Política de Dios, gobierno de Cristo/Parte I/XI

X
Política de Dios, gobierno de Cristo
de Francisco de Quevedo y Villegas
XI
XII

XI


Cuáles han de ser sus allegados y ministros. (Luc., 14.)
Ibant autem turbae multae cum eo, et conversus dixit ad illos: Si quis venit ad me, et non odit patrem suum, et matrem, et uxorem, et filios, et fratres, et sorores, adhuc autem, et animam suam, non potest meus esse discipulus. «Iban con él muchas gentes y volviéndose a ellos, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, y a su alma propia, no puede ser mi discípulo.»
No les dejó disculpa a los que le habían de asistir, ni les permitió por excusa la ignorancia. Claramente les dijo cómo habían de ser sus ministros, y aquéllos que le habían de acompañar y asistir. ¡Qué desabridas condiciones son para la familia, y para la ambición y vanidad del parentesco! De otra manera funda Dios lo permanente de sus validos, que la negociación y codicia del mundo.
¿Cuál tiene, Señor, ni ha tenido puesto al lado de algún monarca, que lo primero y más importante no juzgue el cercar el príncipe de su familia, introducir sus padres, no sacar las mercedes de sus hermanos, preferir su mujer y sus hijos? Cosa es con que la maña y la codicia y el desvanecimiento acreditan con la naturaleza; y acusados se valen del precepto de honrar padre y madre. ¿Qué haces, soberbio? ¿No adviertes que de quebrar un mandamiento a torcerle va poco? Quien te mandó eso, aconseja estotro. Mira si quieres venir a Dios, porque si quieres, has de aborrecer a tu madre y padre, a tu mujer, a tus hijos, a tus hermanos y a tus hermanas, y tu vida y tu alma, dando primero lugar a la ley evangélica. Así San Pablo: «Ni hago a mi alma más preciosa que a mí.» Por San Mateo54: «No vine a enviar paz, sino espada: vine a apartar al hombre contra su padre, y la hija contra su madre.»



Bien se entiende que quien dijo: Pacem meam do vobis, pacem meam relinquo vobis, que no vino a introducir la disensión. Esto, declaran todos, se dijo por preferir la dignidad del Evangelio y la doctrina de Cristo a los padres. Así San Jerónimo: Per calcatum perge patrem. Eso es cumplir con el precepto. Es doctrina tan larga y de tal verdad la de este capítulo, que no puede ser discípulo de Cristo quien no dejare padres, hijos y hermanos, no siendo rey (cuyo nombre ya queda dicho que es discípulo de Dios); ni puede aceptar quien no los dejare, ni puede ser buen ministro. ¿Descamina otra cosa la templanza de los ánimos en la grandeza y privanza, que la ansia de llenar, con lo que se debe a otros méritos, la codicia de los suyos? ¿A qué no se atreve un poderoso por preferir sus padres, por adelantar sus hijos, por acallar a su mujer, por engrandecer sus hermanos, por desvanecer sus hermanas? ¿Cuál felicidad no adolesció de los desórdenes de la parentela? Si hubiera un poderoso sin linaje, ése fuera durable; mas cuando la naturaleza se le haya negado, se le crece y se le finge la lisonja: todos tienen deudo con el que puede. Grande precepto aborrecerlos a todos, digo, su desorden. Anteponer a la sangre más propia y más viva el bien común, lo justo y lo lícito, olvidar la descendencia y la afinidad, es curar con dieta la persecución casera y el peligro pariente. Así quiere Cristo que lo hagan los que vinieren a él, y es señal que hacen lo contrario los que van al príncipe de las tinieblas de este mundo.



Señor, quien viniere a vuestra majestad, si no amare su real servicio y el bien de sus vasallos y la conservación de la fe y de la religión más que a sus padres, mujer e hijos, hermanos y hermanas, no sea discípulo, no acompañe, no asista. Quiera vuestra majestad estas cosas que le están encargadas, más que a él, y sea rey y reino, pastor y padre; y haga que la verdad enamorada de su clemencia descanse los labios del nombre de señor. Oiga ternezas de hijos, no miedos de esclavos. Ni buen rey debe permitir que sus estados se gasten en hartar parentelas. Sean ministros los que hiciere huérfanos la justificación, y viudos la piedad, y solos la virtud, aunque la naturaleza lo dificulte; que éstos llama Cristo nuestro señor, éstos busca, y éstos admite solos; y si en el reino espiritual se temen padres y mujer o hermanos, en el temporal, donde es tan poderosa la asistencia, la importunación y la vanidad, ¿cuánto será justo temerlo y evitarlo?
Señor, nazca de su virtud el ministro; conozca que le engendró el mérito, no el padre; tenga por hermanos los que más merecieren, por hijos los pobres: que entonces por los padres que deja, viene a merecer que le tengan por tal todos los que son cuidado de Dios nuestro señor, que se lo encarga; seranle alabanza los súbditos, y premio sus desvelos, y podrá ir a vuestra majestad que, en tan nueva vida y en tan florecientes años, trabaja como padre y no como dueño, y atiende a que los que le asisten se desembaracen de lo que el Evangelio prohíbe con distinción tan infalible y tan grande.