Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte II/I

Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
I
II

I


Quién pidió reyes, y por qué; quién y cómo se los concedió; qué derecho dejaron, y cuál admitieron

La descendencia y origen de los reyes en el pueblo de Dios ni fue noble ni legítima, pues tuvo por principio el cansarse de la majestad eterna y de su igualdad y justicia. Así lo dijo Dios a Samuel: «No te han desechado a ti sino a mí, para que no reine sobre ellos». Pocos son, y menos valen las coronas, los cetros y los imperios para calificar a este oficio tan ruin linaje como el que tuvo. Para castigarlos les concedió lo que le pidieron. Eran, por ser pueblo de Dios y Dios su rey, diferentes de los demás. Tanto puede la imitación, que dejan a Dios y le descartan, por ser sujetos como las otras gentes. Dioles rey, y mandó a Samuel les dijese: «Tomará vuestros hijos y los pondrá para que gobiernen sus carros, y los hará sus guardas de a caballo, etc.». Si mala fue la ocasión de pedir rey, peor fue el derecho de que dijo Dios usarían; y tan detestable, que mereció estas palabras: «Y clamaréis en aquel día delante del rey vuestro que elegisteis, y no os oirá Dios en aquel día, porque pedisteis rey para vosotros». Tan gran delito fue pedir rey, que mereció no sólo que se le diesen, sino también que no se le quitasen cuando padeciesen con lágrimas el derecho que les predijo. Este libro de Samuel pocos le han considerado (no hablo de sagrados expositores, que son luces de la Iglesia). A unos entretuvo la lisonja, a otros apartó el miedo; y para las cosas del gobierno del mundo es lo más, es el todo, bien ponderado al propósito. Considero yo que el derecho, de que dijo usarían los reyes, fue contrario en todo al que Dios usaba con ellos. Y así por esta oposición como por las palabras referidas, mal algunos regaladores de las majestades dicen permitió Dios y concedió aquel derecho, que antes por detestable se le representa, y se le permite por castigo de que le despreciaron, a él en sus ministros, y no quisieron su gobierno en ellos.



Dice pues (pondérese aquí la oposición): «Os quitarán los hijos, y los harán servir en sus carros». Él hizo que los carros, y caballos y caballeros ahogados le sirviesen de triunfo; él hizo para ellos el mar carroza, y para el contrario sepulcro. «Hará que vayan delante de sus coches». Y él hacía que la luz de noche para guiarlos, y las nubes de día para defenderlos del calor, fuesen delante. «Hará que sean centuriones, y tribunos y gañanes, que aren sus campos y sean segadores de sus mieses, y herreros para forjarles sus armas y aderezarles sus carros». Él era para ellos capitán; y sus ángeles, y sus milagros, y sus favorecidos, y sus profetas tribunos y centuriones. Su voluntad fertilizaba los campos, y les daba las mieses que sembraban otros y cogían para sustento suyo. Él los daba en su nombre las armas, y en su virtud las victorias. «Hará que vuestras hijas le sirvan al regalo en la cocina y en el horno». Él mandaba que el cielo les amasase el maná, y en él les guisase todo el primor de los sabores. Hizo al viento su despensa, y que lloviese aves. Mandó que las peñas heridas con la vara sirviesen a su sed. Quiso, contra la nobleza de estos elementos, que hiciesen estos oficios postreros en todas las familias. «Quitaros ha vuestros campos, viñas y olivares, y todo lo que tuviéredes bueno, y lo dará a sus criados». Él los dio la tierra, y los campos que no tenían, y las viñas que con sus racimos dieron a los exploradores señas de su fertilidad; e hizo patrimonio suyo en sus prometimientos la mejor fecundidad del mundo. Él los quitó todo lo malo en la idolatría, y obstinación y cautiverios, y los dio todo lo bueno en su ley; quitó lo precioso de los señores, que lo tenían, para darlo a los que eran siervos suyos. «Las rentas de vuestras semillas y viñas llevará en diezmos para dar a sus eunucos y a sus esclavos». Él recibía los sacrificios, diezmos y oblaciones, no para henchir sus locos, sus truhanes, sus esclavos, sino para darlos multiplicados el humo y la harina en posesiones y glorias, y adelantarlos a todas las gentes con maravillas.



