Soliloquios: Marco Aurelio-Teofrasto-Epicteto-Cebes (1888)
de Marco Aurelio
traducción de Jacinto Díaz de Miranda
Libro IX
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LIBRO NOVENO.

Quien peca contra justicia comete una impiedad; porque habi los hombres con la mira de que se diesen un socodo la Naturaleza del universo hecho á rro mutuo, de suerte que ayudándose los unos á los otros según su mérito no se hiciesen entre sí mal alguno, sin duda el que traspasa esta voluntad obra impíamente contra la más principal de las deidades, puesto que la Naturaleza universal es naturaleza de lo existente, y lo que realmente subsiste tiene una estrecha correlación con todo lo que es más principal. A más de esto, la misma Naturaleza se llama también verdad[1], y es la primera causa de todo lo que es verdadero. De aquí es que quien miente por su bello gusto peca contra piedad, en cuanto[1] Dios es la suma verdad, no solamente en el ser, siendo sólo Dios un ente por sí necesario, sino también verdad ejemplar en el conocer, teniendo en si la divina Naturaleza todas las ideas de todo, con las cuales debe ser conforme toda verdad criada y proposición verdadera.

hace una injusticia engañando á otro, y que quien mal de su grado miente, también es impio, en cuanto no se conforma con la Naturaleza universal y en cuanto no cumple con su deber oponiéndose á la Naturaleza del mundo, porque va siguiendo, cuanto es de su parte, el partido contrario á la verdad; pues habiendo despreciado los auxilios que antes había recibido de la Naturaleza, no le es posible ahora discernir lo falso de lo verdadero. Igualmente es falto de piedad el que va en pos del deleite[2] como de un verdadero bien, y huye del dolor como de un mal verdadero; porque será necesario que este tal frecuentemente impropere á la Naturaleza común como que sin justicia ha distribuído alguna cosa entre malos y buenos, á causa de que muchas veces los malos abundan de placeres y tienen medios que se los pueden facilitar, y al contrario, los bueņos se ven rodeados de disgustos y suelen encontrarse con motivos que son causa de lo mismo. Además de eso, el que teme los disgustosalguna vez tendrá miedo á lo que acaecerá en el mundo, lo cual ya es una impiedad; y el que buscalos placeres no se irá á la mano en hacer algunainjuria, lo que evidentemente también es impiedad.

[2] M. Aurelio sube de punto la impiedad, queriendo que todo filósofo que no sea estoico sea un impio desalmado, porque se engaña en contar el deleite, que puede no ser infame, entre los bienes verdaderos. Un filósofo que reputa por bien el gusto y por mal el disgusto, no se halla en lanecesidad de murmurar ni refunfuñar contra Dios y todo8 los santos si ve que en é te mundo va mal á los buenos y bien á los malos; antes bien, podrá y deberá pensar, como Platón, que de esto mismo colegia la justicia de Dios8 en la otra vida: ubi bonis benè erit, malis verò malè.

Respecto de aquellas cosas acerca de las cuales se muestra indiferente la Naturaleza común (pues no hubiera producido las unas ni las otras si no se manifestara uniforme acerca de ambas), es necesario que estén con igualdad de ánimo[3] los que quisieren seguir á la Naturaleza, manteniéndose conformes. De donde se ve claramente cómo es reo de impiedad cualquiera que de por sí no se mostrare indiferente cerca de los disgustos y placeres, ó de la muerte y la vida, ó de la gloria é infamia, de las cuales no hace distinción la Naturaleza universal.

Y entiendo que la Naturaleza común use indistintamente de éstas, por eso mismo que suceden con proporción y según la serie de lo que se está produciendo y va sucediendo atento aquel primer impuls0[4] de la Providencia, con el cual desde el principio se propuso la Naturaleza y emprendió la perfección de este presente sistema, habiendo antes concebido en su mente cierta idea de lo futuro y discernido las virtudes productivas de las existencias, mutaciones y de las sucesiones de esta clase.

[3] Para la verdadera virtud es muy necesaria la resignación del ánimo, el cual debe conformarse con la suerte que la divina Providencia le destinare en estas cosas indiferentes. Pero esta igualdad no consiste en que tenga por malo el disgusto, ni por bueno en su género el placer, sino en que quiera carecer de éste y sufrir aquél cuando Dios así lo dispusiere.

[4] Vé aquí cómo el hado estoico lo ata todo con una cadena indisoluble; yo sólo diré de paso, habiendo dejado antes refutados estos errores, que Dios no es igualmente autor de las acciones buenas que de las malas, queriendo é induciendo á las unas, permitiendo y tolerando las otras.

Sin duda sería cosa de un varón[5] muy perfecto el salirse de entre los hombres, sin haber tenido complacencia en la falacia ni en todo género de ficción, en el lujo ni en la soberbia. Sería, pues, el segundo grado de felicidad el que estando harto de estas cosas quisiese antes morir que elegir el vivir de asiento en el seno de la maldad. Y es posible que ni aun la experiencia te persuada el que huyas de la peste? pues la corrupción del espíritu es peste ciertamente más nociva que la destemplanza é infección del aire á nuestro alrededor esparcido; porque ésta es peste de los vivientes, en cuanto son animales, pero aquélla lo es de los hombres, en cuanto son racionales.

