Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XXXI
CAPITULO XXXI
Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones, y turbaciones interiores y secretas, que el demonio me causaba, otras que hacia casi públicas, en que no se podia inorar que era él.
Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hácia el lado izquierdo de abominable figura: en especial miré la boca, porque me habló, que la tenia espantable. Parecia le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara sin sombra. Dijome espantablemente, que bien me habia librado de sus manos, mas que él me tornaria á ellas. Yo tuve gran temor, y santigüéme como pude, y desapareció, y tornó luego: por dos veces me acaeció esto. Yo no sabia que me hacer; tenia allí agua bendita, y echéla hácia aquella parte, y nunca mas tornó. Otra vez me estuvo cinco horas atormentando con tan terribles dolores y desasosiego interior y esterior, que no me parece se podia ya sufrir. Las que estaban conmigo estaban espantadas, y no sabian que se hacer, ni yo como valerme. Tengo por costumbre, cuando los dolores y mal corporal es muy intolerable, hacer atos como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve de aquello, que me dé su Majestad paciencia, y me esté yo ansí hasta el fin del mundo.
Pues como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con estos atos para poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor entendiese como era el demonio, porque ví cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendia ganar, perdia.
Yo como le ví, reíme, y no hube miedo, porque habia allí algunas conmigo, que no se podian valer, ni sabian que remedio poner á tanto tormento, que eran grandes los golpes que me hacia dar, sin poderme resistir con cuerpo y cabeza y brazos; y lo peor era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podia tener sosiego. No osaba pedir agua bendita, por no las poner miedo, y porque no entendiesen lo que era.
De muchas veces tengo espiriencia, que no hay cosa con que huyan mas para no tornar: de la cruz tambien huyen, mas vuelven luego. Debe ser grande la virtud del agua bendita: para mí es particular, y muy conocida consolacion, que siente mi alma, cuando la tomo. Es cierto, que lo muy ordinario es sentir una recreacion, que no sabria yo darla á entender, con un deleite interior, que toda él alma me conorta. Esto, no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia: digamos como si uno estuviese con mucha calor y sed, y bebiese un jarro de agua fria, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo, que gran cosa es todo lo que está ordenado por la Ilesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que ansí la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace á lo que no es bendito. Pues como no cesaba el tormento, dije —Si no se riesen pediria agua bendita. Trajéronmela, echáronmela á mí, y no aprovechaba, echéla hácia donde estaba, y en un punto se fué, y se me quitó todo el mal, como si con la mano me lo quitaran, salvo que quedé cansada, como si me hubieran dado muchos palos. Hízome gran provecho ver, que aun no siendo un alma y cuerpo suyo, cuando el Señor le da licencia, hace tanto mal: ¡qué hará cuando él lo posea por suyo! Dióme de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía. Otra vez, poco ha, me acaeció lo mesmo, aunque no duró tanto, y yo estaba sola. Pedí agua bendita, y las que entraron despues que ya se habia ido (que eran dos monjas bien de creer, que por ninguna suerte dijeran mentira), olieron un olor muy malo, como de piedra azufre. Yo no lo olí: duró de manera, que se pudo advertir á ello. Otra vez estaba en el coro, y dióme un gran ímpetu de recogimiento, y fuíme de allí, porque no lo entendiesen, aunque cerca 'oyeron todas dar golpes grandes adonde yo estaba; y yo cabe mí oí hablar, como que conSANTA TERESA DE JESUS.—T. II.
7 certaban algo, aunque no entendí que habla fuese, mas estaba tan en oracion, que no entendí cosa, ni hube ningun miedo. Casi cada vez era cuando el Señor me hacia merced, de que por mi persuasion se aprovechase algun alma: y es cierto, que me acaeció lo que ahora diré, y de esto hay muchos testigos, en especial quien ahora me confiesa, que lo vió por escrito en una carta: sin decirle yo quien era la persona cuya era la carta, bien sabia él quién era.
Vino una persona á mi, que habia dos años y medio, que estaba en un pecado mortal, de los mas abominables que yo he oido, y en todo este tiempo, ni le confesaba ni se enmendaba, y decia misa. Y aunque confesaba otros, este decia que cómo él habia de confesar cosa tan fea? y tenia gran deseo de salir de él, y no se podia valer á sí. A mí hízome gran lástima, y ver que se ofendia á Dios de tal manera me dió mucha pena:
prometile de suplicar á Dios le remediase, y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran mijores que yo, y escribí á cierta persona, que él me dijo podia dar las cartas: y es ansí, que á la primera se confesó, que quiso Dios nuestro Señor (por las muchas personas muy santas que lo habian suplicado á Dios, que se lo habia yo encomendado) hacer con esta alma esta misericordia; y yo aunque miserable, hacia lo que podia con harto cuidado.
