Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XXXII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XXXII

En que trata cómo quiso el Señor ponerla en espiritu en un lugar del infierno, que tenia por sus pecados merecido. Cuenta una cifra de lo que allí se le representó, para lo que fué. Comienza á tratar la manera y modo cómo se fundó el monesterio, adonde ahora está, de San José.

Despues de mucho tiempo, que el Señor me habia hecho ya muchas de las mercedes que he dicho, y otras muy grandes, estando un dia en oracion, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecia estar metida en el infierno.

Entendí que queria el Señor, que viese el lugar que los demonios allá me tenian aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fué en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. Parecíame la entrada á manera de un callejon muy largo y estrecho, á manera de horno muy bajo y escuro y angosto. El suelo me parecia de una agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, á manera de una alacena, adonde me ví meter en mucho estrecho.

Todo esto era deleitoso á la vista en comparación de lo que allí sentí: esto que he dicho ya mal encarecido.

Esto otro me parece que aun principio de encarecerse cómo es, no lo puede haber, ni se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y sigun dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar; porque fué encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras, que he tenido, y aun algunos, como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparacion de lo que allí sentí, y ver que habian de ser sin fin y, sin jamás cesar. Esto no es pues nada en comparacion del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una afliccion tan sensible, y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer; porque decir, que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque ahí parece que otro os acaba la vida, mas aquí el alma mesma es la que se despedaza. El caso es, que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No via yo quien me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, á lo que me parece, y digo, que aquel fuego y desesperacion interior es lo peor. Estando en tan pestilencial lugar tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes que son espantosas á la vista, aprietan ellas mesmas, y todo ahoga: no hay luz, sino todo tinieblas escurísimas.

Yo no entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que á la vista ha de dar pena todo se ve. No quiso el Señor entonces viese mas de todo el infierno, despues he visto otra vision de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo: cuanto á la vista muy mas espantosas me parecieron; mas como no sentia la pena, no me hicieron tanto temor, que en esta vision quiso el Señor, que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicion en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo. Yo no sé cómo ello fué, mas bien entendí ser gran merced, y que quiso el Señor yo viese por vista de ojos de donde me habia librado su misericordia; porque no es nada oirlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos, aunque pocas (que por temor no se llevaba bien mi alma) ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena, porque es otra cosa: en fin, como de debujo á la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparacion de este fuego de allá.

Yo quedé tan espantada, y aun lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es ansí, que me parece el calor natural me falta del temor, aquí adonde estoy; y ansí no me acuerdo vez, que tenga trabajo ni dolores, que no me parezca no nada todo lo que acá se puede pasar; y ansi me parece en parte que nos quejamos sin propósito.

SANTA TERESA DE JESUS.—T. II.

8 Y ansí torno á decir, que fué una de las mayores mercedes, que el Señor me ha hecho; porque me ha aprovechado muy mucho, ansí para perder el miedo á las tribulaciones y contradiciones de esta vida, como para esforzarme á padecerlas, y dar gracias al Señor, que me libró, á lo que ahora me parece, de males tan perpétuos y terribles.

Despues acá, como digo, todo me parece fácil, en comparacion de un memento que se haya de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame, cómo habiendo leido muchas veces libros, adonde se da algo á entender de las penas de el infierno, cómo no las tenia, ni tenia en lo que son. ¿Adonde estaba? como me podia dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir á tan mal lugar? Seais bendito, Dios mio, por siempre, y como se ha parecido que me queríades vos mucho mas á mí, que yo me quiero. Qué de veces, Señor, me libraste de cárcel tan temerosa, y cómo me tornaba yo á meter en ella contra vuestra voluntad. De aquí tambien gané la grandísima pena que me da, las muchas almas que se condenan, de estos luteranos en especial (porque eran ya por el bautismo miembros de la Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece cierto á mí, que por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaria yo muchas muertes muy de buena gana. Miro, que si vemos acá una persona, que bien queremos en especial, con un gran trabajo ú dolor, parece que nuestro mesmo natural nos convida á compasion, y si es grande nos aprieta á nosotros: pues ver á un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir? No hay corazon que lo lleve sin gran pena. Pues acá, con saber que en fin se acabará con la vida, y que ya tiene término, aun nos mueve á tanta compasion, estotro que no le tiene, no sé cómo podemos sosegar, viendo tantas almas como lleva cada dia el demonio consigo.

