Escena VI editar

Los mismos; CLOTILDE, INFANTE que entran por la izquierda; OROZCO que sale del despacho.


AUGUSTA.- (Adelantándose a recibir a CLOTILDE.) Clotilde, hija mía...

CLOTILDE.- (Turbada.) Señora... (Aparte.) ¡Cuánta gente!... ¡qué vergüenza!

INFANTE.- (A VILLALONGA.) Como no tiene costumbre de sociedad, la pobrecilla no acierta a decir dos palabras. ¿Verdad que es preciosa? ¡Y qué aire tan distinguido...!

AUGUSTA.- ¡Cuánto gusto en verla por aquí...!

CLOTILDE.- Yo... señora... yo...

OROZCO.- Clotildita...

CLOTILDE.- Don Tomás...

OROZCO.- Serénese usted. Está entre buenos amigos, que desean su felicidad.

AUGUSTA.- Nos ha dicho Manolo que deseaba usted hablar con Tomás.


(En un sofá colocado a la derecha, se sientan AUGUSTA y CLOTILDE. OROZCO en una silla próxima. Los demás en pie detrás del sofá o por los lados.)


CLOTILDE.- Sí... es verdad, sí... (Aparte.) ¡Qué miedo! No acierto a decir dos palabras... Yo creí que estarían solos...

AUGUSTA.- Ya supongo... Mi marido y yo nos hacemos cargo de su situación, y estamos dispuestos a mirar por usted, a protegerla...

OROZCO.- En lo que sea posible...

CLOTILDE.- Gracias, gracias. (Aparte, mirando furtivamente al techo y a los objetos más próximos.) ¡Ay qué casa tan preciosa! ¡Cuándo tendré yo una así!

MALIBRÁN.- (A VILLALONGA.) Es linda de veras... ¡y qué tipito tan aristocrático!

INFANTE.- Y sobre todo, ¡qué inocente!

VILLALONGA.- Sí, muy inocente... pero no te fíes...

OROZCO.- Somos muy amigos de Federico... Bien sabe usted que le queremos mucho.

CLOTILDE.- Mi hermano es bueno... Tiene sus defectos...

OROZCO.- Como los tenemos todos...

CLOTILDE.- Pero su corazón es noble.

OROZCO.- También somos amigos de su papá de usted...

CLOTILDE.- ¡Qué bueno es!...

AUGUSTA.- Sí, sí; muy bueno...

INFANTE.- ¡Pero qué candor!

OROZCO.- Con sus defectillos, claro.

CLOTILDE.- (Vivamente.) Como los tenemos todos.

AUGUSTA.- La resolución que usted ha tomado, es un poco grave... pero sin duda no podía usted seguir en compañía de su hermano.

CLOTILDE.- ¡Ah!... no señora... imposible seguir... (Aparte.) ¡Ay, si se fueran ésos!, yo me explicaría...

OROZCO.- Díganos usted...

INFANTE.- La pobrecilla no se atreve. Yo le ayudaré. Ya debéis comprenderlo. Quieren casarse...

CLOTILDE.- Eso es, casarnos...

INFANTE.- Y como son previsores, piensan en el nido... En fin, que hay que empezar buscándole un empleo a Santanita.

OROZCO.- Ya... su prometido, su novio de usted no tiene oficio ni beneficio. Vive con algún pariente...

CLOTILDE.- No señor. Diré a usted. El tío Santana le ocupaba en llevar la contabilidad, dándole una gratificación; pero los negocios de aquella casa hace un año que van de capa caída... «Qué hacemos, qué no hacemos». Pues economías; y lo primero que se les ocurre es suprimir el chocolate del loro... Al pobre Pepe le tocó ser la primera víctima. Pero bien lo pagan, porque se quedaron sin contabilidad, y ahora cogen el cielo con las manos. Un comercio sin contabilidad, bien sabe usted que es como un corto de vista sin anteojos.

OROZCO.- Cierto. (Admiración en todos.)

CLOTILDE.- (Aparte.) Gracias a Dios que me voy soltando.

AUGUSTA.- De modo que hoy por hoy al pobrecito Pepe le vendría bien un destinito...

OROZCO.- Eso, Manolo, tú... toma nota.

INFANTE.- De oficial quinto... sí.

CLOTILDE.- Pero como los destinos del Gobierno son tan inseguros, pretendemos además otra cosa, por lo que pueda tronar.

AUGUSTA.- ¿Otra cosa?...

VILLALONGA.- Pues no es corta para pedir la inocente.

CLOTILDE.- Diré a usted, Pepe es muy despejado, y aunque parece un alma de Dios, es hombre de fibra, sin carácter.

