Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

V

Allá por los años de 1668, errante lujanero don Domingo Isarza, avanzando pampa adentro descubrió por casualidad (como la mayor parte de los descubrimientos), la celebrada laguna Salinas Grandes, cien leguas distante, del otro lado de las sierras.

Tan grande fué la afluencia y continuados viajes de sus expedicionarios que, doscientos años después perdido una noche en medio de la pampa desierta el que esto escribe, volvió sobre la rastrillada á encontrar hondísimas huellas del camino por cientos de carretas tantos años frecuentado.

Y no era chico descubrimiento, si recordamos que hasta entonces la sal consumida en Buenos Aires no procedía de los salitrales del Norte, al parecer más cerca, sino importada de Cádiz.

El mismísimo Rey de España, por Real Cédula concedió privilegio y exoneración de impuestos al descubridor de la sal en Buenos Aires, y sus descendientes, y las familias de Isarza, de Colman y de González, avecindadas en el Lujan, gozaron por muchos años de ellos, sin que nunca las suyas fueran gravadas con la fanega y cuartilla de sal, con que lo eran las carretas para el consumo. Percibíase esta sisa bajo los portales de Cabildo en Villa Lujan, por el recaudador público, al regresar la expedición, que duraba cuatro y aún cinco meses, por bando anunciada en toda la provincia.

Las tres leguas de agua salada que hondas quebradas unían en una depresión del terreno, á cien leguas al Sudeste de la Capital de Buenos Aires, eran cuartel general de los indios pampas, por mucho tiempo sobre el camino á Chile.

Montes seculares de algarrobo blanco rodean la salina, y espinillos, chañares y acacias los limpiones de muy buenos pastos del abra. Barrancas rocallosas y á pique, hasta de treinta metros de elevación amurallan la hoya, y en sus fondos encuéntranse depósitos de sal común elaborada por la naturaleza, hasta de doscientos metros á la ribera del agua salada, y dilatada en sábanas, y más allá sal más fina, como flores sonrosadas, reflejándose sobre mantos de la misma, cuyos cristales chispean al sol cual facetas de brillantes deslumbradores.

Algo más de una legua cuadrada mide la Salina Grande, en cuyas mayores crecientes se extiende á tres...


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El pesado convoy adelantaba de cinco á seis leguas por jornada, cuando marchaba, que no era todos los días, por lo que más de un mes retardaba en el trayecto buscando pasos en los arroyos para la tropa.