Esto tambien me hace desear, que en cosa que tanto importa, no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte:

no dejemos nada, y plega á el Señor sea servido de darnos gracia para ello. Cuando yo considero, que aunque era tan malísima, traia algun cuidado de servir á Dios, y no hacia algunas cosas, que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en el mundo, y en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia (que me la daba el Señor) no era inclinada á mormurar, ni á decir mal de nadie, ni me parece podia querer mal á nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener, de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que aunque era tan ruin, traia temor de Dios lo mas contino, y veo adonde me tenian ya los demonios aposentada: y es verdad, que segun mis culpas, aun me parece merecia mas castigo. Mas con todo digo, que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos, ni traer sosiego ni contento el alma, que anda cayendo á cada paso en pecado mortal, sino que, por amor de Dios, nos quitemos de las ocasiones, que el Señor nos ayudará, como ha hecho á mí. Plega á su Majestad, que no me deje de su mano para que yo torne á caer, que ya tengo visto adonde he de ir á parar: no lo primita el Señor por quien su Majestad es, amen.

Andando yo despues de haber visto esto, y otras grandes cosas y secretos, que el Señor por quien es me quiso mostrar, de la gloria que se dará á los buenos y pena á los malos, deseando modo y manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal, y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes, y acabar ya de todo, en todo apartarme del mundo. No sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso:

bien se via que era Dios, y que le habia dado su Majestad á el alma calor para digerir otros manjares mas gruesos de los que comia. Pensaba, qué podria hacer por Dios, y pensé, que lo primero era seguir el llamamiento, que su Majestad me habia hecho á la Religion, guardando mi regla con la mayor perfecion que pudiese: y aunque en la casa donde estaba habia muchas siervas de Dios, y éra harto servido en ella, á causa de tener gran necesidad salian las monjas muchas veces á partes, adonde con toda honestidad y religion podíamos estar: y tambien no estaba fundada en su primer rigor la regla, sino guardábase conforme á lo que en toda la Orden, que es con bula de relaxacion y tambien otros inconvenientes, que me, parecia á mí tenia mucho regalo, por ser la casa grande y deleitosa. Mas este inconveniente de salir, aunque yo era la que mucho lo usaba, era grande para mí, ya porque algunas personas, á quien los prelados no podian decir de no, gustaban estuviese yo en su compañía, importunados mandábanmelo: y ansi segun se iba ordenando, pudiera poco estar en el monesterio, porque el demonio en parte debia ayudar, para que no estuviese en casa, que todavía, como comunicaba con algunas lo que los que me trataban me enseñaban, hacíase gran provecho. Ofrecióse una vez, estando con una persona, decirme á mí y á otras, que si seriamos para ser monjas de la manera de las descalzas, que aun posible era poder hacer un monesterio. Yo, como andaba en estos deseos, comencélo á tratar con aquella señora mi compañera viuda, que ya he dicho, que tenía el mesmo deseo: ella comenzó á dar trazas para darle renta, que ahora veo yo que no llevaban mucho camino, y el deseo que de ello teniamos nos hacia parecer que sí. Mas yo por otra parte, como tenia tambien grandísimo contento en la casa que estaba, porque era muy á mi gusto, y la celda en que estaba, hecha muy á mi propósito, todavía me detenia: con todo concertamos de encomendarlo mucho á Dios.

Habiendo un dia comulgado, mandóme mucho su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes promesas, de que no se dejaria de hacer el monesterio, y que se serviria mucho en él, y que se llamase san Josef, y que á la una puerta nos guardaria él, y nuestra Señora la otra, y que Cristo andaria con nosotras, y que seria una estrella que diese de sí gran resplandor; y que aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase se servia poco en ellas; que ¿qué sería del mundo, si no fuese por los religiosos? Que dijese a mi confesor esto que mandaba, y que le rogaba El, que no fuese contra ello ni me lo estorbase.

