosas del Japon con las Filipinas: por la pérdida del galeon, y haciendas que en él iban á la Nueva España: cuyo valor era de mas de un millon, con que los Españoles quedaban muy necesitados. Tratándose de lo que en el caso convenía hacer, pareció últimamente, que para no dejar esta causa de la mano, se enviase al Japon una persona de recaudo, con cartas del gobernador, á Taicosama; representándole el sentimiento que tenía por lo hecho, en tomarles su navío y mercaderías á los Españoles, y muerto a los religiosos, pidiéndole, lo enmendase como fuese posible, volviendo y restituyendo las haciendas á los Españoles, y el artillería, jarcia y despojo, que de la nao había quedado, y los cuerpos de los religiosos que había crucificado, proveyendo para adelante las cosas, de manera, que no fuesen los Españoles así tratados en su reyno.

Con este recaudo, despachó el gobernador al Japon, al capitan don Luis Navarrete[65] Fajardo, con un presente de algunas preseas de oro y plata, espadas y ropas de valor para Taicosama: y un elefante[66], bien enjaezado, y enmantado de seda, con sus naires de la misma librea, que era cosa no vista en Japon; para que conforme á la usanza de aquel reyno, hiciese presente á Taico cuando diese la embajada, porque de otra manera no se acostumbra darla, ni se recibe. Llegado á Nangasaki don Luis de Navarrete, Taicosama envió desde la corte, con mucho gusto, por el embajador y presente que se le enviaba de Luzon, que le deseaba ver; especialmente el elefante de que holgó mucho. Oyó la embajada, y respondió á ella con mucha ostentacion y aparato, escusándose de la muerte de los religiosos; á quienes puso culpa, de que habiéndoles prohibido, no hiciesen cristianos, ni enseñasen su ley, lo habían quebrantado en su misma corte; haciendo poco caso de su mandato. Y que asimismo, haber tomado la nave, y mercaderías della, que entró en el puerto de Hurando, de la provincia de Toza, había sido cosa justificada segun leyes de Japon, porque todas las naves que se pierden en su costa, son del rey, con las mercaderias. Pero, que le pesaba de lo hecho en todo; y que, diera las mercaderías, si no las hubiera repartido, y que de los religiosos, ya no se podía remediar; antes pedía al gobernador de Manila, no le enviase al Japon tales personas; por que de nuevo había hecho leyes, prohibiendo hacer cristianos, con pena de muerte; y que le entregasen lo que hubiese quedado de los cuerpos de los religiosos; y que lo que era paz y amistad con los Luzones y Españoles, holgaría de ello, y lo procuraría de su parte: y mandaría que si otro navío de Manila llegase á su reyno, fuese bien recibido y tratado. Con esta respuesta, y con carta para el gobernador, un presente de lanzas y cuerpos de armas[67], y catanas de mucha curiosidad, y de estima entre los Japones; con que se salió del Miaco y se vino á Nangasaqui; de donde avisó al gobernador don Francisco, en el primero navío que salió para Manila, lo que llevaba negociado, que por morir allí de enfermedad, se trujo despues por otra mano á Manila.Taicosama quedó contento con la respuesta que había dado al embajador, sin haber hecho en efecto nada de lo que pedía; porque aquello eran mas apariencias y cumplimientos, que ánimo de amistad con los Españoles; y arrogantemente se preciaba y publicaba, y lo decían sus privados de la misma manera, que aquel presente y recaudo, se lo habían enviado los Españoles por miedo que le tenían, y por reconocimiento de tributo y señorío, porque no los destruyese como otras veces los había amenazado los años pasados, gobernando Gomez Perez Dasmariñas; á que tambien le habían entonces respondido, y enviado presente, con el padre Fr. Juan Cobo, de la orden de Santo Domingo, y capitan Llanos.

Faranda Quiemon, Japon, procuraba la guerra contra Manila, y los privados que le ayudaban, no se descuidaron de pedir á Taico, no perdiese la ocasion que había de ganarla, que sería facil, por haber pocos Españoles en ella, y que enviase armada con brevedad y que él iría con ella, y le aseguraba el suceso como hombre que conocía la tierra, y las fuerzas della. Tanta instancia hicieron, que Taico le dió la empresa, y algunos socorros y otras ayudas para ella; y comenzó á aparejarse, y juntar navíos y Chinas, para salir a la jornada (que nunca la pudo efectuar) porque como hombre que de suyo era bajo y pobre, no tuvo traza ni cauda suficiente para ella, ni sus valedores se lo quisieron dar; y con esto, se fué alargando en apresto, de manera que se deshizo con la muerte de Taico, y con la suya, como despues se dirá.

En Manila llegaban cada día las nuevas, que en Japon se hazía armada, y que Faranda, era el agente de todo, de que se vivía con el cuidado que era justo, por ser el enemigo soberbio y poderoso; y aunque, había en la ciudad todo ánimo, y esfuerzo para resistirle; con todo eso, el gobernador y la ciudad nunca se quisieron mostrar (en público) por entendidos, de que sabían que Taico hubiese de hacer mudanza, por no romper la guerra, y dar motivo, para apresurarla por esta parte; esperando el remedio con el tiempo, y disponiendo las cosas de la ciudad, para lo que pudiere suceder, y enviando al Japon todos los Japones, que en Manila había poblados (que no eran pocos) y los que venían en los navios de trato, depositándoles las armas que traían, hasta que volviesen, y procurando, se detuviesen lo menos que fuese posible en la tierra, haciéndoles, en lo demas, toda buena acogida. Y porque se entendió que Taico platicaba de tomar la isla Hermosa, que está en la costa de China, muy cerca de Luzon en el camino de Japon (isla grande de bastimentos) para hacer en ella escala con sus armadas, y hacer con mas comodidad la guerra á Manila, el gobernador despachó dos navios de armada, á cargo de don Juan de Zamudio, para que reconociese esta isla, y todos sus puertos, y la disposicion que tenía, para apoderarse della primero; ó á lo menos, cuando no hubiese aparejo, ni tiempo para esto, se diese aviso á la China, á los Virreyes de las provincias de Canton y Chincheo[68], para que, como enemigos antiguos del Japon, le impidiesen la entrada en ella, que tan mal estaba á todos; y con estas diligencias y prevenciones, se fué entreteniendo este negocio algunos días: aunque en lo desta jornada á isla Hermosa, no se hizo otro efecto, mas que haber avisado a la gran China, del designio del Japon.

Despues de algunos dias, que Fr. Alonso Ximenez estuvo preso en la Cochinchina, donde le dejó el capitan y sargento mayor Juan Xuarez Gallinato, le dió lugar el rey de Tunquin, y el de Sinua, que se fuese á Manila, y tuvo pasaje por Macan, con navíos de Portugueses. No solo no vino cansado de las navegaciones, trabajos y prision que había tenido; pero antes con nuevo brío y aliento, trató que se volviese á encaminar la jornada de Camboja; aunque había poca noticia del estado de las cosas de aquel reyno, y restitucion en él de Prauncar, y en compañía de otros religiosos de su orden, como quien tanta mano tenía con don Luis Dasmariñas (que ya estaba en Manila fuera del gobierno) le persuadió, y inclinó, á que tratase de volver á hacer en persona esta jornada, á costa de su hacienda, de que se seguirían buenos efectos, en servicio de Dios y de su Magestad[69]. Don Luis lo trató al gobernador don Francisco Tello, y se ofreció á todo el gasto; cuya conclusion se fué dilatando, hasta tener alguna nueva de Camboja, y solo se tenía noticia, que Blas Ruiz y Diego Belloso fueron desde la Cochinchina á los Laos, habiendo dejado allí al capitan Gallinato con sus navios.

Con la salida de don Juan Ronquillo del río de Mindanao, con el campo, se desanimaron tanto los Tampacanes, y creció á los Buhahayenes el aliento, que sin embargo de la amistad hecha, y obediencia que habían dado, se fueron declarando por enemigos, y se volvió á revolver la cosa de manera, que no solo no se deshizieron sus fuertes, como habían prometido, pero aun los fueron reparando, y haciendo otros excesos, con los Tampacanes sus vecinos, y rompieran del todo la guerra, sino temieran que los Españoles habían de volver mas de propósito, y con mas número de gente, que con este intento, habían dejado el presidio en la Caldera; y así se dejaron ir, ni bien declarado por rebelados, ni haciendo obras de amigos á los Tampacanes y demas aliados, con los Españoles.

Cerca de la isla de Mindanao, hay una isla llamada Joló, no muy grande, pero bien poblada de Naturales, todos Mahometanos, que terna[70] tres mil hombres, con su señor y rey particular: que cuando el Gobernador Francisco de Sande, venía de la jornada de Borneo, envió á ella á el capitan Esteban Rodriguez de Figueroa, que la entró, y trujo los Naturales á la obediencia de su Magestad, como atrás se apuntó; estos fueron encomendados en el capitan Pedro de Osseguera, y en su vida, y despues del muerto, don Pedro de Osseguera su hijo y sucesor. Fué pidiendo y cobrando algunos años por tributo lo que le querían dar, que era poca cosa; sin apretar mas, por no turbarlo todo; y cuando don Juan Ronquillo estaba con el campo en Mindanao, los Joloes, viendo las cosas de los Españoles con pujanza, mostraron intención de que querían gozar de la paz, y que pagarían sus tributos, pero viendo la salida de los Españolos, se volvieron á entibiar; y habiendo enviado el capitan Juan Pacho (que en ausencia de don Juan Ronquillo quedó por cabo en el presidio de la Caldera), algunos soldados á rescatar cera, los maltrataron los Joloes, y mataron dos dellos; queriendo castigar Juan Pacho este exceso de los Joloes, fué allá en persona con algunas embarcaciones, y treinta soldados, saltando en tierra; bajaron de la poblazon del rey (que está en un cerro alto muy fortificado) mucho número de Joloes. Acometieron á los Españoles, y por ser mucha gente, y no haberse podido los Españoles aprovechar de su arcabucería, por ser en coyuntura de un recio aguacero, fueron desbaratados, con muerte del capitan Juan Pacho, y de otros veinte de sus compañeros, los demas heridos, y á espaldas vueltas, se fueron á embarcar á sus navíos, y volvieron á la Caldera.

Este suceso se sintió mucho en Manila, particularmente por la reputacion que en ello se había perdido, así con los mismos Joloes como con los Mindanaos sus vecinos; v aunque, para enmendar esta desgracia, se tuvo por necesario enviar á hacer castigo en los Joloes; como esto había de ser con pujanza, y entonces no había tanto aparejo, se fué entreteniendo para mejor ocasion: y solo, se envió luego por cabeza del presidio de la Caldera, al capitan Villagra, con algunos soldados; que llegados, lo que se hizo, fué, entretenerse hasta que los bastimentos se les fueron consumiendo, y padecía el presidio, y con aquel poco favor que los Tampacanes sentían, sabiendo que había Españoles en la isla, se sustentaban y entretenían, esperando la venida de mas Españoles, como don Juan les había dicho y prometido, y el castigo y venganza de los de Joló.

Estando las cosas de las Filipinas en este estado; por Mayo de mil y quinientos y noventa y ocho, llegaron naos de la Nueva España á Manila; en las cuales vinieron despachos, para volver á fundar el audiencia Real, que se había quitado los años atras, de las Filipinas: de que fué nombrado y proveido por presidente, don Francisco Tello, que gobernaba la tierra, y por Oydores, el doctor Antonio de Morga, y los licencíados, Cristobal Tellez Almazan, y Alvaro Rodriguez Zambrano, y por Fiscal, el licenciado Gerónimo de Salazar, con los demas ministros de la audiencia. En las mismas naos, vino el Arzobispo Fr. Ignacio de Santibañez, que gozó poco tiempo de su Arzobispado, porque, por el mes de Agosto deste mismo año, murió de una disentería; y asimismo, vino el obispo de Sebú, Fr. Pedro de Agurto. En ocho dias de Mayo, deste año de quinientos y noventa y ocho, se recibió el sello real de la audiencia; trayéndolo del monasterio de San Agustin á la iglesia mayor, sobre un caballo, enjaezado de tela de oro, carmesí, debajo de un Palio de la misma tela, cuyas varas llevaban los regidores de la ciudad, con sus ropones de terciopelo carmesí, aforrados de tela de plata blanca, y calzas y jubones de la misma tela; el caballo sobre que iba el sello en una caja de tela de oro, con una cubierta de brocado, lo llevaba el que hacía oficio de alguacil mayor, de diestro; vestido de tela de oro, en el cuerpo; y el Presidente y Oydores al rededor del caballo, todos á pié y descubiertas las cabezas; delante iba mucho acompañamiento de toda la ciudad, con costosos vestidos y galas; y detrás, todo el campo y gente deguerra, con sus cajas y banderas, las armas en las manos, y los capitanes y oficiales en sus lugares, y el maese de campo delante con su baston. Las calles y ventanas, ricamente adornadas, de muchas colgaduras y aderezos, y muchos arcos triunfales con música de ministriles, trompetas y otros instrumentos. Llegado el sello á la puerta de la iglesia mayor de Manila, lo salió á recibir el Arzobispo de pontifical; con la cruz, y cabildo, y clerecía de la iglesia; habiéndolo bajado del caballo, la caja en que iba debajo del palio lo metió en las manos del presidente, y con él los Oydores, dentro de la iglesia, entonando la capilla de cantores Te Deum laudamus. Llegaron á el altar mayor, sobre cuyas gradas había un sitial de brocado, donde se asentó la caja con el sello, y todos de rodillas, el Arzobispo cantó algunas oraciones al Espíritu santo, y por la salud y buen gobierno del rey nuestro señor, y volviendo á tomar el presidente la caja con el sello, con la misma orden y música, que había entrado en la iglesia fué sacado della, y vuelto á ponerse sobre el caballo, y quedándose á la puerta el Arzobispo y clerecía, prosiguió el acompañamiento, hasta las casas reales; que en un aposento bien aderezado, debajo de un dosel de terciopelo carmesí, con las armas reales bordadas, sobre una mesa cubierta de brocado, con sus almohadas de lo mismo, se asentó y dejó la dicha caja con el sello real dentro; cubierta por cima con un paño de tela de oro carmesí. Allí se leyó en público la cédula de la fundacion, y el titulo del presidente, y el de los oydores y fiscal, y fueron obedecidos, y se tomó dellos el juramento acostumbrado. El presidente salió á la sala de la audiencia, donde estaban los estrados bien aderezados, con dosel de las armas reales; donde se asentaron, el presidente y oydores y fiscal, y recibieron los ministros y oficiales de la audiencia, y se leyeron las ordenanzas della, presente la ciudad, y el pueblo que cupo en la sala. Con esto se hizo fin aquel dia, á la fundacion de la audiencia; y de allí á delante, se prosiguió en los negocios della, quedando á su cargo y despacho, todos los pleitos y causas civiles y criminales de su distrito; que es, todas las Filipinas, y tierra firme de la China descubierto, y por descubrir; y á cargo del presidente, como gobernador, los negocios tocantes al gobierno, segun las leyes reales, ordenanzas y cédulas particulares, que se despacharon y trujeron con la audiencia.

Asentada la chancillería de Filipinas en la ciudad de Manila, llegó el aviso á pocos dias de lo sucedido en el reyno de Camboja, despues de la venida de Prauncar, hijo y sucesor de Prauncar Lángara, que murió en los Laos, en compañía de Diego Belloso, y Blas Ruiz de Hernan Gonzalez, y de sus victorias y restitucion en su reyno, como atrás se ha referido, por carta del rey Prauncar, para el gobernador don Francisco Tello, y para el Doctor Antonio de Morga, firmadas de su mano, y con su sello en tinta colorada; escritas en castellano[71], porque mejor se entendiesen, que por ser todas en una sustancia, pareció poner en este lugar la que al doctor Antonio de Morga escribió el rey Prauncar, que á la letra es comio se sigue:


PRAUNCAR, rey de camboja, a el doctor Antonio de MORGA, salud, mando esta carta con mucho amor y contento.


Yo Prauncar, Rey de Camboja, tierra abundante, yo solo señor della grande, tengo grande amor al Doctor Antonio de Morga, sin poderlo apartar de mi pensamiento, porque he sabido, del capitan Chofa don Blas Castilla, que con su buen corazon fué parte, y ha ayudado al gobernador de Luzon, á que enviase á esta tierra al capitan Chofa don Blas Castilla[72], y al capitan Chofa don Diego Portugal, y soldados en busca del Rey Prauncar mi padre, no lo hallaron, y los dos Chofas y soldados, mataron á Anacaparan, que estaba por grande solo. Y luego, fueron para Cochinchina con los navios, y los dos Chofas fueron á los Laos, en busca del rey desta tierra, y me trajeron á mi reyno, donde agora estoy por ellos; y los dos Chofas, y otros Españoles que han venido, me han ayudado á apaciguar lo que agora tengo, todo esto entiendo que me ha venido por tener el Doctor amor á esta tierra, y por ello yo acudiré á lo que el Doctor Antonio Morga me quiera siempre, como á mi padre Prauncar, y ayude agora, para que vengan padres, que esten con los dos Chofas, y con los demas Españoles, y cristianos que están en mi reyno, que yo les haré iglesias, y les daré licencia, para que puedan hacer cristianos todos los Cambojas que lo quisieren ser; y les daré gente, que les sirva, y los criaré, como primero lo hacía el rey Prauncar mi padre. Y á el Doctor Antonio de Morga, acudiré en todo lo que desta tierra le serviré. A los dos Chofas, les he dado las tierras que les tenía prometidas, al capitán don Blas Castilla, la provincia de Tran; y al Capitan Chofa don Diego Portugal, la provincia de Bapano; las cuales, se las doy y hago merced dellas, por los servicios que me han hecho; y por pago de las haciendas, que han gastado en mi servicio, para que las posean, y gozen, y hagan dellas á su voluntad, como cosa suya, estando en mi servicio[73].


Blas Ruiz de Hernán González escribió al doctor Morga, juntamente con la carta del Rey, otra larga, en que da cuenta, de todos los sucesos de sus jornadas, que es la que se sigue:


Al doctor Antonio de MORGA, lugarteniente de gobernador de las islas filipinas, de luzon, en la ciudad de manila, que nuestro señor guarde.


 DE CAMBOJA.


Lo sucedido en este reyno de Camboja, desde que yo entre en él, hasta que el capitán sacó la armada, terná ya v. m. noticia dello, aunque de muchas maneras, segun cada uno le convenía decir, para dorar sus negocios; y otros, segun su afición y parecer, y otros segun su pasion. Todavía, por ser ya de muchas personas visto, y sabido claro, me dispongo á dar á v. m. dello la mejor relacion que pudiere, como á persona, á quien todas ellas se han de fundir, y poner á cada cosa los quilates que tuviere, y en quien, los mereciere; juntamente con todo lo demas, que al capitan Diego Belloso, y a mí nos sucedió en el viaje de los Laos, y las mudanzas guerras que en este reyno ha habido, desde que en él entramos, hasta el estado en que aora las cosas dél quedan; y por haber andado en todas Españoles, darán á v.m. algun gusto. El modo y recogimiento con que yo viví en este reyno, luego que de ese llegué, sustentando los soldados, y demas gente que en mi navío traie á mi costa, teniéndolos sujetos y en onrra, sin consentir que se derramasen, no teniendo papeles, porque, los que el gobernador me había de dar, llevaba Gallinato: Y lo mas que sucedió con los Chinos, porque, y como, no trato; porque, á algunos dellos se hallaron presentes, el padre Fr. Alonso Ximenez, y el padre Fr. Diego[74], y otros oyeron, que de todo habrán dado á v. m. relacion, juntamente con la guerra del tirano y del desamparo que Gallinato hizo á este reyno, estando ya hecho el negocio; que si se siguiera, estuviera hoy la mitad por de su Magestad, con justa razon; y todo él, gobernado por Españoles, y en poder dellos, pudiera ser, que el rey cristiano, y la mayor parte de su gente[75]. En lo de los Chinos, que es lo que mas se ha de tratar, solo digo á v. m. considere, en reyno que venimos á ayudar; y que los Chinos no tenían en él mas que nosotros; y que, habíamos de procurar ganar reputacion, y no perderla, pues veníamos en forma de guerra, y era la primera vez que armada de Españoles entraba en tierra firme, si era bien sufrir de gente tan infame como ellos son, oprobios y ultrajes, y menosprecios, y afrentas públicas, delante de todas estas gentilidades ? y mas andar, arguyéndonos con el rey tirano, para que nos matase; diciéndole de nos muchas infamias y maldades, para atraerle á lo que le pedían; y sobretodo desvergonzarse á matar Españoles, y desarmarlos, y salir á lanzearlos en las calles; todo lo cual sufrí con mucha paciencia, por no alborotar la tierra, rompiendo con ellos; hasta que un dia, quisieron de hecho matar algunos en su Parián: teniéndolos ya heridos y puestos en afrenta, por ser el número muy desigual; y saliendo á este ruido, se pusieron en campo, con muchos instrumentos de guerra, llamándonos á pelea, con vituperios y menosprecios[76]. Llegados á estos términos, en qué reputacion quedáramos, retirándonos ? habiendo ellos llevado lo mejor, pues despues de acometer, y muerto muchos dellos, que seguridad teníamos en reyno tiranizado, y que no se nos mostraba nada amigo, y en un navío solo, y que al presente, estaba varado, con la artillería, y el hato en tierra; y ellos con seis navíos, y muchas embarcaciones de remo, que pelean con uno y dos versos, y mucha gente, así de los navíos, como de la que reside en la puente ? Pareciera bien, despues de rompida la guerra, dejarlos á ellos con todas sus fuerzas, estando nosotros sin ellas ? si ellos nos quitáran la vida, qué reputacion quedará de Españoles en estos reynos? Por lo cual, tuve por mejor hacernos señores dellos, que no estar á merced suya, ni á la del rey; y así por asegurar nuestras vidas, nos fué fuerza tomarles sus navios, y hacernos fuertes en ellos, pues ellos levantaron la guerra. Hecho esto, pareció al padre Fr. Alonso Ximenez, y á nosotros, que pareciendo ante el Rey, y dándole la embajada y algunos presentes y disculpándonos[77] del caso, que vendría á bien, y que estando con el en paz, y nuestras personas en salvo, en fortaleza, ó debajo de palabra y seguro suyo, que les daríamos sus navíos y haciendas, y esto se firmó y escribió. Para ir á hacer esto, se hizo una carta en nombre del gobernador desa ciudad, Y fuimos á darla nueve leguas de allí donde el rey estaba, dejando los navíos á recaudo. Como el nos tuvo allá, nos quitó las embarcaciones en que havíamos ido, y no quiso recibir la carta que iba en nombre de embajada, ni oir palabra nuestra, si no damos primero los navíos[78]. Y luego, comenzó á apercibir armas, y llamar mucha gente, con intento de que sino dabamos los navíos, matarnos, ó ponernos (por fuerza) en términos, de que los diéramos, y despues de dados, acabarnos á todos, sin trabajo ni riesgo de los suyos; porque se fiara en nada de nosotros, porque íbamos á ayudar, y á buscar á quien él había desposeido. Todo esto nos contaban algunos Cristianos que había entre ellos; y principalmente, un muchacho mestizo, que había venido de Malaca, que estaba entre ellos, y sabía la lengua. Pues, considerando nosotros, que ya estábamos divididos, y que si dábamos los navíos, que era facil con ellos tomarnos los nuestros, y matar los que en ellos habían quedado, y despues á los que allí estábamos; y que si esperábamos á que juntase gente, y nos acometiese, que nos podía matar muy facil, determinamos buscar el remedio antes, acometiendo y no esperando á ser acometidos y procurar de juntarnos, y asegurar nuestras vidas, á acabarlas peleando; y así acometimos y fué nuestra suerte tan buena, que lo matamos en la batalla, y nos retiramos en los navíos, con infinito trabajo, sin perder ningun Español, y sin consentir que su casa se saquease, porque no se dijere, que por robarle lo habíamos hecho[79]. En este tiempo, llegó el capitan y sargento mayor nuestro cabo, aniquilando y afeando lo hecho, y burlando, de lo que nosotros y algunos Cambojas decían, que habíamos muerto al tirano.

Solo hizo recoger toda la plata y oro, que en estas cosas algunos soldados habían tomado, y todo lo bueno de los navíos, y luego darles fuego, y hacer papeles contra nosotros, desposeyéndonos de nuestros navíos y cargos, formando sospechas y desconfianzas, y ordenando salirse del reyno, no dando oidos á muchos Cambojas, que venían á hablarnos cuando íbamos á tierra, que nos decían que hiciésemos fortaleza, porque ellos primero tenían rey legítimo, y el que ahora había, lo había hecho huir á los Laos, y así no tenían rey; y que donde mas sombra hallasen, que allí se arrimarían; que siguiésemos la guerra; ni á nosotros admitirnos ningun parecer que dábamos; diciéndole que el tirano tenía preso un pariente del rey derecho, que fuésemos á sacarlo, que él levantaría gente, en favor del rey legítimo; y que con su favor, vendríamos á poseer el reyno, y luego lo iríamos á buscar. A todo se cerró, y así desamparó el reyno, y se perdió esta grande ocasion; solo alcanzamos dél, salidos á la mar, con muchos ruegos, que fuésemos á Cochinchina, á hacer requerimientos sobre la galera; pues, de Manila se había querido enviar á hacer; y ofreciéndome yo, de ir á los Laos por tierra á mi costa, que sabía que se andaba aquel camino, en busca del rey de Camboja; y así fuimos donde luego que llegamos, nos despachó á los Laos al capitan Belloso y á mí, y al capitan Gregorio de Vargas al Tonquin; entretanto, hizo el almoneda de lo bueno que en los navíos había, y de lo demas que había tomado de los soldados (entre ellos) que estaban todos sin un real, mandándolo todo sacar para sí, por lo que á él le parecía[80]. El rey de Sinoa, provincia de Cochinchina, nos avió para el camino de Lao, con muy buen despacho, dándonos embajada para allá, y gente que nos acompañase en el camino: y así fuimos por todo él, con buen aviamiento, siendo siempre muy bien respetados y temidos, y muy mirados, como á cosa jamas vista en aquellos reynos. Tuvimos en el camino todos enfermedad; pero á todo, ayudó el amor que las gentes nos mostraban; y la buena acogida que en todos hallábamos; y así, llegamos á Lanchan, cabeza del reyno, y donde el rey reside. Es reyno de mucha tierra, pero poco poblado, porque ha sido del Pegu destruido muchas veces. Tiene en sí, minas de oro, plata, cobre, hierro, laton[81], estaño. Tiene seda, menjuí, lacre[82], brasil, cera, marfil, avadas[83], muchos elefantes, caballos mayores que los de la China. Confina, por la banda de Leste con Cochinchina, y por el Nordeste y Norte con China y con Tartaria; de donde le vienen carneros y burros, que había cuando yo fuí. Tiene grande saca de sus mercaderías por ellos, por el Oeste y Sudueste, tiene á Pegu y Siam; y por el Sur y Sueste, tiene á Camboja y á Champan[84], Es tierra rica, y vale todo caro, lo que se lleva de fuera. Antes que llegáramos á Lanchan había llegado de Camboja un primo del rey huido, que por muerte del tirano, se había salido de temor, no le matase el hijo que ya gobernaba. Este había contado lo que en Camboja habíamos hecho; por lo cual el rey de Lao nos hizo grande recibimiento, y nos estimó en mucho loando el hecho, y mostrando espanto de los pocos que lo habían hecho. Cuando llegamos, era ya muerto el rey viejo de Camboja, y su hijo mayor y hija, había solo el hijo menor, y su madre, tia y agüela: las cuales holgaron estrañamente con el hecho, y nuestra ida; y de allí por delante, se hizo mas caso dellas. Antes que llegáramos á la ciudad, topamos un embajador, que Anacaparan rey tirano había enviado de Camboja. antes que nosotros entrásemos en ella, á ver lo que allá pasaba, en achaque y en voz de pedir la reyna vieja, madrastra de Prauncar, rey muerto, que decía ser hermana de su padre; y el rey de Lao la enviaba, y por nuestra llegada, y certinidad de su muerte, mandóla volver, y el embajador se huyó á Camboja, el rio abajo, en embarcacion, de temor no le matáran. Luego dimos nuestra embajada y pedimos el heredero del reyno, para llevarlo á los navíos y de allí ponerlo en su tierra; respondióse á esto, que no había mas del solo, y que no lo podían dar, en especial, para ir por reyno estraño, y camino y mares tan trabajosos. El mancebo quería ir, y sus madres no lo consentían; pero al fin se determinó que nos volviésemos á la armada, y la llevásemos á Camboja, y que de allá se les diese aviso, y entonces lo enviarían con muchas gentes. Diéronme las madres cartas para esa ciudad, con grandes promesas de parte del reyno, si los Españoles volvían á Camboja, á allanarlo, y se lo entregasen. El rey de Lao dió otra embajada en que pedía amistad, y persuadía que volviese armada á Camboja, no queriendo volver Gallinato, que él ayudaría por tierra con mucha gente, y se le entregarían al heredero dél; y con esto, nos despachamos y partimos para Cochinchina. Entre tanto que estas cosas pasaban, sucedió en Camboja lo siguiente. Luego que la armada salió, se publicó la muerte de Anacaparan, y oida por Chupinaqueo, el pariente del rey derecho, que estaba preso, se soltó de la prision, y levantó una provincia, y juntó la gente della, y apellidando á Prauncar legitimo, vino en busca nuestra, con hasta seis mil hombres, para juntarse con nosotros, y dar guerra á los hijos del tirano que ya gobernaban; y como no nos halló en el sitio de Chordemuco, donde los navíos habían estado, envió á buscarnos en embarcaciones, hasta la barra; y visto que no nos hallaba, tomó todos los Chinos, y demas gente que allí había, y volvióse á la provincia, de donde había sacado la gente, y hízose en ella fuerte. En este tiempo, llegó la gente que estaba en Champan, que había ido á tomarlo, y la cabeza del campo, llamado Ocuña de Chu, se hizo de la parte de los hijos del tirano, y hizo levantar por rey al uno dellos, al segundo llamado Chupinanu, porque era mas belicoso. Por lo cual, el mayor llamado Chupinanon, y los de su parte se disgustaron, y así jamas hubo paz entre ellos. Luego, salieron con el real, como venía de Champan, juntos en busca de Chupinaqueo, y él salió á ellos con mucha de su gente, y pelearon muchos dias, pero, al cabo, fué su suerte, que fué vencido y muerto con crueldades; y así, por entonces quedó por rey Chupinanu, y se deshizo el campo, yendo cada uno á su tierra.