No desprecies la muerte; antes bien, recíbela con gusto, como que ésta es una de aquellas cosas que quería la Naturaleza. Porque es tal y tan natural el separarse el alma del cuerpo, cual es el ser uno joven y el envejecerse, el crecer y estar en la flor de la edad, el salir los dientes, la barba, las canas, el engendrar, el estar en cinta, el parir y otros efectosnaturales que las varias edades de la vida llevan de suyo. Según esto[6], es propio de un hombre dotado- [5] Ya nuestro Emperador, vuelto de su estro estoico, habla como un Santo Padre. No hay duda que la mnayor felicidad de la vida es la perfecta inocencia; pero ésta la concede su divina Majestad á aquellas almas privilegiadas de quienes dice el sabio: Raptus est, ne malitia mutaret intellectum ejus. Sap., cap. xIV, v. 2.

[6] Nuestro Emperador aconseja que se eviten estos tres vicios en el morir: la temeridad en darse la muerte, ó exponerse á peligro de ella sin un motivo justo; la violencia inpetuosa, ó despecho de la vida; el orgullo jactancioso, ó de razón no desearse la muerte temerariamente, ni correr con impetu hacia ella, ni despreciarla con orgullo, sino esperarla como una de las otras consecuencias naturales; y á la manera que tú ahora aguardas á que el embrión salga del vientre de tu mujer, á ese modo debes esperar aquella hora en la cual tu alma saltará de la cáscara del cuerpo. Pero si quieres un remedio vulgar y corroborativo de tu corazón, te servirá principalmente, para estar de buen ánimo tocante á la muerte, la consideración hecha acerca de los objetos de los cuales te habrás de ausentar, y el que no tendrá ya tu alma que mezclarse más ni lidiar con tales costumbres. Porque si bien es verdad que de ningún modo conviene chocar ni ofenderse de los que las tienen, sino mirarlos con amor y llevarlos con paciencia, con todo, conducirá mucho el acordarte que muriéndote te verás libre de unos hombres que no concuerdan contigo en las máximas. Pues sólo esto, si acaso fuese dable, contendría á uno y mantendría en la vida, si se le concediese el vivir en compañía de hombres que siguiesen unos mismos dogmas. Pero tú bien ves ahora cuánta molestia se origina de la discordia de opiniones entre aquellos con quienes se vive; de suerte que se halla uno precisado á decir:-¡Oh muerte, ven cuanto antes, no sea que yo me olvide[7] de mí mismo! El que peca se engaña á si mismo; el que obra invalentía ostentosa de corazón en despreciar la muerte, siendo ésta un tributo que debemos pagar con buena voluntad.

[7] Este es un modo de hablar proverbialmente para significar que una cosa degenera de sí misma.

justamente á sí propio se perjudica haciéndose á sí mismo malo.

Muchas veces no sólo peca contra justicia el que nada hace, sino también el que hace algo.

Bástale á uno el que presentemente tenga un juicio comprensivo de su deber el que haga la acción que tenga entre manos en bien de la sociedad, y el que su presente disposición de ánimo sea tal, que se contente con todo aquello que proviene de la primera causa del universo.

Purifica tu fantasía, reprime tu apetito, apaga ese deseo, conduciendo todo para mantener tu espíritu libre.

Una es el alma sensitiva que está distribuída entre los animales que carecen de razón, una es el alma intelectiva que está repartida entre las sustancias racionales, al modo que también es una la tierra de todas las sustancias terrenas, y vemos con una luz y respiramos un mismo aire todos cuantos tenemos vista y estamos animados.

Cuanto participa de alguna razón[8] común, se apresura á unirse con lo que es de su género: todo lo terreno se inclina hacia la tierra: todo lo húmedo corre hacia lo que fluye: lo aéreo va á unirse igualmente con el aire, tanto que es menester poner algo de por medio que con violencia los separe. Se sube arriba el fuego por estar en lo alto el fuego elėmen- [8] En este lugar se extiende M. Aurelio sobre una observación y doctrina tan antigua como la misma Filosofia, y quizá aún más: que todo semejante de suyo busca su semejante. El fin de todo este discurso es sacar por fruto que debe reinar la paz y concordia entre los hombres, siendo todos de una misma naturaleza y linaje.

tal[9], hallándose de tal suerte pronto para pegarse acá con cualquiera otro fuego, que toda materia, por muy poco seca que esté, se encuentra bien dispuesta á concebir la llama, por estar menos mezclada con lo que pueda impedir su incendio. Y asi todo lo que participa de una misma Naturaleza intelectual del mismo modo ó con más aceleración se da prisa para llegar á lo que es de su género, porque cuanto es más aventajado[10] que las otras cosas, se halla tanto más dispuesto á incorporarse y adunarse con su igual.

