Su vida (Santa Teresa de Jesús)/Capítulo XXX

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XXX

Torna á contar el de su vida, y cómo remedió el Señor muchos de sus trabajos con traer á el lugar donde estaba el santo varon fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso San Francisco. Trata de grandes tentaciones y trabajos interiores, que pasa ba algunas veces.

Pues viendo yo lo poco, ú no nada que podia hacer para no tener estos ímpetus tan grandes, tambien temia de tenerlos, porque pena y contento, no podia yo entender cómo podia estar junto; que ya pena corporal y contento espiritual, ya lo sabia que era bien posible, mas tan escesiva pena espiritual, y con tan grandísimo gusto, esto me desatinaba: aun no cesaba en procurar resistir, mas podia tan poco, que algunas veces me cansaba. Amparábame con la cruz, y queríame defender de el que con ella nos amparó á todos: via que no me entendia nadie, que esto muy claro lo entendia yo, mas no lo osaba decir sino á mi confesor, porque esto fuera decir bien" de verdad que no tenia humildad.

Fué el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo, y por entonces todo, con traer á este lugar al bendito fray Pedro de Alcántara, de quien ya hice mencion, y dije algo de su penitencia; que entre otras cosas me certificaron, que habia traido veinte años cilicio de hoja de lata contino. Es autor de unos libros pequeños de oracion, que ahora se tratan mucho de romance; porque como quien bien lo habia ejercitado, escribió harto provechosamente para los que la tienen. Guardó la primera regla del bienaventurado san Francisco con todo rigor, y lo demás que allá queda dicho. Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho, y amiga mia, supo que estaba aquí tan gran varon, y sabia mi necesidad, porque era testigo de mis afliciones, y me consolaba harto; porque era tanta su fe, que no podia sino creer, que era espíritu de Dios el que todos los mas decian era del demonio; y como es persona de harto buen entendimiento, y de mucho secreto; y á quien el Señor hacia harta merced en la oracion, quiso su Majestad darla luz, en lo que los letrados inoraban. Dábanme licencia mis confesores, que descansase con ella algunas cosas, porque por hartas causas cabia en ella. Cabíale parte algunas veces de las mercedes que el Señor me hacia, con avisos harto provechosos para su alma. Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme nada, recaudó licencia de mi provincial, para que ocho dias estuviese en su casa; y en ella, y en algunas iglesias le hablé muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que despues en diversos tiempos le comuniqué mucho.

Como le di cuenta en suma de mi vida y manera de proceder de oracion, con la mayor claridad que yo supe (que esto he tenido siempre tratar SANTA TERESA DE JESUS. —T. II.

con toda claridad y verdad con los que comunico mi alma, hasta los primeros movimientos querria yo les fuesen públicos, y las cosas mas dudosas y de sospecha yo les argüia con razones contra mi) ansí que sin doblez ni encubierta le traté mi alma. Casi á los principios ví que me entendia por espiriencia, que era todo lo que yo habia menester; porque entonces no me sabia entender como ahora, para saberlo decir (que despues me lo ha dado Dios, que sepa entender y decir las mercedes que su Majestad me hace) y era menester que hubiese pasado por ello quien de el todo me entendiese y declarase lo que era.

El me dió grandísima luz, porque al menos en las visiones, que no eran imaginarias, no podia yo entender que podia ser aquello, y parecíame, que en las que via con los ojos de el alma, tampoco entendia cómo podia ser; que, como he dicho, solo las que se ven con los ojos corporales eran de las que me parecia á mí habia de hacer caso, y estas no tenia. Este santo hombre me dió luz en todo, y me lo declaró, y dijo que no tuviese pena, sino que alabase á Dios, y estuviese tan cierta que era espíritu suyo, que si no era la fe, cosa mas verdadera no podia haber, ni que tanto pudiese creer: y él se consolaba mucho conmigo, y hacíame todo favor y merced, y siempre despues tuvo mucha cuenta conmigo, y dábame parte de sus cosas y negocios; y como me via con los deseos que él ya poseia por obra (que estos dábamelos el Señor muy determinados) y me via con tanto ánimo, holgábase de tratar conmigo.

