Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/XVIII

XVII
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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A quién han de acudir las gentes. De quién ha de recibirse. El crecer y el disminuir, cómo se entiende entre el criado y el señor. (Joann., 3.)
«Maestro, el que estaba contigo de esotra parte del Jordán, de quien tú testificaste, ves aquí que bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan, y dijo: No puede el hombre recibir alguna cosa, si no le fuere dada del cielo». Y más abajo dice San Juan, de San Juan Bautista: «Conviene que él crezca, y que yo me disminuya».
Cuando yo no supiera el oficio de San Juan Bautista, por las señas dijera que había sido valido de Dios hombre. ¡Cosa admirable, que en toda su vida no hubo otra cosa sino peligros, tentaciones, cárcel y muerte! Unos le ofrecen el Mesiazgo, que era el reino; otros le preguntan si es él, y lo dejan en su voluntad. El capítulo pasado todo fue peligros; que los favores y mercedes preferidas, para la verdad no son otra cosa. Aquí, santísimo Padre, hizo el séquito del privado el postrer esfuerzo, y con ser San Juan hombre enviado de Dios, porque era privado se le atrevió el chisme. Es la parlería de los caseros muerte doméstica del privado, enfermedad asalariada de la buena dicha. Vinieron sus discípulos a Juan, y dijéronle: «Maestro, el que estaba contigo de esa otra parte del Jordán, de quien tú testificaste, ves aquí que bautiza, y todos vienen a él». A otro ministro que a San Juan, puesto en privanza, estas palabras le llevaban al alma por los oídos todo el veneno del mundo, todos los tósigos que sabe mezclar la ambición. «Todos acuden al rey». Nueva de muerte para la envidia de un valido que tiene puesta la estimación en la soledad y desprecio de su príncipe. La lisonja mañosa gana albricias con los poderosos cuando les dice: Yermo está el rey, desierta la majestad, todos acuden a ti. Y si bien entienden éstos que valen la palabra «todos acuden a ti», cabeza es de proceso: el que se lo dice, más le acusa que le aplaude; los que acuden a él, menos le acompañan que le condenan. Tarde conocerá la mengua de su seso; que los que hizo pretendientes suyos la que llamó buena dicha, se los volverá fiscales la adversidad, poderosa para hacer estas transformaciones.



Llegan a San Juan sus discípulos con esta nueva (llamémosla así); y él, en vez de entristecerse por ver enflaquecer su séquito, responde: «No puede el hombre recibir alguna cosa, si no le fuere dada del cielo». Aforismo sacrosanto de lo que han de recibir los privados, y de quién. Privado habrá que sus manos las tenga religiosas para el poco dinero, y distraídas para la cantidad: éste no es limpio, sino astuto; éste más peca en lo que deja de tomar, que en lo que toma. Privado habrá que ni poco ni mucho reciba de los vasallos; y que del rey reciba tanto, que ni le deje mucho ni poco. Éste tiene por cosa baja el tomar por menudencia, y llega a merecer nombre de universal heredero de su rey en su vida. Esto es no tomar de puerta en puerta, sino todo el manantial. ¡Oh qué discreta maldad! ¡Qué docta bellaquería! El mayor ingenio suele ser éste.