Examinándolo, pues, con recto orden, entre los irracionales se encuentran enjambres, rebaños, crías de pollos y unos como amores[11], porque desde luego se ve en éstos una misma alma y en lo más noble existe con más extensión aquella fuerza unitiva, cual no la tienen las plantas, ni las piedras, ni los[9] Contextada de toda la antigüedad la atracción entre las naturalezas semejantes, los filósofos ordinariamente acudían á la virtud centripeta como á su verdadera causa.

Daban á los elementos sus respectivos centros ó provincias, en donde no sólo tuviesen su propia y natural habitación, sino también todas sus delicias. La Filocentria se miraba coino causa y principio de la mutua propensión de las naturalezas semejantes, que todas deseaban vivir de asiento en el centro de su patria.

[10] Quizá es más fácil de hallar en los vivientes sensitivos el principio de la conciliación, que no entre las otras naturalezas privadas de sentido; porque apeteciendo aquéllas y percibiendo su bien, sienten en su semejante un objeto que las excita al goce de él. No me empeño ahora en querer indagar el orígen de donde procedan los varios grados de mutua inclinación entre los animalcs, que vemos más ó menos propensos á la unión. Véase á Arist., Hist. Anim., lib. t, cap. I.

[11] Los estoicos negaban que en los animales se diesen afectos verdaderos, aunque al mismo tiempo les concedían un cierto género de pasiones.

leños. Entre los racionales se hallan poliarquias, amistades, familias y comunidades, y en tiempo de guerra confederaciones y suspensión de armas. Entre aquellas sustancias que son más perfectas, aunque en algún modo disten entre sí, subsiste cierta unión, cual es la de los astros; de suerte que el mayor grado de bondad sobre lo perfecto pudo conciliar entre ellos mismos por separados que se hallen esta gran simpatia. Ve, pues, ahora lo que pasa: que solas las sustancias intelectivas no reconocen al presente esta mutua afición y recíproco asenso; en ellas solas no se ve esta conspiración de voluntades; mas sin embargo de que pretendan huir, se verán coger por todas partes, porque siempre vence la Naturaleza. Y tú comprenderás ser así, observando lo que yo digo. En efecto, más fácilmente uno hallaria algún cuerpo terreno sin tocar en nada de lo que es tierra que un hombre segregado enteramente de todo otro hombre.

Lleva su fruto el hombre, lleva el suyo Dios y el mundo, y cada uno de ellos lo da á su tiempo y sazón. Y aunque el uso común de hablar ha contraido principalmente esta locución á la vid y otras plantas semejantes, esto no hace contra lo que decimos. La razón lleva también su fruto, que, siendo común á todos, al mismo tiempo es peculiar de ella, y de la misma nacen otros frutos tales, cual es la razón que los produce.

Si tú puedes, enseña de nuevo al que peca; si no te es posible, acuérdate que á este fin se te dió la clemencia, y que aun los mismos dioses se muestran benignos con tales personas, y en ciertas cosas también les dan la mano ayudándoles en lo que mira á la salud, á la riqueza y á la gloria: tan buenos son como todo eso: tú puedes hacer otro tanto, y si no, dime: ¿quién te lo impide? Sufre el trabajo[12], no creyendo que por esto seas un infeliz, ni pretendiendo de esta suerte que te compadezcan[13] ó te admiren; antes bien, apetece una sola cosa, que es tomar la fatiga y desistir de ella como y cuando lo exige la razón de estado y bien público.

Hoy me eximí de toda molestia, ó por mejor decir, sacudí de mí todo enfado, visto que el mal no estaba fuera, sino en mi interior modo de opinar.

Todas las cosas son siempre unas mismas por la experiencia sabidas, de breve duración en el tiempo, y en la materia asquerosas; tales ahora todas, cuales eran en tiempo de aquellos que hemos sepultado.

Las cosas están para nosotros como de puertas afuera, metidas dentro de sí mismas, sin que sepan nada de sí ni declaren á nadie lo que som: luego ¿quién da noticia de ellas? la mente, ó sea la parte principal.

El bien y el mal de un viviente racional y sociable no consiste en los afectos que percibe, sino en las[12] El trabajo, en sentir de los estoicos, era una cosa indiferente, y por lo mismo á nadie podia hacer infeliz, por más que el vulgo mirase como á tal á quien mucho se afanaba.

[13] No sé si hoy dia tiene lugar en algunos de los que profesan austeridad cristiana cierto dicho de Platón, Laërt., lib. vi, el cual, viendo un dia que Diógenes el Cínico, empapado como una sopa con un jarro de agua fría que le habian arrojado, se estaba muy quieto riéndose y haciendo alarde de su miseria, dijo á los circunstantes: Si queréis de veras compadecerle, pusud de largo y dejadlo estar; que él se morirá de frio para lograr vuestra admiración compasiva.

acciones que ejecuta, así como su virtud y vicio no está en lo que padece, sino en lo que hace.

