Peribáñez y el comendador de OcañaPeribáñez y el comendador de OcañaFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Cuatro labradores:
BLAS, GIL, ANTÓN, BENITO
BENITO:
Yo soy deste parecer.
GIL:
Pues asentaos y escribildo.
ANTÓN:
Mal hacemos en hacer
entre tan pocos cabildo.
BENITO:
Ya se llamó desde ayer.
BLAS:
Mil faltas se han conocido
en esta fiesta pasada.
GIL:
Puesto, señores, que ha sido
la procesión tan honrada
y el santo tan bien servido,
debemos considerar
que parece mal faltar
en tan noble cofradía
lo que agora se podría
fácilmente remediar.
Y cierto que, pues que toca
a todos un mal que daña
generalmente, que es poca
devoción de toda Ocaña,
y a toda Espana provoca,
de nuestro santo patrón,
Roque, vemos cada día
aumentar la devoción
una y otra cofradía,
una y otra procesión
en el reino de Toledo.
Pues ¿por qué tenemos miedo
a ningún gasto?
BENITO:
No ha sido
sino descuido y olvido.
Entre PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ:
Si en algo serviros puedo,
veisme aquí, si ya no es tarde.
BLAS:
Peribáñez, Dios os guarde,
gran falta nos habéis hecho.
PERIBÁÑEZ:
El no seros de provecho
me tiene siempre cobarde.
BENITO:
Toma asiento junto a mi.
GIL:
¿Dónde has estado?
PERIBÁÑEZ:
En Toledo,
que a ver con mi esposa fui
la fiesta.
ANTÓN:
¿Gran cosa?
PERIBÁÑEZ:
Puedo
decir, señores, que vi
un cielo en ver en el suelo
su santa iglesia, y la imagen
que ser más bella recelo,
si no es que a pintarla bajen
los escultores del cielo;
porque, quien la verdadera
no haya visto en la alta esfera
del trono en que está sentada,
no podrá igualar en nada
lo que Toledo venera.
Hízose la procesión
con aquella majestad
que suelen, y que es razón,
añadiendo autoridad
el Rey en esta ocasión.
Pasaba al Andalucía
para proseguir la guerra.
GIL:
Mucho nuestra cofradía
sin vos en mil cosas yerra.
PERIBÁÑEZ:
Pensé venir otro día
y hallarme a la procesión
de nuestro Roque divino,
pero fue vana intención,
porque mi Casilda vino
con tan devota intención,
que hasta que pasó la octava
no pude hacella venir.
GIL:
¿Que allá el señor Rey estaba?
PERIBÁÑEZ:
Y el Maestre, oí decir,
de AIcántara y Calatrava.
¡Brava jornada aperciben!
No ha de quedar moro en pie
de cuantos beben y viven
el Betis, aunque bien sé
del modo que los reciben.
Pero, esto aparte dejando,
¿de qué estábades tratando?
BENITO:
De la nuestra cofradía
de San Roque, y, a fe mía,
que el ver que has llegado cuando
mayordomo están haciendo,
me ha dado, Pedro, a pensar
que vienes a serlo.
ANTÓN:
En viendo
a Peribáñez entrar,
lo mismo estaba diciendo.
BLAS:
¿Quién lo ha de contradecir?
GIL:
Por mi digo que lo sea,
y en la fiesta por venir
se ponga cuidado y vea
lo que es menester pedir.
PERIBÁÑEZ:
Aunque por recién casado
replicar fuera razón,
puesto que me habéis honrado,
agravio mi devoción
huyendo el rostro al cuidado.
Y por servir a San Roque,
la mayordomía aceto
para que más me provoque
a su servicio.
ANTÓN:
En efeto,
haréis mejor lo que toque.
PERIBÁÑEZ:
¿Qué es lo que falta de hacer?
BENITO:
Yo quisiera proponer
que otro San Roque se hiciese
más grande, por que tuviese
más vista.
PERIBÁÑEZ:
Buen parecer.
¿Qué dice Gil?
GIL:
Que es razón,
que es viejo y chico el que tiene
la cofradía.
PERIBÁÑEZ:
¿Y Antón?
ANTÓN:
Que hacerle grande conviene,
y que ponga devoción.
Está todo desollado
el perro, y el panecillo
más de la mitad quitado,
y el ángel, quiero decillo,
todo abierto por un lado.
Y a los dos dedos, que son
con que da la bendición,
falta más de la mitad.
PERIBÁÑEZ:
Blas, ¿qué diz?
BLAS:
Que a la ciudad
vayan hoy Pedro y Antón,
y hagan aderezar
el viejo a algún buen pintor,
porque no es justo gastar
ni hacerlo agora mayor,
pudiéndole renovar.
PERIBÁÑEZ:
Blas dice bien, pues está
tan pobre la cofradía;
mas ¿cómo se llevará?
ANTÓN:
En vuesa pollina o mía
sin daño y golpes irá
de una sábana cubierto.