Que á quien el Señor llega á este estado, no hay placer ni consuelo, que se iguale, á topar con quien le parece le ha dado el Señor principios de esto; que entonces no debia yo de tener mucho mas, á lo que me parece, y plega al Señor lo tenga ahora. Húbome grandísima lástima: díjome, que uno de los mayores trabajos de la tierra, era el que habia padecido, que es contradicion de buenos, y que todavia me quedaba harto; porque siempre tenia necesidad, y no habia en esta ciudad quien me entendiese, mas que él hablaria al que me confesaba, y á uno de los que me daban mas pena, que era este caballero casado, que ya he dicho; porque como quien me tenia mayor voluntad, me hacia toda la guerra, es alma temerosa y santa; y como me habia visto tan poco habia tan ruin, no acababa de asigurarse.

Y ansí lo hizo el santo varon, que los habló á entramos, les dió causas y razones para que se asegurasen, y no me inquietasen mas. El confesor poco habia menester; el caballero tanto, que aun no de el todo bastó, mas fué parte para que no tanto me amedrentase.

Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese mas de allí adelante, y de encomendarnos mucho á Dios; que era tanta su humildad, que tenia en algo las oraciones de esta miserable, que era harta mi confusion. Dejóme con grandísimo consuelo y contento, y con que tuviese la oracion con siguridad, y de que no dudase que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda, y por mas siguridad de todo, diese parte á el confesor, y con esto viviese sigura. Mas tampoco podia tener esta siguridad de el todo, porque me llevaba el Señor por camino de temer, como creer que era demonio, cuando me decian que lo era:

ansí que temor ni siguridad nadie podia que yo la tuviese, de manera, que les pudiese dar mas crédito de el que el Señor ponia en mi alma.

Ansí, que aunque me consoló y sosegó, no le dí tanto crédito, para quedar de el todo sin temor, en especial cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma, que ahora diré: con todo quedé como digo, muy consolada.

No me hartaba de dar gracias á Dios, y al glorioso padre mio san José, que me pareció le habia él traído porque era comisario general de la custodia de san José, á quien yo mucho me encomendaba, y á Nuestra Señora. Acaecíame algunas veces (y aun ahora me acaece, aunque no tantas) estar con tan grandísimos trabajos de alma, juntos con tormentos y dolores de cuerpo, de males tan recios, que no me podia valer. Otras veces tenia males corporales mas graves, y como no tenia los de el alma, los pasaba con mucha alegría, mas cuando era todo junto, era tan gran trabajo, que me apretaba muy mucho.

Todas las mercedes, que me había hecho el Señor, se me olvidaban: solo quedaba una memoria, como cosa que se ha soñado, para dar pena; porque se entorpece el entendimiento de suerte, que me hacia andar en mil dudas y sospechas, pareciéndome que yo no lo habia sabido entender, y que quizá se me antojaba, y que bastaba que anduviese yo engañada, sin que engañase á los buenos: parecíame yo tan mala, que cuantos males y heregías se habian levantado, me parecia eran por mis pecados. Esta es una humildad falsa, que el demonio inventaba para desasosegarme, y probar si puede traer el alma á desesperacion: y tengo ya tanta espiriencia que es cosa del demonio, que como ya ve que lo entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como solia. Vése claro en la inquietud y desasosiego con que comienza, y el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la escuridad y aflicion que en ella pone, la sequedad y mala disposicion para oracion ni para ningun bien:

parece que ahoga el alma y ata el cuerpo, para que de nada aproveche. Porque la humildad verdadera, aunque se conoce el alma por ruin, y da pena ver lo que somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad (tan grandes como los dichos, y se sienten con verdad) no viene con alboroto ni desasosiega el alma, ni la escurece ni da sequedad, antes la regala, y es todo al revés, con quietud, con suavidad, con luz. Pena que por otra parte conorta, de ver cuán gran merced le hace Dios en que tenga aquella pena, y cuán bien empleada es. Duélele lo que ofendió á Dios, por otra parte la ensancha su misericordia: tiene luz para confundirse á sí, y alaba á su Majestad, porque tanto la sufrió. En esta otra humildad, que pone el demonio, no hay luz para ningun bien, todo parece lo pone Dios á fuego y á sangre:

represéntale la justicia, y aunque tiene fe que hay misericordia (porque no puede tanto el demonio que la haga perder) es de manera, que no me consuela, antes cuando mira tanta misericordia le ayuda á mayor tormento, porque me pareee estaba obligada á mas.