A la piedra arrojada[14] á lo alto no la perjudica el caer hacia abajo, ni la embona el subir hacia arriba.

Recorre por adentro las almas de los hombres, y verás qué jueces[15] temes y cuales jueces sean de si mismos.

Todas las cosas están siempre de muda; tú mismo te hallas tanmbién en una continua alteración y corrupción de alguna de tus partes, y todo el mundo pasa por lo mismo.

No conviene propalar el pecado que otro comete.

No es mal alguno la intermisión de una obra, ni la suspensión del deseo ú opinión, aunque sean en cierto modo una muerte. Repasa ahora las edades de tu vida, por ejemplo, la niñez, la puericia, juventud y vejez, porque también la mutación de todas éstas es una especie de muerte. Y en eso qué daño hay? Vuelve al mismo tiempo á dar una vista á la vida que pasaste bajo el poder de tu abuelo, después bajo el de la madre y luego bajo el del padre, y encontrándote con otras muchas diversidades, mutaciones é interrupciones, pregúntate á tí mismo:[14] Con esta misma alusión ya nos habló M. Aurelio en en el lib. VIII, § 20, cuando en vez de tirar la piedra sacaba la pelota. Es decirnos que los sucesos prósperos y adversos á nadie hacen feliz ni desdichado.

[15] La presente reflexión filosófica, que no se debe temer el juício del vulgo, reñido siempre con lo sólido de la virtud, y deslumbrado con no sé qué esplendor fingido de honestidad, no va lejos del aviso que el Salvador dió á los suyos, que serían el odio del mundo por no ser de su partido.

¿qué mal hubo en todas ellas? Pues de este modo podrás inferir que el fin, el término y la entera mutación de toda tu vida no es mal alguno.

Da una vuelta por tu misma mente, por la del universo y de tu prójimo: por la tuya, para que la puedas hacer justa; por la del universo, para que reflexiones de quién eres parte; por la del prójimo, para que sepas si peca por ignorancia ó por malicia, y al mismo tiempo te hagas cargo que no por eso deja de ser tu pariente.

En la conformidad que tú mismo debes llenar tu lugar en el estado político del mundo, así también conviene que todas tus acciones ocupen el suyo en la vida civil y sociable; pues cualquiera de tus hechos que ó de cerca ó de lejos[16] no tenga la relación debida al fin común, de suyo trastorna la vida y no permite que sea uniforme, siendo antes bien causa de alboroto, como lo es en el pueblo el que separa de la común armonía á los que son de su facción.

Contiendas y juegos de niños[17] son lo que pasa[16] Nuestro Emperador habla como buen filósofo moral, cuando quiere que toda acción buena tenga su fin honesto, ahora este fin inmediatamente sea la caridad y bien común, ahora sea el motivo propio de cada una de las virtudes, el cual de suyo se endereza al bien de toda la Naturaleza, por más que el que obra expresa y formalmente no lo refiera á él.

[17] M. Aurelio toca ahora un punto tan de paso, que dejándolo confuso es necesario suplir lo eliptico del discurso para ponerlo inteligible.H Nexula, que es el nombre que se da al lib. xi de la Odisea de Homero, en donde el poeta, por medio de ciertos sacrificios hechos por Ulises, hace comparecer las almas ó sombras de los héroes y heroinas difuntos, ó bien significa una ceremonia mágica en que los muertos se hagan venir del otro mundo, ó bien cierta solemnidad griega en que probablemente se representaba al vivo lo que Homero había dicho de los muertos. Véase á Suidas.

entre los hombres; y éstos son ciertas almas pequeñitas que sobre sus hombros llevan unos muertos; de suerte que así puede representársenos con mayor viveza lo de la Necia de Homero.

Acércate á ver la cualidad de la forma, y separándola de la materia, contémplala atentamente; después ponte á determinar el tiempo que á todo más podrá naturalmente subsistir la sustancia así formada y dispuesta.

Has tenido mil cosas que sufrir á causa de no hallarte satisfecho de tu alma, haciendo ella lo que correspondía á su natural estado. Pero baste ya, no incurras más en esa falta.

Cuando otros te vituperaren, ó te aborrecieren ó profirieren contra tí cosas de esta clase, éntrate por el alma de esos tales, penetra su interior y mira quiénes son al cabo; verás que no conviene angustiarte por lo que ellos piensen y digan de ti; antes bien, es razón tenerles buena ley, siendo realmente tus amigos por naturaleza. A más de que también los dioses les favorecen de todos modos, ya por medio de sueños[18], ya por medio de oráculos aun en aquellas cosas por las cuales ellos van desatinados.

Las cosas del mundo son siempre las mismas en sus vueltas orbiculares de arriba abajo, de siglo en siglo. Esto supuesto, ó la mente[19] del universo da[18] Al buen Emperador no le podía faltar la cualidad de ser acérrimainente supersticioso en todo género de divinación, el cual vicio notó Cicerón en los estoicos, que aun dormidos presentian cualquiera cosa por la simpatía de sus almas con la de aquel su dios estoico.

