Realidad de Benito Pérez Galdós


Escena V editar

Los mismos; OROZCO, AGUADO, que salen del billar.


OROZCO.- No es exacto, repito, y buen tonto sería yo si tal hiciera.

AGUADO.- Pues a mí me han dicho que, sin tu auxilio, el correccional de jóvenes delincuentes no se construiría nunca.

VILLALONGA.- También a mí me lo dijeron.

MALIBRÁN.- Y a mí.

OROZCO.- Habladurías. He contribuido a esta obra benéfica en la misma proporción que los demás iniciadores, y desempeño el cargo de tesorero de la Junta.

AGUADO.- Ahí es donde caes tú, Tomás. ¡Si todo se sabe!

VILLALONGA.- No le valen sus malas mañas.

AGUADO.- La Junta no recauda lo bastante para continuar con método las obras. Llega un sábado, faltan fondos para pagar los jornales de la semana...

MALIBRÁN.- Pues no hay que apurarse, porque el buen Orozco tira del talonario...

OROZCO.- (Risueño y calmoso.) ¡Pues estaría yo lucido! No, esas generosidades caen ya dentro del campo de la tontería, y francamente, yo aspiro a que se tenga mejor idea de mí. El atribuir a cualquiera méritos que no posee, y que por lo disparatados no deben de lisonjear a nadie, constituye una especie de calumnia; sí, no reírse, una calumnia de benevolencia, que si no se cuenta entre los pecados, tampoco debe contarse entre las virtudes.

AGUADO.- ¿De modo que, según ese criterio, yo soy un calumniador?

VILLALONGA.- Todos calumniadores...

MALIBRÁN.- Al revés... es decir, que calumniamos alabando, así como usted hace el bien, fingiendo que lo aborrece, sistema de hipocresía que no vacilo en llamar sublime.

AGUADO.- Él es un hipócrita, sí, y nosotros sus detractores implacables. Pues espérate, que ahora nos corregiremos. Yo saldré por ahí diciendo que eres un pillo, un hombre sin conciencia; diré más; diré que el tesorero este se da sus mañas para distraer fondos del correccional y aplicarlos a sus vicios.

OROZCO.- (Con jovialidad.) Pues mira, si se dijera eso, alguien lo creería más fácilmente que lo otro, siendo ambas cosas falsas.

AGUADO.- ¡Ah!, no creas que la opinión pública se deja extraviar tan fácilmente por los difamadores. Ya ven ustedes las atrocidades que han dicho de mí.

VILLALONGA.- Sí, que te trajiste media isla de Cuba en los bolsillos.

AGUADO.- Que si vendía los blancos como antes se vendían los morenos.

VILLALONGA.- ¡Qué picardía!, suponer que tú...

AGUADO.- Pues si al principio se formó contra mí una atmósfera tan densa que se podía mascar, no tardé en disiparla con mi desprecio, y al fin la opinión me hizo justicia.

OROZCO.- ¿Qué duda tiene?... Por supuesto, hay que desconfiar siempre de la opinión pública cuando vitupera, así como cuando alaba excesivamente, porque la muy loca rara vez sabe fijarse en el punto medio que constituye nuestra vulgaridad. Somos muy vulgares; pertenecemos a una época que se asusta de las situaciones extremas, y no gustamos de bajar mucho por no parecer tontos, ni de subir demasiado, por no incurrir en la ridiculez de ser absolutamente buenos.

AGUADO.- ¡Ridiculez! Pues a ti no hay quien te libre de ser el primer mamarracho de la bondad. Aguanta el chubasco, y si no te gusta, corrígete de tu furor caritativo. De ti se cuentan horrores: que costeas solo o casi solo las obras del correccional para chicos; que te comen un codo las Hermanitas de la Paciencia; que vistes todo el Hospicio dos veces al año...

VILLALONGA.- Y más, mucho más. Vomitemos todas las injurias de una vez. Que acudes a remediar todas, absolutamente todas las necesidades de que tienes noticia.

MALIBRÁN.- Eso, eso... y vuelva usted por otra.

OROZCO.- Bien, bien. Ahogado por vuestro zahumerio estúpido, os digo que sois los mayores majaderos que conozco. Jacinto, tu adulación me da náuseas. Y tú, Aguado maldito, eres tan tonto, pero tan tonto, que mereces que creamos las perrerías que decían de ti cuando volviste de Cuba.