Es una invencion del demonio de las mas penosas y sutiles y disimuladas, que yo he entendido de él; y ansí querria avisar á vuesa merced, para que si por aquí le tentare, tenga alguna luz, y lo conozca, si le dejare el entendimiento para conocerlo, que no piense que va en letras y saber, que aunque á mí todo me falta, despues de salida de ello bien entiendo es desatino. Lo que he entendido es, que quiere y primite el Señor, y le da licencia, como se la dió para que tentase á Job, aunque á mí como á ruin, no es con aquel rigor. Hame acaecido, y me acuerdo ser un dia antes de la víspera de Corpus Cristi, fiesta de quien yo soy devota, aunque no tanto como es razon. Esta vez duróme solo hasta el dia; que otras dúrame ocho, y quince dias, y aun tres semanas, y no sé si mas: y en especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de oracion, me acaece, que coge de presto el entendimiento por cosas tan livianas á las veces, que otras me reiria yo de ellas, y hácele estar trabucado en todo lo que él quiere, y el alma aherrojada allí sin ser .87 señora de sí, ni poder pensar otra cosa mas de los disbarates que ella representa, que casi ni tienen tomo, ni atan, ni desatan, solo ata para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí:

y es ansí, que me ha acaecido parecerme, que andan los demonios como jugando á la pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder. No se puede decir lo que en este caso se padece: ella anda á buscar reparo, y primite Dios no le halle; solo queda siempre la razon del libre albedrío, no clara. Digo yo, que debe ser casi atapados los ojos; como una persona que muchas veces ha ido por una parte, que aunque sea noche, y á escuras, ya por el tino pasado sabe donde puede tropezar, porque lo ha visto de dia, y 'guárdase de aquel peligro: ansí es para no ofender á Dios, que parece se va por la costumbre.

Dejemos aparte el tenerla el Señor, que es lo que hace al caso.

La fe está entonces tan amortiguada y dormida como todas las demás virtudes, aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la Ilesia, mas pronunciado por la boca, que parece por otro cabo la aprietan y entorpecen, para que casi como cosa que oyó de léjos le parece que conoce á Dios. El amor tiene tan tibio, que, si oye hablar en El, escucha, como una cosa que cree ser el que es, porque lo tiene la Ilesia; mas no hay memoria de lo que ha esperimentado en sí. Irse á rezar no es sino mas congoja, ú estar en soledad; porque el tormento que en sí siente, sin saber de qué, es incomportable: á mi parecer es un poco de traslado del infierno. Esto es ansí, segun el Señor en una vision me dió á entender, porque el alma se quema en sí, sin saber quien, ni por donde le ponen fuego, ni como huir de él, ni con que le matar: pues quererse remediar con leer, es como si no supiese. Una vez me acaeció ir a leer una vida de un santo, para ver si me embeberia, y para consolarme de lo que él padéció, y leer cuatro ú cinco veces otros tantos renglones, y, con ser romance, menos entendia de ellos á la postre que al principio, y ansí lo dejé: esto me acaeció muchas veces, sino que esta se me acuerda mas en particular.

Tener pues conversacion con nadie, es peor; porque un espíritu tan desgustado de ira pone el demonio, que parece á todos me querria comer, sin poder hacer mas, y algo parece se hace en irme á la mano, ó hace el Señor en tener de su mano á quien ansí está, para que no diga, ni haga contra sus prójimos, cosa que los perjudique, y en que ofenda á Dios. Pues ir al confesor, esto es cierto, que muchas veces me acaecia lo que diré, que con ser tan santos, como lo son los que en este tiempo he tratado y trato, me decian palabras y me reñian con una aspereza, que despues que se las decia yo, ellos mesmos se espantaban, y me decian, que no era mas en su mano; porque, aunque ponian muy por sí de no lo hacer otras veces, que se les hacia despues lástima y aun escrúpulo, cuando tuviese semejantes trabajos de cuerpo y alma, y se determinaban á consolarme con piedad, no podian. No decian ellos malas palabras, digo en que ofendiesen á Dios, mas las mas desgustadas que se sufrian para confesar: debian pretender mortificarme, y aunque otras veces me holgaba y estaba para sufrirlo, entonces todo me era tormento.