[19] La verdadera inteligencia de esta doctrina se reduce al conoçimiento de estos puntos. Primero: Que Dios crió su impulso respectivo á cada uno de los efectos, en cuyo caso acepta tú lo promovido por ella, ó de una vez dió el ímpetu general á la Naturaleza, al cual por consecuencia natural se sigue todo lo demás, viniendo al cabo á formar un sistema, ó sea una serie encadenada de sucesos, ó si no, se habrá de recurrir á los átomos ó cuerpos indivisibles como á principios del universo. Por último, si hay algún dios, todo va bien; si sucede todo fortuitamente, no debes tú obrar con temeridad habiendo de cubrirnos dentro de poco la tierra, la cual después se convertirá en otra cosa, y ésta, procediendo al infinito se mudará en otra, y aquella segunda vez en otra, sin acabar jamás. A la verdad el que considerare el flujo y reflujo de estas mudanzas y alteraciones, junto con su rapidez, fácilmente despreciará todo lo perecedero y mortal.

La causa y Naturaleza universal lo arrastra todo á manera de un torrente impetuoso. ¡Pero cuán[20] todas estas naturalezas por una acción, no inmanente en sí misma (porque así sería eterna y el mundo también), sino externa y recibida en la cosa criada. Segundo: Que Dios, una vez hechas las naturalezas, las conserva de continuo por una acción exterior, sea ó no sea distinta de aquella con la que las dió el ser. Tercero: Que Dios, juntamente con cada una de las causas segundas, obra con una acción externa los efectos peculiares que ellas á su tiempo y lugar producen. Por último: Que todo otro impulso, ó es superfluo en la Naturaleza, ó se debe reducir á alguna de las sobredichas acciones; siendo tal la economía del Artifice Supremo en la producción de todas las causas naturales.

[20] Esta es una breve invectiva contra ciertos sofistas, que con unos principios especulativos pretendian conciliar prácticamente la politica con la filosofia y enseñar el arte de reinar á los Principes M. Aurelio en cada palabra cifra enfáticainente algún vicio de estos tales: los llama hombrezuelos, mocosos llenos de jactancia.

despreciables son estos políticos y hombrecillos, que según su parecer obran filosóficannente, estando llenos de presunción! Haz tú alguna vez, oh buen hombre, lo que ahora exige de tí la Naturaleza[21], y déjalos. Manos á la obra, mientras hay lugar para ello, y no mires alrededor si habrá quien lo sepa. No esperes ver establecida la república[22] de Platón; antes bien, conténtate con tal que se promueva un poquito la utilidad pública, ni pienses ser poco fruto de tu trabajo este pequeño progreso. Quién, pues, es capaz de hacer mudar á estos hombres de opinión y modo de pensar? ó sin que ellos muden de máximas, ¿qué otra cosa te puedes prometer que una servidumbre[23] de quien gime y aparenta obe- [21] M. Aurelio recopila la vista todo el arte de reinar, que no es otro que ejecutar lo inandado por Dios y dictado por la razón, no á fin de obtener el bien puro, bien moralmente imposible entre los hombres, pretendiendo que en el estado todo vaya bien sin niezcla de mal, como alla en la República Platónica, soñada con los ojos abiertos, sino con la mira de sacar la mayor utilidad que sea dable y de impedir cuanto daño sea posible, no esperando recompensa humana.

[22] En Catón se notó que teniendo llena la cabeza de máximas rigidas de la filosofia, del mismo modo decía su parecer en la hez de Rómulo, que si hablara en la República de Platón, de lo cual se originaba el irritar más la llaga y no corregir el vicio. Cic. ad Attit., lib. 11, ep. 1.

[23] Por esta razón á ninguno más que al Príncipe convendria el que sus vasallos tuviesen una manera justa de pensar, haciendo que con la buena educación y moderada disciplina de su estado se preparasen los ánimos y se hallasen prontos á la obediencia de sus respectivos superiores, no enervados con los vicios halagüeños y delicadeza afeminada que es el origen de infinitos males, sino bien dispuestos y propensos á seguir las costumbres civiles nacidas de la práctica y amor á la virtuduna palabra y se presenta á decer? Vé ahora y tráeme por modelo á un Alejandro, á un Filipo y á un Demetrio Falereo; ellos se lo verán si han sabido lo que la común naturaleza quería, y si se gobernaron por su dirección, porque si fueron unos meros representantes ninguno me obliga á imitarles. La profesión de la filosofía es sencilla y digna de veneración, no entienda alguno que yo me pago de la vana soberbia.

Haz por contemplar como desde lo alto la infinidad de rebaños, las innumerables ceremonias en los sacrificios, todo género de navegaciones, ya en tiempo de borrasca, ya en tranquilidad, y la diversidad de cosas pasadas, presentes y que acaban de suceder. Considera también la vida que antiguamente se pasó bajo el imperio de otros, la que se observará después del tuyo y la que al presente se hace entre las naciones bárbaras. Reflexiona igualmente cuántos hay que ni menos tienen noticia de tu nombre, cuántos te olvidarán muy presto, cuántos quizá de los que presentemente te alaban muy en breve te vituperarán, y verás cómo ni la memoria, ni la fama, ni generalmente otra cosa alguna es digna de alabanza ni estimación.