Escribióme, que estaba ya con tanta mijoría, que habia dias que no caía en él; mas que era tan grande el tormento que le daba la tentacion, que parecia estaba en el infierno, sigun lo que padecia: que le encomendase á Dios. Yo lo torné á encomendar á mis hermanas, por cuyas oraciones debia el Señor hacerme esta merced, que lo tomaron muy á pechos: era persona que no podia nadie atinar en quien era. Yo supliqué á su Majestad se aplacasen aquellos tormentos y tentaciones, y se viniesen aquellos demonios á atormentarme á mí, con que yo no ofendiese en nada al Señor. Es ansí que pasé un mes de grandísimos tormentos: entonces eran estas dos cosas que he dicho. Fué el Señor servido, que le dejaron á él (ansí me lo escribieron) porque yo le dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su ánima, y quedó de el todo libre, que no se hartaba de dar gracias á el Señor, y á mí, como si yo hubiera hecho algo; sino que ya el crédito que tenia de que el Señor me hacia mercedes, le aprovechaba.
Decia que cuando se via muy apretado, leia mis cartas, y se le quitaba la tentacion, y estaba muy espantado de lo que yo habia padecido, y como se habia 1.brado él: y aun yo me espanté, y lo sufriera otros muchos años, por ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que mucho puede la oracion de los que sirven al Señor, como yo creo que lo hacen en esta casa estas hermanas; sino que como yo lo procuraba, debian los demonios indignarse mas conmigo, y el Señor por mis pecados lo primitia. En este tiempo tambien una noche pensé me ahogaban, y como echaron mucha agua bendita, ví ir mucha multitud de ellos, como quien se va despeñando. Son tantas veces las que estos malditos me atormentan, y tan poco el miedo que yo ya les he, con ver que no se pueden menear, si el Señor no les da licencia, que cansaria á vuesa merced, y me cansaria si las dijese.
Lo dicho aproveche, de que el verdadero siervo de Dios se le dé poco de estos espantajos, que estos ponen para hacer temer: sepan que cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza, y el alma muy mas señora. Siempre queda algun gran provecho, que por no alargar no lo digo. Solo diré esto que me acaeció una noche de las Animas: estando en un oratorio, habiendo rezado un noturno, y diciendo unas oraciones muy devotas, que están al fin de el que tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro, para que no acabase la oracion: yo me santigüé, y fuése. Tornando á comenzar, tornóse (creo fueron tres veces, las que la comencé) y hasta que eché agua bendita, no pude acabar: ví que salieron algunas ánimas del purgatorio en el instante, que debia faltarles poco, y pensé si pretendia estorbar esto. Pocas veces lo he visto tomando forma, como la vision, que sin forma se ve claro está allí, como he dicho. Quiero tambien decir esto, porque me espantó mucho. Estando un dia de la Trinidad en cierto monasterio en el coro, y en arrobamiento, ví una gran contienda de demonios contra ángeles. Yo no podia entender qué queria decir aquella vis on: antes de quince dias se entendió bien en cierta contienda que acaeció entre gente de oracion, y muchas que no lo eran, y vino harto daño á la casa que era. Fué contienda que duró mucho, y de harto desasosiego.
Otra vez via mucha multitud de ellos en rededor de mí, y parecíame estar una gran claridad, que me cercaba toda, y esta no les consentia llegar á mí: entendí que me guardaba Dios, para que no llegasen á mí de manera, que me hiciesen ofenderle. En lo que he visto en mí algunas veces entendí que era verdadera vision. El caso es, que yo tengo entendido su poco poder, si yo no soy contra Dios, que casi ningun temor los tengo, porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas rendidas á ellos, y cobardes, que aquí muestran ellos su poder. Algunas veces, en las tentaciones que ya dije, me parecia, que todas las vanidades y flaquezas de tiempos pasados tornaban á despertar en mí, que tenia bien que encomendarme á Dios: luego era el tormento de parecerme, que pues venían aquellos pensamientos, que debia ser todo demonio, hasta que me sosegaba el confesor; porque aun primer movimiento de mal pensamiento me parecia á mí no habia de tener quien tantas mercedes recibia del Señor. Otras veces me atormentaba mucho, y aun ahora me atormenta, ver que se hace mucho caso de mí (en especial personas principales) y de que decian mucho bien: en esto he pasado y paso mucho.