Pues dame tambien parecer que los engaño: iba á ellos y avisábalos muy á las veras, que se guardasen de mí, que podria ser los engañase. Bien via yo, que de advertencia no lo haria, ni les diria mentira, mas todo me era temor. Uno me dijo una vez, como entendió la tentacion, que no tuviese pena, que aunque yo quisiese engañarle, seso tenia él para no dejarse engañar. Esto me dió mucho consuelo.

Algunas veces, y casi ordinario, al menos lo mas contino, en acabando de comulgar descansaba, y aun algunas en llegando al Sacramento luego á la hora quedaba tan buena alma y cuerpo, que yo me espanto. No me parece, sino que en un punto se deshacen todas las tinieblas del alma, y salido el sol, conocia las tonterías en que habia estado. Otras, con solo una palabra que me decia el Señor, con solo decir—No estés fatigada, no hayas miedo (como ya dejo otra vez dicho) quedaba del todo sana, ú con alguna vision, como si no hubiera tenido nada. Regalábame con Dios, quejábame á El, cómo consentia tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien pagado, que casi siempre eran despues en gran abundancia las mercedes. No me parece, sino que sale el alma del crisol, como el oro, mas afinada y glorificada para ver en sí al Señor; y ansí se hacen despues pequeños estos trabajos, con parecer incomportables, y se desean tornar á padecer, si el Señor se ha de servir mas de ello. Y aunque haya mas tribulaciones y persecuciones, como se pasen sin ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por El, todo es para mayor ganancia: aunque como se han de llevar, no los llevo yo, sino harto imperfetamente. Otras veces me venian de otra suerte, y vienen, que de todo punto me parece se me quita la posibilidad de pensar cosa buena, ni desearla hacer, sino un alma y cuerpo del todo inútil, y pesado; mas, no tengo con esto estotras tentaciones, y desasosiegos, sino un desgusto, sin entender de qué, ni nada contenta á el alma.

Procuraba hacer buenas obras esteriores, para ocuparme, medio por fuerza, y conozco bien lo poco que es un alma cuando se asconde la gracia:

no me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba alguna satisfacion. Otras veces me hallo, que tampoco cosa formada puedo pensar de Dios, ni de bien, que vaya con asiento, ni tener oracion, aunque esté en soledad, mas siento que lo conozco. El entendimiento y imaginacion entiendo yo es aquí lo que me daña; que, la voluntad buena me parece á mí que está, y dispuesta para todo bien; mas este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso, que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un Credo. Algunas veces me rio y conozco mi miseria, y estoyle mirando, y déjole á ver que hace; y, gloria á Dios, nunca por maravilla va á cosa mala, sino indiferentes, si algo hay que hacer aquí y allí y acullá. Conozco mas entonces la grandísima merced, que me hace el Señor, cuando tiene atado este loco en perfeta contemplacion. Miro, qué seria si me viesen este desvarío las personas que me tienen por buena.

He lástima grande á el alma de verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad, y ansí digo al Señor—¿Cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en vuestra alabanza, que os gocen todas las potencias? No primitais, Señor, sea ya mas despedazada, que no parece sino que cada pedazo anda por su cabo. Esto paso muchas veces: algunas bien entiendo le hacer harto al caso la poca salud corporal. Acuérdome mucho del daño, que nos hizo el primer pecado, que de aquí me parece nos vino ser incapaces de gozar tanto bien, y deben ser los míos, que si yo no hubiera tenido tantos, estuviera mas entera en el bien.

Pasé tambien otro gran trabajo, que como todos los libros que leia, que tratan de oracion, me perecia los entendia todos, y que ya me habia dado aquello el Señor, que no los habia menester, y ansí no los leia, sino vidas de santos, que como yo me hallo tan corta en lo que ellos servian á Dios, esto parece me aprovecha, y anima. Parecíame muy poco humildad pensar yo habia llegado á tener aquella oracion; y como no podia acabar conmigo otra cosa, dábame mucha pena; hasta que letrados, y el bendito fray Pedro de Alcántara, me dijeron que no se me diese nada.