PERIBÁÑEZ:
Pues esto baste por hoy,
si he de ir a Toledo.
BLAS:
Advierto
que este parecer que doy
no lleva engaño encubierto;
que, si se ofrece gastar,
cuando Roque se volviera
San Cristóbal, sabré dar
mi parte.
GIL:
Cuando eso fuera,
¿quién se pudiera excusar?
PERIBÁÑEZ:
Pues vamos, Antón, que quiero
despedirme de mi esposa.
ANTÓN:
Yo con la imagen te espero.
PERIBÁÑEZ:
Llamará Casilda hermosa
este mi amor lisonjero;
que, aunque desculpado quedo
con que el cabildo me ruega,
pienso que enojarla puedo,
pues en tiempo de la siega
me voy de Ocaña a Toledo.
Éntrense.
Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR:
Cuéntame el suceso todo.
LEONARDO:
Si de algún provecho es
haber conquistado a Inés,
pasa, señor, deste modo.
Vino de Toledo a Ocaña
Inés con tu labradora,
como de su sol aurora,
más blanda y menos extraña.
Pasé sus calles las veces
que pude, aunque con recato,
porque en gente de aquel trato
hay maliciosos jueces.
A baile salió una fiesta,
ocasión de hablarla hallé;
hablela de amor y fue
la vergüenza la respuesta.
Pero saliendo otro día
a las eras, pude hablalla,
y en el camino contalla
la fingida pena mía.
Ya entonces más libremente
mis palabras escuchó,
y pagarme prometió
mi afición honestamente,
porque yo le di a entender
que ser mi esposa podría,
aunque ella mucho temía
lo que era razón temer.
Pero aseguréla yo
que tú, si era tu contento,
harías el casamiento,
y de otra manera no.
Con esto está de manera
que si a Casilda ha de haber
puerta, por aquí ha de ser,
que es prima y es bachillera.
COMENDADOR:
¡Ay Leonardo! ¡Si mi suerte
al imposible inhumano
de aqueste desdén villano,
roca del mar siempre fuerte,
hallase fácil camino!
LEONARDO:
¿Tan ingrata te responde?
COMENDADOR:
Seguíla, ya sabes dónde,
sombra de su sol divino,
y, en viendo que me quitaba
el rebozo, era de suerte
que, como de ver la muerte,
de mi rostro se espantaba.
Ya le salían colores
al rostro, ya se teñía
de blanca nieve y hacía
su furia y desdén mayores.
Con efetos desiguales
yo, con los humildes ojos,
mostraba que sus enojos
me daban golpes mortales.
En todo me parecía
que aumentaba su hermosura,
y atrevióse mi locura,
Leonardo, a llamar un día
un pintor, que retrató
en un naipe su desdén.
LEONARDO:
Y ¿parecióse?
COMENDADOR:
Tan bien,
que después me le pasó
a un lienzo grande, que quiero
tener donde siempre esté
a mis ojos, y me dé
más favor que el verdadero.
Pienso que estará acabado,
tú irás por él a Toledo;
pues con el vivo no puedo,
viviré con el pintado.
LEONARDO:
Iré a servirte, aunque siento
que te aflijas por mujer
que la tardas en vencer
lo que ella en saber tu intento.
Déjame hablar con Inés,
que verás lo que sucede.
COMENDADOR:
Si ella lo que dices puede,
no tiene el mundo interés...
LUJÁN entre como segador
LUJÁN:
¿Estás solo?
COMENDADOR:
¡Oh buen Luján!
Sólo está Leonardo aquí.
LUJÁN:
¡Albricias, señor!
COMENDADOR:
Si a ti
deseos no te las dan
¿Qué hacienda tengo en Ocaña?
LUJÁN:
En forma de segador,
a Peribáñez, señor
(tanto el apariencia engaña),
pedí jornal en su trigo,
y, desconocido, estoy
en su casa desde hoy.
COMENDADOR:
¡Quién fuera, Luján, contigo!
LUJÁN:
Mañana, al salir la aurora,
hemos de ir los segadores
al campo; mas tus amores
tienen gran remedio agora
que Peribáñez es ido
a Toledo, y te ha dejado
esta noche a mi cuidado;
porque, en estando dormido
el escuadrón de la siega
alrededor del portal,
en sintiendo que al umbral
tu seña o tu planta llega,
abra la puerta, y te adiestre
por donde vayas a ver
esta invencible mujer.
COMENDADOR:
¿Cómo quieres que te muestre
debido agradecimiento
Luján, de tanto favor?
LUJÁN:
Es el tesoro mayor
del alma el entendimiento.
COMENDADOR:
Por qué camino tan llano
has dado a mi mal remedio!
Pues no estando de por medio
aquel celoso villano,
y abriendome tú la puerta
al dormir los segadores,
queda en mis locos amores
la de mi esperanza abierta.
¡Brava ventura he tenido
no sólo en que se partiese,
pero de que no te hubiese
por el disfraz conocido!
¿Has mirado bien la casa?