En este tiempo llegó un navío de Malaca, de embajada, en que venían algunos Españoles en nuestra busca, y muchos Japones; quiso Chupinanu matarlos á todos, pero por ver que venían de embajada, y de Malaca, los dejaron luego. Por las crueldades que éste hacía en su gente, se levantó una gran provincia, llamada Tele, apellidando libertad; y lerantó nuevo rey, y vino sobre Chupinanu, y lo vencieron y desbarataron, tomándole grande suma de elefantes y artillería, y le saqueó su ciudad. Murieron en esta batalla la mayor parte de los Españoles y Japones, que de Malaca habían venido. Chupinanu se retiró con todos sus hermanos, que eran seis, á otra provincia, siguiéndole siempre Ocuña de Chu; y alli, se pusieron á consejo y á juntar gente; llamaron á dos Malayos, cabezas de todos los demas, en quien él confiaba mucho, y por la muerte de Chupinaqueo, cuando se deshizo el real se habían ido á las tierras de donde eran justicias. Y porque se entienda lo de adelante, diré quien son. Cuando la destruccion deste reyno por el Sian, estos se fueron á Champan y llevaron consigo muchos Malayos suyos, y otros muchos Cambojas; y porque el Champan no les hacía tantas honras como ellos querían, se levantaron con su ciudad, estando él fuera: y se hicieron en ella fuertes, y luego la saquearon, y se volvieron á este reyno trayendo toda la artillería, y muchas gentes presas y cautivos. Cuando aquí llegaron, gobernaba el tirano Anacaparan, y loándose los hechos los unos á los otros, los recibió en amistad, y ellos le dieron toda la artillería, que habían traido, y otras cosas: y él les dió tierras de que se sustentasen, y los hizo grandes Mandarines. Estos le hicieron facil el tomar á Champan, y se ofrecieron de prender al rey, y como es tan enemigo de Cambojas, de muy atras; hizo luego gente, y envió por cabeza á Ocuña de Chu; y cuando nosotros matamos á Anacaparan, estos estaban en Champan; y por su muerte, vinieron como digo. Parecidos estos delante del nuevo rey Chupinanu, con todos sus Malayos, luego se determinó ir sobre los Teles levantados. En este tiempo llegó de Lao el embajador que había huido, cuando nosotros llegamos á Lanchan, y dijo, como nosotros quedábamos allá, y que íbamos á pedir al heredero legitimo de Camboja, para llevarlo á los navíos, y en ellos traerlo á su reyno; y que ayudaba á esto, el rey de Cochinchina, que con esta voz entramos nosotros en el Lao, y que, el rey de Lao lo quería enviar con mucha gente por el río y tierra, y nosotros y los Cochinchinas por la mar, y en Camboja juntarnos, y hacernos guerra: y á quien no quisiere obedecer, grandes castigos; pues, como el nuevo rey y los suyos oyeron estas nuevas, atemorizáronse, y así, solo hacía mirar por sí. Pasados algunos dias, vino nueva de la barra, de que habían entrado cuatro navíos de Españoles, con muchas galeras de Cochinchina; esta nueva, ó fué vision que algunos vieron, ó echadiza, que hasta hoy hemos sabido claridad dello. Al fin oyendo esta nueva, confirmaron por verdad, todo lo que el Embajador huido había dicho, y considerando los Mandarines de Camboja, la guerra que tenían con los Teles, y la que de nuevo se les ofrecía con los Españoles, Cochinchinas y Laos, determinaron de desposeer al nuevo rey, y obedecer al que de Lao venía. Y paro esto dieron parte á los dos Malayos, y juntos, dieron en el rey, y en sus hermanos, y los echaron del estado[85], y huyeron todos los dos mayores, divididos cada uno, á la provincia donde mas amigos imaginaban hallar. Los Mandarines, hecho esto, ordenaron que saliese la armada de embarcaciones de remo camino de Lao, á recibir á su rey, que decían que ya venia; y á esto fue Ocuña de Chu, y dos hijos que tenía; y que á la barra fuesen otras embarcaciones, á recibir los Españoles y se conformasen en amistad; y á esto, enviaron algunos Españoles que habían quedado; y que, en guardia del reyno y por gobernadores, quedasen dos Mandarines Cambojas, y los dos Malayos. Los Españoles fueron hasta la barra, y cono no hallaron nada, se volrieron; Ocuña de Chu fué camino de Lao, y visto que no encontraba su rey, ni había nuevas del, se determinó ir hasta Lanchan y pedirlo; y siguió el camino, con algunas dificultades de hambre, por salir del reyno desapercibido, y el viaje largo. Por lo cual se le huyó alguna gente; pero al fin llegó, con diez Paroes artillados, y puso todo el reyno de Laos en revuelta, entendiendo que iban de guerra, que largaban sus pueblos, y haciendas y se iban á los montes, pero visto que iba de paz, se quietaron. Cuando él llegó, íbamos ya nosotros camino para Cochinchina; y por su llegada nos mandó el rey volver á Lanchan luego. El rey, sabido lo que en Camboja pasaba, despachó mucha armada por mar, y gente por tierra, y envió al rey de Camboja, y á mí despachó á Cochinchina, para dar nuevas de lo que pasaba, y que llevase los navíos á Camboja: y luego, en el camino tuve nuevas de la pelea que había nuestra armada tenido, y me volví con el rey á Camboja. Cuando llegamos á la primera poblazon del reyno, supimos de las espias, que habían venido delante, que como la nueva de los navíos no había sido verdad, y Ocuña de Chu tardaba tanto, las provincias, donde recogieron los dos hermanos, los habian levantado por reyes, y que tenía guerra el uno con el otro; y que los Teles habían venido á pelear con los gobernadores, y que ellos se habían dividido, y había cada uno obedecido á quien mejor le pareció. Pero, que Ocuña Lacasamana la una cabeza de los Malayos, tenía el mas poder de artillería y Paroes, y que había venido un junco de Japones, que era el que estaba en Cochinchina, cuando nuestra armada estaba allí, y que estaba con Chupinannu; donde se tuvo esta nueva, se juntó la armada de mar y tierra, y hallaron, poca gente, para entrar de guerra. Hicieron allí una fortaleza, y enviaron á pedir mas gente á Lao. Entretanto, despacharon cartas secretas, á tentar los corazones de los grandes. La gente de Lao tardaba, y respuestas de las cartas no venían, y allí no se tenían por seguros, y estuvieron en Consejo de volverse á Lao, pero en esto llegó nueva de Ocuña Lacasamana, uno de los Malayos, que estaba en sus tierras hecho fuerte, en que decía, que estaba de su parte, aunque había dado obediencia á Chupinannu; pero, que era fingida, visto que tardaba, en entrando, se pasaría de su parte. Luego vino nueva de otro gobernador Camboja, diciendo, que aunque había obedecido á Chupinanu, que se fuese el rey á él donde estaba, que él daría en Chupinanu, y lo desposeería ó mataría, que para eso tenía cuatro mil hombres, con los cuales estaba hecho fuerte en un monte. Envió con esta nueva un pariente suyo: deste se fiaron todos, y luego caminamos para allá, y cuando supo que el rey iba, dió en el otro, y lo desbarató, y luego nos salió á recibir, y así entramos, y luego se entregó aquella provincia y otras muchas. Chupinanu se retiró á unos montes, acudieron luego los dos Malayos, cada uno con su gente, y tambien vinieron los Japones. Luego mandó el rey seguir á Chupinanu, hasta que lo prendieron y mataron. Prendió luego otro que estaba en otra provincia por juez, y lo mató. Comenzó luego guerra contra el mayor, y contra los Teles, que tampoco quisieron obedecer. A este tiempo llegó una embarcacion de Malaca, en que vinieron catorce Españoles de los de nuestra armada, que arribaron á Malaca, con los cuales el rey holgó mucho, y les hizo muchas honras, y estimó en mucho; sabiendo que eran de los que habían muerto al tirano, y de todo el reyno eran estrañamente amados y respetados. El capitan Diego Belloso los quiso sujetar á su obediencia, por virtud de un papel antiguo que tenía de Malaca, esto defendí yo, alegando que el derecho desta jurisdiccion debía ser de Manila, pues de allá era este reyno restaurado[86], y que aquellos eran Castellanos, y no tenían que ver con su papel, ni con Malaca; el rey respondió (ante quien pasó esto) que entre los dos, y en aquellas cosas, no se quería meter. Algunos de los que vinieron, siguieron su opinion, y otros la mía; y así hemos andado hasta agora, que ha sido causa de que yo no pidiese al rey fortaleza, para asegurar nuestras personas, que era ya pié para algun negocio[87], y no nos sucediera, lo que despues diré. Luego que llegaron, despachó el rey una embajada para Cochinchina, con un Español y un Camboja, en busca del padre Fr. Alonso Ximenez, y de algunos Españoles, que tuvimos por nuevas que allí habían quedado; cautivólos el Champan, no han vuelto; fuéronse luego siguiendo las guerras, y á todos íbamos, Españoles y Japones, y cuanto acometíamos, con ayuda de Dios ganábamos; y donde no íbamos, siempre se perdía: de manera que ganamos mucha reputacion, eramos de los amigos amados, y de los enemigos temidos. Estando nosotros en una entrada, se quiso levantar Ocuña de Chu, que ya se llamaba Mambaray, que es el mayor título del reyno, ayudábale el uno de los cabezas de los Malayos, llamado Cancona. Envió el rey á llamarme, y que llevase conmigo los Españoles de mi parte, y que quedase Diego Belloso, que ambos estábamos por cabezas, y siempre lo somos, á cualquiera guerra, que cualquiera de nosotros va. Yo fuí á su llamado, y contóme como aquellos lo querían matar, y quitar el reyno, que le diese remedio. El Mambaray era quien gobernaba el reyno. Y por ser el rey muchacho y tomarse de vino, lo tenía en poco y quería él ser rey. Al fin, yo con los Españoles, lo maté y sus hijos prendieron luego, y los mataron. Fuese luego á prender al Malayo Cancona, y matáronlo y quedó seguro deste riesgo por Españoles. Volvimos luego á la guerra, y supe de otro grande, que estaba por cabeza de una provincia, que se quería levantar, y pasarse á la banda de Chupinanon; prendílo, y matélo, haciéndole su causa. Con lo cual el rey nos amaba estrañamente, y el reyno nos temía; allanóse aquella provincia y volvimos al rey. En este tiempo llegó una embarcacion de Sian, que iba de embajada para Manila, y arribó aqui. Vino en ella el padre Fr. Pedro Custodio, y algunos Portugueses. Con la venida del padre holgó el rey mucho, y quería hacerle iglesia. Juntámonos todos, y seguimos la guerra, y volvimos otra vez dejando muchas provincias á la obediencia del rey, y Chupinanon retirado á unos montes, y casi acabada la guerra. En este tiempo vinieron muchos Laos, y por cabeza un pariente de su rey, que hasta entonces no habían hecho nada, ni sonaban; y no sé si por envidia de vernos tan adelante con el rey, y con los del reyno, ó si lo traían de su tierra tratado. Mataron con poca ocasion un Español, y pidiendo nosotros sobre esto justicia al rey, él mandó á sus Mandarines, que juzgasen el caso, entre tanto enviamos á llamar los Japones, que estaban en la guerra, en otra parte; para que, si no se hacía justicia, tomar venganza; los Laos, ó temiéndose desto, ó que de hecho querían acabarnos, dieron de noche sobre nuestras casas; de manera que mataron al padre y algunos de los Españoles. que habían venido con él, que estaban enfermos, y mataron algunos Japones, porque con todos era su pasion; los demas nos escapamos, y nos metimos en el navío de los Japones, y allí nos defendimos hasta que llegaron ellos.

Los Laos hicieron una fortaleza y se hicieron en ella fuertes: serían cantidad de seis mil, y enviaron á decir al rey, que por ninguna justicia que mandase hacer, no habían de estar. De las muertes pesó mucho á el rey, y del desacato que con él usaban; pero por no quebrar con su rey, no nos quiso dar gente, para dar en ellos, aunque se la pedimos muchas veces, y nosotros no lo hizimos por haber quedado sin armas; el rey envió dello aviso á Lao; nosotros quedamos por entonces desnudos, sin haciendas, sin armas y sin justicia, ni venganza, y muy disgustados con el rey, aunque el siempre nos enviaba disculpas, diciendo, que si el rey de Lao no hiciere en ello justicia, que él la haría, y que para eso no los dejaría ir de su tierra, y enviábanos de comer y alguna ropa y armas. Despachóse en este tiempo un navío de embajada para Malaca, en el cual nos queríamos todos ir, pero el rey, ni sus madres, no consintieron que Diego Belloso, ni yo, nos fuésemos; algunos se fueron en él, y otros se volvieron á Sian; y otros quedaron con nosotros, haciéndonos el rey de allí adelante mas regalos que nunca. Los Japones se recogieron á su navío, y no quisieron mas seguir la guerra. Sabido por los enemigos que estábamos desbaratados, juntaron mucha gente, y volvieron á ganar muchas tierras, sin defensa. Pidió el rey á los Laos, que fuesen á la guerra, pues le habían desbaratado quien le defendia su tierra, fueron y perdieron la primera batalla, y volvieron todos desbaratados, quedando muchos muertos y otros heridos. Chupinanon siguió la victoria y llegó á vista de donde el rey estaba, un río en medio; aquí el rey hizo poco caso de los Laos, y nos persuadió á nosotros, y á los Japones, que volviésemos á tomar las armas, y le defendiésemos. En este tiempo ya nos habíamos todos reformado de armas y municiones, y con muchos ruegos del rey y de sus madres, fuimos á la guerra, á socorrer una fortaleza, que Chupinanon tenía cercada; y ganamos dos batallas, y los retiramos, ganándole lo que él había acabado de ganar; y otras que habían quedado por aquella parte, tomando mucho arroz á los enemigos, y bastimientos con que se reformó la gente del rey que padecía necesidad, y nos recogimos. Esto hicimos yo y los Españoles, y Japones de mi parte, y Diego Belloso y los suyos fué á los Teles, y mató al rey dellos, y ganó una parte de la provincia, y se volvió. En este tiempo llegó un navío de Portugueses de Malaca con mercaderías; por lo cual, y visto lo que habíamos hecho, nos cobraron grande miedo los Laos, y sin licencia del rey, se partieron en embarcaciones para su tierra; á esto acudimos al rey á que no los dejase ir sin hacer justicia, si no quería quebrar la amistad con Luzon y con Malaca. El respondió, que no se atrevía á detenerlos, pero, que si queríamos ir tras dellos, que él de secreto nos daría gente, si nos atrevíamos á pelear con ellos. Y así nos negociamos todos en diez Paroes, y los seguimos; y como iban muy delante y con miedo, no pudimos en muchos dias alcanzarlos; por lo cual se volvió Belloso con algunos Españoles y Japones. Yo seguí con muchas dificultades, por unas grandes corrientes, que en parte pujábamos los Paroes con cuerdas, aunque con poca gente, hasta que alcancé muchos dellos, y les tomé sus Paroes y haciendas de que nos remediamos todos y cobramos mucha mas reputación; de presente la tenemos, y mejor puesto que nunca jamas nacion tuvo en reynos estraños. Somos muy amados del rey y de los suyos, y de los que son naturales, y muy temidos de los estrangeros, y así se nos guarda en toda parte del reyno mucho respeto. Hanos dado al capitan Diego Belloso y á mí títulos de grandes, los mayores de su reyno, para ser mas respetados y temidos, y mas obedecidos. Estan en nuestros nombres dos provincias, las mejores del reyno, que se nos entregarán, luego que se quieten las cosas de la guerra, y se hagan cortes para jurar el rey, que no se ha hecho. Entre tanto nos servimos de otra gente, que él nos manda dar. Para tener entera mano y mando en el reyno, no hay de por medio mas de Ocuña Lacasamana, cabeza de los Malayos, que por tener mucha gente, le agrada el rey, y porque lo ha menester por las guerras que tiene. Con la gente deste tienen los Españoles algunos encuentros, por lo cual, nos recatamos los unos de los otros. He contado á v. m. estas guerras, y cosas tan por menudo, para que se vea, si su Magestad tiene algun derecho, con justificacion y justicia, para tomar deste reyno alguna parte, pues su armada dió muerte á quien la poseía quietamente[88], y al heredero dél, echado aparte, donde tenía ya quitada la esperanza de volverlo jamás á poseer[89]; y despues acá vuelto á conquistar por sus vasallos, y haberle guardado y defendido su persona de sus enemigos; porque esperar á que él voluntario lo dé, no será jamas, porque antes se teme tener muchos Españoles en su tierra, aunque los ama, porque recela, no le quiten el reyno, porque vé, que no está mas de en querer; esto le insisten algunos enemigos nuestros, en especial los moros[90]. Pido y suplico á v. m. sea parte, pues tanto en ello puede, que no se largue mano desta tierra, pues tanto se ha hecho en ella, y en tan buen punto se ha puesto[91], y de tanta importancia es tener una fortaleza en tierra firme, pues es principio para grandes cosas, que como se venga de hecho á ello, y él vea fuerza en esta tierra, aunque tenga mala voluntad, ha de hacer lo que conociere que es justicia. Esto digo por su madre, tía y agüela, que son quien mandan y gobiernan; que él, no es mas de como ellas le dicen; él es niño, y se toma de vino mas que su padre, y todo se le va en juegos y cazas, y no se le da mas del reyno que de nada. Por lo cual, si él viere, que hay muchos Españoles, que nadie les puede ofender, él hará cuanto quisieren, porque (como digo) los ama; y tambien los contrarios no se atreverán á contradecir. Y si por ventura en esa tierra hubiere de presente tan poca gente, que no se pueda enviar cosa grande, alomenos alguna, la que mas fuere posible, en compañia de los padres, por no perder esta jurisdicción, y accion en alguna cosa; porque Diego Belloso envió á pedir á Malaca religiosos y gente y papeles, para ser él por aquella vía justicia de la tierra, y entregar á Malaca esta jurisdiccion. Y pues, por ese reyno ha sido este restaurado, no permita v. m. que se haya labrado para que otros cobren el fruto, y si vinieren algunos soldados, y por ser pocos, y no temerlos, no les dieren con que se sustenten, yo haré acá lo que v. m. me mandase (que es razon) y ro pudiere, hasta que vengan mas, que aunque les pese, lo den, y vengan oprimidos con buenos papeles, porque como las tierras son largas, no quieran usar de sus libertades, que por no tener sujecion, sea causa lo que nos sucedió con los Laos. Esta embarcacion he despachado con mucho trabajo, por dársele á el rey poco por nada, y por haber tenido muchos contrarios que la impedían, que claro es, que no han de gustar los Mandarines naturales ni estrangeros, que haya en el reyno quien les mande á ellos; y por estar yo pobre, que hasta agora he vivido de la guerra, y de sus provechos me he sustentado, por estar el rey tambien muy pobre, por las muchas guerras. El Español que va es muy buen soldado y pobre, que para poder ir, le he ayudado para ello, con mi miseria. V. m. sea servido á él al Camboja ayudarles, para que el Camboja conozca algunas de las grandezas de su Magestad. Holgárame ser el portador, para dar á v. m. larga relacion destas cosas y de otras particularidades, y de la fertilidad destos reynos; pero el rey ni sus madres, no me han dejado ir, como el portador contará esto y otras cosas, á quien v. m. podrá dar credito, como á persona desapasionada en todo, que agora vino de Macan. Por las muchas guerras, no tiene el rey muchas cosas que enviar á v. m. Envia dos dientes de marfil, y un esclavo, que v. m. le perdone, que el año que viene, enviará muchas cosas, si su tierra se acaba de allanar, que aun todavía tiene que hacer en ella. Héle dicho y persuadido que envie á pedir á esa ciudad soldados, para acabar de allanar la tierra; no han querido sus madres por ningun caso; yo he imaginado, cierto, que lo hacen, por no prometerles tierras, de que se sustenten, ó porque no se la tomen. Pero, cuando estaban en el Lao, bien largas las prometían: pero, si lo hecho no basta, para tener aucion, baste la misericordia de Dios. Al despacho desta embajada, dijimos Diego Belloso y yo al rey, que si no nos daba las tierras que nos había prometido, que nos queríamos ir á Luzon, porque no teníamos ya con que sustentarnos. Sobre esto hubo muchas cosas, pero al fin nos las dió, y así va puesto en la embajada, pero diólas con cargo, de que las habíamos de tener en su servicio y á su obediencia. Por lo cual, tendré mas fuerzas para el servicio de v. m. En los gastos que hice en esa ciudad, gasté lo que tenia, y en sustentar la gente en este reyno; para ello, tomé la plata de los grumetes que en mi navío venían, y aunque les pagué con alguna que en los navíos[92] se halló, Gallinato no lo consintió, antes la tomó toda en sí, y en Malaca me la hicieron pagar de la hacienda que en el navío mío iba; eso consintiendo, que fuesen pagados de la de las presas, pues se dió por justa la guerra[93]; por lo cual quedo de presente sin ninguna hacienda. Y así, no tengo con que servir á v. m. como tengo obligacion, y yo quisiera. Acordándome de la armería de v. m. tan curiosa, envío un frasco y frasquillo de marfil; v. m. me perdone la poquedad, que el año que viene, prometo enmienda, y v. m. me envie á mandar, cosas de su servicio, que será para mi grande merced; y me la haga de amparar mis cosas, para que con el calor de v. m. tengan algun merecimiento. Y confiado en esto, nuestro Señor á v. m. guarde, y en mayor estado acreciente como este servidor de v. m. en sus cosas desea; de Camboja á veinte de julio, de mil y quinientos y noventa y ocho años, de v. m. servidor, Blas Ruiz de Hernan Gonzalez.


Con esta nueva y despacho que vino de Camboja, se entendió en Manila el buen efecto que se había seguido, de la quedada de Diego Belloso y Blas Ruiz en aquella tierra, y animándose mas don Luis Dasmariñas á la empresa que tenía puesta en práctica, la trató con mas calor; y porque todavía se dificultaba de la justificacion con que podía entrar en Camboja, con gente de guerra (á mas que á favorecer, y acabar de asentar en su reyno á Prauncar, y dejarle predicadores), se dijo por su parte, que habiendo cumplido con lo dicho, con el favor necesario del mismo rey de Camboja, pasaría al reyno de Champan su vecino, á apoderarse del por su Magestad, echando de allí un tirano, que lo señoreaba, enemigo comun de todos aquellos reynos; y que desde una fortaleza que tiene junto á la mar, salía á todos los navegantes, y los robaba, y cautivaba, y tenía hechos otros muchos delitos, muertes y robos, en Portugueses y otras naciones, que les era fuerza pasar por sus costas, á las contrataciones y viajes, de China, Macan y Xapon y otros reynos, de que estaban hechas bastantes informaciones; por las cuales, los teólogos y juristas, tenían dada por justificada la guerra contra Champan, y la conquista de sus tierras; y que este puesto era de no menos importancia, para los Españoles, que el de Camboja[94].

Consultado lo que acerca de esto parecía mas conveniente, por el gobernador y presidente don Francisco Tello, con el audiencia y otras personas religiosos y capitanes, se tomó resolucion; de que, pues don Luis se ofrecía á hacer á su costa esta jornada, con las personas que le querían seguir en ella, se pusiese en ejecucion[95]; así se hizo el asiento con él en la sustancia dicha, llevando la gente á su cargo, con comision y recaudos del gobernador, para las cosas de el gobierno y guerra, y provisiones de la audiencia, para lo de justicia, y se fué aprestando de navios y gente, y bastimientos, para salir con la brevedad que convenía.