OROZCO.- Lo creo.

INFANTE.- Y simpático... Le he visto hoy, y me ha entrado por el ojo derecho.

CLOTILDE.- Huérfano de padre y madre. Veintitrés años. Desde los dieciséis trabaja y gana para mantenerse.

AUGUSTA.- Vamos...

CLOTILDE.- En la partida doble hace primores; escribe cartas comerciales en francés; tiene título de Perito Mercantil, y se ganó un premio de Economía Política.

AUGUSTA.- ¡Ángel de Dios! Señores, es preciso que entre todos le protejamos.

CLOTILDE.- En casa del tío Santana... frente a donde yo vivía... llevaba solito todo el peso del escritorio... Nunca sirvió en el mostrador, que repugna a sus hábitos. Pero hoy está decidido a todo con tal de ganar para mantener a la familia. Es incansable en el trabajo. Sabe llevar los libros como los llevan pocos, y en las sumas largas no se le escapa un céntimo; por eso me determino a molestar al señor de Orozco, suplicándole...

OROZCO.- Hija mía, yo no tengo casa de comercio.

CLOTILDE.- Ya lo sé... pero... Dispénseme si le molesto con mis pretensiones.

AUGUSTA.- Acabe, acabe usted.

CLOTILDE.- Pues queremos que el señor de Orozco se interese con los señores Trujillo y Ruiz Ochoa, banqueros, en cuyo escritorio está vacante la plaza de tenedor...

MALIBRÁN.- Pues esta inocentona no pierde ripio.

OROZCO.- ¿Y está usted segura de que hay esa vacante?

CLOTILDE.- Como que hoy mismo fue Pepe a preguntar, y en efecto... no la han provisto. Si usted la pide, don Tomás, la plaza es nuestra.

AUGUSTA.- Nada, nada; que Pepito será tenedor.

VILLALONGA.- Tenedor... y ella cuchara... ¡Vaya una niña!

OROZCO.- Yo veré... pero entendámonos, Clotildita. Ha pedido usted primero un destino de oficial quinto, después la plaza de tenedor. Supongo que será para optar por una de las dos, en caso de que...

CLOTILDE.- No señor, no se trata de optar...

OROZCO.- Entonces... pretende...

CLOTILDE.- Las dos plazas.

VILLALONGA.- ¡Demonio con la joven angelical!

OROZCO.- ¿Y desempeñará los dos?

CLOTILDE.- Perfectamente. Irá a la casa de banca antes y después de las horas de oficina. El destino del Gobierno querémoslo como ayuda en los primeros tiempos. Después lo dejamos. Pepe no ha nacido para oficinas... Tiene vocación de comerciante... pero en grande... sueña con ser rico, y lo será. Yo le ayudaré.

VILLALONGA.- ¿Qué tal, infantillo?

INFANTE.- Que esta niña vale un imperio.

OROZCO.- ¡Pero Clotildita, acaparar dos plazas, cuando hay tantos que no tienen ninguna!

CLOTILDE.- Pues que se las busquen como puedan. Cada cual mire por sí.

AUGUSTA.- Pero será quizás mucho trabajo...

CLOTILDE.- ¡Mucho trabajo! Todo el trabajo del mundo le parece poco para su ambición de ganar dinero. Y que hace falta sacarlo de una parte y de otra, porque las necesidades aumentan de día en día, y todo se está poniendo muy caro. La carne por las nubes; el pan...

VILLALONGA.- ¿Pero has visto esto?

INFANTE.- ¡Qué monada!

MALIBRÁN.- Es la reina de las hormigas.

CLOTILDE.- A Pepe no le asusta el trabajo. Hoy mismo... verán: por las mañanas emplea dos horitas en llevar las cuentas de una tienda de huevos de la Cava de San Miguel. De tarde, la misma faena en un establecimiento de ropas en liquidación, y por las noches se pasa tres horas escribiendo en casa de un notario.

OROZCO.- ¿Qué tal? Esto es... de oro.

AUGUSTA.- ¿Y gana, gana cuartos?

CLOTILDE.- ¡Que si gana! Hay meses que pasa de treinta duros.

AUGUSTA.- Con los cuales va viviendo; ¡pobrecillo!

CLOTILDE.- Y le sobra. Vive como un anacoreta.

OROZCO.- ¿También ahorra?

CLOTILDE.- Ya lo creo. Yo no le permito que gaste más que lo preciso. Buena soy yo. Afortunadamente no tiene ningún vicio.

AUGUSTA.- ¿Y lo que le sobra, lo va guardando...?

CLOTILDE.- No señora... que se lo guardo yo. Así está más seguro.