En lo que proviene de causa exterior, es necesaria la serenidad de ánimo; y en lo que nace de un principio interior, es muy del caso la justicia: es decir, que la intención y la acción tengan sólo por único objeto hacer bien á la sociedad humana; como que esto es conforme á tu deber natural.

Muchas cosas superfluas que turban tu paz interior podrás cercenarlas, consistiendo todas en tu modo de opinar; y desde luego conseguirás un campo más ancho al desahogo de tu espiritu con abar- 13 car en tu mente todo este mundo[24], con traer á la memoria el siglo en que vives, con meditar la pronta mutación de cada cosa en particular, reflexionando cuán breve espacio media desde su principio hasta su ruina, cuan inmenso fué el tiempo que pasó antes de su generación, y cuán infinita igualmente será la eternidad que sucederá después de su disolución.

Todo cuanto ves perecerá brevemente[25], y los que lo ven fenecer, también perecerán muy presto: entonces quedará igual el que fallece al último de su vejez, ccn quien muere en agraz.

Considera las pequeñas almas de los hombres desnudamente; cuál es su espíritu; en qué cosas han puesto su afición, y por qué motivos se irritan contra otros[26], ó los honran; cuánta es la vana estimación de sí mismos cuando determinan perjudicar á alguno vituperándole, ó favorecerle haciéndose lenguas de él.

Cualquiera pérdida no es otra cosa que una mutación: en esto tiene sus delicias la Naturaleza uni- [24] Los estoicos, aunque dividían el tiempo en varios períodos, cada uno de los cuales llevase su ruina fatal y perentoria á su respectivo mundo; con todo, lo hacían eterno, tanto por lo que mira al principio como al fin; y esto hablando no de una duración imaginaria, sino de una fisica sucesión de movimiento.

[25] La presente consideración, según nos la inculca nuestro Emperador, debía de ser algún punto de su meditación diaria.

[26] Si esta reflexión de M. Aurelio se hicieze seriamente, nos haría ver á cada paso que no siempre es oro lo que en el mundo reluce, pues como dijo Séneca : Omnium istorum personata felicitas est: contemnes illos, si despoliaveris, etc.

Epist. 80.

versal, que todo lo hace perfectamente. Del mismo modo ha sido siempre, y eternamente sucederá otro tanto. Pues por qué dices que desde el principio se hizo todo malamente, y que también irá mal todo en lo sucesivo?[27] ¿Acaso entre tantos dioses no se halló jamás fuerza alguna que corrigiese este desorden sino que el mundo se ha visto condenado á estar en vuelto en males interminables? Observa que la pútrida materia que en cada cosa sirve de basa, viene á ser agua, polvo, huesecillos y sordidez; si no repara de nuevo que los mármoles son unos callos de la tierra; el oro y la plata, heces de la misma; el vestido no es más que un tejidillo de pelos; la púrpura no es otro que un poco de sangre de cierta especie de concha, y en esta forma todo lo demás: también el alma del universo es otra tal, que gusta de andar mudándose de unos cuerpos en otros.

Basta ya de vida llena de calamidades, lamentos y fingidas adulaciones. Por qué te turbas? ¿qué cosa de éstas te llega de nuevo? qué te saca de juicio? ¿Acaso la forma? vela ahí; mírala bien. Por ventura la materia? aquí está, examínala á fondo: fuera de esto nada más hay. Pero ya es tiempo que alguna vez seas más sincero y de mejor correspondencia con los dioses; siendo lo mismo el haber inquirido semejantes cosas por cien años ó por tres.

Si es que alguno ha delinquido[28], en eso está su mal; pero quizá no pecó: y así suspende el juicio.

[27] Los estoicos admitfan una divinidad de primer orden, una anima universalis intellectu prædita; con todo, llenaban el universo de otras divinidades de segunda clase.

[28] La doctrina más bien parece evangelica que estoica, O todo cuanto dimana de un principio intelectivo se comunica después al mundo como á un cuerpo, y en esta suposición no debe parte alguna quejarse de lo hecho en utilidad del universo; ó bien los átomos son la causa principal, y entonces no será el mundo otro que una conmixtión y mera dispersión.

¿Pues por qué te aturdes? &Acaso dices á tu alma que está muerta y corrompida, que dice uno y hace otro, que vive y se alimenta brutalmente, y convierte en fiera?

Ó los dioses no pueden nada, ó pueden algo: pues si no pueden, ¿á qué fin les ruegas? y si pueden, ¿por qué no les suplicas más bien que te concedan el no tener algunos de éstos que se llaman males, el no desear alguno de éstos, que se reputan por bienes, el no sentir pena en alguna de esas que se tienen por adversidades, antes que pedirles que no suceda ó suceda alguna de estas cosas? porque si tienen poder absoluto para favorecer á los hombres, también en esto pueden ayudarles[29]. Pero acaso dirás, que los por lo que mira á no juzgar mal de nadie, excusando la intención cuando no se pudiere defender el hecho del prójimo.

