Escena VII

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Los mismos; FEDERICO VIERA.


AUGUSTA.- (Aparte, viéndole entrar.) (¡Ah!... ya está ahí. No sé si podré disimular... cara mía, cuidado...)

OROZCO.- (Saludándole.) Hola, Federiquín... Gracias a Dios.

AUGUSTA.- (Alargándole la mano.) ¡Cuánto tiempo!... ¿Ha estado usted malo?

FEDERICO.- Un poco.

AUGUSTA.- Pues no se le conoce en la cara.

VILLALONGA.- Si traes noticias patibularias, fresquecitas, pasa a la sección de lo criminal que preside la condesa de Trujillo.

FEDERICO.- Ya la he visto al pasar. A la condesa le falta poco para traerse el verdugo en el bolsillo.

INFANTE.- Pues yo sostengo que es un crimen vulgar, adocenado, un crimen de pacotilla, y que no hay personajes encubridores, ni misterios de folletín.

AGUADO.- Este archisensato quiere presentarnos los hechos arregladitos a un patrón de conveniencias curialescas.

AUGUSTA.- Claro, hasta el crimen debe ser correcto, y los asesinos han de tener su poquito de ministerialismo.

INFANTE.- No es eso, no. Pero me parece absurdo mezclar en asuntos tan bajos a personas respetables.

OROZCO.- ¿Quién podrá afirmar ni negar nada? Yo digo que si los misterios de la conciencia individual rara vez se descubren a la mirada humana, también la sociedad tiene escondrijos que nunca se ven, así como en el interior de las rocas hay cavernas donde jamás ha entrado un rayo de luz. En cuestión de enigmas sociales, yo no afirmo nada de lo que la malicia supone, pero tampoco lo niego sistemáticamente.

FEDERICO.- Muy bien dicho.

AUGUSTA.- Yo no soy sistemática. Pero me inclino comúnmente a admitir lo extraordinario, porque de este modo me parece que interpreto mejor la realidad, que es la gran inventora, la maestra siempre fecunda y original siempre. Rechazo todo lo que me presentan ajustado a patrón, todo lo que solemos llamar razonable para ocultar la simpleza que encierra. ¡Ay!, los que se empeñan en amanerar la vida no lo pueden conseguir. Ella no se deja, ¿qué se ha de dejar? Este primo mío, (Por INFANTE.) empapado en esa tontería del ministerialismo, no quiere ver más que la corteza oficial o pública de las cosas. Es la mejor manera de acertar una vez y engañarse noventa y nueve. Nadie me quita de la cabeza que en ese crimen hay algo de extraordinario y anormal. Sería ridículo y hasta deshonroso para la humanidad que los delitos fuesen siempre a gusto de los jueces.

MALIBRÁN y VILLALONGA.- Bien, bien.

OROZCO.- Mi mujer tiene razón. Convengamos en que lo extraordinario y misterioso, no por inverosímil deja de ser verdadero alguna vez.

INFANTE.- Claro, alguna vez.

AGUADO.- Siempre, siempre.

MALIBRÁN.- Hombre, siempre no.

AGUADO.- Siempre digo.

FEDERICO.- Tiene razón Augusta. Convengamos en que la realidad es fecunda, original, en que el artificio que resulta de las conveniencias políticas y judiciales nos engaña. Pero no nos lancemos por sistema a lo novelesco, ni por huir de un amaneramiento caigamos en otro, amiga mía. La vida, por desgracia, ofrece bastantes peripecias inesperadas, lances y sorpresas terribles; y es tontería echarnos a buscar el interés febriscitante, cuando quizás lo tenemos latente a nuestro lado, aguardando una ocasión cualquiera para saltarnos a la cara.

AUGUSTA.- Conforme. Pero yo no busco el interés febriscitante. Es que, sin darme cuenta de ello, todo lo vulgar me parece falso. Tan alta idea tengo de la realidad... como artista. He dicho.

VILLALONGA.- (Aplaudiendo.) ¡Bonita paradoja!

AGUADO.- ¡Pero qué ingenio el de esta pícara! (Todos aplauden.)

AUGUSTA.- Gracias, amado pueblo.

FEDERICO.- Tiene usted toda la sal de Dios.

AUGUSTA.- (Aparte.) ¡Qué zalamerito viene esta noche...! (Alto.) Tilín, tilín, se suspende esta discusión.

MALIBRÁN.- (A OROZCO.) ¿Carambolas, Tomás?

OROZCO.- No, dispénseme la diplomacia. Me retiro. No me siento bien.

AGUADO.- Jugaremos. (Mirando al reloj.) Poco tiempo tenemos ya. Estas gentes morigeradas, estos matrimonios modelo se recogen con las gallinas. (MALIBRÁN y AGUADO pasan al billar.)

AUGUSTA.- (A INFANTE, que se despide.) ¿Ya?... Ven a comer mañana.

OROZCO.- (Mirando al salón. -Aparte a AUGUSTA.) Paréceme que la condesa quiere marcharse. No la entretengas.

AUGUSTA.- Voy enseguida...

OROZCO.- (Saludando a VILLALONGA.) Abur, Jacinto, hasta mañana. (A FEDERICO.) Adiós. Ya sé que es temprano para vosotros, perdidos. Aún podéis matar un rato en el billar.

VILLALONGA.- Que descanses. (Acompaña a OROZCO hasta la puerta del despacho, y pasa al billar. AUGUSTA se dirige al salón; pero retrocede al ver a FEDERICO solo en escena.)