LUJÁN:
Y, ¡cómo si la miré!
Hasta el aposento entré
del sol que tu pecho abrasa.
COMENDADOR:
¿Que has entrado a su aposento?
¿Que de tan divino sol
fuiste Faetón español?
¡Espantoso atrevimiento!
¿Qué hacía aquel ángel bello?
LUJÁN:
Labor en un limpio estrado,
no de seda ni brocado,
aunque pudiera tenello,
mas de azul guadamecí
con unos vivos dorados
que, en vez de borlas, cortados
por las cuatro esquinas vi.
Y como en toda Castilla
dicen del agosto ya
que el frio en el rostro da,
y ha llovido en nuestra villa,
o por verse caballeros
antes del invierno frío,
sus paredes, señor mío,
sustentan tus reposteros.
Tanto, que dije entre mí,
viendo tus armas honradas:
Rendidas, que no colgadas,
pues amor lo quiere ansí.
COMENDADOR:
Antes ellas te advirtieron
de que en aquella ocasión
tomaban la posesión
de la conquista que hicieron;
porque, donde están colgadas,
lejos están de rendidas.
Pero, cuando fueran vidas,
las doy por bien empleadas.
Vuelve, no te vean aquí,
que, mientras me voy a armar,
querrá la noche llegar
para dolerse de mi.
LUJÁN:
¿Ha de ir Leonardo contigo?
COMENDADOR:
Paréceme discreción,
porque en cualquiera ocasión
es bueno al lado un amigo.
Vanse.
Entran CASILDA e INÉS
CASILDA:
Conmigo te has de quedar
esta noche, por tu vida.
INÉS:
Licencia es razón que pida.
Desto no te has de agraviar,
que son padres en efeto.
CASILDA:
Enviaréles un recaudo,
por que no estén con cuidado,
que ya es tarde, te prometo.
INÉS:
Trázalo como te dé
más gusto, prima querida.
CASILDA:
No me habrás hecho en tu vida
mayor placer, a la fe.
Esto debes a mi amor.
INÉS:
Estás, Casilda, enseñada
a dormir acompañada;
no hay duda, tendrás temor.
Y yo mal podré suplir
la falta de tu velado,
que es mozo, a la fe, chapado
y para hacer y decir.
Yo, si viese algún rüido,
cuéntame por desmayada.
Tiemblo una espada envainada;
desnuda, pierdo el sentido.
CASILDA:
No hay en casa qué temer,
que duermen en el portal
los segadores.
INÉS:
Tu mal
soledad debe de ser,
y temes que estos desvelos
te quiten el sueño.
CASILDA:
Aciertas,
que los desvelos son puertas
para que pasen los celos
desde el amor al temor
y en comenzando a temer,
no hay más dormir que poner
con celos remedio a amor.
INÉS:
Pues ¿qué ocasión puede darte
en Toledo?
CASILDA:
¿Tú no ves
que celos es aire, Inés,
que vienen de cualquier parte?
[
INÉS:
Que de Medina venía
oí yo siempre cantar.
CASILDA:
¿Y Toledo no es lugar
de adonde venir podría?
INÉS:
Grandes hermosuras tiene.
CASILDA:
Ahora bien, vente a cenar.
LLORENTE y MENDO, segadores
LLORENTE:
A quien ha de madrugar
dormir luego le conviene.
MENDO:
Digo que muy justo es.
Los ranchos pueden hacerse.
CASILDA:
Ya vienen a recogerse
los segadores, Inés.
INÉS:
Pues vamos, y a Sancho avisa
el cuidado de la huerta. Vanse
LLORENTE:
Muesama acude a la puerta.
Andará dándonos prisa
por no estar aquí su dueño. Entren BARTOLO y CHAPARRO, segadores
BARTOLO:
A alba he de haber segado
todo el repecho del prado.
CHAPARRO:
Si diere licencia el sueño.
Buenas noches os dé Dios,
Mendo y Llorente.
MENDO:
El sosiego
no será mucho si luego
habemos de andar los dos
con las hoces a destajo,
aquí manada, aquí corte.
CHAPARRO:
Pardiez, Mendo, cuando importe,
bien luce el justo trabajo.
Sentaos y, antes de dormir,
o cantemos o contemos
algo de nuevo y podremos
en esto nos divertir.
BARTOLO:
¿Tan dormido estáis, Llorente?
LLORENTE:
Pardiez, Bartol, que quisiera
que en un año amaneciera
cuatro veces solamente. HELIPE y LUJÁN, segadores
HELIPE:
¿Hay para todos lugar?
MENDO:
¡Oh Helipe! Bien venido.
LUJÁN:
Y yo, si lugar os pido,
¿podréle por dicha hallar?
CHAPARRO:
No faltará para vos.
Aconchaos junto la puerta.
BARTOLO:
Cantar algo se concierta.
CHAPARRO:
Y aun contar algo, por Dios.
LUJÁN:
Quien supiere un lindo cuento,
póngale luego en el corro.