Miro luego á la vida de Cristo y de los santos, y paréceme que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio é injurias; háceme andar temerosa, y como que no oso alzar la cabeza, ni querria parecer, lo que no hago cuando tengo persecuciones:
anda el alma tan señora, aunque el cuerpo lo siente, y por otra parte ando afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas pasa ansí, que entonces parece está el alma en su reino, y que lo trae todo debajo de los piés. Dábame algunas veces, y duróme hartos dias, y parecia era virtud y humildad por una parte, y ahora veo claro era tentacion. Un fraile dominico, gran letrado, me lo declaró bien.
Cuando pensaba que estas mercedes, que el Señor me hace, se habian de venir á saber en públicoera tan ecesivo el tormento, que me inquietaba mucho el alma. Vino á términos, que considerándolo, de mejor gana me parece me determinaba á que me enterraran viva, que por esto; y ansí cuando me comenzaron estos grandes recogimientos, ú arrobamientos, á no poder resistirlos aun en público, quedaba yo despues tan corrida, que no quisiera parecer adonde nadie me viera.
Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el Señor.—¿Que qué temia? Que en esto no podia sino haber dos cosas, ó que murmurasen de mí, ú alabarle á El. Dando á entender, que los que lo creian, le alabarían, y los que no, era condenarme sin culpa, y que ambas cosas eran ganancia para mí; que no me fatigase. Mucho me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda. Vino á términos la tentacion, que me queria ir de este lugar, y dotar en otro monesterio muy mas encerrado, que en el que yo al presente estaba, que habia oido decir muchos estremos de él: era tambien de mi órden, y muy lejos, que esto es lo que á mí me consolára, estar adonde no me conocieran; y nunca mi confesor me dejó.
Mucho me quitaban la libertad de el espíritu estos temores, que despues vine yo á entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba.
Y me enseñó el Señor esta verdad; que si yo tan determinada y cierta estuviera, que no era ninguna cosa buena mía, sino de Dios, que ansí como no me pesaba de oir loar á otras personas, antes me holgaba y consolaba mucho, de ver que allí se mostraba Dios, que tampoco me pesaria mostrase en mí sus obras.
Tambien dí en otro estremo, que fué, suplicar á Dios (y hacia oracion particular), que cuando alguna persona le pareciese algo bien en mí, que su Majestad le declarase mis pecados, para que viese cuán sin mérito mio me hacia mercedes, que esto deseo yo siempre mucho. Mi confesor me dijo, que no lo hiciese: mas hasta ahora poco há, si via yo que una persona pensaba de mi bien mucho, por rodeos, ú como podia, le daba á entender mis pecados, y con esto parece descansaba: tambien me han puesto mucho escrúpulo en esto. Procedia esto no de humildad, á mi parecer, sino de una tentacion venian muchas: parecíame que á todos los traia engañados, y (aunque es verdad que andan engañados en pensar que hay algun bien en mí) no era mi deseo engañarlos, ni jamás tal pretendí; sino que el Señor por algun fin lo primite, y ansi aun con los confees, si no viera era necesario, no tratára ninguna cosa, que se me hiciera gran escrúpulo. Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta imperfecion, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de Dios, no se le da mas que digan bien que mal, si ella entiende bien, bien entendido como el Señor quiere hacerle merced que lo entienda, que no tiene nada de sí. Fiese de quien se lo da, que sabrá porque lo descubre, y aparéjese á la persecucion, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de alguna persona quiere el Señor se entienda, que la hace semejantes mercedes: porque hay mil ojos para un alma de estas, adonde para mil almas de otra hechura no hay ninguno. A la verdad no hay poca razon de temer, y ese debia ser mi temor, y no humildad, sino pusilanimidad; porque bien se puede aparejar un alma, que ansí permite Dios que ande en los ojos del mundo, á ser mártir de el mundo; porque si ella no se quiere morir á él, el mesmo mundo los matará.
