Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/XI
XI
Cómo fue el precursor de Cristo, rey de gloria, antes de nacer y viviendo; cómo y por qué murió; cómo preparó sus caminos, y le sirvió y dio a conocer, y cómo han de ser a su imitación los que hacen este oficio con los reyes de la tierra. (Marc., 1.) | |
Señor, hombre ha de ser el ministro del rey; por eso dijo Fuit homo: «fue un hombre»; mas ha de ser enviado de Dios; así lo dice el texto sagrado: Missus a Deo: «enviado de Dios», en que se excluye el introducido por maña, por malicia, por ambición, o por otros cualesquier medios humanos que violentan las voluntades de los príncipes. «Enviado de Dios», excluye escogido por el monarca de la tierra; porque su elección suelen ganarla con lisonjeros ardides los que llaman atentos, siendo encantadores, e interesar su política halagüeña. | |
Ha de ser el buen ministro luz encendida; mas no se ha de poner ni sepultar debajo del celemín, para alumbrar sus tablas solas y sus tinieblas, sino sobre el candelero: disposición es evangélica. Ha de ser vela encendida, que a todos resplandece y sólo para sí arde; a sí se gasta y a los demás alumbra. Mas el ministro que para todos fuese fuego, y para sí solo luz que alumbrándose a sí consumiese a los otros, sería incendio, no ministro. El Bautista sirvió a su Señor de esta manera; enseñole y predicole: fue medio iluminado para que le viesen y siguiesen; alumbró a muchos y consumiose a sí. Al contrario, Herodes consumió los inocentes, y cerró su luz debajo de la medida de sus pecados, que fueron Herodias y su madre. Como cierran la llama, hallan el celemín que la pusieron encima, con más humo que claridad, y más sucio que resplandeciente. Ninguna prerrogativa ha de tener el ministro que la pueda atribuir a la naturaleza, ni a sus padres, ni a sí, sino a la providencia y grandeza del Señor, porque no le enferme la presunción. El Bautista fue hijo de esterilidad ultimada, para ser fertilidad y para hacer fecundos los corazones estériles. Fue voz, mas hijo del mudo. Pierde la voz Zacarías para engendrarla, para que no pueda atribuir a la naturaleza lo uno, ni a su padre lo otro. Es muy conveniente que el ministro, que ha de ser voz del señor, descienda de mudo, porque sabrá lo que ha de decir y lo que ha de callar. Así lo hizo San Juan en lo que había de decir, cuando dijo: «Veis el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo»: en lo que había de callar, cuando preguntándole maliciosamente los judíos quién era, dijo «que no era profeta», siendo profeta y más que profeta; en lo que no había de callar, cuando a Herodes le dijo: «No te es lícito casar con la mujer de tu hermano». Tanto importa que el ministro diga lo que no se ha de callar, como decir lo que se debe, y callar lo que no se debe decir. | |
Fue el Bautista voz. Señor, eso ha de ser el ministro. La voz es formada, y dala el ser quien la forma. Es aire articulado, poco y delgado ser por sí sola. Mas ha de ser voz que clame en el desierto. De sí lo dijo San Juan: «Yo soy voz del que clama en el desierto». El ministro que con la multitud del séquito que puebla su poder, deja la majestad de su señor con desprecio de sus vasallos deshabitada, ése no es voz del que clama en el desierto, sino rumor que grita y roba en poblado; y su príncipe mudo, y su palacio yermo. | |
Dijo el Ángel «que en el día de su nacimiento se alegrarían todos». Esta promesa, como las demás, bien cumplida se ve en todas las naciones. ¿Quién no se alegra y hace fiestas al día en que nació ministro que come langostas, que viste pieles de camellos, que es voz del que clama en el desierto? Y por el contrario, ¿quién no maldice el día en que nació aquel ministro que a su rey hace voz en desierto, que es langosta en vez de comerlas, que viste pieles de vasallos, de león, de lobo y de oso? El santísimo Bautista tenía discípulos: enviolos a consultar a su Señor, y a preguntarle. El ministro ha de preguntar y consultar a su príncipe. | |
Vino Cristo a San Juan para que le bautizase; y reconociendo el gran Bautista la majestad de su Señor, dice el texto sagrado: «Mas Juan se lo prohibía, diciendo: ¿Yo debo ser bautizado de ti, y tú vienes a mí?». Las visitas del rey al criado las ha de extrañar el criado; no disponerlas y solicitarlas, ha de intentar prohibirlas. Este respeto era heredado de Santa Elisabet, su madre, y la respuesta fue la misma casi. Ella, cuando visitada en su preñado de la Virgen y madre de Cristo, la dijo: «¿Por dónde merezco que venga a mí la madre de mi Señor?». Verdad es que cuando Santa Elisabet dijo estas palabras, San Juan no era nacido y habitaba en las entrañas de su madre; mas no se puede negar que en el vientre de su madre estaba atento, pues dice San Lucas: «Ves que luego que oyeron mis oídos la voz de tu salutación, en mi vientre con el gozo se alegró la criatura.» A esta reverencia y respeto aun antes de nacer, han de estar atentos los criados con su señor, los ministros con su rey. Replicó San Juan a Cristo, cuando vino a que le bautizase, y Cristo le respondió con grande amor y blandura: «Obedece ahora, que así conviene que cumplamos toda justicia.» Movido del propio respeto y reverencia de criado, replicó San Pedro a la propia majestad divina cuando le quiso lavar los pies: «¿Señor, tú me lavas los pies?». Respondió Cristo: «Lo que yo hago no lo sabes ahora, mas sabraslo después.» Replicó San Pedro: «No me lavarás los pies eternamente.» Puédese replicar al señor y al príncipe una vez; mas diciendo el señor al ministro que no entiende lo que hace, que después lo entenderá, ya ocasiona severa respuesta. Díjole Cristo: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.» Severísima fue esta amenaza. Bien conoció San Pedro su rigor, pues dijo: «Señor, no sólo mis pies, sino mis manos y mi cabeza.» Todo lo enseña el Evangelio: a replicar el criado al señor una vez, y a responder al que replica dos con amenaza, y a librarse de ella, ofreciendo al rey que pide los pies, no sólo los pies, sino las manos y la cabeza. La fe de San Pedro era tan sublime y fervorosa, que le dictaba siempre determinadas y magníficas palabras, como fueron: « No me lavarás los pies eternamente. Y si conviniere que muera contigo, no te negaré.» Negó luego tres veces a Cristo, y escarmentó de manera, que preguntándole Cristo tres veces después de resucitado: Petre, amas me? «¿Pedro, ámasme?» -amándole con amor tan grande no osó decir que sí, y todas tres veces le respondió: Tu scis, Domine: «Tú lo sabes, Señor.» | |
Murió el gran Precursor y ministro escogido por no dejar de decir al rey Herodes lo que él no debía hacer. ¡Oh Señor, cuánto conviene más que muera el ministro por haber dicho al rey lo que no debe callar, que no que muera el rey porque le calla lo que le debía decir! |