Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XVII

XVI
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
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Buen criado del rey que se precia de serlo
No es criado ni ministro del rey el que afecta la grandeza de tal manera, que no sólo es igual a su rey, antes superior: éste es envidioso de la corona, émulo del poder, tirano, criado a los pechos del favor, y alimentado y crecido por la soberbia del desconocimiento y la codicia. San Juan Bautista fue tal en santidad, en nacimiento, en predicación y en oficio, que no deseaban más partes los judíos en un hombre para tenerle por Mesías; y viendo que de parte de la ceguedad del pueblo estaba la duda, para diferenciar al fuego de la centella y al sol del lucero, que es dádiva de sus rayos y viene a traer nuevas del día y a ganar las albricias de la luz al mundo, su vida no la gastó en otra cosa que en desengañarlos y enseñarles la verdad.
«Juan da testimonio de él y clama diciendo73: Éste era el que yo dije; el que ha de venir en pos de mí, ha -70- sido antes de mí, porque primero era que yo. Y de su plenitud recibimos nosotros todos, y gracia por gracia. Porque la ley fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad fue hecha por Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha declarado. Y éste es el testimonio de Juan.»
Después le preguntan si es Cristo, y confesó que no. Pondera repetidamente que confesó que no era el ungido, el enviado, que no era Cristo; y dícelo dos veces, por cosa, aun en San Juan, digna de grande admiración. Tan dificultoso juzga el Evangelista que es el no aceptar el criado el honor y grandeza y adoración que se debe al señor. «¿Pues qué cosa? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Pues dijéronle: ¿Quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Dijo él: yo soy voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta».



Y preguntándole después por qué bautizaba no siendo Cristo, ni Elías, ni Profeta, respondió: «Yo bautizo en agua; mas en medio de vosotros estuvo a quien vosotros no conocéis. Éste es el que ha de venir en pos de mí, que ha sido antes de mí: del cual yo no soy digno de desatar la correa del zapato. Esto fue hecho en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando. El día siguiente vio Juan a Jesús venir a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es aquél de quien yo dije: En pos de mí viene un varón que fue antes de mí, porque primero era que yo. Y como yo no le conocía, mas para que sea manifestado en Israel, por eso vine yo a bautizar en agua. Y Juan dio testimonio diciendo: Que vi el Espíritu que descendía del cielo, como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía».



Cuidado fue digno de la fidelidad y reconocimiento de San Juan, éste con que no sólo despide la lisonja que le hacen con tenerle por Mesías, antes, si fuera posible, se desautoriza; hace testigos, y no sólo dice: Cristo lo es todo, pero que él no es nada; siendo «un hombre enviado por Dios, que vino a preparar los caminos al señor, para que creyesen todos por él.» Y viendo que la ignorancia y la malicia del pueblo y de los príncipes dudaban en la verdad, y que cegaban con la luz, repite infinitas veces que él no le conocía; que aunque viene después, le envía Cristo, y que fue hecho antes que él; que no merece desatar la correa de su zapato; que es Cristo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; que lo aprendió a conocer del Espíritu Santo; y torna a decir que no le conocía.- Este prodigio de santidad sabía estimar el ser criado y mensajero de Cristo, pues supo preciarse de manera, de serlo, que tuvo por más seguro y más justo parecer nada, que a su Señor; e hizo grandes diligencias para persuadirlo a las gentes. ¿Cuándo ningún rey del mundo hizo con criado lo que Cristo con San Juan? Su amistad empezó primero que naciese: los favores se adelantaron al parto en la santificación, pues le santificó. Creció con los dos la voluntad, el favor e igualmente el respeto; después recibió de su mano el bautismo, y de su boca el testimonio de quién era; y hablando de él, dijo Cristo que entre los hijos de las mujeres no había nacido ninguno mayor que San Juan Bautista; y pudiendo gloriosamente y sin deslucir la humildad referir estas acciones, por atender sólo a desengañar pueblo tan entorpecido y desalumbrado, dice que no es nadie, y, cuando más se alarga, dice que es voz de quien clama en desierto, siendo la voz apenas algo.



