Realidad: 33
Escena II
editarLEONOR; FEDERICO.
LEONOR.- Aquí me tienes. Te escribí... no me contestaste, ni fuiste por allá. (Observando que FEDERICO, sin hacerle caso, se sienta con muestras de cansancio, y vuelve a fijar su atención en el libro.) ¡Pero, hijo, qué manera de recibir visitas!
FEDERICO.- ¡Ah!, sí, dispensa... Leía... Éste es el libro de oraciones de mi madre... el recuerdo más vivo que conservo de ella... Mi madre fue una santa, Leonor, una mártir. (LEONOR hace un movimiento para coger el libro.) No, no... quita. Esto es sagrado, y no puede ir a tus manos.
LEONOR.- ¡Ay!, es verdad.
FEDERICO.- Te permito tocarlo... nada más que aplicar la punta de los dedos... (LEONOR lo toca.)
LEONOR.- A ver si se me pega algo.
FEDERICO.- Basta...
LEONOR.- No... verás cómo no se me pega nada.
FEDERICO.- ¡Ah!, antes que se me olvide. (Deja el libro sobre la mesa, y abre un cajón de la misma, saca billetes y se los enseña.) Mira.
LEONOR.- ¡Billetes! ¡Ay! Déjame que los toque... Me muero por ellos.
FEDERICO.- Para ti los quería.
LEONOR.- ¡Chico!... ¿Qué?, ¿te ha soplado la musa?
FEDERICO.- Con un poco de suerte, y algo que me dio mi padre ayer, al partir para Inglaterra, he reunido eso, que es para ti. No te doy la cantidad completa que me prestaste. El resto... cuando se pueda.
LEONOR.- (Cogiendo los billetes.) ¡Ay, hijo de mi alma! Dame acá. Me hace una falta atroz. ¡Qué bonito es tener dinero! Él será todo lo vil que se quiera; pero ¡qué aburridos vivimos cuando no le vemos la cara!
FEDERICO.- ¿Venías por él?
LEONOR.- No; es que tenía que hablar contigo de un asunto. (Aparte.) No me atrevo a decírselo. Me da mucha pena. (Alto.) Por lo que veo, nadas en la opulencia.
FEDERICO.- ¿Nadar yo? Di más bien que pataleo. Ya no tengo salvación. Cuando salgo de un compromiso, casi de milagro, viene otro, y después otro. Corren hacia mí, pisándose la cola. No veo ni aun probabilidades de evitar la insolvencia y la deshonra. (Sombríamente.) Soy hombre perdido.
LEONOR.- No te aflijas, tontín. Confía en Dios. Puede que te caiga una herencia.
FEDERICO.- (Agitado.) ¡Una herencia! Leonor... tus bromas me lastiman.
LEONOR.- Pues yo también ando mal. Tengo que inventar algún negocio. Debo más que el Gobierno, y ese condenado gaditano va a dar con mis pobres huesos en un hospicio. Ahora está conmigo hecho una confitura. Como que necesita cuartos. Pues dice que soy yo otra como La Traviatta (Riendo.) , y que él me va a redimir, a volverme honrada, y qué sé yo qué... ¡qué risa! Parece que ahora va a venir su padre, para quitarle de mí y llevársele, y él pretende que, cuando su papá venga a verme, haga yo el papel de tísica arrepentida, tosiendo con sentimiento, y pintándome ojeras... vamos, como La Traviatta, para que el buen señor se ablande y nos eche su santa bendición... ¡qué risa! Con estas pamplinas, ello es que me está dejando por puertas. (FEDERICO se muestra triste y caviloso, sin prestarle atención.) ¿Pero qué tienes hoy? ¿Estás enfermo...?, ¿qué te pasa?...
FEDERICO.- Ya puedes figurarte... ¡Me pasan tantas cosas... tantas...!
LEONOR.- A mí no me la pegas tú. ¿Por qué no me confías tus secretos? Sé lo que son penas, y en lo tocante a penas de amor, no hay quien me gane. Podría poner cátedra de esto en la Universidad, y saldría yo con mi birrete color de rosa, y mi toga de batista, a explicar a los chicos el tratado de fatigas de amor.
FEDERICO.- ¡Qué mona eres!... Figúrate cómo estaré, que ni con tus gracias puedo reírme.
LEONOR.- (Aparte.) Malo está el pobre... No, no se lo digo... me volveré a casa sin decírselo...
FEDERICO.- ¿Y...?
LEONOR.- ¿Qué?
FEDERICO.- ¿No tenías algo que decirme?
LEONOR.- Sí... pero no... no era nada. (Aparte.) Pues sí, más vale que lo sepa, aunque le duela. (Alto.) Escucha... ¿te lo digo?
FEDERICO.- Sí, mujer.
LEONOR.- Sí, aunque te desagrade, es mejor, para que estés prevenido. Anteanoche, en casa, Malibrán se desbocó.
FEDERICO.- ¿De veras?
LEONOR.- El condenado vació de golpe el saco de las picardías, y allí saliste, chico, allí salió también ella... En fin, que lo sabemos todo. Basta de comedias conmigo.
FEDERICO.- ¿La nombró? (Con vivo interés.) ¿Pero la nombró?...
LEONOR.- Claro que sí. Los nombres son la salsa de estos guisos.
FEDERICO.- Repíteme todo, todo lo que hablaron, aunque sea lo más indigno, lo más...
