Escena V

editar

Los mismos; MALIBRÁN.


MALIBRÁN.- Señora y amiga...

AUGUSTA.- ¡Qué sorpresa! No le esperaba. Viene usted como llovido del cielo.

MALIBRÁN.- No vengo del cielo, sino que entro en él, pues entro donde usted está.

AUGUSTA.- ¡Ay, Dios mío, cuanta finura!

VILLALONGA.- Don Cornelio... (Saludándole.)

MALIBRÁN.- Don Jacinto... Creí encontrar aquí a Joaquín Viera.

AUGUSTA.- ¿Ha llegado? Presumo que es amigo de usted.

MALIBRÁN.- Vivimos juntos algunos meses en Londres. Pues estuvo a verme esta mañana. Y a propósito, ¿es cierto que Clotildita...? Y Federico, ¿qué hace...?

VILLALONGA.- Sí; de él hablábamos.

MALIBRÁN.- Le compadezco... por eso, y por otras muchas cosas. Es un desequilibrado, un cerebral, una contradicción viva, una antítesis...

AUGUSTA.- ¡Vaya, que no trae usted hoy poca sabiduría...!

VILLALONGA.- Su trabajo le cuesta. ¡Hombre dado a las investigaciones...!

MALIBRÁN.- No lo puedo remediar, Mi pedantería es hija de los desengaños, que me han obligado a estudiar la vida. Compadézcame usted en vez de zaherirme por lo que sé. Y sé más (Con fineza de dicción y de intención.) , mucho más de lo que usted cree.

AUGUSTA.- (Confusa, aparte.) ¿Qué quiere decir?

VILLALONGA.- (Aparte.) Es mucho D. Cornelio este... (Alto.) Cuidado, amigo mío; tanta sabiduría se le podría indigestar, y...