Bien veo yo que en el servir á Dios no he comenzado, aunque en hacerme su Majestad mercedes, es como á muchos buenos, y que estoy hecha una imperfecion, sino es en los deseos, y en amar que en esto bien veo me ha favorecido el Señor para que le pueda en algo servir. Bien me parece á mí que le amo, mas las obras me desconsuelan, y las muchas imperfeciones que veo en mí. Otras veces me da una bobería de alma (digo yo qué es) que ni bien, ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen; ni con pena ni con gloria; ni la da vida ni muerte, ni placer ni pesar: no parece se siente nada. Paréceme á mí, que anda el alma como un asnillo que pace; que se sustenta porque le dan de comer, y come casi sin sentirlo: porque el alma en este estado no debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en vida tan miserable no le pesa de vivir, y lo pasa con igualdad, mas no se sienten movimientos ni efetos, para que se entienda el alma.

Paréceme ahora á mí, como un navegar con un aire muy sosegado, que se anda mucho sin entender cómo; porque en estotras maneras son tan grandes los efetos, que casi luego ve el alma su mijoría, porque luego bullen los deseos, y nunca acaba de satisfacerse un alma: esto tienen los grandes ímpetus de amor que he dicho, á quien Dios los da. Es como unas fontecicas que yo he visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento el arena hácia arriba. Al natural me parece este ejemplo, y comparacion de las almas que aquí llegan: siempre está bullendo el amor, y pensando que hará; no cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquel agua, sino que la echa de sí. Ansí está el alma muy ordinario, que no sosiega ni cabe en sí, con el amor que tiene:

ya la tiene á ella empapada en sí, querria bebiesen los otros, pues á ella no le hace falta, para que le ayudasen á alabar á Dios. Oh qué de veces me acuerdo del agua viva, que dijo el Señor á la Samaritana; y ansi soy muy aficionada á aquel evangelio: y es ansí cierto, que sin entender, como ahora, este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenia debujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo Domine, da mihi aquam (1). Parece tambien como un fuego que es grande, y para que no se aplaque, es menester haya siempre que quemar: ansí son las almas que digo, aunque fuese muy á su costa, que querrian traer leña, para que no cesase este fuego. Yo soy tal, que aun con pajas que pudiese echar en él me contentaria; y ansí me acaece algunas y muchas veces: unas me rio y otras me fatigo mucho. El movimiento interior me incita que sirva en algo, de que no soy para mas, en á (1) Dicit ad eum mulier: Domine, da mihi hanc aquam (Vers. 15, cap. 4, del Evangelio de san Juan.) poner ramitos y flores á imágenes, en barrer ú en poner un oratorio, ú en unas cositas tan bajas, que me hacia confusion. Si hacia algo de penitencia, todo poco, y de manera, que á no tomar el Señor la voluntad, via yo era in ningun tomo, y yo mesma burlaba de mí. Pues no tienen poco trabajo á ánimas, que da Dios por su bondad este fuego de amor suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales para hacer algo por El. Es una pena bien grande; porque como le faltan fuerzas para echar alguna leña en este fuego, y ella muere, porque no se mate, paréceme que ella entre sí se consume y hace ceniza, y se deshace en lágrimas, y se quema, y es harto tormento, aunque es sabroso.

Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí, y le da fuerzas corporales para hacer penitencia, ú le dió letras y talento, y libertad para predicar y confesar y llegar almas á Dios; que no sabe ni entiende el bien que tiene, sino ha pasado por gustar, que es no poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho. Sea bendito por todo, y dénle gloria los ángeles, amen.

No sé si hago bien de escribir tantas menudencias. Como vuesa merced me tornó á enviar á mandar, que no se me diese nada de alargarme ni dejase nada, voy tratando con claridad y verdad lo que se me acuerda; y no puede ser menos de dejarse mucho, porque seria gastar mucho mas tiempo, y tengo tan poco, como he dicho; y por ventura no sacar ningun provecho.