CHAPARRO:
De mi capote me ahorro
y para escuchar me asiento.
LUJÁN:
Va primero de canción,
y luego diré una historia
que me viene a la memoria.
MENDO:
Cantad.
LLORENTE:
Ya comienzo el son. Canten con las guitarras
"Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la casada,
que a su esposo quiere bien;
de la doncella también,
entre paredes guardada,
que, fácilmente engañada,
sigue su primero amor.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la soltera,
que tantos amores muda;
trébole de la viuda,
que otra vez casarse espera,
tocas blancas por defuera
y el faldellín de color.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!"
LUJÁN:
Parecen que se han dormido.
No tenéis ya que cantar.
LLORENTE:
Yo me quiero recostar,
aunque no en trébol florido.
LUJÁN:
¿Qué me detengo? Ya están
los segadores durmiendo.
Noche, este amor te encomiendo.
Prisa los silbos me dan.
La puerta le quiero abrir.
¿Eres tú, señor? Entren el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR:
Yo soy.
LUJÁN:
Entra presto.
COMENDADOR:
Dentro estoy.
LUJÁN:
Ya comienzan a dormir.
Seguro por ellos pasa,
que un carro puede pasar
sin que puedan despertar.
COMENDADOR:
Luján, yo no sé la casa.
Al aposento me guía.
LUJÁN:
Quédese Leonardo aquí.
LEONARDO:
Que me place.
LUJÁN:
Ven tras mí.
COMENDADOR:
¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía!
¡Dame próspero suceso!
Vanse
LLORENTE:
Hola, Mendo!
MENDO:
¿Qué hay, Llorente?
LLORENTE:
En casa anda gente.
MENDO:
¿Gente?
Que lo temí te confieso.
¿Así se guarda el decoro
a Peribáñez?
LLORENTE:
No sé.
Sé que no es gente de a pie.
MENDO:
¿Cómo?
LLORENTE:
Trae capa con oro.
MENDO:
¿Con oro? Mátenme aquí
si no es el Comendador.<poem>
MENDO:
¿No puede ser
que ella esté sin culpa?
LLORENTE:
Sí.
Ya vuelven. Hazte dormido.
[Entren el COMENDADOR y LUJÁN]
COMENDADOR:
¡Ce! ¡Leonardo!
LEONARDO:
¿Qué hay, señor?
COMENDADOR:
Perdí la ocasión mejor
que pudiera haber tenido.
LEONARDO:
¿Cómo?
COMENDADOR:
Ha cerrado y muy bien
el aposento esta fiera.
LEONARDO:
Llama.
COMENDADOR:
¡Si gente no hubiera...!
Mas despertarán también.
LEONARDO:
No harán, que son segadores,
y el vino y cansancio son
candados de la razón
y sentidos exteriores.
Pero escucha, que han abierto
la ventana del portal.
COMENDADOR:
Todo me sucede mal.
LEONARDO:
¿Si es ella?
COMENDADOR:
Tenlo por cierto.
A la ventana con un rebozo, CASILDA
CASILDA:
¿Es hora de madrugar,
amigos?
COMENDADOR:
Señora mía,
ya se va acercando el día
y es tiempo de ir a segar.
Demás que, saliendo vos,
sale el sol, y es tarde ya.
Lástima a todos nos da
de veros sola, por Dios.
No os quiere bien vuestro esposo,
pues a Toledo se fue
y os deja una noche. A fe
que si fuera tan dichoso
el Comendador de Ocaña
--que sé yo que os quiere bien,
aunque le mostráis desdén
y sois con él tan extraña--,
que no os dejara, aunque el Rey
por sus cartas le llamara;
que dejar sola esa cara
nunca fue de amantes ley.
CASILDA:
Labrador de lejas tierras,
que has venido a nuesa villa
convidado del agosto,
¿quién te dio tanta malicia?
Ponte tu tosca antiparra,
del hombro el gabán derriba,
la hoz menuda en el cuello,
los dediles en la cinta.
Madruga al salir del alba,
mira que te llama el día,
ata las manadas secas
sin maltratar las espigas.
Cuando salgan las estrellas,
a tu descanso camina,
y no te metas en cosas
de que algún mal se te siga.
El Comendador de Ocaña
servirá dama de estima,
no con sayuelo de grana
ni con saya de palmilla.
Copete traerá rizado,
gorguera de holanda fina,
no cofia de pinos tosca,
y toca de argentería.
En coche o silla de seda
los disantos irá a misa,
no vendrá en carro de estacas
de los campos a las viñas.
Dirále en cartas discretas
requiebros a maravilla,
no labradores desdenes
envueltos en señorías.
CASILDA:
Olerále a guantes de ámbar,
a perfumes y pastillas,
no a tomillo ni cantueso,
poleo y zarzas floridas.
Y cuando el Comendador
me amase como a su vida,
y se diesen virtud y honra
por amorosas mentiras,
más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla
que al Comendador de Ocaña
con la suya guarnecida.