[29] La misma razón enseñó á Marco Aurelio que el socorro del cielo se extendia hasta los senos más ocultos del ánimo, pudiendo Dios obrar en él con impedir, con moderar, con repeler los movimientos dirigir ó con suavidad ó con aspereza los afectos de la voluntad, según dicta la razón. Plutarco, viendo que los estoicos enscñaban por una parte que Dios podía ayudar en esto á la voluntad, y que por otra decían que Dios no daba la virtud á los hombres, pensó haberlos cogido oon la contradicción en la boca (De Štoic. Contrad. cap.XXVII); pero quizá ésta consiste en las voces y no en las sentencias. Sigue despues M. Aurelio arguyendo, no porque repruebe el que se pasiones del apetito, y dioses pusieron esto en tu mano. Pues qué, ¿no será mejor que te aproveches con entera libertad de lo que tienes á tu mando, antes que con servidumbre y vileza de ánimo irte tras lo que no está á tu disposición? &Y quién te dijo que los dioses no nos dan ayuda[30] en lo que depende de nuestra libertad? pida á Dios la virtud interior de la voluntad, sino para animar á la industria, al que no la reconozca como don de Dios y la tenga sólo por fruto propio de su diligencia; suponiendo que, si absolutamente no tuviese Dios parte en el ejercicio de la virtud, sino que solamente pendiese del conato y esinero de la criatura, seria una ridiculez el pedirla antes á Dios que el adquirirla con su trabajo y desvelo. La doctrina de nuestro Emperador se apoya en lo que escribió Epicteto, lib. 11, cap. xvi. Tertuliano también reprende á estos tales, diciendo : Tanta solicitudine petere audebis quod inte positum recusabis? Exhort. cast. cap. XII.

[30] Ve aquí cómo M. Aurelio confiesa y asegura por razón natural lo que la religión demuestra y euseña á todos.

Cabe muy bien el que Dios ayude á la voluntad, y que ésta quede libre para las acciones de la virtud. Lo más es, que usa de la misma fórmula de que se sirve el apóstol, ad Roncap, VIII, v. 16. A este propósito viene también lo que escribió S. August, de Grat., lib. 1, cap. XV: Cur petitur, quod ad nostram pertinet potestatem, si Deus non adjuvat roluntutem? De donde se colige que la cooperación de Dios y de la criatura fué bastantenente conocida de los antiguos, afirmando éstos que con el socorro divino debía juntarse la industria, el conato, la fuerza humana, sin pretender que sola la mano de Dios lo hiciese en ellos todo, como lo confirma S. Bernardo, de Grat, et lib. arb. Omitiendo por ahora lo mucho que disputan los escolásticos, sobre el modo de conciliar el socorro divino con la elección humana, nos contentaremos con saber lo que es innega ble en las escuelas : Primero, que no es sólo Dios el que con su socorro obra la acción humana de la criatura. Segundo, porque el hombre no recibe de Dios la acción buena por una pura pasión, al modo que recibe los movimientos indeliberados. Tercero, que no es sola la criatura la que ejecuta la dicha acción. Cuarto, porque la fuerza divina y humana son causa total de la misma acción. Quinto, Comienza, pues, á suplicarles acerca de estas cosas, y lo verás. Este les pide: cómo conoceré la tal persona? Suplíales tú: cómo haré para no desear el trato con ella? El otro encamina sus ruegos paraque le den manera como verse libre de la tal cosa; pídeles tú, ¿de qué medio me valdré para que no sea necesario el libertarme de ella? El de más allá hace sus súplicas para que no se le muera su hijito; pídeles tú: ¿cómo haré para no temer el perderlo? En suma[31], haz en esta forma tus oraciones y dirigelas á ese fin, y observarás cuánta utilidad te redunda.

Dice Epicuro: «Yo, en mis enfermedades, no empleaba mis discursos sobre aquellos males que padecía en mi cuerpo; ni intioducía tales pláticas, afirma él mismo, con los que me visitaban, sino pasaba examinando físicamente las causas que habían antecedido á mis indisposiciones, dedicándometambién más particularmente á ver cómo mi alma, participando de los movimientos y dolores del cuerpo permaneciese imperturbable, conservando su propiobien. Ni tampoco me sujetaba, dice, á prevènirme de médicos, como quienes pueden algo; antes bien que lo que Dios ateinpera de tal manera su energia, que no impida en la criatura la facultad de resistir, ni haga que la elección no sea propia de la voluntad socorrida Sexto, porque cualquiera especie de energia que antes de la elección quite laindiferencia activa, ó facultad expedita de la voluntad, ahora sea por vía de delectación, ahora por vía de impulso, ahorapor sustracción de fuerza, no sufrirá consigo la sin ergia, 6 cooperación libre de la voluntad criada.