Señor, criados han de tener los reyes, unos más cerca de su persona que otros, y la voluntad no será en todos igual, y determinará con más afecto en algunos; y entre ellos podrá ser que uno sólo sea dueño de la voluntad del príncipe. No está en eso el inconveniente, si el rey sabe en qué cosas puede hacer a su criado dueño de su voluntad, y el criado cómo ha de usar de este favor y estado.
Rey que llama criado al que le violenta y no le aconseja, al que le gobierna y no le sirve, al que toma y no pide, no pasa la majestad del nombre: es un esclavo, a quien para mayor afrenta permite Dios las insignias reales. No hablamos de éste que le mira con desdén la advertencia cristiana y piadosa. Este tal, Señor, hace justicia de sí propio, y depónese a vista del mundo de la dignidad que alcanzó de Dios para su condenación; y cuando se resigna a sí en otras manos, confiesa su insuficiencia; porque cuando en un rey reina un criado, aquella boca cristiana, ni la lengua de la verdad no le llama rey, sino reino de su ministro; y así se ha de llamar.
San Juan, viendo que le siguen todos y que le acompañan, ve a Cristo, y díceles: Veis allí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo: ése es el Rey; él lo despacha; no hay otro que pueda nada sino él: yo no soy nada. Esto hacen los privados reconocidos y cuerdos: id al rey (y enseñársele); veisle allí; yo no soy nada; él da los cargos; sólo él es señor de todo.



La maña de los criados ambiciosos, en los príncipes divertidos, con facilidad acredita los errores y desautoriza la justificación bien ordenada. Si los consejos proponen y el criado determina, la experiencia y las leyes, y en el as la prudencia y la razón, sirven al albedrío. El rey, Señor (dice un árabe), ha de ser como águila, que ha de tener cuerpos muertos alrededor y no ha de ser cuerpo muerto que tenga alrededor águilas. A los reyes la majestad de Dios, cuando ordenó que naciesen reyes, dioles la administración y tutela de sus reinos: hízolos padres de sus vasallos, pastores; y todo esto les dio con darles el postrer arbitrio en todo lo que les consultaren y propusieren sus consejos y vasallos y reinos. Pues si eso diese un rey a otro hombre, ¿qué guardaría para sí? Nada; porque la corona y el cetro son trastos de la figura, embarazosos y vanos. ¿No era renunciar el reino? Sí; no puede negarse, y es cortés manera de hablar. Era despreciar la mayor dádiva de Dios, y obrar contra su voluntad en perjuicio de tantas almas; pues da el reino a quien Dios no quiso dársele ni halló digno de tal oficio, y es dar el rey lo que Dios le dio para que le sirviese con ello.
Diga a voces la vida de Cristo qué cosa ha de encargar un rey a su criado, y qué han de ser los criados de los reyes.
Lo primero, no han de ser profetas; así lo dice San Juan: «No soy profeta.» No hay cosa que tanto desacredite -73- y apoque a los reyes, como criado profeta que responda a los negociantes: Eso se hará; yo haré que se despache; darle han el oficio; saldrá con su pretensión. Éstos son profetas; y dando a entender que saben lo que ha de ser, en todo apocan el poder de su señor.



Han de ser voz del desierto. Yo entiendo aquí eco, porque el eco por sí no dice nada; repite lo que dice otro, y no todo sino los últimos acentos. Así ha de ser el criado, que ha de decir lo que el rey dice, y no tanto como él: unos finales; no al revés que el rey diga lo que dijere el eco; y cuando lo quieran entender de otra suerte ha de ser voz, no lengua, que es señal que ha de ser formado, y no de formar; y no basta que sea voz, sino que lo sea en desierto, sin pompa afectada, sin acompañamientos ambiciosos, compitiendo el cortejo al rey.
De San Juan Bautista, gran criado y valido, no fió Cristo otra cosa que los peligros de la verdad entre los príncipes y reyes. Cuáles son estos peligros en palacio, véase en la brevedad con que la inquietud y juguetes de unos pies deshonestos tuvo por precio de su descompostura la cabeza del Precursor, postre de un banquete y premio de un baile, habiendo sido su pompa el desierto, su ejercicio la penitencia, y llamábase voz que gritaba en desierto. Ni puede ser buen criado quien no lo fuere así; pues eso es ser verdad y decir verdad y tratar verdad, pues los que afectan y profesan ser precursores de la mentira, y a quien los reyes encargan los acrecentamientos del engaño, son voz que clama en poblado; y si el clamar fuese pidiendo, ésa sería voz que roba en poblado.- El buen criado y el malo diferencian en la vida y en la muerte.
Entró en la privanza San Juan Evangelista, y no se lee que tratase con él nada más que con los otros. A él negó las sillas como a los demás; y al huerto y al Tabor llevó a los otros como a él. Cuando murió, en una de las siete palabras le encomendó su madre, que fue encomendarle la viudez y el desconsuelo; y por eso se la encomendó, no con nombre de madre, sino del apóstol, diciendo: «Mujer, ves ahí tu Hijo. Discípulo, ves ahí tu Madre.» A todos los apóstoles, ¿qué les encomendó, sino los peligros de la verdad, que fueron sus peregrinaciones, sus muertes y sus martirios?