Más precio verle venir
en su yegua la tordilla,
la barba llena de escarcha
y de nieve la camisa,
la ballesta atravesada,
y del arzón de la silla
dos perdices conejos,
y el podenco de traílla,
que ver al Comendador
con gorra de seda rica,
y cubiertos de diamantes
los brahones y capilla;
que más devoción me causa
la cruz de piedra en la ermita,
que la roja de Santiago
en su bordada ropilla.
Vete, pues, el segador,
mala fuese la tu dicha,
que si Peribáñez viene
no verás la luz del día.
COMENDADOR:
Quedo, señora. ¡Señora!
Casilda, amores, Casilda,
yo soy el Comendador;
abridme, por vuestra vida.
Mirad que tengo que daros
dos sartas de perlas finas
y una cadena esmaltada
de más peso que la mía.
CASILDA:
Segadores de mi casa,
no durmáis, que con su risa
os está llamando el alba.
Ea, relinchos y grita,
que al que a la tarde viniere
con más manadas cogidas,
le mando el sombrero grande
con que va Pedro a las viñas.
Quítase de la ventana
MENDO:
Llorente, muesa ama llama.
LUJÁN:
Huye, señor, huye aprisa,
que te ha de ver esta gente.
COMENDADOR:
¡Ah, cruel sierpe de Libia!
Pues aunque gaste mi hacienda,
mi honor, mi sangre y mi vida,
he de rendir tus desdenes,
tengo de vencer tus iras.
Vanse el COMENDADOR
[LUJÁN y LEONARDO]
BARTOLO:
Yérguete cedo, Chaparro,
que viene a gran prisa el día.
CHAPARRO:
Ea, Helipe, que es muy tarde.
HELIPE:
Pardiez, Bartol, que se miran
todos los montes bañados
de blanca luz por encima.
LLORENTE:
Seguidme todos, amigos,
porque muesama no diga
que porque muesamo falta
andan las hoces baldías.
Éntrense todos relinchando.
Salen PERIBÁÑEZ,
y el PINTOR y ANTÓN
PERIBÁÑEZ:
Entre las tablas que vi
de devoción o retratos,
adonde menos ingratos
los pinceles conocí,
una he visto que me agrada
o porque tiene primor,
o porque soy labrador
y lo es también la pintada.
Y pues ya se concertó
el aderezo del santo,
reciba yo favor tanto
que vuelva a mirarla yo.
PINTOR:
Vos tenéis mucha razón,
que es bella la labradora.
PERIBÁÑEZ:
Quitalda del clavo ahora,
que quiero enseñarla a Antón.
ANTÓN:
Ya la vi, mas, si queréis,
también holgaré de vella.
PERIBÁÑEZ:
Id, por mi vida, por ella.
PINTOR:
Yo voy.
Vase
PERIBÁÑEZ:
Un ángel veréis.
ANTÓN:
Bien sé yo por qué miráis
la villana con cuidado.
PERIBÁÑEZ:
Sólo el traje me le ha dado,
que en el gusto os engañáis.
ANTÓN:
Pienso que os ha parecido
que parece a vuestra esposa.
PERIBÁÑEZ:
¿Es Casilda tan hermosa?
ANTÓN:
Pedro, vos sois su marido,
a vos os está más bien
alaballa que no a mí.
Sale el PINTOR
con el retrato de CASILDA,
grande
PINTOR:
La labradora está aquí.
PERIBÁÑEZ:
(Y mi deshonra también.) (-Aparte-)
PINTOR:
¿Qué os parece?
PERIBÁÑEZ:
Que es notable.
¿No os agrada, Antón?
ANTÓN:
Es cosa
a vuestros ojos hermosa
y a los del mundo admirable.
PERIBÁÑEZ:
Id, Antón, a la posada
y ensillad mientras que voy.
ANTÓN:
(Puesto que ignorante soy, (-Aparte-)
Casilda es la retratada,
y el pobre de Pedro está
abrasándose de celos.)
Adiós.
'Váyase ANTÓN'
PERIBÁÑEZ:
No han hecho los cielos
cosa, señor, como ésta.
¡Bellos ojos! ¡Linda boca!
¿De dónde es esta mujer?
PINTOR:
No acertarla a conocer
a imaginar me provoca
que no está bien retratada--
porque dónde vos nació.
PERIBÁÑEZ:
¿En ócaña?
PINTOR:
Sí.
PERIBÁÑEZ:
Pues yo
conozco una desposada
a quien algo se parece.
PINTOR:
Yo no sé quién es, mas sé
que a hurto la retraté,
no como agora se ofrece,
mas en un naipe. De allí
a este lienzo la he pasado.
PERIBÁÑEZ:
Ya sé quién la ha retratado.
Si acierto, ¿diréislo?
PINTOR:
Sí.
PERIBÁÑEZ:
El Comendador de Ocaña.