[31] M. Aurelio exhorta por conclusión del artículo, á que se pida á Dios su auxilio para obrar con rectitud y provecho.

sin este recurso la vida se alargaba fácil y felizmente.» Haz, pues, lo mismo que aquél en su enfermedad, caso que enfermares y te vieres en oualquier otro estado de aflicción. Porque el no abandonar las máximas filosóficas en cualquiera suceso posible, ni el hacer argumentos fútiles á un idiota é ignorante de la naturaleza, es dogma común á toda secta, para estar sólo atento á lo que presentemente se hiciere, y valerse del instrumento con que lo ejecutare.

Cuando te vieres ofendido con la insolencia de alguno, pregúntate al instante:-Pues qué, ¿es posible que en el mundo deje de haber desvergonzados? No pueden faltar; según eso, no pretendas imposibles, porque ese tal es uno de aquellos insolentes que forzosamente se encuentran en el mundo; y esta reflexión tenla á la mano, por lo que mira á un tramposo, á un fementido, y á cualquiera hombre perverso y malo. Porque lo mismo será acordarte que no puede faltar en el mundo esta maligna raza de hombres, que empezar á estar de mejor ánimo para con cada uno en particular. También conduce mucho el que al punto pienses con qué género de virtud dotó la Naturaleza al hombre, para evitar el tal desorden, porque dió la mansedumbre como antidoto contra el hombre tonto, y contra otro defecto otra cierta virtud. En suma, tienes en tu mano[32][32] No sólo está en nuestra mano el hacer una obra tan heroica, sino que también la ley natural exige de nosotros semejante oficio con el que va errado, haciéndole ver su precipicio y pidiendo á Dios que le dé luz para seguir el camino verdadero. Y sobre todo debemos hacernos cargo que la voluntad humana, estando fisicamente necesitada á amar y buscar su felicidad y sumo bien, si no lo posee, con todo el dirigir al prójimo que vivió extraviado; en el supuesto de que todo el que peca, yerra el blanco propuesto y anda perdido. Y qué, ¿por eso te hizo daño? Pues no hallarás que alguno de estos contra quienes te irritas haya hecho cosa tal con que tu espíritu se pudiese empeorar; luego sólo consiste tu mal y agravio en ese juicio errado. Mas qué mal ó qué cosa extraña es si un ignorante hace lo que es propio de un necio? Mira tú no sea que con mucha más razón merezcas ser reprehendido, por no haberte hecho la cuenta que un hombre tal podía haber faltado en la tal cosa, y más que tenías motivos bien fundados, para sospechar que era probable el que ese mismo hubiese cometido un delito semejante, y sin embargo de que te has olvidado de eso, te maravillas si el otro delinquió. Lo más principa consiste en que cuando acuses á uno de infiel é ingrato, te reconvengas á ti mismo, puesto que evidentemente es tuya la culpa, ó bien porque creiste de quien tenía tal disposición que te guardaría fidelidad, ó bien porque haciéndole tú una gracia, no se la hiciste puramente con el fin de hacerle bien, ni de manera que en sola la acción de favorecerle ya dieses por percibido todo el fruto y logrado todo tu interés. Y qué más quieres beneficiando al hombre? ¿No te basta esto sólo? No has obrado conforme á tu naturaleza? ¿Y aun de esto mismo pretendes la pagą ? Esto viene á ser lo propio que si los ojos pise deja llevar del bien deleitable en comparación del honesto, creyendo hallar en aquél su bienaventuranza; por lo que se encuentra burlada, y por ir hacia Levante, se ve al cabo de su jornada en Occidente. San Agustin trata esto misino en varios lugares.

diesen recompensa porque ven, ó los pies porque caminan; pues así como estos miembros fueron hechos con el fin único de que ejerciendo sus funciones respectivas tuviesen en eso solo su premio, del mismo modo el hombre, habiendo nacido para hacer bien, cuando lo hubiere practicado ó de otra suerte hubiere cooperado á la utilidad pública, en esto cumplió con aquello para que fué naturalmente criado y en ello mismo ya recibió su galardón.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1
  3. 3,0 3,1
  4. 4,0 4,1
  5. 5,0 5,1
  6. 6,0 6,1
  7. 7,0 7,1
  8. 8,0 8,1
  9. 9,0 9,1
  10. 10,0 10,1
  11. 11,0 11,1
  12. 12,0 12,1
  13. 13,0 13,1
  14. 14,0 14,1
  15. 15,0 15,1
  16. 16,0 16,1
  17. 17,0 17,1
  18. 18,0 18,1
  19. 19,0 19,1
  20. 20,0 20,1
  21. 21,0 21,1
  22. 22,0 22,1
  23. 23,0 23,1
  24. 24,0 24,1
  25. 25,0 25,1
  26. 26,0 26,1
  27. 27,0 27,1
  28. 28,0 28,1
  29. 29,0 29,1
  30. 30,0 30,1
  31. 31,0 31,1
  32. 32,0 32,1