Era esta vision con tan grandes efetos, y de tal manera esta habla, que me hacia el Señor, que yo no podia dudar que era El. Yo sentí grandísima pena, porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos y trabajos, que me habia de costar; y como estaba tan contentísima en aquella casa, que aunque antes lo trataba, no era con tanta determinacion ni certidumbre que seria.

Aquí parecia se me ponia premio, y como veia comenzaba cosa de gran desasosiego, estaba en duda de lo que haria, mas fueron muchas veces las que el Señor me tornó á hablar en ello, poniéndome delante tantas causas y razones, que yo via ser claras, y que era su voluntad, que ya no osé hacer otra cosa, sino decirlo á mi confesor, y díle por escrito todo lo que pasaba. El no osó determinadamente decirme que lo dejase, mas via que no llevaba camino conforme á razon natural, por haber poquísima, y casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la que lo habia de hacer. Díjome, que lo tratase con mi prelado, y que lo que él hi—ciese, eso hiciese yo: yo no trataba estas visiones con el prelado, sino aquella señora trató con él, que queria hacer este monesterio; y el provincial vino muy bien en ello (1), que es amigo de toda religion, y dióle todo el favor que fué menester, y díjole que él admitiria la casa: trataron de la renta que habia de tener, y nunca queriamos fuesen mas de trece por muchas causas. Antes que lo comenzásemos á tratar, escribimos al santo fray Pedro de Alcántara todo lo que pasaba, y aconsejónos que no lo dejásemos de hacer, y diónos su parecer en todo. No se hubo comenzado á saber por el lugar, cuando no se podia escribir en breve la gran persecucion que vino sobre nosotras, los dichos, las risas, el decir que era disbarate: a mí, que bien me estaba en mi monesterio, á la mi compañera tanta persecucion, que la traian fatigada. Yo no sabia que me hacer: en parte me parecia que tenian razon. Estando ansí muy fatigada, encomendándome á Dios, comenzó su Majestad á consolarme y animarme: díjome, que aquí veria lo que habian pasado los santos que habian fundado las religiones, que muchas mas persecuciones tenia por pasar de las que yo podia pensar, que no se nos diese nada. Decíame algunas cosas que dijese á mi compañera, y lo que mas me espantaba yo es, que luego quedábamos consoladas de lo pasado, y con ánimo para resistir á todos: y es ansí, que de gente de oracion, y todo en fin el lugar, no habia casi persona que entonces no fuese contra nosotras, y le pareciese grandísimo disbarate.

Fueron tantos los dichos, y el alboroto de mi (1) Era provincial de los carmelitas el padre fray Angel de Salazar, mesmo monesterio, que á el provincial le pareció recio ponerse contra todos, y ansí mudó el parecer y no la quiso admitir: dijo, que la renta no era sigura, y que era poca, y que era mucha la contradicion; y en todo parece tenia razon, y en fin lo dejó y no lo quiso admitir. Nosotras, que ya parecia teniamos recibidos los primeros golpes, diónos muy gran pena: en especial me la dió á mí de ver á el provincial contrario, que con quererlo él tenia yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querian absolver, sino lo dejaba; porque decian era obligada á quitar el escándalo.

Ella fué á un gran letrado, muy gran siervo de Dios, de la Orden de santo Domingo (1) á decírselo, y darle cuenta de todo. Esto fué aun antes que el provincial lo tuviese dejado, porque en todo lugar no teniamos quien nos quisiese dar parecer; y ansí decian que solo era por nuestras cabezas. Dió esta señora relacion de todo, y cuenta de la renta que tenia de su mayorazgo á este santo varon, con harto deseo nos ayudase; porque era el mayor letrado, que entonces había en el lugar, y pocos mas en su Orden (2). Yo le dije todo (1) Fray Pedro Ibañez: no se confunda con el padre Bañez..