PINTOR:
Por saber que ella no sabe
el amor de hombre tan grave,
que es de lo mejor de España,
me atrevo a decir que es él.
PERIBÁÑEZ:
Luego, ¿ella no es sabidora?
PINTOR:
Como vos antes de agora;
antes, por ser tan fiel,
tanto trabajo costó
el poderla retratar.
PERIBÁÑEZ:
¿Queréismela a mi fiar,
y llevársela yo?
PINTOR:
No me han pagado el dinero.
PERIBÁÑEZ:
Yo os daré todo el valor.
PINTOR:
Temo que el Comendador
se enoje, y mañana espero
un lacayo suyo aquí.
PERIBÁÑEZ:
Pues, ¿sábelo ese lacayo?
PINTOR:
Anda veloz como un rayo
por rendirla.
PERIBÁÑEZ:
Ayer le vi,
y le quise conocer.
PINTOR:
¿Mandáis otra cosa?
PERIBÁÑEZ:
En tanto
que nos reparáis el santo,
tengo de venir a ver
mil veces este retrato.
PINTOR:
Como fuéredes servido.
Adiós.
Vase el PINTOR
PERIBÁÑEZ:
¿Qué he visto y oído
cielo airado, tiempo ingrato?
Mas si de este falso trato
no es cómplice mi mujer,
¿cómo doy a conocer
mi pensamiento ofendido?
Porque celos de marido
no se han de dar a entender.
Basta que el Comendador
a mi mujer solicita,
basta que el honor me quita,
debiéndome dar honor.
Soy vasallo, es mi señor,
vivo en su amparo y defensa;
si en quitarme el honor piensa,
quitarélo yo la vida.
que la ofensa acometida
ya tiene fuerza de ofensa.
Erré en casarme, pensado
que era una hermosa mujer
toda la vida un placer
que estaba el alma pasando;
pues no imaginé que, cuando
la riqueza poderosa
me la mirara envidiosa,
la codiciara también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
PERIBÁÑEZ:
Don Fadrique me retrata
a mi mujer, luego ya
haciendo dibujo está
contra el honor que me mata.
Si pintada me maltrata
la honra, es cosa forzosa
que venga a estar peligrosa
la verdadera también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Mal lo miró mi humildad
en buscar tanta hermosura,
mas la virtud asegura
la mayor dificultad.
Retirarme a mi heredad
es dar puerta vergonzosa
a quien cuanto escucha glosa
y trueca en mal todo el bien.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Pues, también salir de Ocaña
es el mismo inconveniente,
y mi hacienda no consiente
que viva por tierra extraña.
¡Cuánto me ayuda me daña!
Pero hablaré con mi esposa,
aunque es ocasión odiosa
pedirle celos también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Vase.
Salen LEONARDO y el COMENDADOR
COMENDADOR:
Por esta casta, como digo, manda
su majestad,Leonardo que le envíe
de Ocaña y de su tierra alguna gente.
LEONARDO:
¡Y qué piensas hacer?
COMENDADOR:
Que se echen bandos
y que se alisten de valientes mozos
hasta doscientos hombres, repartidos
en dos lucida compañías, ciento
de gente labradora y ciento hidalgos.
LEONARDO:
¿Y no será mejor hidalgos todos?
COMENDADOR:
No caminas al paso de mi intento,
y así vas lejos de mi pensamiento.
De estos cien labradores hacer quiero
cabeza y capitán a Peribáñez,
y con esta invención tenelle ausente.
LEONARDO:
¡Extrañas cosas piensan los amantes!
COMENDADOR:
Amor es guerra y cuanto piensa, ardides.
¿Si habrá venido ya?
LEONARDO:
Luján me dijo
que a comer le esperaban y que estaba
Casilda llena de congoja y miedo.
Supe después de Inés que no diría
cosa de lo pasado aquella noche
y que, de acuerdo de las dos, pensaba
disimular, por no causarle pena;
a que, viéndola triste y afligida,
no se atreviese a declarar su pecho,
lo que después para servirte haría.
COMENDADOR:
¡Rigurosa mujer! ¡Maldiga el cielo
el punto en que caí, pues no he podido
desde entonces, Leonardo, levantarme
de los umbrales de su puerta!
LEONARDO:
Calla,
que más fuerte era Troya y la conquista
derribó sus murallas por el suelo.
Son estas labradoras encogidas
y, por hallarse indignas, las más veces
niegan, señor, lo mismo que desean.
Ausenta a su marido honradamente,
que tú verás el fin de tu deseo.
COMENDADOR:
Quiéralo mi ventura, que te juro
que, habiendo sido en tantas ocasiones
tan animoso como sabe el mundo,
en ésta voy con un temor notable.
LEONARDO:
Bueno será saber si Pedro viene.
COMENDADOR:
Parte, Leonardo, y de tu Inés te informa,
sin que pases la calle ni levantes
los ojos a ventana o puerta suya.
LEONARDO:
Exceso es ya tan gran desconfianza,
porque ninguno amó sin esperanza.
