Escena VIII editar

AUGUSTA; FEDERICO.


AUGUSTA.- (Airada, recelosa, bajando la voz.) Tengo que decirte que te estás portando indignamente.

FEDERICO.- ¡Yo! ¿Por qué? (Va hacia la puerta del salón, atisba y vuelve.) También yo deseaba que estuviésemos solos para decirte...

AUGUSTA.- No quiero saber nada. ¡Seis días sin verme!

FEDERICO.- Por culpa tuya.

AUGUSTA.- ¡No, tuya, tuya! No sé qué tienes en esos ojos... la traición, la mentira y el cinismo. (Muy agitada.) Me voy acostumbrando a la idea de que huyes de mí, atraído por personas indignas, que no quiero ni debo nombrar.

FEDERICO.- ¡Qué desvarío! ¿Te espero mañana?

AUGUSTA.- No, (Con energía.) no vuelvo más; no, no me mereces.

FEDERICO.- Ya lo sé. ¡Pero tiene uno tantas cosas que no merece! ¡Dios es tan bueno! ¿Irás?

AUGUSTA.- No quiero. Bien claro te lo digo.

FEDERICO.- Te espero, ¿sí o no?

AUGUSTA.- He dicho que no... (Aturdida.) ¡Lo pensaré! No, no, y mil veces no. Si fuese, iría para injuriarte, para decirte que te me estás haciendo aborrecible.

FEDERICO.- Pues para eso vas, y allí, muy tranquilamente, nos tiramos los trastos a la cabeza.

AUGUSTA.- Cállate... Pueden oír. (Con miedo.) Te escribiré dos letras... No, no te escribo ni media letra; no, no, no.

FEDERICO.- Pero...

AUGUSTA.- Basta... cállate... salgamos... (Dirígese al salón. Durante las últimas frases aparece MALIBRÁN en la puerta del billar y se detiene en ella con expresión de asombro.)