Santísimo Padre, oídme atento: bien merecen mis voces tan grande atención. A vuestro cargo están los reyes de la tierra, y sobre sus coronas están vuestras llaves: oíd la habilidad de los traidores. Vieron que el levantarse con los reinos, o intentarlo, o pensar en ello era delito digno de muerte y que se llamaba traición, y acogiéronse por temor de los castigos a levantarse con los reyes: cosa que, siendo más sacrílega, es tenida por dicha, y el que lo hace, por ministro, no por aleve: lo uno castigan los reyes, lo otro premian. ¡Oh gran tiniebla del seso humano! ¡Qué haya príncipe que acaricie al que se levanta con él, y que castigue al que se levanta con el reino, siendo aquel peor y más osado! Porque el uno usurpa a Dios su teniente, depone a Dios su elección, y el otro emprende los pueblos encomendados, que aquél arrebata más seguro y más dueño. Y hales caído eso tan en gracia a los desvanecidos, que desde que los reyes consienten privanzas, desechan las conjuraciones y levantamientos por necios y arriesgados. A César, y a Tiberio, y a Claudio, los motines y levantamientos les fueron ocasión de gloria y de esfuerzo, mas los privados de ruina y afrenta. Más le costó a Tiberio, Seyano, que todas sus maldades y todos sus enemigos. Hagan los príncipes la cuenta con las historias en todos los reinos, en todas las edades, y verán cuánta mayor maldad es levantarse con ellos que con sus reinos. Allí verán que a los que la traición quitó los estados, llaman hombres sin dicha los cronistas y historiadores; y a aquéllos a quien les quitó el ser reyes el valimiento, los llaman hombres sin entendimiento y sin valor. Los que padecen esta nota en la memoria de los hombres, después de su muerte, aunque les permitieran el volver a nacer, lo rehusaran por no verse tales como fueron. ¡Qué universalmente descartó esto San Juan, cuando dijo: «Que no ha de recibirse nada, sino lo que fuere dado del cielo!». El reino diole Dios al rey (excluido está de recibirle el privado), la majestad y el poder. Y si ha de recibir, sólo lo que le fuere dado del cielo, excluido está el cohecho, y la negociación, y el presente, y la niñería, que arreboza con esta humildad los tesoros.



«Vosotros me sois testigos (dice San Juan) que dije: No soy Cristo». ¡Qué plenaria información! ¡Qué bien acordada defensa! ¡Qué prevención de privado escogido de Cristo para sí! Venisme a decir que al rey acuden todos. Ya os digo que así ha de ser; que a mí no ha de acudir nadie, porque no soy nada en su comparación: no soy profeta; soy voz que clama en el desierto. A mí no se me dio del cielo que me siguiesen: a él sí, que es el Señor y el Rey. Y porque ve la apretura de la plática, dice: «Vosotros sois testigos que yo he dicho: No soy Cristo; no soy el Rey». Eso sí, Juan: haced testigos a los que os asisten, de que no habéis pensado levantaros con el rey en aceptar el Mesiazgo: sean testigos, no de sólo eso, sino de confesión expresa: «Yo no soy Cristo». No se ha de hablar en esto por señas equívocas; hase de hablar claro; y a quien se ha de desengañar es a la familia del poderoso; porque allí asiste asalariado su peligro, y allí ha de asegurar su descargo, si se sabe, o si puede.



Bien pasará sin detenerme, por las palabras que otro alguno no ha advertido; mas como hablando de un privado Juan, las dice otro Juan privado, no excusa advertir a los príncipes y a los poderosos en ellas. «Y venían y se bautizaban. Aun no habían preso a Juan, y hubo cuestión entre los discípulos de Juan con los judíos». ¡Extraña cosa decir que aun no estaba preso, cosa que constaba de la historia! No es pluma la de San Juan, que escribe rasgo sin misterio. Advertid los que priváis, que aun no estaba preso el privado; aun no estaba en la cárcel, y ya los suyos levantaban canteras y marañaban cuestiones. Preso un poderoso, cierto es que todos hablan de él y contra él; mas antes de caer, antes de la adversidad, los más propios, los más de casa arman cuestiones y voces, y le desasosiegan la buena ventura. No es el peligro estar en la cárcel, sino en la privanza. «Este gozo se me cumplió: él importa que crezca y que yo me disminuya». ¡Qué bien lo dijo el más que profeta! Aquí deslindó toda la materia de estado divina y humana. No les queda licencia a los confesores ni a los teólogos para absolver los unos y interpretar los otros lo que contra estas palabras se cometiere. Privados, si oís otra cosa que lisonjas, oíd el gozo que dice San Juan, que es que crezca su rey, y que él se disminuya. ¡Oh reyes, luego importa que el criado se disminuya y que el rey se aumente. En este solo aforismo está la medicina de todos los gobiernos. No aprovecha que el rey crezca y el criado también; porque el criado no puede crecer sin la diminución del rey, de lo que le quita en la riqueza, de lo que le usurpa en el poder, de lo que le estraga en la justicia, de lo que le desacredita en la verdad, de lo que le descuida en su obligación. Y esto no es crecer entre ambos; es disminuirse el rey porque crezca el vasallo, y ha de ser al revés; y dice San Juan Bautista que conviene. Y esto, ¡oh miserables favorecidos de los príncipes, los que no lo entendéis así!, a vosotros os conviene, porque en disminuir está vuestra triaca contra la envidia; y sólo os es de salud un modo de crecer, que es crecer por la diminución.