«Vuestros criados y criadas, y vuestros mozos los mejores, y vuestras bestias, os los quitará para poner en sus obras». Él, que para ninguna obra ha menester más de su voluntad, no sólo no les quitaba los criados y bestias, antes por más favor con los portentos de su omnipotencia los excusaba del trabajo, obrando por más noble modo. «Consumirá en décimas vuestros ganados, y seréis sus esclavos». Él se los multiplicaba, y tenía por hijos; y por esclavos a los que los perseguían y querían hacer siervos, como se vio en Faraón. Con ellos, como con hijos, obró las maravillas; por ellos en los tiranos ejecutó las plagas. ¿Quién podrá negar, por ciega secta que siga, por torpe que tenga el entendimiento, que este derecho de que Dios usaba con ellos era derecho de rey, de señor, de padre; y el otro de tiranos, de enemigos, de disipadores, de lobos? Tanto apetece en los dominios la novedad el pueblo, que no dejan uno y piden otro por elección, sino por enfermedad. Sea otro (dicen los siempre mal contentos), aunque no sea bueno, que por lo menos tendrá de bueno el ser otro. Dos cosas diferentes enseña esta doctrina: la una, que los reyes que usan de aquel derecho son persecución concedida a las demasías de los hombres. La otra consuela a los reyes que, imitando el derecho de Dios, se ven aborrecidos de sus vasallos; pues contra los deseos de vagabundos de la plebe, aun a Dios no le valió el serlo, como él lo dijo.



Veamos cómo se cumplió esto. El propio libro nos lo dice, donde el Espíritu Santo se encargó de lo más importante en estas materias. Fue Saúl el rey que Dios les dio. «Era Saúl hombre escogido y bueno, y ninguno de los hijos de Israel era mejor; llevaba a todos los demás, en la estatura, desde los hombros arriba». Era escogido, era bueno; ninguno de los hijos de Israel era mejor antes de reinar; después ninguno fue tan malo. Pocas bondades y pocas sabidurías aciertan a acompañarse de la majestad, sin descaminar el seso y distraer las virtudes. Venía Saúl a buscar unas bestias que se le habían perdido a su padre; y para hallarlas buscó al varón de Dios, consultó a Samuel, al que ve (éste era el nombre de los profetas). ¡Gran cosa, que para hallar bestias perdidas sigue a Samuel; y para gobernar el reino que le da Dios, desprecia al mismo profeta! Obedeciole en todo para cobrar los jumentos, y desobedeció a Dios para perderse así. Muy enfermizo es para la fragilidad humana el sumo poder; y si los que adolecen de sus demasías no se gobiernan con la dieta de los divinos preceptos, con el primer accidente están de peligro, y los aforismos de la verdad los dejan por desahuciados. Dijo a Saúl, en nombre de Dios, Samuel: «Ve, y destruye a Amalec, y asuela cuanto en ella hallares. Nada le perdones, ni codicies alguna de sus cosas; pasa a cuchillo desde el varón a la hembra, y el niño a los pechos de la madre; oveja, buey, camello y jumento».



