Escena III

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Los mismos; OROZCO que se asoma a la puerta del billar sin pasar de ella, con el taco en la mano, AUGUSTA, MALIBRÁN que vienen del salón.


OROZCO.- ¡Eh! padres de la patria, ¿qué hay? ¿Qué irregularidad es ésa...? (VILLALONGA, INFANTE y AGUADO, se acercan a la puerta del billar y hablan con él.)

AUGUSTA.- (A MALIBRÁN, riendo.) Pero dígame usted, ¿es volcánica o no es volcánica?

MALIBRÁN.- ¿Qué?

AUGUSTA.- Esa pasión de usted.

MALIBRÁN.- ¡Pícara, añade a la crueldad el sarcasmo! Mire usted que... Bien podría suceder que la desesperación me arrastrara al suicidio, a la locura... ¡Qué responsabilidad para usted!

AUGUSTA.- ¡Para mí! Pero yo ¿qué culpa tengo de que usted se haya vuelto tonto?... ¡Muerte, locura, suicidio! ¡Eso sí que es de mal gusto! No, el hombre de la discreción y de las buenas formas no incurrirá en tales extravagancias. Yo traduzco sus expresiones al lenguaje vulgar, y digo: Hipocresía, farsa, egoísmo.

MALIBRÁN.- ¡Ay, Dios mío! Casi me agrada que usted me injurie. A falta de otro sentimiento, venga esa bendita enemistad.

AUGUSTA.- (Con hastío.) Basta.


(OROZCO se ha internado en el billar. VILLALONGA, INFANTE y AGUADO vuelven al centro de la escena.)


AGUADO.- (Con énfasis.) Horrible, horrible, vamos.

VILLALONGA.- (Por AUGUSTA.) Aquí está todo lo bueno.

AUGUSTA.- Jacinto, dichosos los ojos... Aguadito, felices. Ya, ya le veo a usted tan indignado como de costumbre. ¿Qué hay?

AGUADO.- Pues nada, señora y amiga mía. Escándalos, miserias, irregularidades monstruosas aquí y en Ultramar, nuevos datos espeluznantes del crimen famoso... y, por último, crisis. Esto está perdido, pero muy perdido.

AUGUSTA.- Pues verá usted como Villalonga, que es uno de nuestros primeros inmorales, sostiene que todo va bien.

VILLALONGA.- Todo bien, perfectamente bien. Y sobre tantas dichas, la de verla a usted tan guapa.

AUGUSTA.- ¡Noticia fresca!

MALIBRÁN.- (Aparte.) ¡Qué linda y qué traviesa!... Inteligencia vaporosa, imaginación ardiente, espíritu amante de lo desconocido, de lo irregular, de lo extraordinario... ¡Caerá!

AUGUSTA.- ¿Y en el Congreso?... (Se sienta.)

INFANTE.- Nada, una tarde aburridísima. El consabido chaparrón de preguntas rurales hasta las cinco, y a la orden del día la interesantísima y palpitante discusión sobre los derechos de... la hojalata. Y en los pasillos inmoralidad, y nada más que inmoralidad.

VILLALONGA.- Es insoportable el tema de estos días en aquella casa. No se puede ir allí, porque ha salido una plaga de honrados... Vamos, es cosa de fumigarlos por honrados... precisamente por honrados del género infeccioso y coleriforme.

AUGUSTA.- ¡Jacinto, por Dios!... (A AGUADO.) ¿Y usted no sale a defender la clase?

AGUADO.- ¿Qué clase?

AUGUSTA.- La de los honrados, hombre.

INFANTE.- Como no se trata de honradez ultramarina, este Catón no se da por aludido. Hablamos ahora de honrados peninsulares.

AGUADO.- Sí, sí, búrlese usted. Éstos son ministeriales de la clase de Isidros o del montón anónimo. Todo lo encuentran bien, y cuando se les habla del cáncer de la inmoralidad, alzan los hombros y se quedan tan frescos.

AUGUSTA.- Tiene razón Aguado. Lo mismo les da a éstos el país que la carabina de Ambrosio. (A VILLALONGA.) No se ría, Jacinto, que contra usted voy. Usted no tiene patriotismo, usted no se indigna como debiera indignarse, y esa sonrisa y esa santa pachorra son un insulto a la moral.

VILLALONGA.- Pero, amiga mía, si esa nota de la indignación pública la dan otros, y la dan muy bien, ¿qué necesidad tengo yo de revolverme la bilis y hacer malas digestiones? Yo soy un hombre que, al levantarse por las mañanas, hace el firme propósito de encontrarlo todo bien, perfectamente bien. Es natural que así piense, cuando veo que los más indignados hoy son mañana los más complacidos.

AGUADO.- O, en otros términos, que todos son lo mismo, y vamos tirando. Por lo demás, no es malo que se hable tanto de nuestros vicios, porque así los corregiremos.

AUGUSTA.- ¡Ay, amigo mío, no sea usted cándido! Eso de la moralidad es cuestión de moda. De tiempo en tiempo, sin que se sepa de dónde sale, viene una de esas rachas de opinión, uno de esos temas de interés contagioso, en que todo el mundo tiene algo que decir. ¡Moralidad, moralidad! Se habla mucho durante una temporadita, y después seguimos tan pillos como antes. La humanidad siempre, siempre igual a sí misma. Ninguna época es mejor que otra. Cuando más, varía un poco la forma o el estilo de la maldad. Pero lo de dentro, crean ustedes que poco o nada varía.

VILLALONGA.- ¿Eh? ¿Se explica la niña?

MALIBRÁN.- ¡Qué talentazo!

INFANTE.- (Que ha entrado en el salón y vuelve al instante.) Ya tienes ahí a la condesa de Trujillo con el marqués de Cícero y Pepito Pez, devorando las últimas noticias del crimen.

AUGUSTA.- ¡Ay, dichoso crimen!

VILLALONGA.- Pues a mí no me cogen.

MALIBRÁN.- Ya resulta insoportable.

AUGUSTA.- Sí; fastidiosísimo, repugnante. Y nuestra curiosidad es de lo más estúpido... Pero no podemos vencerla. Allá voy. (Pasa al salón acompañada de INFANTE. AGUADO entra en el billar.)