Escena II

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Los mismos; AGUADO.


AGUADO.- Felices, señores y milores. ¿Han visto ustedes los periódicos de la tarde?

VILLALONGA.- ¿Qué hay? ¿Qué ocurre?

AGUADO.- ¿Se han enterado ya de los escándalos del día? (Mostrando un periódico.) Otra irregularidad muy gorda en Cuba; pero muy gorda. Ya lo dije: de la remesa de empleados que mandaron allá hace tres mesas, ¿qué otra cosa podía esperarse?

VILLALONGA.- Ínclito Aguado, calma, calma, filosofía. Coge la primera piedra, amenaza con ella; pero no la tires.

AGUADO.- Yo sostengo que ni esto es país, ni esto es patria, ni esto es Gobierno, ni aquí hay vergüenza ya. Pues digo: lo mismo que ese otro gatuperio, el crimencito de la calle del Pez; la curia vendida, y dos personajes de cuenta amparando a los asesinos.

INFANTE.- Señor de Aguado, ¿también usted se empeña en ser vulgo, o en parecerlo?

AGUADO.- Amigo Infante, usted es un ángel de Dios, que ha pasado su juventud en el inocente retiro de Orbajosa, a honesta distancia del mundo, que no conoce. Heredó usted una fortuna; hiciéronle diputado con un par de golpes de manubrio de la maquinilla de Gobernación; no ha vivido, no ha luchado; no conoce de cerca, como nosotros, la podedumbre política y administrativa... Pues yo les juro a ustedes que, si Dios no lo remedia, llegará día en que, cuando pase un hombre honrado por la calle, se alquilen balcones para verle.