Elige a San Pablo por apóstol y por privado, y lo primero que hace para que sea buen privado y buen criado, es derribarle. Cayó primero, y no caerá después. ¡Advertida prevención bajarse uno de donde, si no cae, le pueden derribar! Llámase vaso de elección, vaso que escoge para sí: privado quiere decir. Quien supiere leer el texto griego y hebreo, echará de ver que vaso quiere decir arma escogida de Cristo. Siendo antes arma ofensiva contra su testamento y apóstoles, por arma defensiva de todos nombrole por privado suyo desde el cielo. Fuéronlo otros; mas a él se lo dijo. ¿Qué le encargó a este criado escogido, arma escogida, vaso de elección? Encargole los peligros de la verdad. Mire vuestra majestad sus peregrinaciones, sus trabajos, sus naufragios, sus afrentas, su miseria, sus martirios, sus azotes, su muerte.
Diga sus palabras San Pablo, que las pronuncia y escribe la caridad inefable suya: «Pero como fuese libre, de todos me hice esclavo, por ganar más para Dios, no para mí.» Eso es ser buen criado del rey, adquirir más para él que para sí. San Pablo lo dice en los Actos apostólicos.
Refiere que el Espíritu Santo por todas las ciudades le protestaba diciendo que le quedaban aparejadas muchas prisiones y peligros en Jerusalén, y añade: No temo nada de esto, ni tengo mi vida por más preciosa que mi alma, como yo acabe mi camino y el ministerio que recibí del Señor. Éste es el ministerio, y éste es el buen ministro, que no hace su vida más preciosa que su alma, y que cuando cuenta sus aumentos y sus servicios: «Son criados de Cristo, y yo también», habla en este caso. Vea vuestra majestad las mercedes y cargos que refiere: «Pasé afrentas, y trabajos, y hambres y sed, peligros en todas partes. Tres veces me azotaron, una me apedrearon; tres naufragios he pasado, y un día y una noche estuve sumergido en el profundo del mar.» Diferente relación, y opuesta a ésta, harán los criados que, instruidos del interés, despeñan, no sirven a los reyes. Su alabanza es y sus servicios: He deshonrado muchos, empobrecido más; he hecho morir inocentes y correr fortuna navegantes; he hecho pasar hambres, y fríos y miserias a otros.



Buenos ejemplos son el del buen criado y de San Pablo: el uno en su vida, y el otro después de su muerte. Y no se puede dudar que el buen criado se represente en San Juan, pues lo dice Dios por Isaías, y así lo canta la Iglesia el día de su nacimiento83: «Y díjome: Mi criado serás tú en Israel, porque en ti me gloriaré.» Y luego consecutivamente84: «Y esto dijo el Señor, formándome en el vientre su criado.» Así son los criados que Dios hace, y así a su imitación los han de buscar los reyes de la tierra, imitadores de Cristo.
Sirva el criado, y merezca; no mande, no sea árbitro entre el rey y los Consejos; traiga al rey las consultas y los papeles, y alivie al rey el trabajo del mudar las bolsas de los Consejos de una parte a otra, y de abrir los pliegos, de disponerse a los aciertos con su parecer. Cristo se informaba de las partes y de las propias cosas que trataba; no creía relaciones. Tentáronle con malicia y cautela en la materia de jurisdicción; y para responder mandó parecer las monedas, y que ellas hablasen por sí e informasen con sus figuras; y no quiso que en su presencia, en negocios de importancia, una cosa hablase por otra, aunque fuese sin voz.



Lo postrero es, que no ha de desmerecer ninguno por no ser del cortejo del privado, ni del valido; ni por serlo, de adelantarse a otro. Cristo en San Juan lo enseña por San Lucas, capítulo 9. Dijo Juan: «Maestro, vimos a uno que en tu nombre lanzaba demonios, y prohibímoselo, porque no sigue con nosotros.» Responde Cristo: «No se lo estorbéis.» No es causa para que no tenga el oficio, el cargo, la dignidad, que el criado diga: Señor, no es de los nuestros, no acompaña conmigo. Cristo manda que le dejen hacer milagros al que no tiene contentos y satisfechos a los suyos.