MALIBRÁN.- No he visto otra...

VILLALONGA.- Todavía no se han casado, y ya se ha puesto los pantalones.

INFANTE.- De modo que todo aquel baúl que llevó usted a casa lo tiene usted lleno de duros, picarona.

CLOTILDE.- No señor... Pepe sabe agenciarse para cambiar su plata por oro... aquí consigue una monedita, allá otra, y así vamos reuniendo...

VILLALONGA.- Ya... y al fondo del baúl.

CLOTILDE.- Al baúl, no.

OROZCO.- ¿Dónde guarda usted sus caudales, señorita?

CLOTILDE.- Aquí. (Señalando al cuerpo.) En un cintillo.

MALIBRÁN.- ¡Qué portento de muchacha!

VILLALONGA.- Aprendamos, aprendamos todos...

INFANTE.- Ahí tenéis la generación que nos ha de barrer... Éstos, éstos...

VILLALONGA.- Acuérdense de lo que digo. Antes de cinco años, ésos tendrán más dinero que nosotros.

AUGUSTA.- Lo primero es casarlos... a escape.

INFANTE.- ¡Casarlos!... ¡Bien se lo merecen!

CLOTILDE.- (A OROZCO.) ¿Podemos contar con la plaza de tenedor?

OROZCO.- No es cosa mía. Veremos...

AUGUSTA.- Diga usted que sí.

CLOTILDE.- (A INFANTE.) ¿Y con la plaza de oficial quinto?. Apunte el nombre, D. Manuel.

INFANTE.- Haré los imposibles por conseguirlo.

CLOTILDE.- Ustedes son nuestra salvación. Hace un rato, hablando con Pepe de si pedíamos o no este favorcito, decía él mañana; pero yo dije hoy, porque yo he creído siempre que eso de dejar las cosas para mañana es perder las buenas ocasiones, y que cuando se ocurre una medida salvadora, debe ponerse en práctica... al instante.

VILLALONGA.- ¡Pero qué chiquilla...!

MALIBRÁN.- Si todos los solteros que estamos aquí debiéramos pedir su mano.

INFANTE.- Envidiemos al gran Santanita.

VILLALONGA.- Todos los presentes aceptamos la lección, y juramos proteger a esa pareja, ¡la pareja de los grandes destinos!

AUGUSTA.- Sí, sí, aprenda aquí, solterones empedernidos, holgazanes, polilla de la sociedad. Éstos, éstos son los seres providenciales, los que vigorizan la raza humana, los que hacen poderosas y ricas a las naciones.

CLOTILDE.- Gracias, gracias a todos. Nuestra gratitud será eterna.


(Entra un CRIADO y da una tarjeta a OROZCO.)


OROZCO.- (Levántase y dirígese al otro lado de la escena. A VILLALONGA y MALIBRÁN.) Ya tenemos al cometa en el meridiano.

AUGUSTA.- (Levantándose.) Perdóneme usted, hija. (Dirígese a hablar con OROZCO y VILLALONGA.)

INFANTE.- (A CLOTILDE.) Bien, bien. Así me gusta a mí la gente.

CLOTILDE.- Como soy tan corta de genio, no me atreví a hablarles de otra cosa.

INFANTE.- ¿Qué?

CLOTILDE.- Pepe ha buscado ya la casa en que hemos de vivir. ¡Y qué casualidad! La que más le gusta es una que pertenece al papá de Augusta, el Sr. de Cisneros... Pues cuando tenga más confianza, le diré a esta señora que le hable a su papá...

INFANTE.- ¿Para que les baje el precio?

CLOTILDE.- ¡Oh!, no; eso nunca; es poco delicado. Para que nos ponga agua, y nos empapele la sala, que está muy fea.

INFANTE.- Yo me encargo de eso... yo.

AUGUSTA.- (A OROZCO.) Por Dios, Tomás. Temo a tu bondad. Trátale como merece.

OROZCO.- Descuida.

AUGUSTA.- (A CLOTILDE.) Venga usted conmigo. (Vanse por la puerta de la alcoba.)

INFANTE.- Vámonos al billar. (Salen por el billar.)

MALIBRÁN.- (A OROZCO.) Yo dejo a usted.

OROZCO.- Despacho pronto. ¿Quiere usted pasar al billar?

MALIBRÁN.- No; me voy a mi casa o al Ministerio. Tengo que escribir un sin fin de cartas urgentísimas.

OROZCO.- Pues escríbalas usted en mi despacho, y luego se queda usted a comer.

MALIBRÁN.- Acepto con mucho gusto... lo primero nada más. (Entra en el despacho.)