Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XI
XI
Cuáles han de ser sus allegados y ministros. (Luc., 14.) | |
Bien se entiende que quien dijo: Pacem meam do vobis, pacem meam relinquo vobis, que no vino a introducir la disensión. Esto, declaran todos, se dijo por preferir la dignidad del Evangelio y la doctrina de Cristo a los padres. Así San Jerónimo: Per calcatum perge patrem. Eso es cumplir con el precepto. Es doctrina tan larga y de tal verdad la de este capítulo, que no puede ser discípulo de Cristo quien no dejare padres, hijos y hermanos, no siendo rey (cuyo nombre ya queda dicho que es discípulo de Dios); ni puede aceptar quien no los dejare, ni puede ser buen ministro. ¿Descamina otra cosa la templanza de los ánimos en la grandeza y privanza, que la ansia de llenar, con lo que se debe a otros méritos, la codicia de los suyos? ¿A qué no se atreve un poderoso por preferir sus padres, por adelantar sus hijos, por acallar a su mujer, por engrandecer sus hermanos, por desvanecer sus hermanas? ¿Cuál felicidad no adolesció de los desórdenes de la parentela? Si hubiera un poderoso sin linaje, ése fuera durable; mas cuando la naturaleza se le haya negado, se le crece y se le finge la lisonja: todos tienen deudo con el que puede. Grande precepto aborrecerlos a todos, digo, su desorden. Anteponer a la sangre más propia y más viva el bien común, lo justo y lo lícito, olvidar la descendencia y la afinidad, es curar con dieta la persecución casera y el peligro pariente. Así quiere Cristo que lo hagan los que vinieren a él, y es señal que hacen lo contrario los que van al príncipe de las tinieblas de este mundo. | |
Señor, quien viniere a vuestra majestad, si no amare su real servicio y el bien de sus vasallos y la conservación de la fe y de la religión más que a sus padres, mujer e hijos, hermanos y hermanas, no sea discípulo, no acompañe, no asista. Quiera vuestra majestad estas cosas que le están encargadas, más que a él, y sea rey y reino, pastor y padre; y haga que la verdad enamorada de su clemencia descanse los labios del nombre de señor. Oiga ternezas de hijos, no miedos de esclavos. Ni buen rey debe permitir que sus estados se gasten en hartar parentelas. Sean ministros los que hiciere huérfanos la justificación, y viudos la piedad, y solos la virtud, aunque la naturaleza lo dificulte; que éstos llama Cristo nuestro señor, éstos busca, y éstos admite solos; y si en el reino espiritual se temen padres y mujer o hermanos, en el temporal, donde es tan poderosa la asistencia, la importunación y la vanidad, ¿cuánto será justo temerlo y evitarlo? |