Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
XVI


Halló desprovisto de interés, ni más ni menos que el público, extenuado bajo la pasada obsesión del imperio de un deseo, cuanto seguía del espectáculo. Hércules levantando pesas y doblando barras, caballos en libertad, un hombre que imitaba con perfección notable cantos de pájaros...

— «¿Por qué se quería ver el cuerpo de Armida? ¿Por qué habían sonado tantos besos en lo oscuro?»

Pero Josefina, más que nadie, se hallaba fatigada, inquieta. Ya antes había, hecho alguna indicación de cansancio.

Se le ocurrió algo de improviso, puesto que se levantaba.

— Ven, Rodrigo; llévame. Quiero saludar a la gobernadora... Un momento, ¿eh? — se disculpó con doña Luz —. Luego vuelvo.

Levantóse el niño. La siguió.

Pudo ella ir por la galería de los palcos, pero prefirió salir y dar la vuelta por el corredor desierto de fuera de la sala. No llevaba prisa.

— ¿De modo que tú eres amiguito de esa joven, y la sonríes y te sonríe?

— Sí — respondió breve Rodrigo.

— ¿Que vive en la fonda de al lado de tu casa? ¿Y os veis en la azotea?

— Sí.

— ¿Todos los días?

— Todas las tardes. Por las siestas.

El la examinaba perplejo.

Acortó ella el paso más aún, pero marchó en silencio.

Luego dijo sin mirarle, muy despacio y observándose las puntas de los pies al andar:

— Tú, Rodrigo, debías decirle a tu criada, a esa Gloria, que no estabas sentado en mí ni yo te besaba antes..., sino que te me habías acercado para ver esta pulsera mía que tiene una virgen del Pilar...

— Y... ¿para qué? — interrogó con miedo el muchacho.

— Para que sí — continuó ella más lenta y cortada —. Ya te lo diría si tú quisieses ir, como antes, a mi casa, a comer alguna vez. ¡Ya no vas nunca!

Puesto que él no replicaba, ella prosiguió:

— Te lo diría... Es decir, te reñiría, Rodrigo... porque tú eres ya un hombre... ¡un hombre!... no un niño... y me has besado antes de un modo singular... — ¿Yo? — protestó la última inocencia del muchacho.

Pero llegaban.

— ¡Sut! — impuso ella.

Y abrió la portezuela del palco.

Tardó Rodrigo buen rato en llegar al suyo, de vuelta por la galería, como borracho, vacilante...

Se calmó. Le desvaneció la turbación el espectáculo ansiado, al volver a la pista.