En este tiempo, despachó el gobernador don Francisco Tello á don Juan de Zamudio, con un navío mediano, á la gran China, á procurar con el Virrey de Canton la comunicacion y trato con los Españoles en su provincia, y á que trujese para los almacenes reales de Manila salitre y metales de que había falta. Hizo su viaje (don Juan) con buen tiempo; y habiéndose puesto sobre la costa de Canton, envió algunas personas de su compañía á la ciudad, con despachos al Tuton, que es lo mismo que Virrey. El cual, entendida la venida de los Españoles, y la causa della, los oyó, y hizo buen tratamiento. Los Portugueses que residen en Macan, cerca de la misma ciudad de Canton, hicieron muchas diligencias con el Virrey y con el Conchifú, y otros Mandarines, para que no admitiesen en su tierra á los Castellanos de Manila, imputándoles, que eran corsarios y gente de mal hacer, y que se alzaban con los reynos y provincias donde llegaban[96]; y les dijeron tantas cosas, que bastaran á destruirlos, si el Virrey y Mandarines no miraran la causa desapasionadamente, que conocieron ser odio y enemistad declarada de los Portugueses; y que les movía desear que los Castellanos no tuviesen contratacion en China, por su propio interese. Llegó el negocio á tanto, que puesto en justicia, se puso silencio á los Portugueses de Macan con graves penas corporales[97]; y á los Castellanos se dió y señaló puerto en la misma costa, llamado el Pinal, doce leguas de la ciudad de Canton, en que entonces y siempre pudiesen venir y surgir, y poblar por propio suyo, con chapas[98] y provisiones bastantes para ello. Con lo cual don Juan de Zamudio entró con el navío en el Pinal, siendo allí muy proveido de todo lo necesario por los Chinas á precios moderados, yendo y viniendo los Españoles por el río á Canton, en lorchas y champanes á hacer sus empleos. Los días que en el dicho puerto se detuvieron, en la ciudad fueron siempre bien acogidos y hospedados en casas dentro de los muros, andando por las calles libremente y con armas, cosa muy nueva y particular en China, con forasteros, de que los Portugueses (con quienes no se hace), estaban tan maravillados y envidiosos, que procuraban por todas vías impedirlo, hasta ponerse en venir de Macan de noche con embarcaciones al Pinal á poner fuego al navío de los Castellanos, que no pudo tener efecto, porque habiendo sido sentidos, se les hizo la resistencia necesaria, y siempre se hizo buena guardia al navío, hasta que salió de allí, acabados sus negocios y empleos, con mucho gusto de los Chinas, y con chapas y provisiones que le dieron para lo de adelante. Llegó á Manila en principio del año de mil y quinientos y noventa y nueve.

Despues que don Luis Dasmariñas tuvo aderezados dos navíos medianos, y una galeota con doscientos hombres de su compañía, que le quisieron seguir en esta empresa á Camboja, de los que andaban á Manila sin sueldo, con los bastimentos y municiones necesarias y bien armados, y en su compañia Fr. Alonso Ximenez, y Fr. Diego Aduarte, de la orden de Santo Domingo; y la de San Francisco, Fr. Juan Bautista, y algunos Japones y Indios naturales de Manila, se hizo á la vela (de la bahía con la armada) mediado el mes de julio[99], del año de noventa y ocho, con los tiempos algo contrarios, por haber entrado los vendabales, pero el deseo de hacer su viaje y no perder tiempo, y salir de Manila (que era la mayor dificultad) le hizo no reparar en lo del tiempo; parecióle, que salido á la mar, se podría entretener en la costa, en el puerto de Bolinao.

Esta traza no salió tan bien como don Luis pensó, porque luego que la armada destos tres navíos salió de la bahía, le cargó tanto el tiempo, que no pudo tomar el puerto de Bolinao, ni tenerse en la mar; y haciendo agua la Capitana, volvieron los navíos á la boca de la bahía, sobre Miraveles[100], donde se detuvieron algunos días aderezándose. Volvieron á salir, habiéndose aplacado el tiempo, y cargóles de nuevo de manera, que unos navíos se apartaron de otros, y con trabajo la galeota, que era de menos fuerza, tomó el puerto de Cagayan, y entró por la barra de Camalayuga, á la ciudad de Segovia, en la cabeza de la isla de Luzon, frontera de la grande China, bien destrozada y con hasta necesidad, donde el alcalde mayor de aquesa provincia le dió el recaudo y avío necesario. El capitan Luis Ortíz, que iba por cabo desta galeota, con veinte y cinco Españoles y algunos Indios, se dió buena priesa en su despacho, y volvió á salir de aquel puerto, en busca de la armada que había de seguir, conforme á las instrucciones, la vuelta de la barra del río de Camboja, á donde iban derechos; no hubo bien salido de Cagayan, cuando el navío almiranta entró en el mismo puerto, con la necesidad que la galeota había traído, donde tambien se detuvo algunos días en aderezarse. Y volvió á salir en demanda de la capitana y galeota; la capitana (como navío de mas fuerza) se tuvo á la mar con trabajo, y por durar mucho tiempo, le fué forzoso correr largo la vuelta de China; y siempre el tiempo estuvo tan fijo, que sin poder mejorar su viaje, hubo de llegar con muchas mares y cerrazon, á la costa de China, en unas islas pequeñas despobladas, por bajo de Macan, allí estuvo á riesgo de perderse muchas veces, alijando cada día lo que llevaba; la almiranta, despues de haber salido aderezada de Cagayan, hizo el mismo viaje con la misma tormenta, y fué á surgir cerca de la capitana, donde se perdió con algunas personas, sin escapar nada de la ropa[101]. La capitana recogió como pudo la gente que de la almiranta se salvó, y aunque algunos días se entretuvo, al cabo varó en tierra cerca de la costa, y comenzó á hacer tanta agua, que con ella, y los grandes golpes de mar, que le daban por el costado, se hizo pedazos, ya había perdido la chalupa, y siéndoles forzoso para salvar las personas, antes que el navío acabase de deshacerse, hicieron jangadas, y planchadas de maderos, y tablas en que salió don Luis con los religiosos y gente en tierra, hasta en cantidad de ciento y veinte Españoles, sacando algunas cosas de las de mas estimacion, y las armas y piezas de artillería mas mañeras, del dicho navío, dejando lo demas perdido, y todos mojados y tan mal parados, que algunos Chinas que salieron (de algunas poblazones que allí cerca estaban) á la costa, así por compadecerse de su pérdida, como por el interese de algunas cosas que les dieron, de lo que habían sacado, les proveyeron que comiesen, y un navío de no mucha capacidad de los de la tierra, en que saliesen de aquel paraje, y fuesen la vuelta de Macan y Canton, que no estaba lejos.

Don Luis y su gente, llegados á vista de Macan, despacharon de su compañía en navíos chinas á la ciudad y poblazon de los Portugueses dos soldados; avisándoles de su venida y trabajos, para que los ayudasen, y otros dos á Canton, para pedir al Virrey ó Tuton su ayuda y favor, para poderse aviar y salir de China, y seguir su viaje. Los de Macan, y su capitan mayor, don Pablo de Portugal, recibió tan mal á los Castellanos, que poniéndolos en prision, no los dejó volver á don Luis, y les envió á decir se fuese luego de la costa, porque no les harían menos mal tratamiento; y sabiendo que el capitan Hernando de los Rios[102], y otro su compañero, habían ido á Canton al mismo negocio, enviaron luego dos Portugueses de su cámara y regimiento, á hacer la contradiccion en la entrada en la China; diciendo, eran ladrones y corsarios, y gente de mal hacer como primero lo habían hecho á don Juan de Zamudio, que en esta sazon estaba con su navío, en el puerto del Pinal, como atras se ha referido.

El capitan Hernando de los Rios y su compañero, se encontraron en Canton, con el alferez Domingo de Artacho, y otros compañeros del navío de don Juan, y sabida la desgracia de la armada de don Luis, y como estaba perdido allí cerca, se juntaron y se defendieron de la calumnia y pretension de los Portugueses; de manera, que como ya lo mas se había vencido, en el particular de don Juan, el Virrey y Mandarines tuvieron noticia que todos eran de Manila, y quien era don Luis Dasmariñas, y como iba con su armada á Camboja, le recibieron con la misma voluntad, que á don Juan de Zamudio; y le dieron recaudo, para que entrase con él en el puerto del Pinal: donde ambos se juntaron con mucho sentimiento, de la pérdida de don Luis Dasmariñas, y mucho contento de hallar allí á don Juan de Zamudio con su gente, que los proveyese de algunas cosas que habían menester: y con su ayuda, compró luego don Luis un junco mediano fuerte, en que se metió con alguna de la gente, y artillería y ropa que le había quedado, gozando de la misma comodidad que los Españoles (del navío de don Juan de Zamudio), tenían en aquel puerto, con intento de detenerse allí, hasta que, con el aviso que se diere á Manila, se les enviase navíos, y lo demas que les conviniese, para desde allí proseguir la jornada de Camboja, de que don Luis nunca quiso mostrarse despedido ni desanimado.

Don Juan de Zamudio salió del Pinal, dejando en aquel puerto á don Luis Dasmariñas y su gente, en principio del año de noventa y nueve, y dentro de doce días entró en Manila; tras dél, despachó don Luis al alférez Francisco Rodriguez, con tres compañeros en un champan pequeño á Manila, pidiendo al gobernador y á sus valedores, socorro y remedio para la necesidad en que se hallaba, y navío, y lo necesario para proseguir la jornada á que había salido; y habiéndose entendido, así de don Juan de Zamudio, como del alférez Francisco Rodriguez (que tras del llegó á Manila) la pérdida de don Luis Dasmariñas y el estado en que se hallaba, viendo que le era imposible proseguir el viaje de Camboja, ni había caudal ni sustancia para volver á armar, ni tiempo para ello, se le compró luego un mediano navío, y con el mismo alferez Francisco Rodriguez, y algunos soldados en su compañía (de que volvió por capitan y cabo y bastimentos y otras cosas) se despachó de Manila al Pinal, con orden que don Francisco Tello envió á don Luis, para que se embarcase con su gente, y se viniese á las Filipinas, sin tratar por entonces de la jornada de Camboja, ni de otra cosa.

El capitan Hernando de los Rios, que asistía en Canton á los negocios de don Luis, escribió á el doctor Antonio de Morga, en esta sazon una carta, que para que mejor se entienda lo que en esto pasó, á la letra es como se sigue:


FERNANDO DE LOS RIOS CORONEL á el doctor antonio de morga, del consejo de su magestad, y su oydor en la real audencia y chancillería, de las filipinas, que nuestro señor guarde, en manila.


«Han sido tantos los trabajos, que nos han sucedido, en lo poco que ha que salimos de esa ciudad, que si de todos hubiera de dar cuenta á v. m. fuera cansarle, mayormente, que la brevedad, con que el señor don Juan se va, no da lugar. Y porque él dará entera relacion de todo, solo contaré lo que despues que llegamos á esta tierra nos ha sucedido, pues fué nuestro Señor servido, de hacer nuestros intentos, que era aguardar en Bolinao, que se pasáran los ruines tiempos que teníamos, y á vista del puerto, nos dió la tormenta que nos puso en harto riesgo; y nos fué fuerza venir á este reyno de China, donde entendimos, que por lo menos nos dejarian los Portugueses aderezar nuestro navío; y como quiso nuestro Señor que le perdiéramos, hemos padecido hartos trabajos, porque apenas se escapó cosa, y yo perdí mi hacienda, y alguna parte de la agena; porque á la sazon no me hallé presente, que el día antes, me había mandado mi general salir á buscar refresco, y un piloto de la costa, que por estar muy ruinmente pintada en las cartas, no sabíamos donde estábamos y no pude volver á el navío, por el tiempo que se levantó; á cuya causa, me fué forzoso ir á Canton, donde los Sangleyes que me llevaban á mí, y á los que conmigo desembarqué, nos levantaron, que habíamos muerto tres Sangleyes, que si allí no halláramos al alferez Domingo de Artacho, y Marcos de la Cueva, que estaban pleyteando contra los Portugueses, lo pasáramos muy mal[103]; quiso Dios, que con su favor negociásemos el pleyto, aunque sin probanza, ni tomar nuevas confesiones, nos condenaron á cincuenta taes de plata. Allí supimos, como había mes y medio, que se defendían de los Portugueses, que fueron, luego que llegaron, á decir que eran ladrones y levantados, y que eran gente que se alzaban con los reynos donde entraban, y otras cosas no dignas de escribirse; al fin todas sus diligencias buenas y malas, y aun bien malas, no les aprovechó, para que mediante buena diligencia y mucha plata, negociasen lo que no se pensaba, que fué, abrir puerto en esta tierra, para poder venir siempre con seguridad, y darles casa en Canton, que nunca con los Portugueses se ha hecho, de que estan, ó deben de estar mas corridos, y mas que les pusieron silencio, aunque este no fué parte, para que por otros medios (segun los Sangleyes nos decían, que era con ellos mismos) no intentasen de hacer todo el daño posible. Aborrecen tanto el nombre de Castellanos, cuanto no es posible decirlo, sino se experimenta como nosotros lo hemos experimentado por nuestros pecados: pues nos han puesto en harto estremo, como el señor don Juan dirá bien; pues que, escribiéndoles nuestro general como estaba perdido, muriendo de hambre entre infieles, y con tanto riesgo, y como él no iba á mercadear, sino que iba en servicio de su Magestad, el regalo que le hicieron fué prender á los mensajeros, y hasta agora los tienen en un calabozo. Y últimamente, estando en este puerto, con los trabajos y riesgos que dirá el señor don Juan, y ellos tan vecinos, no sólo nos dejan padecer, pero si hay algunos bien intencionados, les tienen vedado el comunicarnos, ni darnos nada, no sólo con penas temporales, sino espirituales que verdaderamente considerar esta crueldad, y mas quien como nosotros hace experiencía della, agota la paciencia. Dios nos la dé y remedio por su misericordia, porque estos infieles es la gente que mas estragada tiene la luz natural, de cuantos hay en el mundo: y así, para tratar con ellos, es menester ángeles y no hombres. Y pues, van Historiadores de lo que por acá pasa, no me deterné en esto; sólo digo; para que se entienda en que tierra estamos, que es el verdadero reyno del Demonio; y donde parece que con todo imperio gobierna, y así, cada Sangley parece que le trae revestido, pues no hay malicia, ni engaño que no intentan. El gobierno, aunque en lo esterior, y con toda su orden y modo parece bueno en orden á su conservacion, pero experimentada la práctica, es todo traza del Diablo; y aunque aquí no roban y saltean á los forasteros públicamente, hácenlo por otro modo peor. El señor don Juan ha trabajado mucho, y cierto se le debe agradecimiento, pues ha hecho una cosa tan dificultosa (que dicen los Portugueses) que solo o Demo, ó él lo podían haber hecho; aunque es verdad, que le cuesta (segun he entendido) al pié de siete mil pesos, y el riesgo en que se ha visto; porque le han procurado abrasar con su navío, aunque sus trazas les salieron vanas, sienten (lo que no se puede decir) los Portugueses, que aquí vengamos á emplear, por el daño notable que reciben; aunque verdad es, que bien considerado, si esto se entablase en buena conformidad, antes ganaban ellos; porque se deshacen de mil cosas que tienen, y se remedian la mayor parte, en especial los pobres, vendiendo cosas de sus manos, y de lo que tienen de la India, que siempre se lo pagan muy bien; y en lo que toca á subirles las mercaderías, entablado una vez, y que los Sangleyes entendiesen, habían de acudir cada año, bajaría mucha mas mercadería: cuanto y mas, que Canton tiene tanta, que hay para otros tantos mas sobrado, como se ha visto por los ojos. Y soy testigo, que si de solo un género quieren cargar un navío (aunque sean agujas) pueden; mayormente, que la mayor parte de lo que ellos gastan, no son los géneros que nosotros compramos, la mayor gruesa es seda cruda; y así entiendo, que en proseguir esto, sería de mucho interés para esa ciudad, por las razones que se me ofrecen. Y es la primera, porque si diesen orden que viniese un navío, capaz de poder emplear la gruesa del dinero de esa ciudad, con muchos menos dineros se compraría mucha mas hacienda y mejor, y en los géneros que fueren de mas ganancia; pues al fin, lo que con nosotros interesan los Chincheos, ahorraríamos, que es mucho.

»Lo segundo, sería proveida esa cuidad de todo lo necesario, porque hay en esta ciudad de Canton, cuanto se puede desear.

»Lo tercero, se evitaría con esto el demasiado comercio de los Sangleyes en esa ciudad, que hacen el daño que v. m. sabe, y aun el que no sabemos, y es gente, que mientras menos se admitiere, nos irá mejor en todo, y así, no será menester, que haya mas de los necesarios, para el servicio de la república, y ni nos encarecerán los bastimentos, ni atravesarán lo que queda en la tierra, como agora hacen, y se evitarán hartos pecados perniciosos, que hacen, y pegan á los Naturales, y aunque esto parece que tenga alguna dificultad entablarlo, y allanar á los Portugueses, se podría acabar.

»Lo cuarto, porque yendo de aquí el empleo, llega á esa ciudad por Navidad, y cada uno mete su hacienda en su casa, la apareja y ordena, y entonces, aunque las naos de Castilla vengan temprano, no se recibe daño como agora, que si vienen antes del empleo, se sube ciento por ciento la mercancía.

»Lo quinto, que podrían facilmente estar cargadas en todo Mayo, y gozar de los primeros vendabales, que algunas veces entran mediado Junio, y antes; y saliendo en este tiempo, van con menos riesgo, y llegarán mas de un mes, y aun dos antes á la Nueva España; y entonces, pueden de allá salir por Enero, y venir aquí por Abril, sin ningun riesgo, que de venir tarde se les sige entre estas islas, como sabemos.

»Lo sesto, se evitarían al tiempo del empleo hartos inconvenientes, como hay, los cuales sabe v. m. y para los vecinos, sería de menos trabajo; tambien para lo tocante á la carga y repartirla (es cierto), se podría hacer con mas orden, y se sabría á quien se ha de dar, y se remediaría mejor, para no dejar emplear dinero de Méjico, ni compañias: que sólo evitar esto con todo rigor, bastaría á prosperar á Manila en poco tiempo; porque, si solos los vecinos enviasen sus haciendas empleadas, cierto es, que toda la máquina del dinero de los de Méjico, habían de emplearla de la que de acá fuese; digo de Manila, si á ellos no les dejasen emplear en esa Ciudad; y yendo menos mercaderías de acá, y habiéndo allá mas compradores, valdría al doble la hacienda. Esto bien se ve, y sí como vs. mercedes han empezado á remediar esto, lo llevan con rigor muy adelante, se ha de prosperar mucho esa ciudad; pues no enviando á la Nueva España otra hacienda, sino solo la desa ciudad, mayormente, empleándola en esta tierra, era toda la prosperidad que se podía desear. Y si echamos de ver el bien y merced, que su Magestad nos hace en esto, lo estimaríamos harto mas, que se estima; pero creo, que lo hemos de llorar, cuando por ventura nos lo quiten. Podría alguno decir en contra desto que he dicho, de que se venga á emplear acá, que se defrauda á su Magestad el almojarifasgo, y derechos que ahora dan los Sangleyes, y de los tributos que dan, y todo tiene remedio, pues con solo los fletes, ahorraría mucho mas su Magestad, y con comprar aquí municiones, y otras cosas de que tiene necesidad, para la conservacion de esa tierra, al doble mas baratas y abundantes, y no sujetos que las lleven, cuando quieren y otras veces nos dejan sin ellas, como ya hacen cada año, pues nos fuerzan á irlas á buscar; y en lo tocante á los tributos, yo creo, se daría su Magestad por harto mas servido, de que no viniesen Sangleyes, que cobrar tributo, y por aquí podría ser, ordenase nuestro Señor, se abriese puerta para la predicacion del Evangelio, y conversion de la gente, que tanto su Magestad desea, y es lo principal que pretende; y al fin, principio quieren las cosas, y se iria abriendo camino, aunque agora parece estar cerrado, pues esperar á que los Portugueses procuren esto, no sé cuando lo harán, pues en tanto tiempo como há que poblaron aquí, no lo procuran; y aun los mismos Sangleyes lo dicen, que empezaron como nosotros, y primero iban y venían, despues se quedaron dos enfermos, y otro año hicieron cuatro casas, y así se fueron aumentando: y para hacer otro tanto, yo sé que no hay otra dificultad, sino la que ellos causan. Es cosa que espanta, volviendo á sus contradicciones, pues no sólo sienten el venir aquí, sino tambien de que vamos á Camboja, ni á Sian; dicen que son sus distritos, y no sé porque les dan este nombre, pues es muy al contrario, sino es porque de flojos les hemos dejado alzar con nuestras pertinencias, que es allá cerca del estrecho de Malaca, entra dentro de la línea de la demarcacion, que cupo á la corona de Castilla: como yo les daría bien á entender, si se ofreciera ocasion; y se verá en la Historia de las Indias, en el capítulo ciento y dos, atras y adelante; donde, á pedimento dellos, echó su Santidad la línea dicha, desde trescientas y setenta leguas, mas al poniente de las islas de Caboverde, que llamaban Espéricas, y los ciento y ochenta grados de longitud, que á ellos les cabía, se remata y acaba (como he dicho) cerca del estrecho dicho[104]; y todo lo demas nos pertenece; mayormente, que pues somos de un rey, ¿dónde se sufre, que nos veden todas nuestras contrataciones? Porque ellos impiden el Maluco, Sian, Camboja, Cochinchina, China, y todo lo demas deste Archipiélago. Pues, ¿qué hemos de hacer, si se quieren alzar con todo? Cierto, esto va muy fuera de razon. Héme alargado en esto, para decir mi sentimiento. De la fertilidad y disposición de la tierra, y de la grandeza della, no escribo á v. m. hasta que nos vamos, que entonces procuraré llevarla bien amplia, y demarcadas estas cosas, que no hay nada puesto en razon.

»Es la mejor costa que hay en lo descubierto, y mas acomodada para galeras, si Dios ordenase viniesen por acá, ya yo tengo ojeado donde tiene el rey su tesoro[105], tierra es muy rica, y la ciudad de Canton muy abundante, aunque en materia de edificios, no hay que decir nada, que toda ella tiene pocos de consideración, segun me informé de un Teatino Sangley, con el cual gusté mucho hablar (aunque sola una tarde pude hacerlo); era hombre de buena razon y traza, y dicen que estudiante. Contóme, como en Paquien [106] donde está el rey, y en Lanquien [107], tienen los padres de la Compañía tres casas, ya en pacífica posesion, y hay siete padres entre los cuales está uno, que se llama el padre Ricio[108], compañero del padre Rugero, que se fué á Roma; es muy buen matemático y hales corregido sus reportorios, que tenían muchos yerros y opiniones falsas, y en la fábrica del mundo tambien, que le consideraban llano. Hízoles un Globo y una Esfera, y con esto, y con los buenos argumentos y razones que les dan, los tienen por gente venida del cielo. Dice que hay allá grandísima disposición de convertirse, si hubiese ministros, y allá no estrañan los forasteros, como en ésta. Dice es la gente muy mas sencilla y razonable, y así llaman á los de aquí bárbaros. Dice, está Lanquien en el altura de Toledo, que es en treinta grados y dos tercios[109], y de allí á Paquien, tardan veinte y cinco días de camino, que á la razon debe de estar en mas de cincuenta grados[110]. Viene este hermano cada año, por el estipendio que les dan los de acá, para estas tres casas, esperan agora á un gran amigo suyo, que ha de ser segunda persona del rey. Toda esta tierra se navega, y por eso abunda de todo, porque se traen por ríos las cosas, sin ser necesario cargar una bestia, que es la mayor grandeza. El que quisiere pintar la China, sin haberla visto, pinte una tierra, muy llena de rios y de poblazones, que no hay palmo que dejen holgar. Yo quisiera estar mas de espacio, para decir algunas cosas della, que con particular cuidado he notado, y informádome, y será Dios servido, sea yo el mensajero. Las cosas de Camboja están en buena disposición, y llegaríamos á muy buen tiempo, si nuestro Señor es servido, salgamos con bien de aquí. El rey envió un navío por fin de Agosto á esa ciudad, á pedir socorro, no sé si habrá llegado, ó si tornaria á arribar, que salió muy tarde. Blas Ruiz enviaba cincuenta picos de Camanguían, hale encomendado y dado el rey (segun nos dicen) nueve mil vasallos, y otros tantos á Belloso.

»Nosotros quedamos al presente, en la necesidad que dirá el señor don Juan Zamudio. Suplico á v. m. nos socorran, pues importa tanto; y á mi señora doña Juana, beso muchas veces las manos, y guarde nuestro señor á v. m. muchos años, con la prosperidad y descanso que sus servidores deseamos, del puerto del Pinal, helado de frio, á veinte y tres de Diciembre, de noventa y ocho años.

»Mi hermano si viniere antes que yo vuelva, suplico á v. m. pues es tan propio de v. m. hacer á todos bien (mayormente á los de aquella tierra) reciba él, la que v. m. siempre me ha hecho, Fernando de los Rios Coronel.»


Despues de salido don Juan de Zamudio del Pinal, donde quedó don Luis Dasmariñas con su junco, aguardando el socorro que de Manila esperaba, y había pedido, con don Juan y con el alferez Francisco Rodriguez, pareciéndole, que habían pasado algunos dias, y que tardaba la respuesta, y que allí padecía su gente necesidades y frios; quiso probar á salir con el junco á la mar, la vuelta de Manila, á que el tiempo no le dió lugar, ni el navío era suficiente con la gente que tenía, para atravesar; fuese entretenido cerca del puerto, donde los Portugueses de Macan le enviaron de nuevo muchos recaudos y requerimientos, para que luego se fuese de la costa; apercibiéndole, le prenderían, y á los de su compañía, y los enviarían á la India, y serían con rigor castigados. Don Luis les respondió siempre, que su venida no había sido en daño ni ofensa suya, sino en servicio de Dios y de su Magestad, al reyno de Camboja; que se había perdido, y padecido muchos trabajos; en los cuales, los mayores habían sido con los mismos Portugueses de Macan, vasallos de su Magestad, y esperaba recaudo de Manila, para poder volver allá, que les pedía y requería, le ayudasen y favoreciesen, y le soltasen los dos Castellanos que le tenían presos; y que, si sobre todo esto, le quisieren hacer algun agravio y ofensa, se había de defender como pudiese, protestándoles los daños que dello resultasen, que fuesen á su cuenta. Siempre de allí adelante se veló don Luis Dasmariñas en su navío, teniendo listas las armas, y cargada la artillería, guardándose de día y de noche; y no se engañó, porque los de Macan determinaron salirle á buscar y prender; y para ello, el mismo capitan mayor con algunas fustas, y otros navíos y gente con gorguzes, espingardas y versería, vinieron un día (que les pareció estarían los Castellanos descuidados) á dar sobre don Luis Dasmariñas, que receloso de lo que había de suceder, se halló con las armas en la mano, y viendo que la armada portuguesa le acometía, comenzó á jugar su mosquetería y arcabucería, y de algunas piezas tan apriesa, que haciendo grandísimo daño en sus contrarios, y en el navío en que venía el capitan mayor, matándole un paje, que estaba á sus espaldas, y otras personas, se retiró; y los demas navios de su armada, y hicieron alto desviados de don Luis que no los quería seguir, sino estarse á la mira; y no se atreviendo á volver á acometer, dieron la vuelta á Macan, y don Luis Dasmariñas se metió en el puerto del Pinal; donde le pareció estaría con mas seguridad, hasta que, llegado el capitan Francisco Rodriguez con el navio que llevó de Manila, se juntó con don Luis, y repartida la gente en ambos navíos, habiéndo hecho algunos empleos de lo que este navío postrero llevó de Manila, en la misma ciudad de Macan, que los Portugueses por su interes se lo daban y vendían, aunque con algun recato de la justicia. Dieron la vuelta para Manila, dejando en el Pinal algunas personas, muertas de enfermedad; y entre ellos, á Fr. Alonso Ximenez, que había sido el mayor promovedor desta empresa. Su compañero, Fr. Diego Aduarte, no quiso volver á Manila, y se fué á Macan, y por allí á Goa, para pasar en España[111]. Llegó don Luis con ambos navios á Manila; y quedó en este estado la vuelta, de don Luis á Camboja, y el tratar de la dicha empresa por su parte.