No veo cierto otra cosa en él, que bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos, que á poder de mormuraciones no las perfecione. Digo, que es menester mas ánimo para si uno no está perfeto, llevar camino de perfecion, que para ser de presto mártires. Porque la perfecion no se alcanza en breve, sino es á quién el Señor quiere por particular privilegio hacerle esta merced: el mundo en viéndole comenzar le quiere perfeto, y de mil eguas le entiende una falta, que por ventura en él es virtud, y quien le condena usa de aquello mesmo por vicio, y ansí lo juzga en el otro. No ha de haber comer ni dormir ni, como dicen, resolgar; y mientras en mas le tienen, mas deben olvidar, que aunque se están en el cuerpo, por perfeta que tenga el alma, viven aun en la tierra sujetos á sus miserias, aunque mas la tengan debajo de los piés: y ansí, como digo, es menester gran ánimo, porque la pobre alma aun no ha comenzado á andar, y quiérenla que vuele. Aun no tiene vencidas las pasiones, y quieren que en grandes ocasiones estén tan enteras, como ellos leen estaban los santos, despues de confirmados en gracia. Es para alabar á el Señor lo que en esto pasa, y aun para lastimar mucho el corazon, porque muy muchas almas tornan atrás, que no saben las pobrecitas valerse: y ansí creo hiciera la mía, si el Señor tan misericordiosamente no lo hiciera todo de su parte; y, hasta que por su bondad lo puso todo, ya verá vuesa merced, que no ha habido en mí sino caer y levantar. Querría saberlo decir, porque creo se engañan aquí muchas almas, que quieren volar antes que Dios les dé alas.
Ya creo he dicho otra vez esta comparacion, mas viene bien aquí: trataré esto, porque veo algunas almas muy afligidas por esta causa. Como comienzan con grandes deseos y hervor y determinacion de ir adelante en la virtud, y algunas, cuanto al esterior, todo lo dejan por El, como ven en otras personas, que son mas crecidas, cosas muy grandes de virtudes, que les da el Señor, que no nos las podemos nosotros tomar, ven en todos los libros que están escritos de oracion y contemplacion, poner cosas, que hemos de hacer para subir á esta dinidad, que ellos no las pueden luego acabar consigo, desconsuélanse; como es un no se nos dar nada que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento, que cuando dicen bien, una poca estima de honra, un desasimiento de sus deudos (que si no tienen oracion, no los querria tratar, antes le cansan) otras cosas de esta manera muchas, que á mi parecer les ha de dar Dios, porque me parece son ya bienes sobrenaturales, ú contra nuestra natural inclinacion. No se fatiguen, esperen en el Señor, que lo que ahora tienen en deseos su Majestad hará que lleguen á tenerlo por obra, con oracion, y haciendo de su parte lo que es en sí; porque es muy necesario para este nuestro flaco natural tener gran confianza y no desmayar, ni pensar que, si nos esforzamos, dejarémos de salir con vitoria. Y porque tengo mucha espiriencia de esto, diré algo para aviso de vuesa merced, y no piense (aunque le parezca que sí) que está ya ganada la virtud, si no la espirimenta con su contrario, y siempre hemos de estar sospechosos, y no descuidarnos mientras vivimos; porque mucho se nos pega luego, si, como digo, no está ya dada de el todo la gracia, para conocer lo que es todo, y en esta vida nunca hay todo sin muchos peligros. Parecíame á mí, pocos años ha, que no solo no estaba asida á mis deudos, sino me cansaban; y era cierto ansí, que su conversacion no podia llevar. Ofrecióse cierto negocio de harta importancia, y hube de estar con una hermana mia, á quien yo queria muy mucho antes; y puesto que en la conversacion, aunque ella es mijor que yo, no me hacia con ella (porque como tiene diferente estado, que es casada, no puede ser la conversacion siempre en lo que yo la querria) y lo mas que podia me estaba sola; vi que me daban pena sus penas, mas harto que de prójimo, y algun cuidado. En fin, entendí de mí, que no estaba tan libre como yo pensaba, y que aun había menester huir la ocasion, para que esta virtud, que el Señor me habia comenzado á dar, fuese en crecimiento; y ansí con su favor lo he procurado hacer siempre despues acá.
En mucho se ha tener una virtud, cuando el Señor la comienza á dar, y en ninguna manera ponernos en peligro de perderla: ansí es en cosas de honra, y en otras muchas; que crea vuesa merced, que no todos los que pensamos estamos desasidos del todo, lo están, y es menester nunca descuidar en esto. Y cualquiera persona, que sienta en sí algun punto de honra, si quiere aprovechar, créa—me, y dé tras este atamiento, que es una cadena, que no hay lima que la quiebre, sino es Dios con oracion, y hacer mucho de nuestra parte. Paréceme, que es una ligadura para este camino, que yo me espanto el daño que hace. Veo algunas personas santas, en sus obras, que las hacen tan grandes, que espantan á las gentes. ¡Válame Dios! ¿Por qué está aun en la tierra esta alma? ¿Cómo no está en la cumbre de la perfecion? ¿Qué es esto? ¿Quién detiene á quien tanto hace por Dios? ¡Oh, que tiene un punto de honra! Y lo peor que tiene es, que no quiere entender que le tiene, y es porque algunas veces le hace entender el demonio, que es obligado á tenerle. Pues créanme, crean por amor del Señor á esta hormiguilla, que el Señor quiere que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que á todo el árbol no dañe, porque algunas otras virtudes quedarán, mas todas carcomidas. No es árbol hermoso, sino que él no medra, ni aun deja medrar á los que andan cabe él: porque la fruta, que da de buen ejemplo no es nada sana, poco durará. Muchas veces lo digo, que por poco que sea el punto de honra, es como en el canto de órgano, que un punto ú compás que se yerre, disuena toda la música. Y es cosa que en todas partes hace harto daño á el alma, mas en este camino de oracion es pestilencia.