Enfermedad antigua es la inobediencia. Ésta en los primeros padres nos atesoró la muerte; en su vigor tiene hoy la malicia: nada ha remitido del veneno en la vejez y los siglos. Fue Saúl a Amalec, destruyola; mas reservó para sacrificar a Dios lo mejor que le pareció. Mal de reyes, tomar los sacrificios por achaque, y la piedad y religión y a Dios, para eximirse de la obediencia. No falta sacrificio, aunque vosotros os hacéis desentendidos de él: obedeced a Dios, y sacrificareisle vuestra voluntad que repugna a esta obediencia; que es más copioso, más noble sacrificio que vacas y ovejas hurtadas a la puntualidad de sus mandatos. El profeta lo dice: «Mejor es la obediencia que el sacrificio». Dijo Samuel a Saúl: «Porque desechaste las palabras de Dios, te desechó Dios para que no seas rey». Y Dios, viendo a Samuel compadecido de Saúl, le dijo: «¿Hasta cuándo lloras tú a Saúl, habiéndole yo arrojado para que no reine en Israel?». Samuel le dice que ya no es rey Saúl; y Dios le dice a Samuel que ya echó a Saúl porque no reinase. Cierto es que ya no era rey Saúl, porque ninguno es rey más allá de donde lo merece ser. De esta deposición de Saúl, pasó a elegir otro rey. «Tomó Samuel el vaso de olio, y ungió a David en medio de sus hermanos; y desde aquel día se encaminó a David el espíritu de Dios». Ése es buen principio de reinar, seguro incontrastable de las acciones del príncipe. «El espíritu del Señor se apartó de Saúl, y atormentábalo por voluntad de Dios el espíritu malo». Allí acabó de ser rey donde empezó a dejar el espíritu de Dios; y allí empezó a ser reino del pecado, donde se apoderó de él el espíritu malo.



Estos espíritus hacen reyes, o los deshacen. Quien obedece al de Dios, es monarca: quien al espíritu malo, es condenado, no príncipe. «Dijeron los criados a Saúl: Ves aquí que el espíritu malo de Dios te enfurece. Mande nuestro señor, y los criados tuyos que están cerca de ti busquen un varón que sepa bailar con la cítara, para que cuando el espíritu malo de Dios te arrebatare, toque con sus manos, y lo pases más levemente». Aquí está de par en par el gran misterio de los príncipes y sus allegados, tan en público, que ninguna advertencia deja de tropezar en él: al encuentro sale a la vista más adormecida. Estos criados con los más príncipes y monarcas se acomodan; y parece andan remudando dueños por todas las edades. No hay monarquía que no ponga un amo: estos criados a Saúl sirvieron, y servirán a muchos. El primer acometimiento fue de predicadores, no de criados. Dijéronle: «Ves aquí que el espíritu malo de Dios te enfurece». ¿A qué más puede aventurarse el buen celo, no digo de un criado, de un predicador, de un profeta, que a decir a un rey que está endemoniado? Mas como era maña y no celo, cansose presto. Dijéronle lo que padecía, lo que no podía negar, y que por eso iban seguros de su enojo. ¡Gran primor de los ministros, que aseguran su medra entreteniendo, no echando el demonio de su príncipe! Para tan grande mal, y tan superior, dijeron que por médico se buscase un bailarín, un músico; no que le sacase el espíritu, sólo que con la voz y las danzas le aliviase un poco. La medra de muchos criados es el demonio entretenido en el corazón de sus dueños. Sones y mudanzas recetan a quien ha menester conjuros y exorcismos. ¡Oh reyes! ¡Oh príncipes! Obedeced a Dios; porque si su espíritu os deja y el demonio se os apodera de las almas, los que os asisten os buscarán el divertimiento, y no la medicina; y el demonio, que está dentro, se multiplicará por tantos criados como están fuera.



Envió Saúl a decir a Isaí: «Esté David en mi presencia, que es agradable a mis ojos. Pues todas las veces que le arrebataba el espíritu malo de Dios a Saúl, David tomaba la cítara y la tocaba, y con el son se refocilaba Saúl y padecía menos, porque se apartaba de él el espíritu malo.» Los criados no querían sino música que le aliviase, no que apartase el espíritu malo de Saúl: mas como era David el que tañía (hombre tan al corazón de Dios), ahuyentábale y apartábale de Saúl. Con todo aprovechan los siervos de Dios a los reyes, y cualquiera ruido que hacen tiene fuerza de remedio. Al que sabe ser pastor, y desquijarar leones, y vencer gigantes, óiganle los reyes, aunque sea tañer; que eso les será grande provecho. Conócese la iniquidad del espíritu malo que poseía a Saúl, y cuán reprobadas determinaciones tienen los reyes que no obedecen a Dios y desprecian su espíritu; pues con tanto enojo quería alancear a David que apartaba de él el espíritu malo, y nunca se enojó con los criados que pretendían entretenerle en el corazón el demonio con músicas y danzas. Lanzas y enojo tienen a mano los reyes de mal espíritu para quien los libra de la perdición, y mercedes y honras para quien se la divierte, alarga y disculpa.