Ya está dicho, como la galeota (uno de los navíos desta armada de don Luis Dasmariñas) en que iba Luis Ortiz con veinte y cinco Españoles, despues de haber arribado á Cagayan, y aderezádose allí, volvió á salir con razonable tiempo, en busca de la armada. Este navío, aunque tan poco bastante para sustentarse con tormentas en la mar, permitió Dios que pudiese pasar por las que se le ofrecieron, sin perderse; y haciendo su camino por la costa de Cochinchina y Champan, por dentro de los bajos de Aynao, llegó á la barra de Camboja, y entendiendo hallar dentro todos, ó alguno de los navíos de su conserva, subió el rio arriba, hasta la ciudad de Chordemuco; donde halló á Diego Belloso y á Blas Ruiz de Hernan Gonzalez, con algunos Castellanos que se le habían juntado, y otros Portugueses venidos por la vía de Malaca; con cuya ayuda habían vencido muchas batallas, en favor del rey Prauncar, que estaba restituido en su reyno, aunque algunas provincias dél no habían acabado de pacificarse. Allí entendió como ni don Luis Dasmariñas, ni otro de su armada había llegado á Camboja, y ellos dijeron, como don Luis venía en persona con pujanza de navíos, gente, armas, y algunos religiosos, á lo que siempre había deseado en aquel reyno, y que no tardaría en llegar; y que esta galeota y gente eran de la dicha armada. Mucho se alegró Blas Ruiz y los Castellanos de su compañía, de nuevas tan á su propósito; pareciéndole que todo se le iba haciendo bien; y que de aquella vez, segun el punto que las cosas tenían, se acabarían y asentarían como pretendían. Diego Belloso y los suyos (aunque no mostraban pesarles) no tuvieron tanto contento, porque mas quisieran la buena conclusion desta jornada, y los premios della, para los Portugueses, y gobierno de la India, sobre que habían tenido algunas diferencias y encuentro con Blas Ruiz, pero como vieron el negocio en este punto, conformándose con el tiempo, todos se juntaron, Portugueses y Castellanos, y dijeron á Prauncar y á sus Mandarines, la venida del Alferez Luis Ortiz con su galeota y compañeros, y que eran parte de una buena armada, que luego entraría, en que venía en persona don Luis Dasmariñas, con religiosos y gente á ayudarle y servirle, en conformidad de lo que pocos meses antes había escrito á Manila que deseaba. El rey mostró contento, y algunos de sus Mandarines que amaban á los Españoles, y conocían los beneficios que hasta entonces dellos habían recibido, entendiendo aquello sería como se les decía; pero, á la madrastra del Rey, y otros Mandarines, que con ella tenían mano, en particular Ocuña Lacasamana moro Malavo, les pesó de la venida de los Españoles, pareciéndoles, que como gente valiente y tantos, y de tanto espíritu, como ya conocían, se señorearía de todo, ó á lo menos llevarían lo mejor, y quisieran habérselo á solas con el rey Prauncar, y así se les conoció el mal rostro que hacían á las cosas de los Españoles; cuanto por el contrario, Prauncar le hacia bueno: que luego mandó alojar los Españoles y su navío junto á la ciudad, en el sitio que Blas Ruiz y Diego Belloso tenían.

Antes que don Luis Dasmariñas saliese con su armada de Manila, trató el capitan Juan de Mendoza Gamboa, que el gobernador don Francisco Tello le diese licencia para ir al reyno de Sian, con un navío mediano, á hacer algunos rescates, y que para mas seguridad de su viaje y despacho, le diese el gobernador cartas para el rey de Sian, que por ellas entendiese le enviaba por su embajador y mensajero, á continuar la paz, amistad, y contratacion, que Juan Tello de Aguirre (el año antes) había tratado con el Sian; y para facilitar mas esta su pretension, viendo que don Luis Dasmariñas (que iba á Camboja) dejaba en Manila algunas municiones, y otras cosas convenientes á su armada para otra ocasion; se ofreció á que las embarcaría en su navío, y haría su viaje por Camboja, donde suponía había de hallar á don Luis Dasmariñas, y se las dejaría. Pareció al gobernador lo uno y lo otro á propósito, y habiéndole dado los despachos necesarios, salió de Manila con su navío, llevando por piloto á Juan Martinez de Chave, que lo había sido de Juan Tello que fué á Sian: y algunos compañeros marineros é Indios de la tierra con cantidad de siguei[112] y otros rescates, y con las municiones y bastimentos que había de llevar á don Luis; embarcóse con él fray Juan Maldonado, con un compañero, religiosos de la Orden de Santo Domingo, persona grave y docto, y muy particular amigo de don Luis Dasmariñas, á quien su religion gustó de enviarle para su compañía. Salieron de Manila (sin saber de la pérdida de don Luis)[113] dos meses después que se había hecho á la vela, y atravesando por cima los bajos, llegaron con brevedad á la barra de Camboja, y subieron á la Corte, donde hallaron la galeota de la armada, y supieron no haber llegado los demas navíos della. Fueron bien recibidos del Rey, y alojados con Diego Belloso y Blas Ruiz, y Luis Ortiz y sus compañeros, fuéronse entreteniendo, sin dejar salir á Juan de Mendoza, de Camboja, con su navio, hasta saber de don Luis Dasmariñas, que algunos dias despues, entendieron de navíos de Chinos y por otras vías, que habia arribado á China con trabajo y necesidad, y que allí se quedaba aprestando para seguir su viaje, que aunque les pesó de este suceso, les quedó esperanza de que con brevedad sería en Camboja, con los dos navíos de su armada.

En este mismo tiempo, un mestizo hijo de Portugués y de Japona, que residía en el Japon, llamado Govea, con un junco que tenía en el puerto de Nangasaqui, juntó algunos compañeros mestizos y Japones y Portugueses, para salir por la costa de China, Champan, y Camboja, á sus aventuras, á rescatar, y principalmente á hacer presas, en lo que se le ofreciese en la mar. Embarcóse en él un Castellano, que había quedado en Nangasaqui, desde la pérdida del galeon San Felipe, que iba á la Nueva España el año de noventa y seis, llamado don Antonio Malaver, soldado de Italia, que de la Nueva España había pasado á las Filipinas, por capitan y sargento mayor de la gente de guerra, que el doctor Antonio de Morga llevó aquel año en la armada de la Nueva España, á Manila. Pareciéndole á don Antonio Malaver (que no había querido volver á Filipinas) que por aquella vía pasaría á la India y á España; y que en el camino le cabría alguna parte de las malas ganancias de aquel viaje, se embarcó con Govea y los de su compañía, y habiendo corrido la costa, y tenido alguna noticia de la entrada de Españoles en Camboja, persuadió á Govea, entrasen el río de Camboja, donde habían de hallar Españoles, y las cosas en punto, que podrían ser de efecto en aquel reyno, y medrar mas que en la mar. Entrados en Chordemuco, se juntaron con los Castellanos y Portugueses, y fueron recibidos por de su compañía y cuenta, y como unos y otros (que era un razonable número de gente) vieron la tardanza de don Luis Dasmariñas, haciendo cabeza á Fr. Juan Maldonado, y á Diego Belloso y Blas Ruiz, comenzaron (de por sí)[114] á tratar con el rey Prauncar, de su asiento y comodidades; y de que se les diesen tierras y arroz de que sustentarse, y demas cosas prometidas; porque, de las que había dado á Belloso y á Blas Ruiz, no tenían el uso y aprovechamiento que había menester[115]. Aunque el rey les daba buenas esperanzas á todo, nada concluía: impidiendo la madrastra y Mandarines de su parcialidad, que quisieran ver los Españoles idos del reyno, y se animaban cada día mas á ello, con la tardanza de don Luis Dasmarıñas; y así, los Españoles gastaban tiempo en ir y venir de sus alojamientos á la ciudad, á negociar con el rey; de cuyas respuestas y entretenimientos unas veces venían contentos, y otras no tanto.

Cerca de los mismos alojamientos de los Españoles tenía Ocuña Lacasamana el suyo, con sus Malayos, y como moros tan contrarios en ley y pretension, no tenían buena vecindad unos con otros: y hubo vez, que habiéndose ofrecido una pendencia entre los Españoles y Malayos, salieron de ambas partes algunos muy mal heridos, y entre ellos el alférez Luis Ortiz, cabo de la galeota, pasadas ambas piernas con mucho riesgo, de que el rey Prauncar mostraba pesarle, pero no se atrevía á hacer castigo ni enmienda de estos daños. Estando las cosas muy enconadas y el Malayo con mal ánimo contra los Españoles, un día que estaban en la ciudad Fr. Juan Maldonado, Diego Belloso y Blas Ruiz, y habían dejado en los alojamientos por cabeza, á Luís de Villafañe, por impedimento de Luis Ortiz, de sus heridas y enfermedad, se ofreció en el alojamiento con el Malayo otra pendencia, que tomándola por ocasion, Luis de Villafañe se determinó con algunos Españoles que le siguieron, á juntarse con Govea y los suyos, y dar sobre los Malayos y sus alojamientos, y ropa que tenían, y saquearlos; y movidos de su cólera, y mas de la cudicia, lo pusieron en ejecucion, habiendo muerto muchos Malayos, y tomádoles cantidad de ropa, se recogieron y fortificaron en su alojamiento, y en el navío del Japon. Sintiólo mucho el Rey, y sus Mandarines, y no menos, Fr. Juan Maldonado, y Belloso y Blas Ruiz que estaban en Chordemuco, pero mucho mas Ocuña Lacasamana, viendo su daño é injuria, quebrantando las paces, que tan poco había asentado, sobre las contiendas pasadas; y aunque Fr. Juan Maldonado, y Belloso y Blas Ruiz, fueron luego á los alojamientos á remediar la cosa, halláronla tan estragada, que ni aun el rey Prauncar, que se quiso meter de pormedio, lo pudo componer; y avisó á los Españoles, mirasen por sus personas, porque vía su parte caída, y muy á riesgo, sin que él lo pudiese remediar. Fr. Juan Moldonado y su compañero, aunque hacían rostro al negocio, en compañía de Diego Belloso y Blas Ruiz, todavía se recogieron al navío de Juan de Mendoza por mas seguro, y lo mismo hicieron algunos Españoles; Diego Belloso y los demas con Blas Ruiz, estribando en la amistad con el Rey, y servicios hechos en la tierra, se conservaban en ella, aunque con el mayor recato, y guardia de sus personas que pedían.

El Malayo Lacasamana, con su gente y Mandarines de su parcialidad, y espaldas, que la madrastra del Rey le hacía, no perdió mas tiempo, ni la ocasion que tenía entre manos, y de un golpe por mar y por tierra, acometió á los Castellanos, Portugueses y Japones, y hallándolos divididos (aunque algunos hicieron la resistencia que pudieron) los acabó á todos, y entre ellos á Diego Belloso y á Blas Ruiz de Hernan Gonzalez, y les quemó sus alojamientos y embarcaciones[116], sino fué la de Juan de Mendoza, que temiendo el peligro, fué saliendo el río abajo, la vuelta de la mar, y se defendió de algunos paroes que iban tras él, llevando consigo á Fr. Juan Maldonado y su compañero, y algunos pocos Españoles; y en tierra, solo quedó vivo un religioso de San Francisco, con cinco Indios de Manila y un Castellano, llamado Juan Diaz (que el rey Prauncar hizo con mucho cuidado esconder en el campo, pensándole mucho la muerte de los Españoles); y aunque aconsejó al fraile, que hasta que se sosegase el Malayo, no saliese en público, (pensando este religioso se podría huir de su furia) salió con dos Indios para huir del reyno, donde fueron hallados, y muertos con los demas, quedando Juan Diaz y tres Indios (por muchos dias) en su retiramiento, haciéndoles el Rey espaldas, hasta que tras de otros sucesos, pudieron parecer; con lo cual, quedó la causa de los Españoles en Camboja acabada, y tan por el suelo, que el moro Malayo y sus parciales, quedaron dueños de todo, tratando las cosas del reyno, tan sin respeto del rey Prauncar, que últimamente tambien le mataron[117]; con que de nuevo se levantaron, y alborotaron las provincias, tomando cada uno lo que podía, siendo todo confusion y mayores revueltas que había antes habido[118].

El presidio de los Españoles que quedó en la Caldera, cuando don Juan Ronquillo sacó el campo del río de Mindanao, estuvo á cargo del Capitan Villagra, por la muerte del Capitan Juan Pacho de Joló, y padecía necesidad de bastimentos; porque ni los del rio se los podían dar á los Españoles, ni los Joloes se los proveían, por estar declarada la guerra con ellos; y así, hacían instancia al gobernador don Francisco Tello, para que socorriese aquel presidio de bastimentos, soldados y municiones, ó los mandase retirar á Manila (que era lo que mas deseaban) pues allí no se les seguía otro fruto particular, que padecer hambre, y estar encerrados en aquel fuerte, sin tener á do buscar la vida. El gobernador, viendo la instancia que en ello se hacía, y hallándose con poca sustancia de dineros en la caja real, de que proveer el dicho presidio, y con que mantenerlo; y por la misma razon se dilataba el castigo, que se había de ir á hacer á los Joloes, por los delitos que habían cometido contra los Españoles, y su alzamiento, y que el volver sobre las cosas de Mindanao iba muy á la larga, se inclinó á escusar el trabajo y cuidado, en mantener y sustentar el presidio de la Caldera; y para hacerlo con honesta disculpa, lo consultó á la audiencia y otras personas inteligentes, pidiéndoles le diesen su parecer, dándoles á entender su deseo, y algunas razones con que pretendió persuadirlos, á que conforme á él le respondiesen. El audiencia le aconsejó, que no quitase ni alzase el presidio de la Caldera, sino que los socorriese y mantuviese, y que con la mayor brevedad que fuese posible, se fuese á lo de Joló y el río de Mindanao, aunque fuese quitando (lo que para ello fuese menester) de cualquier otra parte, por ser la necesidad mayor, y á que más convenía acudir en las islas, así para pacificar aquellas provincias, como para tenerlas enfrenadas, para que no se alentasen, viendo salidos los Españoles de todas ellas, y pasasen con su atrevimiento adelante, bajando á hacer presas á los Pintados, y meter la guerra dentro de casa[119]. Sin embargo desta respuesta, el gobernador se resolvió á quitar y alzar el presidio, y envió orden al capitan Villagra, para que luego quemase el fuerte, que estaba hecho en la Caldera, y se retirase con toda la gente y navíos que tenían consigo, y se viniese á Manila, que se ejecutó con brevedad, porque el Capitan y soldados del presidio no esperaban otra cosa, para desmantelarlo y venirse. Como los Joloes vieron salir de la tierra los Españoles, se persuadieron no volverían mas á Mindanao, ni tenían fuerzas para ello, y cobraron nuevo brío y esfuerzo, para juntarse con los Buhahayenes del río, y armar cantidad de caracoas y otros navíos, para salir á las costas de Pintados, á robarlas y hacer cautivos. Los Tampacanes, que perdieron la esperanza, de haber de ser mas ayudados de los Españoles y de su vuelta al río, pues tambien habían desamparado el presidio de la Caldera, y salídose de la tierra; para escusar la guerra y daños, que de sus vecinos los Buhahayenes recibían, se acordaron y juntaron con ellos, volviendo todas las armas contra los Españoles, prometiéndose, habían de hacer en su tierra muchas entradas y ganancias, y así se puso su armada á punto, con dos principales, por cabezas que la gobernasen, de los prácticos del río de Mindanao, llamados Salí y Silonga: y por el mes de Julio, del año de noventa y nueve, con la mocion de los vendabales, salieron del río de Mindanao, en demanda de las islas de Oton y Panay, y sus vecinas, con cincuenta caracoas, y en ellas, mas de tres mil hombres de guerra, con arcabuces, campilanes, y carasas[120], y otras armas enastadas, y mucha versería; y pasando por la isla de Negros, fueron al río de Panay, y entrando por él, hasta la poblazon principal del dicho río, donde estaba el Alcalde mayor, y algunos Españoles, cinco leguas el río arriba, la saquearon, y quemaron las casas y iglesias, y cautivaron muchos naturales cristianos, hombres y mujeres y niños, haciendo en ellos muchas muertes, crueldades y daños; siguiéndolos con algunas embarcaciones, el río arriba mas de diez leguas, sin dejar cosa en pié porque el alcalde mayor y los que pudieron, se metieron la tierra adentro por los montes huyendo, y así tuvieron mas lugar los enemigos, para hacer lo que quisieron, y se salieron del río de Panay con su armada, dejando quemadas todas las embarcaciones que en él había, llenos de la ropa que habían saqueado, y de cautivos cristianos. Lo mismo hicieron en las demas islas y poblazones que pasaban, con que volvieron á Mindanao, sin que nadie les ofendiese, con mucho oro y ropa, y mas de ochocientos cautivos, sin los que dejaron muertos. En Mindanao partieron la presa, y quedaron de acuerdo, para el año siguiente, de hacer mayor Armada, y volver mas de propósito á hacer la guerra[121].

Fué de tanto daño este atrevimiento de los Mindanaos, en las islas de Pintados; así, por el que hicieron en ellas, como por el miedo y temor que los Naturales les cobraron, por hallarse en poder de los Españoles, que los tenían sujetos y tributarios, y desarmados, de modo, que ni los amparaban de sus enemigos, ni los dejaban con fuerzas para poderse defender, como lo hacían, cuando no había Españoles en la tierra[122], que muchas poblazones de Indios pacíficos y sujetos, se alzaron y retiraron á los Tingues[123], no queriendo bajar á donde tenían las casas, y sus justicias, y encomenderos; y estuvieron (como cada día lo decían) con voluntad de alzarse y rebelarse todos, que con algunas promesas, y regalos de sus encomenderos y religiosos, se aplacaron y volvieron á reducir, con mucha lástima y sentimiento, por los daños recibidos. Y aunque éstos en Manila se sentían, y mas los que adelante se esperaban de los enemigos, por hallarse el gobernador poco prevenido de navíos, y lo demas necesario para la defensa, no se hacía mas que sentirlo[124], y caer en cuenta del daño que se había seguido de haber alzado el campo del río de Mindanao, y desmantelado el presidio de la Caldera.

Luego que el tiempo dió lugar, volvieron los Mindanaos y Joloes, con gruesa armada, de mas de setenta navíos, bien armados con mas de cuatro mil hombres de guerra, con los mismos Silonga y Salí, y otros principales de Mindanao y Joló, sobre las mismas islas de Pintados; con determinacion de tomar y saquear la villa de Arévalo de Españoles, que está poblada en Oton; de cuya salida, habiendo tenido noticias el capitan Juan Garcia de Sierra alcalde mayor de aquella provincia, y del designio que el enemigo traía, acudiendo á lo mas necesario, juntó en la villa todos los Españoles, que en ella y su comarca había, y se metió con todos ellos dentro, reparando (como pudo) un fuerte de madera que tenía, donde recogió las mujeres y haciendas; y con los Españoles (que serían setenta hombres) con sus arcabuces, aguardó á el enemigo, que habiendo querido acometer otra vez el río del Panay, dió la vuelta por isla de Negros, sobre la villa de Arévalo y surgió en ella junto á la poblazon de los Naturales, y echó mil y quinientos hombres en tierra, con arcabuces, y campilanes, y carasas, y por no detenerse, caminó á la poblazon de los Españoles, que era lo que pretendía, salieron al encuentro los Españoles repartidos en tropas, arcabuceando á los enemigos, y diéronles tanta priesa, que les obligaron á volver á espaldas vueltas, á embarcarse en sus caracoas, y con tanta confusion, que mataron muchos Mindanaos, antes que se pudiesen embarcar. El capitan Juan García de Sierra, que andaba á caballo, se empeñó tanto en los enemigos, á la lengua del agua, que (cortándole las piernas á la yegua en que iba, con los campilanes) vino á el suelo, donde lo mataron. El enemigo se embarcó, con mucha pérdida de los suyos, y hizo alto en la isla de Guimaraez[125], que está á vista de la villa, y así hizo reseña de su gente, heridos y muertos (que no fueron pocos) y entre ellos uno de los mayores principales, y cabezas de gente, y haciendo muestras de mucho sentimiento y dolor, salió la vuelta de Mindanao, tocando sus campanas y tifas, sin detenerse mas en Pintados, llevando desta jornada poco provecho y ganancia, y mucho daño y pérdida de su gente y reputacion, que llegados á Joló y Mindanao se sintió mucho mas; y se trató, para enmendar este suceso, á la moncion[126] primera, volver con mas gente y armada sobre los Pintados, y lo acordaron.

Tratando atrás de las cosas del Japon, se llegó á decir la pérdida de la nao de San Felipe en Hurando, en la provincia de Toza; y el martirio de los religiosos descalzos de San Francisco, en Nangasaqui: y salida de los Españoles y religiosos, que allí habían quedado, sino fué Fr. Gerónimo de JESVS, que mudado el hábito, se entró escondido la tierra adentro, y como despues de haber respondido Taicosama al gobernador de Manila, con don Luis Navarrete su Embajador escusándose de lo sucedido; se había movido (á persuasion de Faranda Quiemon y sus valedores) á enviar una armada sobre Manila y había proveido á Faranda, para el despacho della, de arroz y otros bastimientos, y él la había comenzado á aprestar, y no se había dado maña á ponerla en el punto que había ofrecido, con que la cosa se había entretenido y quedádose así[127]. Lo que tras esto sucedió fue, que Taicosama enfermó en el Miaco, de una grave dolencia, de que murió aunque le dió lugar, á que dispusiese en su sucesion, y gobierno de su reyno, y que se continuase el Imperio, en un solo hijo de diez años que tenía. Para lo cual, puso los ojos en el mayor Tono señor que había en el Japon, llamado Yeyasudono, señor del Quantó[128], que son unas provincias á la parte del Norte, que tenía hijos y nietos, y mas mano y poder en Japon, que otro del reyno. Llamóle á la corte, y díxole, quería casar su hijo con su nieta, hija de su hijo mayor, para que sucediese en el Imperio, y efectuó el casamiento, dejando el gobierno de Japon (entre tanto que su hijo tenía mas edad) á Yeyasudono, en compañía de Guenifuin, y Fungen, y Ximonojo, y Xicoraju, sus grandes privados, y de su consejo: por cuyas personas y manos, había algunos años que pasaban las cosas de su gobierno, para que todos juntos las continuasen despues de su muerte, hasta que su hijo fuese de edad, para gobernar por su persona; al cual dejó nombrado, y recibido del reyno, por sucesor y señor supremo del Japon. Muerto Taicosama, año de mil y quinientos y noventa y nueve, los cinco gobernadores, pusieron á su hijo en guardia y custodia, en la fortaleza de Osaka, con el servicio y aparato, que á su persona se debía, y ellos quedaron en el Miaco gobernando, en que entendieron algun tiempo, con que cesó de todo punto la pretension de Faranda Quiemon, de hacer jornada sobre Manila, y no se trató mas della. Y como las cosas del Japon nunca tienen asiento, sino que siempre han andado revueltas, no pudieron durar muchos días en este estado que Taico las dejó; porque, con el nuevo gobierno, y haber venido á la corte, y á las otras provincias del Japon, los Tonos, y señores, y capitanes y soldados que el Combaco en su vida había ocupado (por divertirlos de las cosas de su reyno) en las guerras de Coray con el rey de China, se comenzaron á destemplar y corromper los hombres, de manera, que los cuatro gobernadores anduvieron en sospechas y diferencias con Yeyasudono; temiéndose que su manera de gobierno y proceder se enderezaba (como poderoso) á tomar para sí el Imperio, excluyendo y no haciendo caso del hijo de Taico, casado con su nieta. Encendióse mas esta llama, porque muchos Tonos y señores del reyno sentían de la cosa de la misma manera, y agora fuese, por desear la sucesion en el hijo de Taico, ó porque quisieran ver revuelta la feria, para hacer cada uno su negocio (que esto era lo mas cierto) y no la aficion de Taicosama; que como tirano mas había sido temido que amado, estos persuadían á los gobernadores, hiciesen rostro á Yeyasudono, y le impidiesen sus intentos. Con este calor, se le opusieron tan de veras, que se declararon del todo, y á Yeyasudono le convino, salirse del reyno del Miaco, y irse á sus reynos del Quantó, para asegurar su persona, y volverse con fuerza de gente á la Corte, para ser obedecido. Los gobernadores, visto lo que trataba, no se descuidaron, y hicieron gente, y pusieron en campo doscientos mil hombres de guerra; con los cuales se juntaron los mas Tonos del Japon; y señores dél, cristianos y gentiles; y lo menos, quedaron á la parte y devocion de Yeyasudono, que bajó con la brevedad que pudo del Quantó, en busca de los gobernadores y de su ejército, para darles la batalla con cien mil hombres, pero buena gente de sus reynos. Juntándose ambos ejércitos, se dió la batalla de poder, á poder, en el discurso de la cual sucedieron varias cosas, que tuvieron dudoso el suceso, hasta que pasándose mucha gente del campo de los gobernadores al de Yeyasudono, se sintió la mejoría de su negocio, y se declaró por él la victoria con muerte de mucha gente y de muchos señores; vinieron los que restaron (escapándose muy pocos) á manos de Yeyasudono, y entre ellos los cuatro gobernadores. Y habiendo cortado los mas de los Tonos, y á otros quitado sus señoríos y provincias, y proveídolo todo de nuevo, en personas de su devocion y parcialidad, hizo justicia particular de los gobernadores (despues de haber vuelto á la Corte, triunfando de sus enemigos, y apoderado de todo el reyno), mandándolos luego crucificar y cortar las orejas, y traerlos por las calles de las ciudades principales de Osaka, Sacai y Fugimen, y el Miaco, en carros, hasta que murieron en cruces, con otros tormentos: que habiendo sido éstos, por cuya industria y consejo, pocos años antes, Taico había hecho lo mismo de de los frailes Descalzos que martirizó, se puede entender, los quiso Dios castigar tambien en este mundo, con el mismo rigor.

Quedó con esto Yeyasudono en el gobierno universal de Japon, como Taico lo tenía, sin sacar al hijo que dejó en la fortaleza de Osaka, antes lo puso mas guardia, y mudando el nombre (como lo acostumbran los señores del Japon) se llamó Daifusama por mas dignidad.