¿Queréis ver, ¡oh monarcas!, (con todos hablo), qué delito es crecer el criado y disminuirse el señor, y cuán gran delito es y qué pena merece? Aprendedlo de los propios criados: oídlos a ellos. Decidme, príncipes: los castigos tan ciertos y tan frecuentes y tan grandes de todos los privados, que se han hecho; los que visteis hacer a vuestros padres; que vosotros hicisteis, ¿quién os los aconsejó? ¿Quién os los dispuso? ¿Quién los acriminó? Todos me responderéis, concordando con las historias, que otros ambiciosos que quisieron para sí, con nombres de servicios, lo que condenan en los otros por traición y por robo. Bien mereció castigo el que privó disminuyendo al rey y creciendo él: su patrimonio es la horca; soga y cuchillo son el estipendio de su desvergüenza. Mas no merece menos la prisión y la muerte el que acusa a aquél por codiciar para sí sus delitos, no para el rey la libertad. Pues ¿cómo, monarcas, lo que, el que quiere ser privado, justifica para la medra de su envidia, admitís por lícito y provechoso? Y los propios privados os harán creer que a vosotros os es indecente no consentir por malos y detestables los que ellos propios acusan y degüellan porque lo son, para serlo ellos. Esta sola justicia he conocido y leído siempre en los que mal han privado, sin excepción; que unos han sido castigo de otros, y los más afrenta de sus señores y ruina de sus reinos. ¿Queréis ver, príncipes, cuál engaño padece, no vuestra vida, que ése era corto; no vuestra hacienda, que ése era civil; no vuestra comodidad, que ése era delgado; -vuestra honra, que es mucho; vuestra salvación, que es todo? Decidme, ¿cuál acusación habéis admitido contra algún favorecido vuestro, en que no os prometan grande restitución al patrimonio, gran satisfacción a las partes? Y si hacéis la cuenta, hallaréis que os cuesta cien veces más a vosotros y a vuestro reino el satisfacer la hipocresía de los acusadores, que se os aumenta de la perdición del caído. Éste es el engaño que os atraviesa las almas. Quien acusa al que tiene y al que puede, para poder él y tener ése al criado acusa la dicha y al señor el talento; y el castigo es igual en el criado y en el príncipe. Siempre he visto, y siempre lo veréis, que de estas persecuciones y visitas hechas por desembarazar para sí el que acusa los delitos que acusa, se sigue que vosotros quedáis por este engaño depuestos de la dignidad, como el ministro del oficio, y más condenados que el preso y depuesto; porque quedáis condenados a otros peores que aquél, y a padecer muchos ímpetus de codicia recién nacida.



Santísimo Padre, puerta es de vuestras llaves la de la salud de los pueblos, la de la salvación de las gentes; por aquí tiene paso al cielo, que vos abrís y cerráis, las almas de los potentados del mundo; enseñadles con el ejemplo de San Juan esta verdad; que importa que ellos crezcan y los criados se disminuyan (lo que él cumplió tan presto, perdiendo la cabeza). Lo propio, Santísimo Padre, que ha de ser entre los criados y los reyes, ha de ser entre los reyes y la Iglesia: ella conviene que crezca, y los reyes se disminuyan, no en el poder ni en la majestad, en la obediencia y respeto rendido al vicario de Cristo, a esa Santa Sede.
Dos criados tuvo Cristo: uno, que fue Juan, se disminuyó para que creciese el rey; y éste fue hombre enviado de Dios, y entre los nacidos ninguno mayor que él. ¡Gran cosa! ¡Nadie mayor que él disminuido! Otro quiso crecer él y que no creciese el Señor; y éste fue Judas, hijo de perdición, y que le valiera más no haber nacido. De aquél primero pocos imitadores se leen y se ven; de éste, su fin, sus cordeles, su horca, su bolsa, su venta, su beso se precia de gran séquito y de larga imitación; y toda su vida presume de señas de muchos, y de original de muchas copias, por lo propio justiciadas.