¿Andas procurando juntarte con Dios por union, y queremos siguir sus consejos de Cristo, cargado de injurias y testimonios, y queremos muy entera nuestra honra y crédito? No es posible llegar allá, que no van por un camino. Llega el Señor á el alma, esforzándonos nosotros, y procurando perder de nuestro derecho en muchas cosas. Dirán algunos, no tengo en qué, ni se me ofrece: yo creo que quien tuviere esta determinacion, que no querrá el Señor pierda tanto bien: su Majestad ordenará tantas cosas en que gane esta virtud, que no quiera tantas. Manos á la obra, quiero decir las naderías y poquedades, que yo hacia cuando comencé, ú algunas de ellas: las pajitas, que tengo dichas, pongo en el fuego, que no soy yo para mas. Todo lo recibe el Señor: sea bendito por siempre.
Entre mis faltas tenia esta, que sabia poco de rezado y de lo que habia de hacer en el coro, y cómo le regir, de puro descuidada y metida entre otras vanidades; y via á otras novicias, que me podian enseñar. Acaecíame no les preguntar, porque no entendiesen yo sabia poco: luego se pone delante el buen ejemplo; esto es muy ordinario. Ya que Dios me abrió un poco los ojos, aun sabiéndolo, tantico que estaba en duda lo preguntaba á las niñas: ni perdí honra ni crédito, antes quiso el Señor, á mi parecer, darme despues mas memoria.
Sabia mal cantar, sentia tanto si no tenia estudiado lo que me encomendaban (y no por el hacer falta delante del Señor, que esto fuera virtud, sino por las muchas que me oian) que de puro honrosa me turbaba tanto, que decia muy menos de lo que sabia. Tomé despues por mí, cuando no lo sabia muy bien, decir que no lo sabia. Sentia harto á los principios, y despues gustaba de ello: y es ansi, que comencé á no se me dar nada de que se entendiese no lo sabia, que lo decia muy mijor; y que la negra honra me quitaba supiese hacer esto, que yo tenia por honra, que cada uno la pone en lo que quiere. Con estas naderías, que no son nada (y harto nada soy yo, pues esto me daba pena) de poco en poco se van haciendo conatos: y cosas poquitas como estas (que en ser hechas por Dios les da su Majestad tomo) ayuda su Majestad para cosas mayores. Y ansí en cosas de humildad me acaecia, que de ver que todas se aprovechaban, sino yo (porque nunca fuí para nada), de que se iban del coro coger todos los mantos. Parecíame servia á aquellos ángeles, que allí alababan á Dios, hasta que, no sé cómo, vinieron á entenderlo, que no me corrí yo poco, porque no llegaba mi virtud á querer que entendiesen estas cosas; y no debia ser por humilde, sino porque no se riesen de mí, como era tan nonada.
¡Oh Señor mio, qué vergüenza es ver tantas maldades, y contar unas arenitas, que aun no las levantaba de la tierra por vuestro servicio, sino que todo iba envuelto en mil miserias! No manaba aun el agua de vuestra gracia debajo de estas arenas, para que las hiciese levantar. ¡Oh Criador mio, quién tuviera alguna cosa, que contar entre tantos males, que fuera de tomo, pues cuento las grandes mercedes, que he recibido de Vos! Es ansí, Señor mio, que no sé cómo puede sufrirlo mi corazon, ni cómo podrá quien esto leyere dejarme de aborrecer, viendo tan mal servidas tan grandísimas mercedes; y que no he vergüenza de contar estos servicios; ¡en fin como mios! Si tengo, Señor mio, mas el no tener otra cosa, que contar de mi parte, me hace decir tan bajos principios, para que tenga esperanza quien los hiciere grandes, que, pues estos parece ha tomado el Señor en cuenta, los tomará mijor. Plega á su Majestad me dé gracia, para que no esté siempre en principios. Amen.