Fr. Gerónimo de JESVS, compañero de los mártires, que quedó escondido en el Japon, por la persecucion del tirano Taicosama, y se entretuvo en tierra dentro, el hábito mudado entre los Cristianos, de manera que aunque fué buscado con cuidado, no pudo ser descubierto, hasta que muerto Taicosama, y apoderado Daifu del gobierno, se vino al Miaco, y tuvo orden de darse á conocer á un criado de Daifu, y decirle muchas cosas de las Filipinas, y del rey de España, y de sus reynos y señoríos; especialmente, los que tenía en la Nueva España y Perú, de quienes las Filipinas dependían y tenían correspondencia, y cuan bien le estaría á Daifu la amistad y trato con los Españoles. Todas estas cosas tuvo lugar el criado de Daifu de contárselas, el cual, muchos días había que el trato y comercio, que los Portugueses tenían asentado en Nangasaqui, deseaba tenerlo en sus reynos del Quantó, de que era señor natural, para el noblecimiento dellos, y pareciéndole, que por este camino se podía entablar, por lo que Fr. Gerónimo refería, lo hizo traer ante sí, y preguntándole quien era, le contó como habia quedado en Japon, despues del martirio de sus compañeros, y que era religioso, y de los que el gobernador de Manila había enviado (viviendo Taicosama) á tratar de la paz y amistad con los Españoles, y habían padecido, como era notorio, habiendo convertido cristianos y tenido algunos hospitales y casas en la Corte, y otras ciudades del Japon, curando los enfermos, y haciendo otras obras de piedad, sin pretender otro premio ni interese, mas que servir á Dios y enseñar á las almas de aquel reyno la ley y camino por do se habían de salvar, y servir á los prójimos: en esto, y en obras de caridad, especialmente á los pobres, como él y los de su religión lo profesaban, sin buscar ni tener bienes ni haciendas en la tierra, viviendo y sustentándose de solas las limosnas que para ello les daban[129]. Tras esto le dijo, quien era el rey de España, y como era Cristiano, y los grandes reynos y estados que en el mundo poseía en todas partes, y que la Nueva España, Perú, y Filipinas, y la India eran suyas, y todo lo gobernaba y defendía, procurando principalmente el aumento y conservacion de la fé de nuestro Señor JESVCRISTO, Dios verdadero, que crió el Universo; dándole á entender otras cosas tocantes á la religion cristiana, como mejor pudo, y que si quería amistad con su Magestad, y sus vasallos de Manila, el ternía mano para asentarla, y con sus Virreyes de la Nueva España y Perú, que le sería muy util y provechosa, para todos sus reynos y señoríos de Japon.

Esto último, de la amistad y trato con los Españoles, por el provecho é interese que dello se podía seguir, se le asentó mejor á Daifusama, que lo que había oido de la religión, y aunque no la reprobó ni dijo nada acerca de ella, sólo trató en esta vista y en otras, que con él tuvo Fr. Gerónimo (que habia salido en público, por permiso de Daifu con su hábito de religioso, y le daba lo necesario para su sustento) de lo que era amistad con el gobernador de Manila, y que los Españoles della viniesen con sus navíos, y rescates cada año al Quantó, donde tenían puerto; y su contratacion asentada, y que sus Japones desde allí tambien navegasen á la Nueva España, donde tuviesen la misma amistad y trato, y por entender que el viaje era largo, y que para él había menester de navios de Españoles, en que hacerlos, que el gobernador de Manila enviase maestros y oficiales que los fabricasen, y que en el dicho reyno y puerto principal del Quantó (que como está dicho) está la banda del Norte del Japon, tierra de montañas, y abundante de minas de plata, que no se benefician por no haber quien lo sepa hacer, ternían su casa y morada Fr. Gerónimo y los compañeros que mas quisiese entre los Españoles que allí viniesen, como los de la Compañia de JESVS la tenían con los Portugueses en Nangasaqui. Fr. Gerónimo, que por cualquier vía que fuese, deseaba volver á restituir la causa de sus religiosos, y de la conversion del Japon, por su mano, como habían comenzado, viviendo los mártires, y que este fin solo le movía, no dudó de facilitar una y muchas veces sus deseos á Daifusama, y certificar le ternían cierta conclusion por medio suyo, y que en nada habría dificultad que la impidiese con lo cual Daifu se le mostraba favorable, y mas afecto á las cosas de Manila que lo habia sido Taico su predecesor, asegurando haría buena acogida á los Españoles en Japon, y que los navíos que allá fueren de arribada, ó en otra cualquier manera los mandaría aviar y despachar de todo lo necesario, y no consentiría que ningun Japon saliese á robar, ni hacer daños en las costas de Filipinas. Y porque supo, que de la isla de Zazuma[130], y de otros puertos de los reynos de abajo, habían aquel año salido seis navíos de corsarios Japones, que tomaron y robaron dos navíos de Chinas, que entraban en Manila con sus mercaderías, y hecho otros daños en la costa della, los mandó luego buscar en su reyno, y habiendo sido presos mas de cuatrocientos hombres, á todos los hizo crucificar[131]. Y asimismo, mandó que los navíos de harinas, y otras mercaderías que iban cada año de Nangasaquí á Manila, no fuesen de alli adelante tantos, sino los que bastasen para provision de Manila, con licencia y voluntad del gobernador della, porque allá no pudiesen ser de daño ni perjuicio.

Como Daifu apretaba cada día mas á Fr. Gerónimo, para lo que él habia tomado á su cargo, le dijo Fr. Gerónimo que ya había escrito[132], y escribiría de nuevo sobre las dichas materias al gobernador y audencia real, que en Manila había, y pidió á Daifu, que estas cartas y recaudo las llevase (para que fuese con mas autoridad y crédito) criado y persona de casa de Daifu, el cual lo tuvo por bien, y las despachó con el capitan Chiquiro, Japon infiel su criado, que llevó un presente de armas diferentes al gobernador, y las cartas de Fr. Gerónimo sin carta particular de Daifu, mas de que en su nombre fr. Gerónimo decía escribía, y pedía y daba á entender el mejor estado, que ya tenían las cosas de la paz, y amistad de las Filipinas con el Japon, y lo que Daifu prometía y aseguraba, y que para afijar esto mas, él le había prometido que los Españoles irían con sus navios de trato al Quantó, y que el gobernador le enviaría maestros y oficiales para fabricar navíos, con que navegar desde el Japon á la Nueva España[133], y el trato y amistad con el virrey della, y que ya le había dado licencia Daifu, para que fuesen religiosos á Japon, y hiciesen cristianos y fundasen iglesias y monasterios, y le había dado un buen sitio para una, en el Míaco, donde quedaba, y lo mismo sería en las demas partes y lugares de Japon, que quisiesen. Esto añadió Fr. Gerónimo, á lo que Daifu había tratado, y lo dijo con artificio y maña, para mover á los religiosos de las Filipinas, á que todos tomasen de mejor gana á su cargo la solicitud del negocio con el gobernador y audiencia, para que con mas facilidad se viniese en todo ello, por no perderlo mucho que Fr. Gerónimo decía tenía andado.

En el mismo gobierno de don Francisco Tello, por el año de mil y seiscientos, á postreros del mes de Octubre, llegó un navío de la provincia de Camarines, avisando, como en una bahía della, á la parte del Norte, veinte leguas del embocadero y cabo del Espíritu Santo, habían entrado y surgido dos navíos capitana y almiranta bien artilladas, y con gente estrangera, que como amigos de los Españoles, y pidieron y rescataron de los Naturales arroz y otros bastimentos, de que venían faltos; y luego se levaron y salieron en busca del embocadero, y entraron por él, dejando escritas algunas cartas fingidas para el gobernador don Francisco Tello; diciendo eran amigos, y venían con licencia de su Magestad á Manila á sus contrataciones; por esto, y por un negro que se huyó á la isla de Capul, destos navíos, echándose á la mar, y de un Inglés[134] que en tierra prendieron los Naturales, se entendió que estas naos eran de Holanda, de donde habían salido, en conserva de otras tres de armada, con recaudo y patentes del conde Mauricio de Nasau, que se llamaba Príncipe de Orange, á hacer presas en las Indias: y que habiendo entrado á la mar del Sur, por el estrecho de Magallanes, de los cinco navíos, los tres se habían desaparecido, y estos dos capitana y almiranta corrido la costa de Chile, y tomado en ella dos navíos, y desviádose de la costa de Lima, habían pasado de mar en fuera, y hecho su navegacion, sin detenerse la vuelta de las Filipinas, donde habían entrado con ánimo de robar lo que hallasen; é informados de que se aguardaba de la Nueva España, un galeon llamado Santo Tomas, con la moneda de las mercaderías, de las cargazones de dos años, que de Manila se había enviado á la Nueva España, y que dentro de pocos días comenzarían á venir de la China los navíos de mercaderías en que podrían llenar las manos, y que no había galeras ni navíos de armada en aquella sazón que los pudiesen ofender, se determinaron llegar á la boca de la bahía de Manila, y entretenerse por allí, proveyéndose de los bastimentos y refrenos que entrasen en la ciudad, y así lo pusieron en ejecución. En la capitana llamada Mauricio, iba por cabeza Oliver de Nort[135] de Amsterdam, con cien hombres, y veinte y cuatro piezas de artillería, de bronce, de cuchara[136], que este navío fué uno de los que pocos años antes se hallaron con el conde de Leste, en la toma de la ciudad de Cadiz; en la almiranta llamada Concordia, iba por capitan Lamberto Viesman del Roterdam, con cuarenta hombres y diez piezas de artillería. Cuando estos navíos fueron vistos en la costa de Chile, el Virrey don Luis de Velasco, que gobernaba el Perú, envió en su busca, y seguimiento por la costa de Perú, y Nueva España, hasta la California una armada de navíos bien artillados, y con lucida gente, que salió del Callao de Lima, á cargo de don Juan de Velasco, que no pudieron hallar el enemigo, por haberse desviado de la costa, y enmarádose siguiendo su viaje á las Filipinas, y con un temporal que le sobrevino á la armada del Perú, cuando volvía de la California, se perdió la Capitana della, con toda la gente, que nunca mas pareció.

El gobernador don Francisco Tello, viendo que este corsario se le iba entrando por las islas, por aviso de algunos capitanes y soldados, que había enviado por tierra, por las costas de la isla de Luzon, para que no le dejasen echar gente en tierra, ni hacer daño en las poblazones, y de otros navíos pequeños sueltos, que traían al enemigo á la vista, trató de poner remedio á esta necesidad, que parecía en aquella ocasion bien dificultoso, así porque se hallaba sin género de navíos de remos, ni de alto bordo con que salir á la mar, como porque tambien tenía poca soldadesca en el campo, que lo mas della lo había llevado, y tenía en las provincias de Pintados, el capitan y sargento mayor Juan Xuarez Gallinato, con galeras y galeotas y otras embarcaciones, haciendo defensa á los naturales, de los navíos de Mindanaos y Joloes, que cada ora bajaban á robarlos, y apercibiéndose para la jornada, que en la primera moncion se pensaba hacer de Joló, que ya no se podía mas dilatar. Viéndose el gobernador apretado con esta ocasion, y que el enemigo Holandes podía hacer tantos daños y presas, y irse con ellas dejando la tierra perdida, juntó la audiencia y comunicó el caso, pidiendo le ayudasen los Oydores por sus personas á lo que conviniese; tratóse, de lo que se había de hacer, que era poner en defensa el puerto de Cabit, que es dentro de la bahía, para que el enemigo no se apoderase del, y de los almacenes y artillería, y astillero de las naos, y que juntamente, luego se hiciere diligencia en armar algunos navios, con que salir á la mar, y hacer algun rostro al enemigo (cuando mas no se pudiese) porque no estuviese tan de asiento en la tierra, y se saliese de las islas, pues hallándolo todo tan indefenso, y sin resistencia, había de detenerse, hasta conseguir sus intentos, cuya ejecucion se encargó á el doctor Antonio de Morga[137]; y á el licenciado Tellez de Almazan, que se quedase en la ciudad, junto con el presidente gobernador, para la defensa della, y á proveer desde allí al puerto de Cabit al doctor Antonio de Morga, de lo que hubiese menester para lo que llevaba á su cargo, que salió el mismo día postrero de Otubre, de seiscientos, de Manila, con algunos soldados y municiones al puerto de Cabit, y lo puso en defensa con ciento y cincuenta hombres bien armados, arcabuceros y mosqueteros, que siempre con sus cuerpos de guardia y postas, en los lugares necesarios (de día y de noche) guardaron el puerto. Juntó los navíos que en él había, á la poblazon, lo que mas se pudo cerca del astillero, donde estaba la fábrica de una galizabra y un navío de Sebú, y otro patache pequeño de Portugueses, que había venido de Malaca con mercaderías; para defensa de lo cual, en la marina puso y plantó doce piezas de artillería de bronce, de cuchara medianas, con dos de mas alcance, que se plantaron en una punta, á la entrada del puerto, que unas y otras jugaban en su defensa, y de los navíos que en él había: y por la playa adelante se hizo una trinchera de maderos y tablazon terraplenada; tras de la cual, si el enemigo entrase, se cubriese y defendiese la soldadesca de su artillería. Habiendo puesto el oidor así el dicho puerto en defensa, trató de acabar la galizabra, aunque le faltaba mucha obra, y vararla al agua, y ponerla á la vela, y así mismo, de que se aderezase la nao de Sebú, y asistiendo á estas obras, se dió tanta prisa, que puso dentro de treinta dias la galizabra y navio de Sebú de vergas en alto, y los artilló con[138] cada uno once piezas medianas y mayores, que se le enviaron de Manila, sobre las que había en el puerto.

El corsario llegó á la boca de la bahía, que es ocho leguas del puerto de Cabit, no se atrevió á arronjarse en el puerto, como lo había pensado, por haber sabido de algunos Sangleyes, que salían con champanes á la mar, que ya estaba en defensa, pero no entendió, se armaba para salir á él, ni que había aparejo ni fuerza en aquella sazon para ello, y así se dejó estar á la boca de la bahía, andando con ambas naos y sus barcas, mudándose unos días á una banda, y otros á otra, tomando los navíos que entraban en la ciudad con bastimentos, sin que ninguno se les escapase, y surgiendo á las noches, á los abrigos de la tierra, todo en distancia de cuatro leguas de la boca de la bahía, sin apartarse mas della, por estar mas á mano, para las ocasiones que se ofreciesen.

El doctor Antonio de Morga traía á vista del enemigo algunos navíos muy pequeños y ligeros, cubiertos con la tierra, que le daban cada día aviso del paraje en que quedaba el enemigo, y lo que hacía, que era estarse muy de asiento, metiendo sus guardias cada día por las tardes por cima de las cubiertas, con cajas y banderas, y disparando su mosquetería, con que se reconocía la fuerza, que este corsario traía, y que lo mas y mejor della era en la capitana, que era buen navío y ligero. Procuraba asimismo el Oydor que no saliese champan, ni otro navío de la bahía, porque no tuviese aviso el corsario de lo que se hacía, y teniendo el negocio en este punto, avisó al gobernador lo que estaba hecho, y que si le pareciese, tambien se armase el patache portugues, para que saliese en conserva de los dos navíos, galizabra y San Antonio de Sebú, que lo tenía embargado y aderezado para ello; proveyéronse municiones, y algunos bastimentos de arroz y algun pescado para los dos navíos, y restaba el armarlos de la gente de mar y guerra, que hubiese de salir en ellos, de que había poco recaudo, y los marineros se escondían y hacían enfermos, y unos y otros se mostraban de mala gana, para haber de salir á cosa mas de riesgo y peligro, que de particular aprovechamiento; capitanes y soldados particulares de la ciudad, que no tenían sueldo, ni acostamiento del rey, que pudieran ir á la jornada, no se ofrecían al gobernador para ella, y si alguno lo hubiera de hacer, se disimulaba, hasta saber quien iba por cabeza desta armada, que aunque algunos capitanes de la tierra lo pudieran ser, el gobernador no se inclinaba á encargárselo, ni los demas querían ir debajo de su mano, pretendiendo y presumiendo de sí, cada uno, que podía ser cabeza, y que no los había de gobernar otro su vecino. El gobernador era impedido para salir en persona, y vía que toda la gente de la ciudad daban intencion, de que si saliese con el armada el doctor Antonio de Morga, irían con él, y no se repararían en dificultades que se les ofrecían, que entendida por el gobernador la voluntad de los que podían embarcarse, y que por otro camino no se podía efectuar lo que se deseaba, y que la dilacion de cada día era de grandísimo daño; llamó á la ciudad al Oydor, y le trató del negocio, y para que no se le excusase, proveyó un auto, que luego se le hizo notificar con el secretario del gobierno, ordenándole de parte de su Magestad se embarcase, fuese por general y cabo de la armada, en busca y seguimiento del corsario, porque de otra manera, segun el estado en que las cosas estaban, no podía tener el fin que convenía. El Oydor, pareciéndole que si lo dejaba de hacer, se le pornía culpa de haber dejado pasar tan forzosa ocasion, del servicio de Dios y de su Magestad, y del bien de toda la tierra, y que las cosas de la guerra habían estado á su cargo, y las había manijado por mar y por tierra, y que se le podría ser mal contado volver las espaldas en esta coyuntura, buscándole para ella; en especial, haciendo papeles sobre ello el gobernador; para su descargo obedeció lo que se le ordenó por el auto del gobernador, y su respuesta, que á la letra es como se sigue:


AUTO del gobernador don francisco tello, y respuesta del doctor antonio de morga.


»En la ciudad de Manila, á primero de Diciembre, de mil y seiscientos años, el señor don Francisco Tello, caballero de la orden de Santiago, gobernador y capitan general destas islas Filipinas, y presidente de la audiencia real que en ella reside, dijo. Que por cuanto, por haber venido á estas islas dos navíos de enemigos Ingleses[139], con acuerdo y parecer de la audiencia real, se trató luego de aprestar armada para salir á ellos, y para esto se acordó, que el señor Antonio de Morga, fuese al puerto de Cabit, y asistiese al aderezo y despacho de los dichos navíos de armada, y defensa de aquel puerto, como parece, por el auto y acuerdo que sobre ello se hizo, en el libro de los negocios de gobierno desta dicha audiencia, en postrero día del mes de Octubre, deste presente año á que se remite. Y en ejecucion del dicho acuerdo, ha asistido hasta agora, en defensa del dicho puerto, y despacho y aderezo de la dicha armada, que son la nao San Diego de Sebú[140], y el galeon San Bartolomé, que hizo acabar en el astillero, y echar al agua, y un patache Ingles[141] que vino de la ciudad de Malaca, y una galeota que se aderezó, y otras embarcaciones menores, y con la diligencia y cuidado que en esto ha puesto. La dicha armada está en tan buen punto, que brevemente se puede hacer á la vela, y todavía el dicho enemigo está cerca desta ciudad, en la costa de la isla de Miraveles[142]. Y entendiendo muchos capitanes, caballeros y personas principales desta república, que el dicho señor Oydor había de hacer la dicha jornada, se han ofrecido para ir á servir (á su costa) en ella al rey nuestro señor, en su compañía; y se ha hecho grande aparato de gente y bastimentos para este intento; el cual cesaría, y se desharía, si el dicho señor Oydor no saliese con la dicha armada, en busca del dicho enemigo, y no habría efecto lo que se pretende, tan del servicio de Dios nuestro Señor, y bien desta tierra; mayormente, siendo como el dicho señor Oydor es, práctico en las cosas de la guerra, y que otras veces ha sido general de armadas de su Magestad, por nombramiento suyo; y sido teniente de capitan general algunos años en este reyno[143] de que ha dado buena cuenta, y es bien quisto y amado de la gente de guerra, y la persona que mas conviene[144], segun el estado de las cosas, y otras justas consideraciones que á ello le mueven, para que la dicha jornada tenga efecto y no se deshaga; ó á lo menos, no se dilate con daño, y inconveniente. Por tanto, que ordenaba y ordeno á el dicho señor Oydor, que pues ha criado este negocio, y lo ha puesto por su persona en el buen punto en que está, y toda la gente que no es de sueldo (que es mucha) está apercibida á su contemplación, que con la brevedad que fuese posible, se aperciba y vaya por general y cabo de la dicha armada, en busca del enemigo; de que le dará, los recaudos é instrucciones necesarias, porque así conviene al servicio del rey nuestro señor; de cuya parte le manda, lo haga y cumpla, dándole para esto, en el tiempo que en ello se ocupare, como Presidente de la dicha real audiencia, licencia y relevacion, para asistir á los negocios de la dicha real audiencia; la cual le dió en forma, y para hacer la dicha ausencia, y así lo proveyó, mandó é firmó de su nombre, don Francisco Tello[145]; ante mí, Gaspar de Azebo.

»En la ciudad de Manila, á primero de Deciembre, de mil y seiscientos, yo, el secretario de gobernacion, notifico que el auto de suso contenido, al señor doctor Antonio de Morga, Oydor desta real audiencia; el cual dijo. Que desde primero día del mes de Noviembre prósimo pasado, se ha ocupado por comision de la real audiencia de estas islas, en todo lo que en el dicho auto se contiene; y en su ejecucion, ha hecho lo mas que le ha sido posible, y está la jornada en el buen punto, y estado que se sabe, y que si para el buen efecto della, y de lo que se pretende, su persona, y hacienda es á propósito, y conveniente para el servicio del rey nuestro señor, está presto de emplearlo todo en él; y hacer lo que se le ordena y manda por el dicho señor presidente, y que así, no tiene mas voluntad y deseo, que lo que fuere el servicio de Dios y de su Magestad; sobre lo cual, ordene y provea su señoría, lo que hallare que es mas á propósito, y así lo cumplirá, y lo firmó de su nombre, doctor Antonio de Morga, Gaspar de Azebo


El doctor Antonio de Morga, sin pedir ni tomar cosa alguna de la hacienda del Rey, se aprestó de todo lo necesario para la jornada; y socorrió algunos soldados necesitados, que se le vinieron á ofrecer, sin otras muchas personas de cuenta, que hizieron lo mismo; de manera, que dentro de otros ocho días, ya había suficiente gente para la jornada, con copia de bastimentos, matalotajes y armas, que todos embarcaron; y con la gente aventurera, y con la de paga, que el gobernador dió á el Oydor, de la que en el campo había, con el capitan Agustín de Urdiales, hubo bastantemente para armar ambos navíos, llevando cada uno casi cien hombres de pelea, sin artilleros, marineros, y grumetes; que desto, hubo menos recaudo, del que fuera menester; proveyó el gobernador por almirante desta jornada al capitan Juan de Alcega, soldado antiguo y práctico en las islas, y por capitan de la gente de paga que había de ir en su almiranta á Juan Tello y Aguirre, y por sargento mayor, de la armada á don Pedro Tello su deudo, y los demas oficiales y plazas necesarias, y dió nombramiento y título de general de la armada, al doctor Antonio de Morga, y la instruccion de lo que había de hacer, en el discurso del viaje y jornada, cerrada, y sellada, con orden de que no la abriese, hasta haber salido á la mar, fuera de la bahía de Manila, que es como se sigue:


Lo que el señor doctor Antonio de Morga, Oydor de la real audiencia de estas islas Filipinas, capitan general de la armada que va á buscar al enemigo Ingles, ha de hacer es lo siguiente:


Instruccion de el Gobernador para el doctor Antonio de Morga.


«Primeramente, por cuanto el enemigo Ingles, contra quien se ha hecho esta armada, se tiene nueva que está en la ensenada de Maryuma[146], y si acaso tuviese aviso de nuestra armada, se podría poner en huida, sin que pudiere ser ofendido, se ordena; que con la mayor brevedad que pudiere, salga la armada en busca suya, para venir con él á las manos, y pelear con él hasta tomarle ó echarle á fondo con el favor de nuestro Señor.

»Item, en el pelear con el dicho enemigo, así con el artillería como barloando (y esto se ha de procurar con toda diligencia y cuidado que ser pudiere) como mas y mejor el tiempo diere lugar, y si el enemigo se pusiese en huida á vista de la armada, se le seguirá con ella, hasta que se haga el efecto que se desea.

»Item, si al tiempo que la armada saliere al dicho enemigo, se hubiere ausentado de esta costa, y hubiere nueva que ha ido por ella, á otra alguna de estas islas; la armada la buscará y seguirá hasta tomarle, ó echarle á fondo; y habiendo salido destas islas el enemigo, lo seguirá cuanto pueda, que en esto se le remite, de manera que se consiga lo que se pretende.

»Item, que por cuanto en un consejo de guerra que se hizo, en dos deste presente mes y año, por el maese de campo y capitanes que en él se hallaron, dieron su parecer que no habiendo nueva cierta, qué vuelta y derrota ha tomado el enemigo, la dicha armada siga la costa de Ilocos, la vuelta del estrecho de Sincapura por donde los enemigos se presupone han de pasar para hacer su viaje; no obstante el dicho consejo de guerra, el dicho señor general, acaeciendo el no tener nueva, qué derrota lleva el enemigo; en tal caso, hará lo que le pareciere ser mas conveniente, como quien tiene la cosa presente, y los enemigos y ocasion le diesen lugar, procurando conseguir lo que se desea, que es alcanzar y destruir al enemigo.

» Item, si la armada encontra con cualesquier enemigos corsarios, ó otros que anduvieren por estas islas, ó hubiesen salido dellas, haciéndoles daño, así Ingleses, como Xapones, Terrenates ó Mindanaos, ó de otras naciones; los procurará castigar y ofender de manera, que en esto tambien (si acaso se ofreciese) se haga algun buen efecto.

»Item, tomándose el enemigo, (como se espera con el favor de Dios nuestro Señor); las personas que quedasen vivas y navios, traerá la armada consigo.

»Item, la presa que se hallase en los dichos navios, se hará della el repartimiento que se suele hacer en semejantes ocasiones, con lo que ganan la victoria.

»Item, se ha de tener buena cuenta, con que la gente de la armada vaya pacífica y bien disciplinada; y acerca desto, se guarde lo que en semejantes ocasiones se suele hacer.

»Item, haya toda buena orden en los bastimentos y municiones que lleva, y el gasto de todo ello, con mucha moderacion; mayormente, si la armada se alargare destas islas.

»Item, si acaso, habiendo venido á las manos con el dicho enemigo, ó yéndole siguiendo, saliere destas islas; hecho el efecto, procurará dar la vuelta, lo mas brevemente que pudiere á ellas, y si los tiempos no le dieren lugar á volver, hasta que haga moncion, procurará conservar el armada, proveerla y aderezarla de todo lo necesario, por cuenta de su Magestad, para que haga su viaje, con la mayor brevedad y seguridad que sea posible. Fecha en la ciudad de Manila, á diez de Deciembre, de mil y seiscientos años, don Francisco Tello, por mandado del gobernador y capitan general, Gaspar de Acebo


El Oydor con toda la gente se fué al puerto, y hizo la embarcacion della en los dos navíos, tomando por capitana la nao San Antonio de Sebú, por ser mas capaz para la gente de cumplimiento que consigo embarcaba, y dejando el patache Portugues; porque el gobernador lo había desembargado, para que los Portugueses se volviesen en él á Malaca sin perder tiempo; aprestándose con la armada para servicio della, dos caracoas equipadas de Indios, con dos Españoles que las gobernaban. Salieron del puerto de Cabit, y se hicieron á la vela (despues de haber confesado y comulgado), á doce días del mes de Deciembre, del año de mil y seiscientos, llevando por piloto mayor á Alonso Gomez, y en la capitana, al padre Diego de Santiago, con un hermano lego de la compañía de JESUS, y Fr. Francisco de Valdes de la orden de San Agustin; y en la almiranta, Fr. Juan Gutierrez, con otro compañero de la misma orden, para lo que se ofreciese de su ministerio.

