Escena III

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Los mismos; AUGUSTA.


AUGUSTA.- Ya, ya estoy enterada... Mi enhorabuena, Manolo, protector de los amantes finos, amparo de la inocencia.

OROZCO.- Sí, pero nos quiere endosar a los tórtolos para que nosotros...

AUGUSTA.- Les protejamos. Excelente idea. Yo me alegro, y tú también, Tomás.

OROZCO.- Siga el jubileo en mi casa. En fin, Manolo, explícate.

INFANTE.- La joven... repito que es el mismo candor... Desde que entró en casa, no ha cesado de pedirme con verdadero afán que la traiga acá.

OROZCO.- (A AUGUSTA.) ¿Ves?

AUGUSTA.- Siempre hemos deseado traerla.

INFANTE.- Pero de visita... No; en mi casa vivirá hasta el día del bodorrio.

VILLALONGA.- (A OROZCO.) No puedes, no puedes librarte...

INFANTE.- Hoy, casi con lágrimas en los ojos, me ha repetido la súplica: «Lléveme usted, lléveme usted por Dios, a ver al Sr. de Orozco. Tengo que pedirle un favor». No he querido decirle que sí ni que no hasta no consultaros... ¿La traigo, o no la traigo?

AUGUSTA.- Sí, sí, queremos verla.

OROZCO.- Como has de reventar si no la traes... tráela.

INFANTE.- Vuelvo al instante. Dentro de diez minutos estamos aquí. (Vase y vuelve.) Y si está el novio en casa, ¿le traigo también?

OROZCO.- No, hombre, guárdatele.

VILLALONGA.- Sí, que lo traiga... (Vase INFANTE.)

AUGUSTA.- Les protegeremos, sí. Lo primerito es casarles.

VILLALONGA.- Sí, creo que es lo más urgente. Después, éste les señalará una pensión...

OROZCO.- ¿Yo? No puede ser; y lo siento, de veras lo siento.

VILLALONGA.- ¡Hombre sin entrañas!

AUGUSTA.- Hijo, en este caso has de desmentir tu fiereza, tu crueldad y tu tacañería. ¿Cómo vamos a dejar a esos pobres chicos...?

OROZCO.- Tú, tú...

AUGUSTA.- Pues yo, yo...

OROZCO.- Adiós, Jacinto. Tengo que prepararme para recibir al cometa. (Vase por el despacho.)