(2) Tambien consta de la vida de san Luis Beltran que santa Terean le consultó sobre su proyectada fundacion. Fray Bartolomé Aviñon trae una carta escrita a santa Teresa en 1560 por aquel célebre santo dominicano, la cual dice asi:

Madre Teresa: Recibi vuestra carta, y porque el negocio sobre que me pedis parecer, es tan del servicio del Señor, he querido encomendárselo en mis pobres oraciones y sacrificios, y esta ha sido la causa de tardar en responderos. Ahora digo, en nombre del mismo Señor, que os animéis para tan grande empresa, que El os ayudará y favorecerá; y de su parte os certifico que no palo que pensábamos hacer, y algunas causas: no le dije cosa de revelacion ninguna, sino las razones naturales que me movian, porque no queria yo nos diese parecer, sino conforme á ellas. El nos dijo, que le diésemos de término ocho dias para responder, y que si estábamos determinadas á hacer lo que él dijese. Yo le dije, que sí; mas aunque yo esto decia, y me parece lo hiciera, nunca jamás se me quitaba una siguridad de que se habia de hacer. Mi compañera tenia mas fe, nunca ella por cosa que la dijesen se determinaba á dejarlo: yo (aunque como digo me parecia imposible dejarse de hacer) de tal manera creo ser verdadera la revelacion, como no vaya contra lo que está en la Sagrada Eseritura, ú contra las leyes de la Iglesia, que somos obligadas á hacer: porque aunque á mí verdaderamente me parecia era de Dios, si aquel letrado me dijera que no lo podiamos hacer sin ofenderle, y que íbamos contra conciencia, parecióme luego me apartara de ello y buscara otro medio; mas á mí no me daba el Señor sino este. Decíame despues este siervo de Dios, que lo habia tomado á cargo con toda determinacion, de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo, porque ya habia venido á su noticia el clamor del pueblo y tambien le parecia desatino como á todos, y en sabiendo habiamos ido á sarán cincuenta años, que vuestra religión no sea una de las más Ilustres que haya en la Iglesia de Dios, el cual os guarde, etc. En Valencia. Fray Luis Beltrah.—La cita la Crónica del Carmen, tomo I, libro 1.9, capítulo 36, número 3.

1 él. le envió á avisar un caballero, que mirase lo que hacia; que no nos ayudase; y que, encomenzando á mirar lo que nos habia de responder, y á pensar en el negocio y el intento que llevábamos, y manera de concierto y religion, se le asentó ser muy en servicio de Dios, y que no habia de dejar de hacerse: y ansí nos respondió, nos diésemos priesa á concluirlo, y dijo la manera y traza que se habia de tener; y aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios, que quien lo contradijese fuese á él, que él responderia, y ansi siempre nos ayudó, como despues diré. Y con esto fuimos muy consoladas, y con que algunas personas santas, que nos solian ser contrarias, estaban ya mas aplacadas, y algunas nos ayudaban:

entre ellas era el caballero santo, de quien ya he hecho mencion, que como lo es, y le pareció llevaba camino de tanta perfecion, por ser todo nuestro fundamento en oracion, aunque los medios le parecian muy dificultosos y sin camino, rendia su parecer á que podia ser cosa de Dios, que el mesmo Señor le debia mover: y ansí al maestro, que es el clérigo siervo de Dios, que dije que habia hablado primero, que es espejo de todo el lugar, como persona que le tiene Dios en él para remedio y aprovechamiento de muchas almas, y ya venia en ayudarme en el negocio. Y estando en estos términos, y siempre con ayuda de muchas oraciones, y teniendo comprada ya la casa en buena parte, aunque pequeña (mas de esto á mí no se me daba nada, que me habia dicho el Señor, que entrase como pudiese, que despues yo veria lo que su Majestad hacia ¡cuán bien que lo he visto!) y ansí aunque veia ser poca la renta, tenia creido el Señor lo habia por otros medios de ordenar y favorecernos.