El mismo día llegaron ambos navios desta armada, á surgir de noche, junto á la poblazon, y suridero de la isla de Miraveles, en la boca de la bahía, y luego que fué de día, le salió un barangai de tierra, en que venían las centinelas, que el día antes había el Oydor enviado á la ligera, á que le tuviesen nueva cierta de do estaba el corsario, y le dijeron, que cuando la armada venía saliendo del puerto de Cabit, el enemigo se había levado tambien de donde estaba surto, á la banda del puerto del fraile[147], y había atravesado con ambas naos, metidas dentro sus chalupas, á la otra banda de mar en fuera, y le habían visto surgir, ya de noche, en frente de la punta de Valeitegui[148], donde había quedado. Con esta nueva, entendió el Oydor (que sería posible) haber tenido el corsario nueva de la armada que se hacía, y de su salida, y se había levado de do estaba surto, y que pues había metido dentro de los navíos las chalupas, se hacía á la mar para desviarse de la armada. Luego envió la misma nueva al almirante, y abrió la instruccion que el gobernador le había dado, y viendo, que por ella se le ordenaba buscar al enemigo (con toda diligencia) y lo siguiese, y procurar pelear con él, pareció abreviar con lo que se había de hacer, y no perder tiempo, ni dejar al enemigo alejar. En esta conformidad, gastó el armada este día de santa Lucia, trece de Deciembre, en hacer pavesadas, poner en punto la artillería, alistar las armas, repartir los puestos, y a percibirse para pelear el día siguiente, que se entendía, haberse de ver con el corsario; y el Oydor envió instruccion particular por escrito al almirante, de lo que había de hacer y guardar, por su parte; principalmente en que viéndose con el enemigo, ambos navios habían de barloar y pelear con la capitana del corsario, que era el navío en que traía toda la fuerza, y otras cosas, como de la instruccion se entenderán, que se dió al almirante, que es, como se sigue:


INSTRUCCION del doctor morga para el almirante juan de alcega.


«La orden que ha de guardar el capitan Juan de Alcega, almirante desta armada del rey nuestro señor, en el discurso deste viaje y navegación, es la siguiente:

»Primeramente, porque el fin con que esta armada se ha hecho, es en busca y seguimiento de los navíos ingleses, que de presente han entrado en estas islas, de los cuales se tiene nueva estar cerca de este paraje, y y conforme á la instruccion que el gobernador y capitan destas islas tiene dada, se han de buscar y seguir con todo cuidado y diligencia, á do quiera que pudieren ser habidos, para venir á las manos con los dichos enemigos tomarlos ó echarlos á fondo: se ha de procurar, que la dicha nao almiranta vaya bien prevenida, y á punto la gente de mar y artillería, para poder hacer de su parte el dicho efecto en la ocasión.

»Otro sí, seguirá la dicha almiranta la capitana desta armada, por sotavento della (sino fuere necesario para la navegacion, ó alcance de los enemigos ir por el barlovento) y terná cuenta con los demas navíos menores, que van en la armada, para que no se queden ni derroten, esto sin perjuicio de su navegación, y viaje, y conserva de la capitana que es lo que mas importa.

»Item, teniendo ocasion para venir con el enemigo á las manos, procurará hacerlo juntamente con la capitana, ó sin ella, en caso que la capitana esté á sotavento, ó en parte que no pueda tan brevemente hacer lo mismo, porque con toda brevedad y diligencia la capitana procurará ser en su ayuda en cualquier ocasión.

»Item, hallando á el enemigo con los dos navíos que trae, se ha de procurar entrar, y barloar á la capitana, que es el navío en que trae su fuerza, que lo mesmo hará la capitana desta armada. Pero en caso que la capitana del enemigo no pudiere alcanzarse, y estuviere su almiranta en paraje, que se pueda hacer en ella efecto, se procurará.

»Item, cuando esta armada fuere sobre el enemigo, y le barloare; se procurará que ambas naos capitana y almiranta barloen ambas por una banda[149], y no pudiendo esto hacerse, terná cuenta, que la artillería y arcabucería, no nos ofenda á nuestros navíos y gente, y que en esto se tenga la cuenta y tiento que ser pudiere.

»Item, barloando al enemigo, se procure amarrarse con él, y echarle las velas encima, para que no se desabraque; y primero que se le echare gente dentro, se asegure la jareta, y cubierta del enemigo, limpiándola y abriéndola de manera, que sea con el menos riesgo de la gente que sea posible.

»En el discurso desta navegacion, en busca del enemigo, no se disparará mosquetería ni arcabucería, ni tocará caja, hasta haberle descubierto, ni se disparará artillería alguna, porque ha de procurar coger al enemigo surto, y que no sea avisado de la armada que va en su seguimiento.

»Cuando la almiranta tuviese una necesidad grande, de manera que haya menester ser socorrida, largará una pieza, de la banda donde fuere la capitana, la cual será seña para ser socorrida; y se advierte, que la capitana hará lo mismo, en caso que se le ofrezca otra tal necesidad.

»Item, cuando la capitana pusiere en la obencadura una bandera, será señal de que llama á consejo de guerra, ó á otra cosa importante al almirante, el cual verná á la capitana, con la embarcación que tuviere mas á mano.

»Item, de dos caracoas que van en esta armada, la una dellas irá por junto á la almiranta, lo mas que la fuere posible, para su servicio y necesidades.

»Item, se terná cuenta, con que las municiones y bastimentos vayan gastándose con cuenta, y el mas detenimiento que buenamente se pudiere por lo que se pudiere alargar esta navegacion.

»Item, se ha de procurar que todos estos navíos vayan en conserva, y no se dice (en caso que por tormenta ó otra necesidad alguno dellos se derrote) el paraje cierto donde ha de ir, por no saber el designio ni derrota que llevará el enemigo; solo advierte que todos han de ir en su busca y seguimiento, hasta sacarle (cuando mas no se haya podido) de todas estas islas, y dejarlas aseguradas y libres del dicho enemigo; y así tomando lengua del viaje que lleva el enemigo, será lo mas cierto seguir aquella vía el navío que así se derrotare, para volverse á juntar con la armada.

»Item, por cuanto el gobernador y capitan general destas islas, dió conducta de capitan de infantería á el capitan Ioan Tello y Aguirre, que va embarcado en la dicha almiranta, de la gente que yo le señalare, le señalo por la presente: La gente de infantería de paga, que va embarcada en la nao, el tiempo que estuviere, y durare esta dicha jornada; la cual, el dicho almirante entregará á el dicho Ioan Tello y Aguirre, para que como tal, su capitan la tenga á su cargo, rija y discipline.

»Todo lo cual es lo que se ha de tener y guardar (por agora) en seguimiento deste viaje, y lo doy por instruccion al dicho almirante, y demas personas, á quien toca, en conformidad de la que yo tengo del dicho gobernador y capitan general de estas islas, y en fé dello lo firmé de mi nombre, en la nao capitana, sobre la isla de Miraveles, miércoles á treze de Diciembre, de mil y seiscientos años, Doctor Antonio de Morga.»


Juntamente, avisó el Oydor al almirante, que de media noche para abajo se levase la armada de do estaba, y saliese de la bahía á la mar, haciéndo la fuerza de vela que ser pudiese para que, cuando amaneciese, se hallase sobre la punta de Baleitigui, á barlovento de do el enemigo había surgido, el martes á la noche, como las centinelas habían dado aviso.

Á la hora concertada se levaron ambas naos, capitana y almirante de Miraveles, y (sirviéndoles el tiempo, aunque escaso) navegaron lo restante de la noche la vuelta de Baleitigui, sin haberlas podido seguir las dos caracoas del servicio, por haber mar picada con fresco Norueste, que fueron atravesando á la otra banda, por dentro de la bahía, al abrigo de la isla, y cuando vino á rayar el dia, se hallaron ambas naos de la armada sobre la punta, descubriendo á sotavento una legua á la mar, las dos naos del Corsario surtas, que luego como se conocieron las nuestras, y que traían en las gavias banderas de capitana y almiranta, se levaron de do estaban, y hicieron vela, habiendo reforzado la capitana con una barcada de gente que sacó de su almiranta; la cual arribó á la mar, y la capitana se tuvo á orza con el armada, disparando algunas piezas de alcance; la capitana de la armada, que no podía responderle con su artillería, por ir cerradas las portas, y amurada de la banda de estribor, tomó resolucion de arribar sobre el enemigo, y se aferró con su capitana por la banda de babor, barriéndole y limpiándole las cubiertas de la gente que sobre ellas traía; echóle dentro una bandera con treinta soldados, y algunos marineros, que se apoderaron del castillo, y cámara de popa, tomándoles las banderas de gavia y cuadra, y el estandarte que tenía arbolado en popa, de colores blanca y azul, y naranjada, con las armas de el Conde Mauricio. Desaparejósele el arbol mayor, y mesana de toda la jarcia y velas, y se le tomó una barca grande que traía por popa. El enemigo que se había retirado en la proa debajo de las jaretas, viendo sobre sí dos navíos de tanta determinacion, envió (por rendido) á pedir á el Oydor el partido[150], á que estándole respondiendo, debiendo el almirante Juan de Alcega, conforme á la instruccion que el Oydor el día anterior le había dado, de barloar juntamente con la capitana, y aferrarse con ella, pareciéndole que ya aquello estaba acabado, y que la almiranta del corsario se iba alargando, y que sería bien tomarla, dejando las capitanas, arribó á popa sobre Lamberto Viezman, con todas las velas, y le siguió, hasta ponerse con él. Oliver de Nort, que se vió solo, y con mejor navío y artillería que el Oydor tenía, no esperó mas la respuesta del partido que primero pedía, y comenzó á pelear de nuevo con su mosquetería y artillería. Fué de ambas partes tan porfiado y reñido el combate, que duró mas de seis horas, entre las dos capitanas, con muertes de ambas partes; pero siempre el corsario llevaba lo peor, pues de toda su gente, no le quedaron vivas quince personas, y esas muy estropeadas y hechas pedazos[151]. Ultimamente el corsario se puso fuego en su nao, cuya llama subía alta por la mesana y parte de popa; fué necesario al Oydor, por no peligrar en su nao, recoger la bandera y gente que tenía en la del enemigo, y desaferrarse y apartarse dél como lo hizo, hallando que su nao con la fuerza de la artillería de tan largo combate (como navío poco fortificado) se había abierto por la proa, y hacía tanta agua, que sin poderla vencer se anegaba; el corsario, viendo el trabajo de su contrario, y que no le podía seguir, se dió priesa con la poca gente que le quedaba, á matar el fuego que su nave tenía, y habiéndole muerto, se puso en huida con el trinquete, que le había quedado, y destrozado por todas partes, y desaparejado y sin gente, llegó á Borneo y la Sunda, donde fué visto tan acabado y deshecho, que parecía imposible navegar y pasar adelante sin perderse. La capitana de los Españoles, que estaba bien ocupada en buscar el remedio de la necesidad, en que se hallaba no pudo ser socorrida, por estar sola y lejos de tierra, con que se fué á pique, con tanta brevedad, que ni desarmarse pudo la gente, ni apercibirse de cosa que los pudiese valer. El Oydor no desamparó la nao, aunque algunos soldados se apoderaron de la barca que traía por popa, para salvarse en ella, y le decían se metiese dentro, con que se hicieron á lo largo y se fueron, porque otros no se la quitasen[152]. Anegada la nao (con las banderas de cuadra y estandarte del enemigo, que consigo traía el Oydor) anduvo nadando cuatro horas, y vino á salir á un islote despoblado, dos leguas de allí, muy pequeño, llamado Fortuna, donde tambien se salvó alguna gente de la nao, que tuvo mas ánimo para sustentarse en la mar. Otros perecieron y se ahogaron, que aun no se habían desarmado, y que este aprieto los halló cansados de la larga pelea del enemigo. Los que murieron en esta ocasion, fueron cincuenta personas de todo género, y los mas conocidos. Los capitanes don Francisco de Mendoza, Gregorio de Vargas, Francisco Rodriguez, Gaspar de los Rios peleando con el enemigo. Y ahogados en la mar, los capitanes don Juan de Zamudio, Agustín de Urdiales, don Pedro Tello, don Gabriel Maldonado, don Cristobal de Heredia, don Luis de Belver, don Alonso Lozano, Domingo de Arrieta, Melchor de Figueroa, el piloto mayor Alonso Gomez, el P. Fr. Diego de Santiago, y el hermano su compañero. El almirante Juan de Alcega, habiendo alcanzado á Lamberto Viezman, poco despues de medio dia, le tomó con poca resistencia; y aunque despues vió pasar á una vista huyendo, y tan desaparejada la nao de Oliver de Nort, no la siguió, y sin mas detenerse, dió la vuelta con su almiranta á Mıraveles, dejando la presa con alguna gente de la suya, que le había metido dentro, para que le siguiese, tampoco buscó su capitana, ni hizo otra diligencia; presumiendo de cualquier mal suceso que hubiese tenido, se le podría poner culpa por haberla dejado sola con el corsario, y ido tras Lamberto Biezman sin orden del Oydor, y contraviniendo á lo que por escrito se le había mandado, temiéndose, que si se juntaba con él, despues de la partida, lo pasaría mal. El Oydor, venida la noche, en la barca de su nao que halló en el islote de Fortun, juntamente con la del corsario, y una caracoa que allí llegó, sacó de aquel puerto los heridos, y gente que se salvó, de manera, que el día siguiente los tuvo en la tierra de Luzon, en la barra de Anazibu[153], provincia de Balayan, treinta leguas de Manila, á donde los avió, con la brevedad que pudo. Por otra parte, en embarcaciones ligeras corrió la costa, y islas de su comarca, en demanda de su almiranta, y de la presa del corsario que se llevó á Manila, con veinte y cinco hombres vivos, y el almirante, diez piezas de artillería, y cantidad de vino, aceite, paños, lienzos, armas, y otros rescates que traía. Á el almirante y Holandeses de su compañía hizo dar garrote el gobernador, que este fin tuvo esta jornada, con que cesó el daño que se entendía hiciera el corsario en la mar, si se dejara estar en ella con el fin que traía, aunque á tanto daño de los Españoles, en la pérdida de la capitana, que no la hubiera, si se guardara la orden que el Oydor había dado. Deste suceso, dió certificacion al Oydor el gobernador don Francisco Tello, que es como se sigue:


CERTIFICACIÓN del gobernador don Francisco TELLO, de lo sucedido en la jornada con el corsario holandes.


«Don Francisco Tello, caballero del hábito de Santiago, gobernador y capitan general en estas islas Filipinas, y Presidente de la audiencia y chancillería Real, que en ella reside, etc. Certifico á los Señores que la presente vieren, que habiendo pasado el mar del Sur, por el estrecho de Magallanes, el año pasado de mil y seiscientos, una escuadra de navíos holandeses de armada, á cargo de Oliver de Nort, llegó á estas islas por el mes de Octubre del dicho año, con dos navíos de armada, y entró por ellas, haciendo algunas presas y daños, hasta ponerse sobre la boca de la bahía de esta ciudad de Manila, con designio de aguardar los navíos de mercadería que venían de China, y el galeon Santo Tomas, que se esperaba de la Nueva España, con la plata de dos años, de los hombres de negocios deste reyno, y que por acuerdo de la dicha real audiencia, de treinta y uno de Octubre del dicho año, se cometió y encargó á el Doctor Antonio de Morga, Oydor mas antiguo que era en la dicha audiencia, fuese luego á el puerto de Cabit, y lo pusiese y tuviese en defensa, y hiciese, y aprestase armada, que había de salir al corsario; en lo cual se ocupó el dicho Oydor por su persona, con mucho cuidado y diligencia teniendo fortificado y en defensa del dicho puerto, y acabó en el astillero, y echó en el agua un navío mediano, y armó y aderezó otro de particulares que estaba en el puerto, y ambos los puso de vergas en alto, en espacio de cuarenta dias. Y para que la jornada se hiciese con mas brevedad, y recaudo de gente de guerra, y de lo mas necesario (que segun el estado de las cosas tenían, no se podían hacer por otra mano) proveí y ordené al dicho Oydor, en primero de Diciembre del mismo año, saliese con la armada por general della, á buscar á el enemigo, y pelear con él hasta destruirlo, y echarlo en estas islas, lo cual hizo y cumplió el dicho Oydor, en esta manera. Que en doze días del dicho mes de Diciembre se hizo á la vela con dos navios de su armada del puerto de Cabit, y en catorce del dicho mes, al amanecer, dió vista al corsario fuera de la bahía desta ciudad, sobre la punta de Baleitigui, con sus dos naos capitana y almiranta, y le siguió, hasta acercarse, y habiéndose puesto á punto de combatirse, ambas armadas se acometieron, y el dicho Oydor con su capitana embistió con mucha gallardía y determinacion á la capitana del corsario, y la barloó (que era navío grande y fuerte, con mucha artillería y gente de pelea) y le echó luego dentro una bandera de infantería con treinta arcabuceros y algunos aventureros, y otra gente de mar, que le ganaron el castillo y cámara de popa, y banderas que traía; los cuales al fin de la batalla se retiraron á nuestra nao por el mucho fuego que últimamente se iba encendiendo en la del enemigo; y con esto se trabó la batalla, y combate de ambas partes, y duró mas de seis horas, con mucha artillería, mosquetería y arcabucería, que disparó de todas partes. Por otra parte, se ganó y tomó á el enemigo su almiranta, que venía á cargo de Lamberto Viezman, con la gente artillería y lo demas que dentro traía, y habiéndose desabracado las dos capitanas, por el fuego que se había encendido, y mucha agua que por proa la nuestra hacía, la del enemigo se puso en huida, con solo el trinquete que le había quedado, con casi toda la gente muerta, habiendo perdido la chalupa, y el estandarte, y banderas de gavia y cuadra, y desaparejado de vergas, velas y jarcia, y la nao abierta por muchas partes, se dejó ir á popa, y se ha entendido por diferentes relaciones que ha habido, pasó por Borneo con solos quince ó diez y seis hombres vivos, y los mas, estropeados y heridos, y pocos dias después, se acabó de perder junto á la Sunda[154]; y el dicho Oydor pasó con la gente de su compañía mucho trabajo y riesgo: porque, demas de algunas personas de cuenta, que murieron peleando, por habérsele abierto la nao por la proa como está dicho (por ser navío feble, y no frabricado para de armada que no pudo remediar ni vencer el agua que hacía) se le fué á pique el mismo día, donde se ahogó parte de la gente que en él había, por hallarse cansados de pelear, y aun no se haber desarmado; y el dicho Oydor (que jamas quiso salir de la nao, ni desampararla) salió al agua, cuando se anegó con la demas gente, y se salvó con ella á nado; sacando consigo algunas de las banderas del enemigo, en una isleta despoblada, nombrada Fortun, dos leguas de do fué la pelea; y el día siguiente, en algunas embarcaciones pequeñas que halló, sacó de allí la gente, y la puso en salvo en la tierra firme desta isla. En todo lo cual, el dicho Oydor procedió con mucha diligencia y valor, poniendo su persona, á todos los riesgos que hubo en la batalla; y despues en la mar, sin que por premio dellos se le diese, ni haya dado salario, ayuda de costa, ni otro aprovechamiento alguno; antes, puso y gastó de su hacienda todo lo que hubo menester para su apresto, en la dicha jornada, y socorrió algunos soldados aventureros que en ella fueron, y de la presa que se ganó en la almiranta del corsario que á esta ciudad se trujo, no quiso ni llevó cosa alguna; antes, la parte que della le podía pertenecer, la cedió y traspasó en el rey nuestro señor, y en su real hacienda[155]; con lo cual se siguió el fin é intento que se pretendió, de destruir y acabar el dicho corsario, tan del servicio de Dios y de su Magestad, y bien deste reyno; como todo lo susodicho mas largamente consta por autos, informaciones, y otras diligencias que se han hecho, tocantes á esta jornada. Y de pedimiento del dicho Doctor Antonio de Morga le dí la presente firmada de mi nombre, y sellado con el sello de mis armas, que es fecha en Manila á veinte y cuatro del mes de Agosto de mil y seiscientos y un años, don Francisco Tello[156]


El mismo año de mil y seiscientos, salieron de Manila dos navíos cargados de mercaderías, para Nueva España; por capitana, Santa Margarita, de que iba por general Juan Martinez de Guillestigui, que el año antes había venido en este cargo, y la nao San Gerónimo, de don Fernando de Castro; ambas tuvieron temporales en el viaje, en altura de treinta y ocho grados, seiscientas leguas de las Filipinas, y padecieron grandes necesidades, y á cabo de nueve meses que anduvieron por la mar (con muerte de muchas personas, y alijo y pérdida de mercaderias), arribó San Gerónimo á las Filipinas, sobre las islas de los Catenduanes, fuera del embocadero del Espíritu Santo, y allí se perdió habiendo salvádose la gente. La capitana Santa Margarita, muerto el general, y la mayor parte de la gente, arribó á las islas de los Ladrones, y surgió en la Zarpana, donde los Naturales que llegaron á bordo, y vieron la nao tan sola y destrozada, entraron dentro, y se apoderaron della, y de la ropa y hacienda que la nao tenía, y la poca gente que en ella iba viva, la llevaron consigo á sus poblazones, y algunos mataron, y otros los tuvieron en diversos pueblos, sustentándolos y haciéndolos mejor tratamiento: las cadenas de oro, y demas cosas de la nao, traían los Indios al cuello, y colgaban de los árboles y metieron en sus casas, como gente que no lo conocía[157].

Por Mayo, de seiscientos y uno, vino á las Filipinas de la Nueva España el galeon Santo Tomas con pasageros y soldados, y el retorno procedido de las mercaderías, que estaban atrasadas en Méjico, de que venía por general el licenciado don Antonio de Ribera Maldonado, y por Oydor de Manila. Salió en su conserva, del puerto de Acapulco, un patache pequeño, que porque no podía navegar tanto como Santo Tomas, á pocos dias de navegacion quedó atrás. Llegado sobre las islas de los Ladrones, algunos navíos de los Naturales salieron á la nao, como acostumbran, y les trujeron cinco Españoles de la nao Santa Margarita, que el año antes allí se había perdido, de los cuales se entendió la pérdida della, y como habían quedado hasta veinte y seis Españoles vivos en las poblazones de aquellas islas; que si se detenían dos días con la nao, se los traerían los Naturales.

Persuadieron al general los religiosos y gente que en su compañía venía, que pues el tiempo era bonancible, se entretuviesen en aquel pasaje, para sacar esta gente de aquellas islas, donde había un año que estaban, y ofreciéronse algunas personas de mas aliento á irlos á buscar á tierra, en la chalupa del galeon, y en los mismos navíos de los Ladrones, á que el general no dió lugar, pareciéndole se perdía tiempo, y se arriesgaba su navegacion. Sin licencia del general, se echó en uno de los navíos de los Ladrones, fray Juan Pobre, lego, que venía por prelado de los religiosos descalzos de San Francisco, que iban embarcados en aquella ocasion á Filipinas; lleváronlo á tierra (de la isla de Guan) los Indios, donde quedó con los Españoles que halló. El galeon Santo Tomas, sin mas detenerse, siguió su viaje, con mucho dolor y sentimiento que les quedó á los Españoles de tierra, por verse quedar entre aquellos bárbaros donde algunos despues murieron de enfermedades y otros trabajos; llegó el galeon á las Filipinas, en demanda del cabo del Espíritu Santo, y embarcadero de Capul en conjuncion de luna, con revolucion del tiempo, y la tierra tan cubierta de cerrazon, que hasta estar sobre ella con la nao, no se vió, ni los pilotos y marineros la conocieron, ni el paraje en que estaban, y corriendo á la parte de los Catenduanes, entró en una bahía, que llaman Catamban[158], veinte leguas del embocadero, donde se hallaron ensenados, y con tanta mar y viento por popa, que el galeon fué sobre unas peñas, cerca de tierra; donde aquella noche estuvo muy cerca de pederse con toda la gente. Luego que fué de día, salió el general con la chalupa á tierra, y hizo amarrar la nao en unas peñas, y porque el tiempo no mejoraba, y la nao cada hora estaba á riesgo mayor de perderse, y los cables con que estaba amarrada faltaban, determinó descargarla allí, con la priesa que pudo con la chalupa. Púsose luego en ejecucion, y sacóse toda la gente, y la plata y mucha de la ropa y hacienda, hasta que embarcaciones de la tierra, Españoles é Indios de aquella provincia, lo llevaron todo á Manila, ochenta leguas, parte por mar, y lo demas por tierra; dejando la nao (que era nueva y muy hermosa) allí perdida, sin que della se pudiese sacar provecho alguno.

El atrevimiento y osadía de los Mindanaos y Joloes, en hacer entradas con sus armadas en las islas de Pintados, habían llegado á tanto, que se esperaba habían de venir hasta Manila, haciendo presas y daños, que para atajarlos determinó el gobernador don Francisco Tello, el año de seiscientos y dos, en principio del (sacando fuerzas de flaqueza), se hiciese luego sin mas dilación la jornada de Joló, para su castigo y pacificación; con la armada y gente que tenía en Sebú y los Pintados, el capitan y sargento mayor, Juan Xuarez Gallinato, y con alguna mas gente, navíos y bastimentos que se le enviaron, con las instrucciones y recaudos necesarios, para que entrase en la isla, y castigase al rey, y naturales della, y la pacificase y redujese á la obediencia de su Magestad, que con esto (hasta que hubiese lugar para ir á lo de Mindanao, que cae muy cerca de Joló) se enfrenaría la desenvoltura, que el enemigo traía, y teniendo la guerra en su casa, no saldría fuera á hacer daños. Partió el capitan Gallinato á esta jornada, con doscientos Españoles de guerra, navíos, artillería y los bastimentos que (para cuatro meses, que parecía que podría durar la empresa) eran necesarios, y con Indios para esquifazones de los navíos, y demas cosas del servicio que se ofreciesen. Llegado á Joló, y barra del río desta isla, que está dos leguas de la poblazon principal, y casas del rey, echó la gente, artillería, y bastimentos necesarios en tierra, dejando sus navíos con la guardia conveniente; la gente de la isla estaba toda en la poblazon y casas del rey, que son en un cerro muy alto, sobre unas breñas, que tiene dos subidas, por unas sendas y caminos tan angostos, que no puede ir, sino una persona tras otra: y lo tenían todo fortificado y trincheado, con palmas y otras maderas y mucha versería, recogidos dentro bastimentos, y agua para su sustento, con prevención de arcabuces, y armas, sin mugeres y niños, que los habían sacado de la isla, y pedido socorro á Mindanaos, Borneyes, y Terrenates que lo esperaban, por haber tenido noticia de la Armada que contra ellos se aparejaba en los Pintados. Antes que este socorro les llegase determinó Gallinato acercar su campo junto á la poblazon, y acometer el fuerte, habiéndose alojado á media legua, en un llano frontero de la subida. Envió con lenguas, algunos recaudos á el rey, y principales de la isla, para que se diesen, y lo harían bien con ellos, y entre tanto que le volvía la respuesta, fortificó en aquel sitio su alojamiento, atrincheándose por do lo había menester, y poniendo su artillería de manera que le pudiese servir; teniendo su gente lista, para lo que se ofreciese. Volvióse la respuesta, con palabras engañosas y fingidas, escusándose de los excesos que habían tenido, y de no hacer lo que les había pedido por entonces; dándole largas esperanzas, que lo harían mas adelante, todo á fin de entretenerle en aquel sitio (que es muy enfermo) hasta que entrasen las aguas, y se comiesen los bastimentos, y llegase el socorro que esperaban. Tras esta respuesta, pareciéndoles que con ella los Españoles estaban mas descuidados, bajó con mucha priesa del dicho fuerte (con arcabuces y otras armas enastadas, campilanes y carazas) un grande golpe de gente, que serían mas de mil hombres; y juntos embistieron y acometieron el alojamiento, y real de los Españoles. No pudo hacerse esto tan encubiertamente, que los Españoles no lo viesen, y tuviesen lugar (primero que llegasen) de ponerse á punto, para recibirlos, como lo hicieron, y habiéndolos dejado llegar, á todos juntos en tropa como venían, hasta dentro de los alojamientos y trincheas, y que hubiesen disparado su arcabucería, luego se les dió una carga, primero con el artillería, y despues con la arcabucería, que con muerte de muchos, los hizo volver huyendo á el fuerte. Los Españoles los fueron siguiendo, hiriendo y matando, hasta la mitad del cerro, que como de allí adelante, los caminos eran tan estrechos y fragosos, se retiraron por la mucha versería, que de lo alto se disparaba, y piedras grandes que venían rodando, echadas á mano, y se volvieron á su alojamiento. Otros muchos días se hizo fuerza en volver á subir á el fuerte, y no se hizo efecto; con lo cual Gallinato, (viendo que la guerra iba mas á la larga, de lo que se había entendido), hizo dos fuertes, uno donde tenía sus navíos, para defensa dellos y del puerto; y otro media legua mas adelante, en sitio apropósito en que se pudiese recoger, y entretener con el campo. Eran de madera y fagina, guarnecidos con la artillería que llevaba, en que se metió, y de allí salía amenudo corriendo la tierra, hasta el fuerte del enemigo, en que siempre le tuvo encerrado, sin que jamas quisiese bajar ni rendirse, y persuadido, que los Españoles no podían detenerse mucho tiempo en la isla. Viendo Gallinato, que las aguas estaban á priesa, y los bastimentos se le iban acabando, y no se habia hecho lo que se pretendía, ni con lo que le quedaba se podía concluir, y que el enemigo Mindanao, con otros sus aliados publicaban, juntaban gruesa armada para echar de Joló los Españoles, envió aviso de todo lo sucedido al gobernador de Manila con la pintura de la isla y fuerte, y dificultades que la empresa tenía, en un navío ligero, con el capitan y sargento mayor, Pedro Cotelo de Morales, por fin de Mayo de seiscientos y dos, para que se le enviase orden de lo que había de hacer, y el socorro de mas gente y bastimentos que era menester; encargándole, volviese con brevedad con la respuesta.