Vase LEONARDO
COMENDADOR:
Cuentan de un rey que a un árbol adoraba,
y que un mancebo a un mármol asistía,
a quien, sin dividirse noche y día,
sin amores y quejas le contaba.
Pero el que un tronco y una piedra amaba,
más esperanza de su bien tenía,
pues, en fin, acercársele podía,
y a hurto de la gente le abrazaba.
¡Mísero yo, que adoro en otro muro
colgada aquella ingrata y verde hiedra,
cuya dureza enternecer procuro!
Tal es el fin que mi esperanza medra;
mas, pues que de morir estoy seguro,
¡plega al amor que te convierta en piedra! Vase. Salen PERIBÁÑEZ y ANTÓN
PERIBÁÑEZ:
Vos os podéis ir, Antón,
a vuestra casa, que es justo.
ANTÓN:
Y vos, ¿no fuera razón?
PERIBÁÑEZ:
Ver mis segadores gusto,
pues llego a buena ocasión.
que la haza cae aquí.
ANTÓN:
¿Y no fuera mejor haza
vuestra Casilda?
PERIBÁÑEZ:
Es ansí,
pero quiero darles traza
de lo que han de hacer, por mí.
Id a ver vuesa mujer,
y a la mía así de paso
decid que me quedo a ver
nuestra hacienda.
ANTÓN:
(¡Extraño caso! (-Aparte-)
No quiero darle a entender
que entiendo su pensamiento.)
Quedad con Dios.
Vase ANTÓN
PERIBÁÑEZ:
Él os guarde.
Tanta es la afrenta que siento,
que sólo por entrar tarde
hice aqueste fingimiento.
¡Triste yo! Si no es culpada
Casilda, ¿por qué rehúyo
el verla? ¡Ay mi prenda amada!
Para tu gracia atribuyo
mi fortuna desgraciada.
Si tan hermosa no fueras,
claro está que no le dieras
al señor Comendador
causa de tan loco amor.
Estos son mi trigo y eras.
¡Con qué diversa alegría,
oh campos, pensé miraros
cuando contento vivía!
Porque viniendo a sembraros,
otra esperanza tenía.
Con alegre corazón
pensé de vuestras espigas
henchir mis trojes, que son
agora eternas fatigas
de mi perdida opinión. Voces
Mas quiero disimular,
que ya sus relinchos siento.
Oírlos quiero cantar,
porque en ajeno instrumento
comienza el alma a llorar.
Dentro grita como que siegan
MENDO:
Date más priesa, Bartol,
mira que la noche baja,
y se va a poner el sol.
BARTOLO:
Bien cena quien bien trabaja,
dice el refrán español.
LLORENTE:
Échote una pulla, Andrés:
que te bebas media azumbre.
CHAPARRO:
Échame otras dos, Ginés.
PERIBÁÑEZ:
Todo me da pesadumbre,
todo mi desdicha es.
MENDO:
Canta, Llorente, el cantar
de la mujer de muesamo.
PERIBÁÑEZ:
¿Qué tengo más que esperar?
La vida, cielos, desamo.
¿Quién me la quiere quitar?
Canta un SEGADOR
SEGADOR:
"La mujer de Peribáñez
hermosa es a maravilla;
el Comendador de Ocaña
de amores la requería.
La mujer es virtuosa
cuanto hermosa y cuanto linda;
mientras Pedro está en Toledo
de esta suerte respondía:
Más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla,
que no a vos, Comendador,
con la vuesa guarnecida."
PERIBÁÑEZ:
Notable aliento he cobrado
con oír esta canción,
porque lo que ésta ha cantado
las mismas verdades son
que en mi ausencia habrán pasado.
¡Oh cuánto le debe al cielo
quien tiene buena mujer!
Que el jornal dejan, recelo.
Aquí me quiero esconder.
¡Ojalá se abriera el suelo!
Que aunque en gran satisfacción,
Casilda, de ti me pones,
pena tengo con razón,
porque honor que anda en canciones
tiene dudosa opinión. Vase. Salen INÉS y CASILDA
CASILDA:
¿Tú me habías de decir
desatino semejante?
INÉS:
Deja que pase adelante.
CASILDA:
Ya, ¿cómo te puedo oír?
INÉS:
Prima, no me has entendido,
y este preciarte de amar
a Pedro te hace pensar
que ya está Pedro ofendido.
Lo que yo te digo a ti
es cosa que a mí me toca.
CASILDA:
¿A ti?
INÉS:
Sí.
CASILDA:
Yo estaba loca.
Pues si a ti te toca, di.
INÉS:
Leonardo, aquel caballero
del Comendador, me ama
y por su mujer me quiere.
CASILDA:
Mira, prima, que te engaña.
INÉS:
Yo sé, Casilda, que soy
su misma vida.
CASILDA:
Repara
que son sirenas los hombres,
que para matarnos cantan.
INÉS:
Yo tengo cédula suya.