LEONOR.- ¿Todo, todo?... Pero mira, no te enfades. Son cosas que dicen los hombres cuando hablan unos de otros... borricadas, simplezas. Ya puedes comprender. Es de clavo pasado que, tratándose de señora rica y galán pobre, lo primero que se ha de decir es que ella le paga las trampas.
FEDERICO.- No, no dirían tal atrocidad.
LEONOR.- Sí que lo dijeron. Me parece que fue el marqués...
FEDERICO.- ¿Y tú te callaste?
LEONOR.- Buena soy yo para callarme, tratándose de tu honor, que es lo mismo que el mío... (Desdiciéndose.) digo, no... como el mío no, porque yo no lo tengo. En fin, te defendí como una leona, sosteniendo que tú no eres capaz de tomar dinero de ninguna mujer. Claro, había que decirlo así.
FEDERICO.- Sigue. ¿Y qué más?
LEONOR.- Pues dijo Cornelio... te advierto que se le fue un poco la mano en la bebida... dijo que se había propuesto averiguar... ya me entiendes... y que después de andar muchos días hecho un polizonte, os descubrió el burladero.
FEDERICO.- ¿Y dónde... a ver... dónde dijo?...
LEONOR.- Se lo calló muy bien callado, por más que los otros le marearon para que cantara.
FEDERICO.- Es que no lo sabe.
LEONOR.- ¡Ay!, no seas tonto. Lo sabe; se le conoce en la manera de decirlo.
FEDERICO.- Pues mejor.
LEONOR.- Mira, niño, ándate con tiento, porque es muy fácil que te veas envuelto en una cuestión muy mala. Por eso he querido prevenirte.
FEDERICO.- Prevenido estoy, suceda lo que quiera.
LEONOR.- No te envalentones. Mira que... ¿No temes a Orozco?... Dijo Malibrán que ese señor tiene cataratas, y que él se las va a quitar.
FEDERICO.- Pues que se las quite. Mejor...
LEONOR.- No digas tal.
FEDERICO.- (Exaltado.) ¿Pues qué piensas tú, si siento vivos deseos de enterarle yo mismo?
LEONOR.- ¿Qué dices? Chico, tú no tienes tu cabeza buena. ¡Tú! ¿De manera que tú mismo dejarás al descubierto a la que te quiere tanto?
FEDERICO.- Tienes razón... Tú conservas el sentido claro de las cosas, y yo lo he perdido completamente. Siento, pienso y digo los mayores despropósitos... (Con amargura.) Leonorilla... ¡Ay!, tú eres la única persona que veo con gusto en esta ruina de mi espíritu. Entre tantas caras que me ponen un ceño antipático y hosco, sólo la tuya resplandece. ¿Verdad que es raro? Pero siempre ha de haber algo que no se entiende, y lo que no entendemos, adviértelo, es lo que más consuela. Las cosas muy sabidas y muy estudiadas, hastían el alma. Las que se nos presentan en términos vagos, confundiendo nuestra razón, son las que nos confortan y nos alientan.
LEONOR.- (Aparte.) No tiene la cabeza buena, no. (Alto.) Pues para consuelo, para medicina de tu alma, aquí me tienes. Sigue mis consejos y verás. No te amilanes. Entre tú y Manolito Infante, cogéis a Malibrán y le metéis el resuello en el cuerpo. Yo puedo deciros de él cosas muy feas, pero muy feas... No tenéis más que amenazarle con publicarlas si no calla, y callará como un plato de habas... Así se hacen las cosas... y pecho a los runrunes, y no hagas caso. Sigues, seguís achantaditos, y quién sabe si al fin, lo que hoy parece un peligro, será tu salvación.
FEDERICO.- ¡Salvarme yo! No lo esperes.
LEONOR.- Monín, tú estás mal, mal, mal, y el gusano que más te roe por dentro, es ese pícaro... vamos, el no tener... (Señal de dinero.) Si pudieras arreglarte... Si llegaras a contar con un tanto fijo...
FEDERICO.- No hay posibilidad de que cambie mi manera de vivir.
LEONOR.- Pues sí que la hay... ¿Te la digo? Pero no te me enfades. Pues... allá voy... Me parece una barbaridad que pases tantas amarguras, teniendo esa amiga tan ricachona.
FEDERICO.- ¡Leonor! ¡También tú!
LEONOR.- No, miquito, yo no digo que tú le pidas... digo que de ella debiera salir el ofrecerte una cantidad gorda, para que de una vez...
FEDERICO.- (Irritándose.) Quita, quita. Déjame en paz.
LEONOR.- Anda... tonto. Fuera remilgos. (Remedándole.) El honor... ¡la diznidaz!... Vamos, que buenos miles podría darte... y algo me había de tocar a mí.
FEDERICO.- (Con tristeza y desaliento.) ¿Por qué me lastimas, por qué me hieres así?
LEONOR.- ¿Te incomodas? Pues tómalo a broma.
FEDERICO.- Te lo tolero como chiste.
LEONOR.- Eso, como chiste. ¿Sabes lo que dice mi marqués? Que el chiste de hoy es la seriedad de mañana.
FEDERICO.- O en otra forma: que arrojas a la calle un chascarrillo, y sin saberlo has plantado la simiente de una tragedia.
BÁRBARA.- (Entra por el fondo.) Un señor...
FEDERICO.- ¿Quién?... (Aparece OROZCO en la puerta del fondo.)
LEONOR.- (Aparte.) ¡El marido de la de Orozco! Yo me las guillo. (Alto.) Quédate con Dios. (Aparte.) Se armó la gorda. (Vase.)