Cuando en el reyno de Camboja mataron el Moro Ocuña Lacasamana, y sus parciales, á Diego Belloso y á Blas Ruiz de Hernan Gonzalez, y los Castellanos y Portugueses de su compañía; se dijo que Juan de Mendoza Gamboa, en su navío, con el padre Fr. Juan Maldonado y su compañero, y con don Antonio Malaver, y Luis de Villafañe, y otros Españoles que se escaparon, por haberse embarcado en este navío, fueron saliendo el río abajo á la mar, defendiéndose de algunos paroes de Cambojas y Malayos que los seguían, hasta que salieron por la barra. Hizo su viaje, la costa adelante á Sian, para donde llevaba su principal despacho, Juan de Mendoza; y llegados á la barra, subieron el río arriba á la ciudad de Odia, corte del Rey, que recibió la carta y embajada del gobernador don Francisco Tello, aunque con menos aparato y cortesía, que Juan de Mendoza quisiera[159].

Trató luego de sus rescates, y trató tan estrechamente lo que era regular, de algunos presentes y dádivas á el Rey, y á sus privados, que negociaba cortamente lo que se le ofrecía, y aun estuvo el Rey inclinado á tomarle el artillería que en el navío llevaba, por haberse acudiciado á ella. Temiéndose desto Juan de Mendoza, la echó en el río con boyas, donde cuando se hubiese de ir, la pudiese volver á tomar; y dejó (para cumplir) en el navío una pieza sola de hierro, y algunos versos. Había en Odia un religioso de la orden de Santo Domingo, Portugues, que de dos años atras, residía en aquella corte, administrando los Portugueses, que con sus tratos allí asistían; entre los cuales, había algunos que el rey había sacado de Camboja y de Pigu, en las guerras de ambos reynos. Estos, y los demás Portugueses, habían tenido en la ciudad algunas revueltas con Sianes, y muerto á un criado del rey (que como sabe perdonar poco) había frito algunos de los delincuentes, y á los demas, y al religioso, no los dejaba salir de la ciudad ni del reyno, aunque le habían pedido licencia, y hecho instancia para irse. Viéndose sin libertad, menos bien tratados de lo que solían ser, y cada dia amenazados, trataron con Fr. Juan Maldonado, que cuando se hubiese de ir su navío, los embarcase secretamente, y los sacase del reyno; el cual lo tomó á su cargo, y ya que Juan de Mendoza estaba despachado (aunque no como deseaba, porque el Rey no le daba respuesta para el gobernador, y se la dilataba y sus mercaderías no habían tenido buenas ganancias), determinó, por consejo de Fr. Juan Maldonado, de tomar una noche su artillería, y salirse con la mayor priesa que pudiese el río abajo, y que la misma noche el religioso Portugues, y los de su compañía (que serían doce hombres) ocultamente se saliesen de la ciudad, y le aguardasen en el río, ocho leguas de allí, en paraje señalado; donde los embarcaría. Hízose así, y teniendo el Rey noticia de la ida de Juan de Mendoza con su navío, sin su licencia y despacho, y que llevaba el fraile y Portugueses que tenía en su Corte, se indignó de manera, que envió cuarenta paroes artillados, con mucha gente de guerra en su seguimiento, para que los prendiesen y volviesen á la Corte, ó los matasen; y aunque Juan de Mendoza se daba la priesa que podía en bajar por el río, como era navío sin remos, y las velas no le servían todas veces, y el camino de mas de setenta leguas, le alcanzaron en él los Sianes. Púsose Juan de Mendoza en defensa, cuando le llegaron cerca, y con el artillería y arcabucería los ofendía tanto, que temían abordalle; todavía se le arrimaron algunas veces, y le procuraron entrar, y le echaron fuego artificial, con que tuvieron los Españoles bien que hacer; porque duró mas de ocho días la pelea, de día y de noche, hasta que ya estaban cerca de la barra, porque el navío no se les fuese, le acometieron todos los paroes (que habían quedado de las refriegas pasadas), juntos, y hicieron el último esfuerzo que pudieron; y aunque los Sianes no pudieron salir con su intento, y llevaron la peor parte de muertos y heridos, no quedaron los Españoles sin mucho daño; porque murió en la pelea el piloto Juan Martinez de Chave, y el compañero de Fr. Juan Maldonado, y otros ocho Españoles, y Fr. Juan Maldonado, malherido de una bala de un verso, que le quebró un brazo; y el capitan Juan de Mendoza sacó otras heridas peligrosas. Con esto los Sianes volvieron el río arriba, y el navío salió á la mar maltratado, y no le haciendo el tiempo tan apropósito, para atravesar por los bajos á Manila (ni para Malaca que les caía mas cerca), tomó la vía de la Cochinchina, donde entró, y se juntó con un navío de Portugueses que allí había, y le esperó que hiciese su viaje de vuelta para Malaca, para ir en su conserva. Allí vinieron á empeorar de sus heridas, Fr. Juan Maldonado, y el capitan Juan de Mendoza, y ambos murieron, y dejó Fr. Juan Maldonado una carta, escrita pocos días antes, para su prelado y orden de Santo Domingo de las Filipinas, dándoles cuenta de sus viajes y trabajos, y ocasion de su muerte, informándoles de la calidad y sustancia de las cosas de Camboja, á que había sido enviado, y de los pocos fundamentos, y causas que había para inquietarse con aquella empresa, y poco útil que della se podía esperar; encargándoles la conciencia, para que no fuesen mas instrumento para volver á Camboja. El navío con lo que llevaba, fué á Malaca, y allí se vendió todo, por mano del juez de difuntos, y algunos de los Castellanos que quedaron vivos vinieron á Manila, enfermos, pobres y necesitados de los trabajos que habían pasado.

Las cosas del Maluco tenían cada día menos buena disposicion, porque el Terrenate hacía guerra descubiertamente al Tidore su vecino, y á los Portugueses que consigo tenía, y había admitido algunos navíos que á Terrenate habían venido, de las islas de Holanda y Zelanda, á sus contrataciones, por la vía de la India, y por medio suyo había enviado embajada á Inglaterra, y al Príncipe de Orange, sobre pazes, trato y comercio con los Ingleses y Holandeses, de que tenía buena respuesta, y aguardaba con brevedad una armada de muchos navíos de Inglaterra, y de las islas, con cuyo favor pensaba hacer grandes cosas, en perjuicio de Tidore, y de las Filipinas. Entretanto, tenía en Terrenate algunos Flamencos é Ingleses, que le habían quedado en prendas, con un factor, que entendía en el rescate del Clavo; habiendo estos traido muchas y lucidas armas para comprarlo, con que la isla de Terrenate estaba bien llena y proveida de ellas. El rey de Tidore, y el capitan mayor, escribían cada año al gobernador de las Filipinas, dando á entender lo que había, para que con tiempo se remediase, y se les enviase socorro; y una vez vino por el á Manila, Cachilcota[160], hermano del rey de Tidore, grande soldado, y de los de mayor fama de todo el Maluco, siempre se les dió gente, bastimentos y otras municiones; lo que mas deseaban era, que fuesen de propósito sobre Terrenate[161], antes que el Ingles y Holandes viniesen con el armada que esperaban; esto no se podía hacer sin orden de su Magestad, y mucha prevencion y aparato para semejante empresa, siempre se hacía el mismo recuerdo de Tidore; y últimamente, en este gobierno de don Francisco Tello, volvió con esta demanda el capitan Marcos Diaz de Febra, que trujo cartas al gobernador y á la audiencia, del rey, y del capitan mayor Rui Gonzalez de Sequeira, diciendo lo que pasaba, y la necesidad que había, por lo menos de enviar socorro á Tidore; y en particular escribió sobre ello el rey á el doctor Antonio de Morga (con quien se solía tratar) la carta que se sigue escrita en lengua portuguesa, y firmada en la suya.


Ao dotor MORGA nas ilhas philipinas, de orei de tidore.


Estranhamente folguei coun a carta de v. md. escripta en oito de Nouembro pasado, poi nela particucularmente entendí, as grandes veras que tene, de se acordar de mi en minhas causas; as quais, por ellas pague Deus á v. md. con largas prosperidades de vida, para seruiçu do rey meu senhor; pois entendo, que ò tein á v. md. nesas ilhas, con desejo de augmentar á ella, o que nao ignoro, que o mesma sera para o remedio desta forteza, é ilha de Tidore. E escreuo ao governador, e aesa audiencia, sobre o socorro que peço, pois tantas tenho pedido, sendo tan necessario que se acuda; que con isto, se atajara, o danho, que la, e aqua, poderao despois custar muico, ao rey noso signor, v. md. me faroresca nisto, hen o mais que pera ben desta forteza for necesario, porque fara grande serviçu a Deus, e au rey meu signor. Deus guarde a v. md. con vida, por muitos anhos. Desta ilha de Tidore, oje oito de Março mill seiscentos he uno. O rei de Tidore, O portador que he Marcos Diaz, dara v. md. un frasco con frasquinho, de adereço de latom mourisco, mando á v. md. para que se acuerde deste seu amigo[162].


Volvió á Tidore (en la moncion primera, principio del año de seiscientos y dos) Marcos Dias con respuesta desta su embajada, y el socorro que pedía de bastimentos y municiones, y algunos soldados, con que fué contento, hasta que hubiese ocasion, para que de propósito se pudiese desde Manila hacer la jornada de Terrenate que se deseaba.

