Soledad (Mitre)/Capítulo VIII
Capítulo octavo - Diario de Soledad
editarHacía cuatro días que había llegado Enrique y seis que Soledad había dicho a Eduardo que le amaba. Después de la llegada del primero se sentía turbada y ella misma no sabía como explicarse sus sentimientos. En el fondo de su corazón había una lucha cuya causa aparente no se la había revelado aún.
Soledad viviendo retirada y condenada a una vida de martirio había buscado algún entretenimiento que la distrajese de las contrariedades de su existencia. Este entretenimiento lo había encontrado en llevar un diario, del que hacia su amigo y confidente, comunicándole a él sólo los sentimientos y los dolores que ocupaban su alma. Copiaremos algunos fragmentos de estas memorias íntimas que nos revelarán mejor que nada los sentimientos, de su corazón.
-«Le he dicho que le amaba. Dios me perdone si he cometido un pecado, pero yo tenía necesidad de amar y no he podido resistir a la elocuencia de su pasión y al fuego de sus miradas. Pero espero que Dios me perdonará porque un amor tan puro y tan santo como el nuestro no puede ofenderte. Después de tantos años de amargura su amor ha caído sobre mi corazón como un rocío del cielo y lo ha refrescado. ¡Quiera el cielo que tanta felicidad sea durable!
-«¡Dios mío, ilumina mi mente con un rayo de tu luz! No sé lo que pasa en mí. Ayer estaba tranquila y era feliz. Hoy me devora el remordimiento y Eduardo me causa miedo. Creo que Eduardo no me ama del modo que yo había soñado; me parece que su pasión no es tan pura y desinteresada como yo me lo había imaginado. ¡Ah, salir una vez, una sola vez del camino del deber para sufrir un desengaño tan cruel! Pero tal vez me engaña mi imaginación extraviada, tal vez las palabras de Eduardo no tienen el sentido que yo les he dado. ¡Oh, sino ha de ser así que Dios me reciba en su seno cuanto antes! -¿Cuándo vendrá Enrique?
-«Ha llegado Enrique. ¡Qué hermoso y qué cambiado está! ¡Qué bien le sienta el uniforme! Creo que los pocos momentos de conversación a solas que he tenido con él han sido los más felices de mi vida. Cuando él me preguntó si había amado se lo iba a confesar todo, pero la presencia de Eduardo y mi marido me lo impidió. Desde entonces acá me parece notar que evita el hallarse solo conmigo. ¿Habrá adivinado tal vez que amo a Eduardo? Tal vez sí, porque noto entre ellos mucha frialdad. -¡Dios mío, qué feliz hubiera sido con Enrique! Yo le habría amado con todo mi corazón, y él también me hubiera amado a mí, y entonces no hubiese sentido la necesidad de amar a un extraño.
-«¿Qué debo pensar de la conducta de Enrique? Pero soy una loca en ocuparme de esto; él procede de ese modo conmigo porque no puede amarme sino como a una hermana, y por eso es frío y reservado conmigo. Sin embargo, me parece que en el primer momento en que nos vimos me hablaba de otro modo y con otro acento de voz. Además me parece que está triste. ¿Será tal vez algún amor que ha tenido que abandonar? ¡Ah, no lo quiera Dios! Le amo sólo como a un hermano, pero estoy celosa de ese cariño que sólo anhelo para mí. ¿Pero por qué le exijo lo que yo no le doy en cambio? Soy una egoísta, pero sabe Dios que por muchos años para él sólo he guardado las afecciones de mi corazón, y que se las consagraría todas aun si él... ¡Pero qué voy a decir Dios mío! ¿Es posible que pueda amarle con un afecto más vivo que el de hermano?, Hay momentos en que lo creo así. Ayer fuimos juntos hasta la huerta de Marta, y durante el camino iba extasiada en oír su voz. ¡Habla tan bien y con tanta suavidad! Me contaba sus campañas y yo derramaba lágrimas de ternura al oírselas referir. ¡Qué hermoso debe ser el ser amada por un héroe! -A la noche estuvimos reunidos en el salón. Enrique como de costumbre estuvo grave y melancólico. Eduardo como siempre amable y elocuente. Al comparar a estos dos hombres de carácter tan opuesto me parecía algunas veces que amaba a Enrique, pero Eduardo me arrastraba con su mirada de fuego y su mágica palabra. ¿Será que pueda amarse a dos hombres a la vez?
-«Aunque hasta ahora no me ha dicho nada, conozco que mi marido está celoso de Enrique, y que le disgusta su permanencia. Enrique creo que lo ha conocido, pero no se da por ofendido ni me ha expresado el deseo de irse pronto. Extraño mucho este proceder en su carácter fogoso. Creo que medita algo, aunque no puedo adivinar qué. Todo el día de hoy lo ha pasado en el campo, y Eduardo ha estado conmigo toda la mañana, leyendo algunas cartas de la Nueva Heloisa o dirigiéndome algunas dulces palabras de amor. Creo que me había equivocado calificando su pasión de bastarda e interesada. El modo como me ha hablado hoy no me deja ninguna duda.
-«Mañana es el día de mi cumpleaños y mi marido se ha empeñado en festejarlo convidando a todos los vecinos de los alrededores, a pesar de mi resistencia. Lo espero con ansia, sólo por los regalos que me harán Enrique y Eduardo.