CASILDA:
Inés, plumas y palabras
todas se las lleva el viento.
Muchas damas tiene Ocaña
con ricos dotes, y tú
ni eres muy rica ni hidalga.
INÉS:
Prima, si con el desdén
que agora comienzas, tratas
al señor Comendador,
falsas son mis esperanzas,
todo mi remedio impides.
CASILDA:
¿Ves, Inés, cómo te engañas,
pues por que me digas eso
quiere fingir que te ama?
INÉS:
Hablar bien no quita honor,
que yo no digo que salgas
a recibirle a la puerta
ni a verle por la ventana.
CASILDA:
Si te importara la vida,
no le mirara la cara.
Y advierte que no le nombres,
o no entres más en mi casa,
que del ver viene el oír,
y de las locas palabras
vienen las infames obras. PERIBÁÑEZ con una alforjas en las manos
PERIBÁÑEZ:
¡Esposa!
CASILDA:
¡Luz de mi alma!
PERIBÁÑEZ:
¿Estás buena?
CASILDA:
Estoy sin ti.
¿Vienes bueno?
PERIBÁÑEZ:
El verte basta
para que salud me sobre.
¡Prima!
INÉS:
¡Primo!
PERIBÁÑEZ:
¿Qué me falta,
si juntas os veo?
CASILDA:
Estoy
a nuestra Inés obligada,
que me ha hecho compañía
lo que has faltado de Ocaña.
PERIBÁÑEZ:
A su casamiento rompas
dos chinelas argentadas,
y yo los zapatos nuevos
que siempre en bodas se calzan.
CASILDA:
¿Qué me traes de Toledo?
PERIBÁÑEZ:
Deseos, que por ser carga
tan pesada, no he podido
traerte joyas ni galas.
Con todo, te traigo aquí
para esos pies, que bien hayan,
unas chinelas abiertas
que abrochan cintas de nácar.
Traigo más: seis tocas rizas,
y para prender las sayas
dos cintas de vara y media
con sus herretes de plata.
CASILDA:
Mil años te guarde el cielo.
PERIBÁÑEZ:
Sucedióme una desgracia,
que a la fe que fue milagro
llegar con vida a mi casa.
CASILDA:
¡Ay, Jesús! Toda me turbas.
PERIBÁÑEZ:
Caí de unas cuestas altas
sobre una piedras.
CASILDA:
¿Qué dices?
PERIBÁÑEZ:
Que si no me encomendara
al santo en cuyo servicio
caí de la yegua baya,
a estas horas estoy muerto.
CASILDA:
Toda me tienes helada.
PERIBÁÑEZ:
Prometíle la mejor
prenda que hubiese en mi casa
para honor de su capilla,
y así quiero que mañana
quiten estos reposteros
que nos harán poca falta,
y cuelguen en las paredes
de aquella su ermita santa
en justo agradecimiento.
CASILDA:
Si fueran paños de Francia,
de oro, seda, perlas, piedras,
no replicara palabra.
PERIBÁÑEZ:
Pienso que nos está bien
que no están en nuestra casa
paños con armas ajenas;
no murmuren en Ocaña
que un villano labrador
cerca su inocente cama
de paños comendadores
llenos de blasones y armas.
Timbre y plumas no están bien
entre el arado y la pala,
bieldo, trillo y azadón,
que en nuestras pareces blancas
no han de estar cruces de seda,
sino de espigas y pajas
con algunas amapolas,
manzanillas y retamas.
Yo, ¿qué moros he vencido
para castillos y bandas?
Fuera de que sólo quiero
que haya imágenes pintadas:
la Anunciación, la Asunción,
San Francisco con sus llagas,
San Pedro mártir, San Blas
contra el mal de la garganta,
San Sebastián y San Roque,
y otras pinturas sagradas,
que retratos es tener
en las pareces fantasmas.
Uno vi yo, que quisiera...
Pero no quisiera nada.
Vamos a cenar, Casilda,
y apercíbanme la cama.
CASILDA:
¿No estás bueno?
PERIBÁÑEZ:
Bueno estoy. Sale LUJÁN
LUJÁN:
Aquí un criado te aguarda
del Comendador.
PERIBÁÑEZ:
¿De quién?
LUJÁN:
Del Comendador de Ocaña.
PERIBÁÑEZ:
Pues, ¿qué me quiere a estas horas?
LUJÁN:
Eso sabrás si le hablas.
PERIBÁÑEZ:
¡Eres tú aquel segador
que anteayer entró en mi casa?
LUJÁN:
¿Tan presto me desconoces?
PERIBÁÑEZ:
Donde tantos hombres andan,
no te espantes.
LUJÁN:
(Malo es esto.) (-Aparte-)
INÉS:
(Con muchos sentidos habla.) (-Aparte-)
PERIBÁÑEZ:
(¿El Comendador a mí? (-Aparte-)
¡Ay, honra, al cuidado ingrata!
Si eres vidrio, al mejor vidrio
cualquiera golpe le basta.)