«Entrose el espíritu malo en Saúl: estaba sentado en su casa, y tenía una lanza; demás de esto David tañía con su mano. Procuró Saúl clavar a David en la pared con su lanza. Apartose David de la presencia de Saúl; y la lanza con golpe descaminado hirió la pared. David huyó, y se salvó aquella noche.» Tan bien se halla un rey maldito con el espíritu malo, que procura huya de él antes quien se le aparta, que el espíritu. Y es de considerar que los monarcas que arrojan lanzas a los varones de Dios, yerran el golpe y, como Saúl, dan en las paredes de su casa, derriban su propia casa, asuelan su memoria con la ira que pretenden despedazar los varones de Dios. Véase aquí un ñudo, en nuestra vista, ciego; un laberinto, en nuestro entendimiento, confuso. Dijo el profeta a Saúl (como se ha referido), luego que dejó de obedecer a Dios en Amalec, que no era rey ya; díjoselo Dios a Samuel cuando lloraba por él; eligió a David por rey Dios, y ungiole el profeta. Y es cosa de gran maravilla que Saúl manda, y tiene cetro y corona, goza de la majestad y del palacio; y David, ya rey, padece cada día nuevas persecuciones, ocupado en huir, contento con los requisitos de la tierra y con las cuevas por alojamiento, sin séquito, ni otro caudal que un amigo solo.



¿Qué llama Dios ser rey? ¿Qué llama no serlo? Cláusulas son éstas de ceño desapacible para los príncipes, de gran consuelo para los vasallos, de suma reputación para su justicia, de inmensa mortificación para la hipocresía soberana de los hombres. Señor, la vida del oficio real se mide con la obediencia a los mandatos de Dios y con su imitación. Luego que Saúl trocó el espíritu de Dios bueno por el malo, y le fue inobediente, le conquistaron la alma, la traición, la ira, la codicia y la envidia, y en él no quedó cosa digna de rey. Quedole el reino: fue un azote coronado, que cumplía la palabra de Dios en la aflicción de aquéllos que pidieron rey y dejaron a Dios. Muchos entienden que reinan porque se ven con cetro, corona y púrpura (insignias de la majestad, y superficie delgada de aquel oficio); y siendo verdugos de sus imperios y provincias, los deja Dios el nombre y las ceremonias, para que conozcan las gentes que pidieron estas insignias para adorno de su calamidad y de su ruina. Saúl, a fuerza de calamidades y a persuasión de tormentos, lo llegó a conocer entre la envidia y el enojo, cuando oyendo cantar a las mujeres en el triunfo de la cabeza de Goliat: «Saúl derribó mil, y David diez mil», dice el texto sagrado, «se enojó demasiadamente Saúl, y le dio en cara esta alabanza, y dijo: A David dieron diez mil, y a mí me dieron mil, ¿qué le falta sino sólo el reino?». Conoció que era rey, y que merecía serlo, pues dijo que sólo le faltaba el reino. No conoció que se le difería Dios; porque por su dureza merecía que no le quitase en él la calamidad, ni le apresurase en David el remedio. A muchos, sin ser ya reyes, permite Dios el nombre y el puesto, porque sus maldades llenen el castigo de las gentes. Dejaron, Señor, como vemos, los hombres el gobierno de Dios: echáronle. Así lo dijo él, y también dijo: «En aquel día clamaréis delante de vuestro rey, que elegisteis; y no os oirá Dios en aquel día.» Esto ha durado por tantas edades, y se ha cumplido; mas el propio Señor, condolido de nosotros, lo que dijo que no haría en aquel día del testamento viejo, lo hace en éste de la ley de gracia; y vino hecho hombre a tomar este reino, y dejó en San Pedro y sus sucesores su propia monarquía. Y porque allí dio para castigo el reino que pedimos, en este día nos mandó pedir en la oración, que nos enseñó, que viniese su reino; porque como a nuestro ruego vino la calamidad por su enojo, a nuestra petición vuelva el consuelo por su clemencia.