Notas de José Rizal
  1. Tal vez los arcabuces de los soldados muertos en el combate con Figueroa, porque, si bien en las islas se usaban versos y otras piezas de artillería, los arcabuces eran sin embargo desconocidos.
  2. Estas consideraciones pueden aún aplicarse á las campañas actuales en Mindanao.
  3. Porque, continuando las enemistades, era más fácil después someterlos, que no estando unidos, como sucedió más tarde, haciendo grandes daños en las islas desarmadas, sujetas a la corona de Castilla. Por esto dijimos que la palabra pacificar, que tan a menudo emplea el autor, parece sinónima de meter guerra ó sembrar enemistades.
  4. Para que confiando en esta próxima ayuda, continuasen haciéndose la guerra unos a otros.
  5. Para pacificarlos.
  6. Gefes. Ketchil, palabra malaya que significa pequeño, joven; de aquí un joven de distinción, un hijo ó hermano de los Príncipes de Molucas: en Amboyno es la designación del heredero aparente (Marsden's Dictionary, citado por Stanley).
  7. Lord Stanley recuerda en este punto una princesa, llamada Daunlibor (hoja-ancha) mencionada en los anales malayos. Nosotros creemos que Dogon-libor no tiene relacion con aquel nombre, porque Dogô (n) podría tener significación distinta de la de Daun (tagalo Dahun-hoja), por ejemplo la de sangre ó linaje. Argensola, sin embargo, en la obra ya citada, habla de un Dinguilibot, tío de Monao, verdadero señor de Tampakan. Probablemente será el mismo de que habla nuestro autor.
  8. Para captarse las simpatías de los Kagayanes, y luego bautizarlos y reducirlos.
  9. Tugegaraw.
  10. Costumbre seguida ahora por los Ingleses: valerse del dinero y de los traidores para acabar con un enemigo temible. Esta costumbre se usaba desde la más remota antigüedad así en Asia como en Europa.
  11. 1568.
  12. Esta isla aún continúa independiente á pesar de que algunas de su grupo y muchas de las adyacentes han pasado al dominio de Alemania, Francia é Inglaterra, y de que no han faltado motivos para someterla. Tiene en sus bosques magníficos árboles (sándalo, ébano, y guayaco), los habitantes, pocos, en estado salvaje, y no cristianos, han muerto varias veces á las tripulaciones de los barcos, para vengar injurias, en ellos inferidas por los que iban en compra de la madera de sándalo. Wallace cree que esto se debe á la mala reputación de que gozan sus habitantes y sobre todo á su hostilidad al extranjero, y al canibalismo. Esta isla de S. Cristobal está situada a los 10°8′ Lat S y 162° Long. E. Mer. Greenw.
  13. Situada 11° Lat. S. 165°, 57′ Long E. Greenw.
  14. Ya el mismo autor ha hecho notar que estas islas habían sido antes descubiertas.
  15. Fatuhiwa como la llaman los Indígenas; está situada a los 10° 40 Lat. S, y á los 138° 15′ Long. O Greenw. Pertenece al grupo de las islas Marquesas bajo la bandera francesa.
  16. Tan bien.
  17. Según Cook, citado por Wallace, estos habitantes aventajarían á todas las otras razas en la armonía de las proporciones y regularidad de las facciones. La estatura de los hombres es de 1,75 cent. á 1,83 cent.
  18. Wallace dice sin embargo que en la dentadura y en los ojos son inferiores á los otros habitantes de la Polinesia.
  19. El Dr. Wilhelm Joest trae en su obra, Tätowiren Narbenzeichnen, und Körperbemahlen algunas reproducciones de los tatuajes que practican los habitantes de la Polinesia.
  20. La muerte ha sido siempre la primera señal de la civilización europea al introducirse en el Pacífico, y, quiera Dios, no sea su última, porque á juzgar por las estadísticas, las islas del Pacífico que se civilizan, se despueblan terriblemente. La primera hazaña del mismo Magallanes al llegar a las Marianas, fué quemar más de cuarenta casas, muchas embarcaciones y siete habitantes, por haberle robado un bote: aquellos infelices salvajes no veían nada malo en el robo, que lo hacían con tanta naturalidad, como entre los civilizados el pescar, cazar y sojuzgar pueblos débiles ó mal armados.
  21. Probablemente Motane.
  22. Tendrá.
  23. Hiwaoa.
  24. Tahuata ó Tanata.
  25. Estrecho de Bordelais.
  26. ¿Vaitahu (Madre de Dios)?
  27. Seria la fruta del Árbol del Pan (artocarpus incisa) que también se encuentra en las Filipinas, conocido bajo el nombre de rimas: en español llámase rima; créese que bajo este nombre era conocido en la Polinesia.
  28. Esto probaría que por aquella época vivían aun en el grupo de Tuamotu ó Paumotu restos de la raza negra, que ahora ya no existe según los viajeros, pues lo habita la raza mahorí.
  29. Como se ve, Quirós no estaba en lo cierto, pues Tahuata es una isla muy separada de los grupos del Sur, y se cree ahora (Marsden, Wallace) que la raza polinésica que puebla aquellas islas haya venido de Samoa, á donde arribara en épocas muy remotas desde el lejano Oeste, porque en sus tradiciones los naturales dicen casi todos haber venido de Savaii. No falta, sin embargo, quien haya visto bajo este nombre á Hawai, isla del grupo de Sandwich.
  30. 9°,56′30″.
  31. Probablemente el grupo de Pukapuka, islas de la Unión.
  32. Tal vez Sophia que concuerda con la distancia á que lo pone de Lima.
  33. Nitendi.
  34. ¿Islas de Taumako?
  35. ¿Matema?
  36. ¿Vanikoro?
  37. Nótese bien el uso del betel.
  38. Kilitis, como lo llaman en Filipinas, pero no sabemos que de ella se haga añil.
  39. No sabemos lo que este nombre significa. Lord Stanley no lo traduce y pone sagia simplemente. Probablemente será el sagā tagalo, ó jequiriti.
  40. Los historiadores de Filipinas que no perdonan sospecha ni accidente para interpretarlos en sentido desfavorable para los Indios, se olvidan de que, casi en todas las ocasiones, el motivo de las discordias ha venido siempre de los que pretendían civilizarlos, á fuerza de arcabuces y á costa de los territorios de los débiles habitantes. ¿Qué no dirían, si los crímenes cometidos por Portugueses, Españoles, Holandeses, etc., en las colonias hubiesen sido cometidos por los isleños?
  41. Probablemente Ponapé.
  42. Seypán.
  43. Guam.
  44. El doctor filipino T. H. Pardo de Tavera, fundándose en más amplios datos de la Historia del descubrimiento de las regiones australes hecho por el General Pedro Fernandez Quirós (Madrid 1876) páginas 162-63 (Tom. I), cree con razón que esta bahía de Cobos es la actual Ensenada de Laguán.
  45. El ilustrado traductor de Morga, lord Stanley, cree aquí que esta frase «ó la que llevo faltemos» se refiere á D.ª Isabel de Barreto ó D.ª Beatriz; nosotros creemos sencillamente que el pronombre la se refiere a la relación que consigo Quirós llevaba de su viaje. Ya lord Stanley extrañaba esta falta de respeto en Quirós; D.ª Isabel estaba casada con D. Fernando de Castro. Nos confirman además en esta opinión los dos pronombres della antes y después de la frase, ambos queriendo decir de la relación.
  46. Este temor del insigne marino se ha realizado más de lo que se esperaba, como todo el mundo lo sabe.
  47. En la isla de Shikoku. Escríbese hoy Tosa.
  48. Urado.
  49. Del japonés funé, que significa embarcación.
  50. Tal vez no sería más que un daimio, ó gobernador
  51. Hicieron los Japoneses todo esto, no porque fuesen infieles, sino porque tal era su costumbre. Naciones cristianas tenían no mucho antes procederes parecidos. El Japón, como las Filipinas y las naciones europeas de la Edad Media, consideraba entonces como propiedad de su rey ó señor las embarcaciones que naufragaban en sus aguas. Los Españoles no lo ignoraban, pues ya decía el mismo autor (pàg. 75): sabían cómo serían recibidos.
  52. Capital ó sea Kioto.
  53. Á propósito de esta palabra Nambaji, que lord Stanley traduce por monje,, se menciona la etimología de la palabra Nembuds-Koo, que según Kaempfer significa cofradías que cantan el Namanda (Nama Amida Budsu) etc. Nosotros disentimos de la opinión de tan ilustre escritor y creemos que Nambaji viene del japonés Nambanjin que significa habitante del bárbaro Sur, equivalente al Walsche alemán, por venir del Sur los misioneros
  54. Después de todo, Ximonojo ni mentía ni se equivocaba. Testigos las Molucas, en donde los Misioneros españoles servían de espías; Camboja, que se iba a conquistar so pretexto de religión, y otras muchas naciones, entre las cuales están las Filipinas, donde el sacramento del bautismo hacía de los habitantes, no sólo súbditos del Rey de España, sino también esclavos de los encomenderos y aun esclavos de las Iglesias y conventos. ¿Qué habría sido del Japón ahora, si sus emperadores no hubiesen extirpado el Catolicismo? En la Congregación de la Propaganda Fide, según el P. Diego Collado, uno de los más ardientes apóstoles del Extremo Oriente, se dijo por escrito el 22 de Marzo de 1625 «que el Rey de España se había concertado con algunos religiosos de otras órdenes de Filipinas que á título de predicar la fe y hacer cristianos, le granjeasen los Japones, y les obligasen á hacerse de la facción de España, y finalmente diesen traza como el Rey de España lo fuese de Japon.» (Memorial de 1631). El P. Diego Collado no sólo no desmintió esto, sino que más abajo decía al Rey para excitarle, que viene á caer el Japon por mas de 30° dentro de los 180° que le tocan del mundo á la corona de Castilla, por lo cual se quejaba de que fuesen al Japón misioneros portugueses, ingleses, italianos, etc. ¡Luego no era por religión porque convertían a los infieles!
  55. Y tal vez como político previsor y enérgico.
  56. El bárbaro Sur.
  57. Dono ó Tono es un título nobiliario.
  58. Fushimi, Osaka y Sakai.
  59. Mejor dicho Kambaku.
  60. Esto es, 6 de Febrero.
  61. Los de Corea.
  62. Riu-Kiu ó Lu-Tschu.
  63. Formosa.
  64. Lord Stanley trae en su apéndice una interesantísima nota, referente á éstos que han dado en llamar mártires del Japón, de la que vamos á extractar y traducir algunos párrafos.
    El P. Alejandro Valignano, Visitador de la Compañía en el Japón, y contemporáneo de los dichos mártires, parece que dejó un libro manuscrito, destinado á refutar las calumnias y acusaciones de Fr. Martín de la Ascensión contra los Jesuítas, en las tristes y enojosas disputas sobre á quien pertenecían las misiones en el Imperio del Sol. Este libro, fechado en octubre de 1598, se encuentra en la biblioteca de Evora (cxv, 2–2.). Contiene 31 capítulos, de los cuales los tres últimos están destinados á refutar las inexactas aserciones de Fr. Jerónimo de Jesús. Dice el manuscrito que el P. Fr. Martín de la Ascención había escrito tratados contra los Jesuítas, sometiéndolos á la corrección de un clérigo portugués amigo suyo, llamado el P. Miguel e Roxo, quien se escandalizó no poco al leer las calumnias que el libro contenía. El P. Valignano se queja de la ligereza de Fr. Martín por haberse atrevido á escribir tratados sobre el Japón, no habiendo estado en él más de 5 ó 6 meses, habiendo comenzado á escribir a los tres de su llegada á Nangasaki.
    En el capítulo 27, el P. Valignano dice que los frailes inventaron un plan para ocultar y velar las torpezas cometidas en el Japón, y para difamar á los Jesuítas. El plan consistía en celebrar una gran festividad y hacer procesiones en honor de los frailes crucificados, publicando que eran mártires, y que los de la Compañía conocían muy bien cómo poner en salvo sus vidas y evitar el martirio.
    Respondiendo á esta acusación hace observar el P. Visitador que los tres Jesuítas, que por equivocación fueron crucificados en compañía de los frailes de Manila, murieron con tanta fe y constancia como los otros; uno de aquellos era Aligi (Michi) Paulo, Hermano Jesuíta por más de 12 años. Que la Compañía no les envidia á los frailes sus mártires, pero piensa que su canonización es un derecho reservado al Papa, y que por consiguiente, hasta que su Santidad no los declarase por mártires, los frailes hacían mal en distribuir sus reliquias. Culpa á los que fueron ejecutados, por haber presentado una numerosa lista de cristianos japoneses á Gibunoxo (Ximonojo) quien, por prudencia para no comprometer á muchas importantes personas, no la mostró á Taicosama. El P. Valignano niega además los milagros que los frailes atribuyen á sus mártires. «1.º Aunque se conservaron los cuerpos durante los primeros días gracias al frío, sin embargo se corrompieron después y olieron como los otros; 2.º Se ha hecho constar de que el cuerpo de Fr. Pedro Baptista derramaba sangre muchos días después de su muerte; eran solo humores corrompidos que juntamente con los intestinos salieron al exterior; 3.º Se ha pretendido de que una cantidad de su sangre se conservó incorrupta y líquida; la verdad es que Juan Bautista Bonacina, Milanés, recogió sangre en una toalla, la llevó á casa y la exprimió dentro de una botella de porcelana, cerrándola y guardándola en una caja con la intención (como me manifestó) de llevarla consigo á Italia para su particular devoción, y para referir lo que había visto con sus propios ojos. Yo acababa de llegar de la India, cuando vino á Macao, y me trajo la botella con el gozo de mostrármela porque la sangre se conservaba líquida, lo que creía maravilloso, y por que la mayor parte de aquella sangre era del Hermano Aligi Paulo. Estaban entonces en Macao los obispos don Pedro Martín expulsado del Japón, y don Luis que iba allá á sustituirle. Yo les presenté á ellos el Milanés y su botella; la abrieron é introdujeron un pedacito de papel dentro, para reconocer el líquido, que por su color no se parecía en nada á la sangre, aunque sí por su mal olor. Después de considerar bien la materia entre nosotros tres, cerramos el frasco con un pedazo de lienzo tal como estaba antes y se lo devolvimos á Juan Bautista, sin decir lo que pensábamos para no lastimar su devoción; pero opinamos que allí no había nada que se pareciese á un milagro, tanto más cuanto que creímos que recogida la sangre en un paño y exprimida después, permanecería naturalmente liquida porque la parte coagulable se quedaría adherida al tejido. Los frailes se apoderaron más tarde de la botella, y sin mencionar el nombre de Aligi Paulo, se la llevaron al Vicario de Macao, persona poco versada en letras, quien, sin consultar con nuestros Padres ni con los obispos, inducido por los frailes, certificó que la sangre era líquida y que su conservación parecía maravillosa, todo esto, sin mencionar ni su mal color ni su olor repugnante. Cuando lo supo el obispo don Pedro, mandó llamar al Vicario y le amonestó por haber llevado á cabo el negocio tan clandestinamente, habiendo allí dos obispos y varios Padres Jesuítas, entre los cuales cinco ó seis fueron catedráticos de Teología.»
    Sin embargo de todo esto, fueron después canonizados y declarados santos como Mártires del Japón. ¿Cuántos mártires y santos habrá en el Calendario que deben su nombre á un desconocimiento de la Fisiología humana?
  65. Argensola le llama Alderete, sin duda error del escribiente.
  66. Tal vez uno de los dos elefantes que el Rey de Camboja, buscando alianza, había enviado á Manila con Diego Belloso.
  67. Armaduras.
  68. Tien tsin.
  69. Lord Stanley dice respecto á esto: «Este Fray Alonso Ximenez y su historiador dan una nueva prueba de la veracidad del «imprudente» piloto, que explicó á los Japoneses la manera cómo habían conquistado tan dilata los reinos. La práctica moderna ha sustituído la frase; en servicio de Dios y de su Majestad por el abasto de los mercados». Esto tal vez era cierto en 1868, época en que escribía lord Stanley, porque ahora se dice: Poner bajo su protectorado, civilizar, etc.
  70. Tendrá.
  71. Probablemente dictadas por Blas Ruiz ó Diego Belloso, ó por ambos.
  72. Blas Ruiz debió haber olvidado la oposición de Morga á esta expedición de Camboja.
  73. Esta carta se parece muchísimo á la que trae Fr. Diego Aduarte como escrita por el mismo Prauncar á Fr. Alonso Ximenez. Quitando el poder raro que este rey daba al mismo padre en el final de su carta para procurar y demandar haciendas y vasallos suyos en Manila, y cambiando los nombres, se diría que hubo un solo original para ambas cartas.
  74. Este es el Fray Diego Aduarte, que fué después Obispo de Nueva Segovia, y escribió Relaciones de Mártires y una Historia de la Provincia del Santo Rosario, en donde cuenta largamente esta expedición y la parte que en ella había tomado. Ha tratado en vano de pintar esta empresa bajo un aspecto favorable, procurando presentar como disculpables la matanza de los Chinos, la muerte de Anacaparan y el incendio de su palacio, aunque con contradicciones y detalles inverosímiles, entre milagros y acciones verdaderamente heroicas y maravillosas. En una noche, en medio de una gran tormenta, «en que no había hombre que pudiese estar en pie», confesó á los cristianos de la armada, catequizó á los infieles, bautizando á veintidós de ellos, de diferentes lenguas, y los sacramentó á todos, además de confesarse varias veces y confesar á su Provincial; daba fe de que no solamente el agua de los pozos de la costa era más salada que la del mar, sino que también lo era el rocío del cielo, etc.. Cuenta con cierta candidez la manera cómo quisieron tratar de engañar á Anacaparan, el incendio del palacio, que para excusarse, decía «sólo encendieron hogueras para verse unos á otros», etc. no olvidándose de confesar á sus compañeros antes de lanzarlos á matar á los que dormían tranquilos y quemar sus casas. Fr. Diego Aduarte es el tipo del fraile aventurero de entonces, medio guerrero y medio sacerdote, valiente y sufrido, confesando, bautizando y matando lleno de fe y sin escrúpulo alguno. Su historiador, Fr. Domingo Gonzalez, de su misma Orden, le pinta como un virtuoso obispo, muerto en olor de santidad, encontrando su cadáver después de muchos meses «más barbado que cuando falleció.» Morga, que difiere de él en muchas partes, habrá tal vez juzgado los hechos, después de oír diversas partes y relaciones de los personajes, en esta empresa interesados.
  75. Lord Stanley juzga aquí severamente á este Blas Ruiz como un traidor que quiere despojar á su bienhechor. Si Blas Ruiz no se hubiese mostrado después muy interesado, diríamos que obraba por patriotismo, aunque España no necesitaba entonces de cometer estas usurpaciones traidoras para estar bien: tal vez tenía ya demasiado poderío.
  76. Blas Ruiz exagera el atrevimiento de los Chinos más aún de lo que hace Fr. Diego Aduarte.
  77. Este paso delata la culpabilidad en que sentían habían incurrido, así como la excusa que da Fr. Diego Aduarte para insinuar su no complicidad, diciendo que había estado retirado en una casa, mientras se llevaba á cabo la matanza de los Chinos.
  78. Este proceder de Anacaparan era muy justo, é intachable con arreglo á los usos de la diplomacia. Entrar en tratos con personas culpables ó rebeldes es concederles algo y ceder parte de los derechos propios.
  79. Sin embargo, habían quemado el palacio.
  80. No sabemos si Gallinato pudo justificarse de todas estas acusaciones que, á ser fundadas, no le hubieran dejado desempeñar los elevados cargos que después tuvo.
  81. Tal vez quiera decir plomo ú otro metal, porque siendo el latón un compuesto artificial, no puede haber minas de ello, como observa lord Stanley.
  82. Laca. Llamaban lacre á la resina ó goma que mezclaban á la cera para sellar cartas.
  83. Ignoramos lo que significa esta palabra, que lord Stanley traduce por grapes (uvas). En la más antigua edición del Diccionario de la Academia (1726) encontramos abada, hembra del rinoceronte. (rhinoceros femina). Tal vez se refiera Blas Ruiz á esto, pues el rinoceronte existe también en la region Indo Malaya.
  84. Este Reino ha desaparecido en la actualidad. El antiguo Ciampa, Tsiampa ó Zampa, fué, dicen algunos historiadores jesuítas, el reino más poderoso de la Indochina, extendiéndose sus dominios desde las orillas del Menam hasta el golfo de Ton-King. En algunos mapas del siglo xvi lo hemos visto reducido á la región que hoy pertenece á Mois, en otros á la parte septentrional de la actual Cochinchina, desapareciendo por completo en otros más posteriores. Probablemente el Sieng-pang actual sea la única ciudad heredera de todo su antiguo pasado.
  85. Estos, como las bandas de mercenarios de la Edad Media, serían aventureros á sueldo de las naciones, apoderándose no pocas veces del país, como lo hicieron en Italia Sforza y otros.
  86. Con esto daba á entender que ya Camboja pertenecía á los Españoles.
  87. Desde donde poder sojuzgar poco á poco al país y al Rey, demasiado crédulos y confiados.
  88. Esta confesión de Blas Ruiz juzga toda la expedición. Los Españoles fueron á turbar un reino que estaba en paz, gobernado robustamente por su libertador, para poner en el trono un maniquí y apoderarse de su dominio.
  89. Según esto, para aumentar un rey sus dominios, no tendría más que enviar emisarios á los demás reinos, para matar á sus reyes, muchos de los cuales gobiernan con menos derecho que Anacaparan, quien al menos salvó del yugo extranjero á su país, abandonado cobardemente por su antiguo soberano.
  90. Tampoco han sido los Españoles los únicos que le ganaron el reino, y aunque hubiera sido así, esto no daba derecho para que se apoderasen de él; el que voluntariamente ayuda á un hombre contra un ladrón, no por eso adquiere derecho ni sobre su vida ni sobre su libertad. Hay el agradecimiento, y el débil Rey correspondía colmándoles de riquezas, honores y dándoles dos provincias…
  91. ¡Debilitada y exhausta y con un Rey imbécil!
  92. Los que se tomaron de los Chınos.
  93. Lord Stanley cree que se debe leer «pues no se dió por justa la guerra» (since the war was not considered a just one). Nosotros diferimos de su opinión, y creemos que el original no está equivocado aunque sí su autor (Blas Ruiz). Este quiere dar por justa la guerra, así le conviene, y lo sienta como principio para deducir que le correspondía parte del botín, para pagar con ella á sus soldados. Siendo injusta la guerra, el botín era un robo, y Blas Ruiz no tendría tanto atrevimiento para reclamar su parte. Lo extraño aquí es que Gallinato no haya devuelto á los Chinos lo suyo, habiendo considerado como injusto el despojo. Acaso ciertas consideraciones de política ó el falso prestigio se lo hayan impedido, ó quién sabe si la codicia, porque un acto de verdadera justicia procura á las naciones más amigos y les da más prestigio que el sostener contra toda razón las faltas de los súbditos ó de sus generales.
  94. De manera que se quería conquistar el reino de Camboja, en el fondo, y sólo se daba el pretexto de la guerra con Champan que los Teólogos de Manila admitían como justa por ser el rey tirano, etc., etc. Era esta empresa, además de ventajosa, más fácil tal vez, porque ya allí hacía tiempo que había frailes convirtiendo y estudiando el reino.
  95. «Muchas dificultades y gran resistencia de gente grave de la república tuvo el caso, pero como no se trataba de gasto de la Real Caja, todas se vencieron», dice en su historia Fr. Diego Aduarte. De manera que también hubo mucha oposición, así como la hubo la primera vez; pero como sólo iba á sufrir la Real Conciencia y no la Real Caja, la oposición cedió.
  96. Si alguna nación pudiese tener derecho de acusar á los Castellanos de levantarse en los reinos donde entraban, sin duda que no lo serían los Portugueses: las crueldades que éstos cometían en sus colonias y en las Molucas, á donde arribaron como náufragos y fueron amparados y bien recibidos, asesinando en cambio á sus bienhechores, impeliendo á los pueblos á luchas horribles y fratricidas, para apoderarse de sus territorios; los envenenamientos, traiciones, asesinatos descarados é inhumanidades sin cuento, como salar y cuartear al sultan Haïr, un rey amigo, noble, generoso, asesinado traidora é inicuamente mientras confiado visitaba á su verdugo que se fingía enfermo, esas hazañas de naciones civilizadas entre pueblos salvajes, los Españoles nunca las han sobrepujado, al menos en el Oriente, y eso que cometieron también crueldades é infinitas vejaciones.
  97. ¿Se les puso silencio á fuerza de palos ó solamente con la amenaza? La frase resulta ambigua.
  98. De Chop, edicto según Stanley.
  99. Según esto, habían estado dos meses navegando en la bahía de Manila, porque Fr. Diego Aduarte dice que salieron de ella á 17 de Setiembre (pág. 211). No fuera la expedición á instancias de los religiosos, ya habrían visto en estos contratiempos la mano de Dios etc., etc. Tal vez los bonzos de Camboja vieran en ellos la protección de Budha contra el Dios de los Españoles.
  100. La Isla del Corregidor que se llamó también Mirabilis. (Véase más adelante).
  101. Fr. Diego Aduarte que iba en esta Almiranta, pero que de Cagayan dice que tuvo que volver á Manila, cuenta sucintamente cómo la Almiranta se perdió, siendo la causa primera su ausencia: «y á la verdad en no ir yo con ellos estuvo su perdición.» La Almiranta se perdió, porque, de navío que iba para predicar el cristianismo, servir á Dios y al Rey, civilizar á los bárbaros y hacer la guerra al tirano de Champan que pirateaba, se convirtió en buque pirata y quiso robar á un navío de Chinos. En la persecución dió contra unos bajos, se abrió en dos partes, arrojando la gente á la mar, salvándose unos pocos que fueron presos por las autoridades chinas. Si se consideran las vejaciones y miserias que para construír estos galeones tenían que sufrir los Indios de Filipinas; si se piensa en la manera cómo se reclutaban los marineros, arrancándolos de sus hogares, cómo los vendían como esclavos para su equipo, convirtiéndose después el aborto de tantas tiranías en un miserable buque pirata, para destrozarse miserablemente, corriendo tras una indefensa presa, y si se recuerda que á todo esto iba mezclado el nombre de Dios, para santificar tantas indignidades, ¡qué responsabilidad para los que así explotan la ignorancia y la sumisión de los pueblos para satisfacer mezquinas ambiciones!
  102. Este es el que se hizo después religioso y, enviado como representante de Filipinas al Rey, escribió la obra Memorial y Relación para S. M. Madrid 1621. (Bibliothèque Nationale, Paris), en que delata abusos y crueldades. Thévenot trae una traducción compendiada de la obra.
  103. No fué poca la parte de la desgracia que le cupo á Fr. Diego Aduarte, uno de los que iban con Fernando de los Rios, si hemos de dar crédito á sus palabras. Hay en este ameno historiador lagunas y contradicciones que desmerecen mucho su obra, escrita por lo demás en hermoso estilo pintoresco, lleno de gracia y animación. Un ejemplo: dice que la expedición de D. Luis se anegó el día de S. Francisco (4 oct.); en cuya fecha volvió de Cagayan á Manila, desde donde partió el 6 de setiembre (!) para socorrer á D. Luis que estaba en Macao, después de cuatro meses, teniendo que suceder todo esto en un mismo año (1598), puesto que este Padre formó parte de la comisión encargada de pedir licencia al Tutón para volver á Manila, comisión que tuvo lugar el citado año. Salvando el respeto que nos merece el Obispo, al encontrarnos con estas contradicciones, no raras en los historiadores de Filipinas, séanos permitido hacer nuestras conjeturas para buscar la verdad.
    Morga, que siempre menciona los pasos dados por los frailes, no habla de la venida del P. Aduarte desde Cagayan á Manila, sino que da á entender más adelante que jamás se separó de la expedición, no queriendo después volver á Manila, sin decir el motivo. No comprendemos tampoco por qué le mandaría volver su Prelado á Manila y desamparar á sus compañeros de la Almiranta, que quedaban sin auxilio religioso, cosa no admisible en aquellos tiempos en que hasta con dos militares iba siempre un capellán, para echarles la bendición en un caso apurado. Lo que nos parece que sucedió aquí es que el P. Aduarte, queriendo rehuír la responsabilidad en la pérdida de la Almiranta que se metió á piratear, se dió por ausente, como también lo hace en la matanza de los Chinos en Camboja, pero que, encontrándose después del naufragio al lado de D. Luis en Macao y enviado por éste á Cantón, tuvo que reformar un poco el calendario, y trastornar el tiempo, lo cual es menos perjudicial para la sociedad que el desprestigio de un religioso, columna y sostén del gobierno, representante de Dios, etc., etc., y sobre todo si el religioso llega después á ponerse una mitra. Quizás esto explicara los tormentos á que le sujetó el virrey de Cantón, pues se les prendió á los náufragos de la Almiranta por haber pirateado, y fueron llevados de unos jueces en otros como el P. Aduarte mismo afirma. La buena voluntad además con que el mismo Padre satisfizo las exigencias del Virrey, que confirma Fernando de los Ríos — el pago de la multa, y la ninguna reclamación posterior contra las violencias del Virrey, hacen sospechar que el P. Aduarte se reconocía culpable respecto de las autoridades chinas. La prisión, mil ducados de multa, los tormentos y las humillaciones á que le sometieron, no los sufren jamás Españoles inocentes, sin reclamar ni tomar represalias, y menos un fraile que no quería al principio humillarse, haciendo la reverencia al Virrey, á que se sometieron sus dos compañeros militares. La razón que él nos da de su resignación es pueril: dice que se sometió para redimir á tres soldados chinos, presos sólo para atemorizarle, según él mismo confiesa. El que aprobó la matanza de los Chinos en Camboja, el que se gloriaba de haber muerto á Anacaparan, justificando cuanto se cometió en aquel reino, no iba á someterse á tales exigencias para salvar á tres Chinos de la mano de las mismas autoridades chinas, sabiendo que lo hacían por pura comedia. La condescendencia pues de D. Luis y de sus compañeros en pagar la multa y comprar con oro el permiso del Virrey para volverse á Manila, cosa que no le sucedió á D. Juan de Zamudio, cuyo barco no se había hecho pirata, confirma nuestras sospechas. — Este desastre, además, sólo se supo en Manila á principios de 1599 por medio de D. Juan de Zamudio, enviándose inmediatamente un barco, que se compró, para traerlos á Manila. ¿Cómo, pues, lo pudieron los dominicos saber cinco meses antes, para enviarle un barco de socorro veintiocho días antes del naufragio? ¿Cuándo además pudo el P. Aduarte hacer aderezar un navío para socorrer á D. Luis, como pretende, sin participación del Gobierno, cuando después se encontraba imposibilitado de pagar por sí una multa de mil ducados, teniendo que satisfacerla á costa de D. Luis? En esta materia, pues, Morga como teniente general, y como persona no interesada ni complicada en esta desgraciada expedición, nos merece más crédito que el P. Aduarte, á pesar de su mitra, porque Morga es un fiel historiador de lo sucedido en su tiempo, y si encubre muchas cosas por consideraciones políticas fácilmente comprensibles, en cambio no desfigura jamás los hechos. — Tal vez debido á estas lagunas, el P. Aduarte no haya sido todavía canonizado, y eso que, según su biógrafo el P. Fr. Domingo Gonzalez, usaba zapatos viejos y remendados, y que «siendo la Iglesia catedral donde se enterraba pequeña, estaba muy clara con haber en lo bajo tantas luces, estando lo alto como una ascua de fuego, lo que vieron solamente los religiosos,» cosa muy maravillosa según el biógrafo, además del inmenso prodigio de haberle crecido la barba en el ataúd. Santos tenemos con menos barbas y mejores zapatos.
  104. Esto es inexacto : véase la nota 4 de la página 2.
  105. Morga no habría publicado esta carta, si hubiese vivido en nuestro siglo.
  106. Peking.
  107. Nangking.
  108. Indudablemente el célebre P. Mateo Ricci, llamado por los Chinos Li-Ma-Teou, y Si-Thaí. N. en Macerata 1552, m. en Pekin 1610. Fué uno de los más grandes sinólogos que tuvo Europa, habiendo escrito muchas obras en chino, muy estimadas y apreciadas por los mismos Chinos. Fué el que mas extendió el cristianismo en el celeste Imperio, por su tolerancia y fina diplomacia, transigiendo con muchas prácticas que no podía combatir de frente, lo que excitó la cólera de los dominicos, dando lugar á controversias tan poco cristianas como muy dogmáticas. Fué compañero del célebre Padre Alessandro Valignani.
  109. Mejor dicho 39° 52′ Nangking está á los 32°.
  110. Peking está á los 39° 58.
  111. Recuérdese lo que dijimos en las páginas 118 y 123 al hablar de la pérdida de la Almiranta en que iba el P. Diego Aduarte.
  112. Sigay (cyprœa moneta) usado como moneda en Siam.
  113. Otro mentís más para el P. Aduarte, quien, para explicar su presencia en China, cuenta que fué enviado al instante para socorrer á D. Luis.
  114. Hace bien en decir de por sí, porque no era este el objeto propuesto en la expedición de Juan Mendoza de Gamboa, en que iba Fr. Juan de Maldonado. Extraña, sin embargo, que este grave y docto sacerdote se haya unido á aquellos aventureros y piratas para dar este paso, que lord Stanley encuentra muy natural, dado el antecedente de Fr. Alonso Ximenez y compañeros, falsificando una carta del gobernador de Manila.
  115. Es decir, que no se contentaban estos dos capitanes con dos grandes provincias y diez y ocho mil vasallos en recompensa de sus proyectos de despojo y de su comportamiento traidor. La justa Providencia castigó tan desmedida codicia con la destrucción de todos los expedicionarios.
  116. Esta catástrofe nos hace dudar de lo que afirma Blas Ruiz, pretendiendo que la reposición en el trono de Prauncar más se debía al esfuerzo castellano que á otra cosa. Acaso el Malayo haya contribuído también por mucho, porque no eran de despreciar las fuerzas con que contaba, puesto que con ellas había destruído tan fácilmente á los Europeos, mucho más numerosos ahora y prevenidos, lo que no hubiera sucedido, si Blas Ruiz y Diego Belloso hubiesen sido unos Roldanes como se pintaban.
  117. Este débil rey, animado de la buena voluntad y dotado de una inteligencia de las más limitadas que Dios concedió á los reyes, no podía hacer su papel mejor de lo que lo hizo.
  118. Todo esto se hubíera evitado, si hubiesen dejado al enérgico Anacaparan reinar en paz en el país que libertó, y en la tranquilidad de los Laos á la familia del pusilánime rey Prauncar. Pero el meterse en negocios ajenos para revolverlos, es vicio común á los hombres: á rio revuelto, ganancia de pescadores, dice un refrán español.
  119. Como después sucedió.
  120. Kalasag, escudo ó rodela.
  121. Esta es la primera piratería de los habitantes del Sur, que se registra en la historia de Filipinas. Decimos de los habitantes del Sur, pues antes hubo otras, siendo las primeras cometidas por la expedición de Magallanes, apresando embarcaciones de islas amigas y aun de las no conocidas, exigiéndoles grandes rescates.
    Si hemos de considerar que estas piraterías duraron más de doscientos cincuenta años, durante los cuales las indomables razas del Sur cautivaban, asesinaban é incendiaban no sólo en las islas adyacentes, sino también hasta en la bahía de Manila, hasta Malate, á las puertas de la ciudad, y no sólo una vez al año, sino repitiéndose cinco y seis veces, sin que el gobierno pudiese reprimirlos y defender á los habitantes que desarmó y dejó sin protección; suponiendo que sólo costasen á las islas ochocientas víctimas cada año, resultan más de 200,000 las personas vendidas y asesinadas, sacrificadas todas en unión de muchísimas otras al prestigio de ese nombre: Dominio Español.
    Los Españoles, sin embargo, dicen que Filipinas nada reporta á la Madre España, y que son las islas las que salen debiendo. Probablemente; la enorme cantidad de oro que se sacó de las islas en los primeros años, los tributos de los encomendados, los nueve millones de duros que constituyen los ingresos para pagar militares, empleados, agentes diplomáticos, corporaciones etc., los sueldos no sólo de gente que va á Filipinas, sino también de la que vuelve y aun de la que jamás ha estado ni estará en las islas, ni tiene que ver con ellas, sin duda que todo esto es nada en comparación de tantos cautivos, soldados muertos en expediciones, islas despobladas, habitantes vendidos como esclavos por los mismos Españoles, la muerte de la industria, desmoralización de los habitantes, etc., etc., enormes bienes que reportaron á las islas esa santa civilización.
  122. No nos extraña que el patriota y circunspecto Morga haya hecho constar esto sin atenuarlo ni corregirlo. Otros historiadores contemporáneos han reproducido también la misma queja.
  123. ¿Serranías. Del Malayo Tingi, monte, altura (P. de Tavera). De aquí la etimología de la palabra Tinguián.
  124. ¡Qué amargura y qué dolor se respiran en estas líncas! Morga era una de aquellas conciencias rectas, que van de cuando en cuando á las colonias, raras como los cometas, y como estos, precursores de desgracias para los pueblos supersticiosos. En estos últimos tiempos, cometas de esta especie aparecieron también en Filipinas.
  125. Gimaras.
  126. Monzón.
  127. Es curioso por demás pensar como, mientras que en el Japón se hacían preparativos para invadir Filipinas, Filipinas hacía expediciones á Tongkin y á Camboja, desmantelándose las islas, de manera que se encontraron impotentes aun para las indisciplinadas hordas del Sur. En aquel tiempo el afán de conquistas dominaba el espíritu de los Españoles.
  128. Kuwanto.
  129. Á no ver nosotros suceder lo contrario ahora, y á no existir aquel convenio de cristianizar el Japón para sujetarlo al rey de España, diríamos que este Fr. Gerónimo de Jesús no era un embustero.
  130. Satsuma.
  131. Igual conducta debió haber seguido D. Francisco de Tello con los del navío Almiranta, que fué en la expedicion de D. Luis Dasmariñas. No sólo habían deshonrado el pabellón español, no sólo faltaron á su deber, sino también cometieron el acto impolítico de querer apresar un barco, perteneciente á una nación amiga y con quien estaba entonces D. Juan Zamudio tratando de establecer relaciones comerciales. Pero estos rigurosos actos de justicia los hacía una nación bárbara, que es como entonces llamaban al Japón los Españoles.
  132. Esto no es cierto, como se verá después; pero Fr. Jerónimo de Jesús lo llamaría una piadosa mentira.
  133. Este fraile era vulgar diplomático, pero muy mal político, y como consecuencia de sus travesuras, en vez de arreglar el negocio de la religión, sólo irritó á Daifusama, quien al principio no estaba dispuesto á perseguir á los cristianos.
  134. John Calleway, natural de Londres, músico.
  135. Oliver Van Noort.
  136. Es decir cañones de bronce que se cargan por medio de un instrumento llamado cuchara.
  137. Nuestro historiador era como un político de la antigua Roma: letrado, guerrero, legista é historiador.
  138. Cada uno con once, etc.
  139. Probablemente, hasta después del combate, se ignoraba la verdadera nacionalidad de los enemigos, tomándolos por Ingleses, dando lugar á ello el cautivo inglés John Calleway, por más que ya Morga dice que se supo vinieron de Holanda.
  140. En otra parte se llama San Antonio de Sebú.
  141. Portugués.
  142. Isla del Corregidor.
  143. Filipinas, Reino de Nueva Castilla.
  144. Todos estos elogios están conformes con otros testimonios que de Morga dan sus contemporáneos.
  145. D. Francisco Tello, que tuvo que permanecer en Manila (en donde murió) para rendir cuenta de su gobierno, pudo haber sido un débil y desgraciado Gobernador, pero era sin duda alguna un hombre modesto y exento de envidia, como aquí se puede ver.
  146. El actual puerto de Mariveles, según se deduce del mapa de P. Colin.
  147. Quizás se haya querido decir á la banda de la isla del Fraile, pues no conocemos ningún puerto de este nombre.
  148. Hoy Punta de Fuego.
  149. Estas instrucciones no han sido seguidas puntualmente durante el combate, como se verá después.
  150. Esto debió de hacerse á peticion de la gente de Olivier Van Noort, porque, según él mismo confiesa, cansados los soldados se negaban ya á pelear. En el relato de su viaje, Olivier Van Noort no habla de este paso, por razones fáciles de comprender.
  151. Según el Holandés, le debieron quedar 48 personas, pues en su capitana tenía 53 antes del combate, habiéndosele muerto 5 y saliendo heridos 26.
  152. Van Noort está conforme con esta relación, diciendo que la capitana «se había sumergido tan rápidamente como un pedruzco, que no se vió ni mástil ni rastro alguno de navío.» Cuenta como viendo á sus enemigos nadar desnudos y gritar misericordia, entre los cuales reconocieron un fraile (Fr. Diego de Santiago), los fueron alanceando y matando á cañonazos, sin que esto le impidiera atribuír tan señalada victoria «á la misericordia de Dios que los favoreció milagrosamente.» En cinco Españoles muertos durante el combate hallaron los Holandeses cajitas de plata, llenas de oraciones y conjuros á los santos, á manera de amuletos que les daban los frailes para librarse de las balas. Tal vez tenga relación con esto el moderno anting-anting de los tulisanes, caracterizado por su carácter religioso.
  153. Násugbu.
  154. Esto no es exacto, porque Olivier van Noort pudo volver con su barco á Rotterdam, aunque después de muchas penalidades y aventuras.
  155. ¡Qué contraste con la conducta de las órdenes religiosas, que por hechos menos grandes y más insignificantes, piden haciendas, provincias y privilegios y eso que pregonan siempre que lo hacen por Dios y por amor al prójimo!
  156. Esta certificación no se libró sino después de más de siete meses, tal vez por haberse necesitado tomar muchas diligencias é informaciones.
  157. Hernando de los Ríos en su Memorial y Relacion atribuye, tanto la pérdida de estos dos navíos como la del San Felipe, á la desidia de don Francisco Tello: «por esta misma razón se perdieron después otras naos, una llamada Santa Margarita, que se perdió en las Islas de los Ladrones, y otra llamada San Gerónimo se perdió en la isla de Catanduanes, junto al embocadero de aquellas islas, y otra que salió de Cibú llamada Jesus Maria (pág. 15).» El Jesús María, que salió en tiempo de D. Pedro de Acuña, no se perdió, como pretende Hernando de los Ríos. Véase pág. 193 y 196.
  158. Puerto de Baras (?).
  159. Recuérdese como se había portado el gobierno de Manila con los enviados de Siam, y el auxilio que pretendió dar á Camboja, y se explicará esta frialdad del Rey.
  160. Kachil Kota; Kachil es el título de los nobles. Kota ó Kuta significa fortaleza.
  161. Estas enemistades de los sultanes de Tidore y Terrenate, tan sabiamente fomentadas por los Europeos, sobre todo por los Portugueses, Españoles y Holandeses, fueron la causa de la sujeción de las Molucas.
  162. Esta carta la reproduce también Argensola, si bien ya traducida, en su Conquista de las Molucas.