Peribáñez y el comendador de OcañaPeribáñez y el comendador de OcañaFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Boda de villanos. El CURA; INÉS, madrina;
COSTANZA, labradora; CASILDA, novia;
PERIBÁÑEZ; MÚSICOS, de labradores
INÉS:
Largos años os gocéis.
COSTANZA:
Si son como yo deseo,
casi inmortales seréis.
CASILDA:
Por el de serviros, creo
que merezco que me honréis.
CURA:
Aunque no parecen mal,
son excusadas razones
para cumplimiento igual,
ni puede haber bendiciones
que igualen con el misal.
Hartas os dije; no queda
cosa que deciros pueda
el más deudo, el más amigo.
INÉS:
Señor doctor, yo no digo
más de que bien les suceda.
CURA:
Espérolo en Dios, que ayuda
a la gente virtuosa.
Mi sobrina es muy sesuda.
PERIBÁÑEZ:
Sólo con no ser celosa
saca este pleito de duda
CASILDA:
No me deis vos ocasión,
que en mi vida tendré celos.
PERIBÁÑEZ:
Por mi no sabréis qué son.
INÉS:
Dicen que al amor los cielos
le dieron esta pensión.
CURA:
Sentaos, y alegrad el día
en que sois uno los dos.
PERIBÁÑEZ:
Yo tengo harta alegría
en ver que me ha dado Dios
tan hermosa compañía.
CURA:
Bien es que a Dios se atribuya,
que en el reino de Toledo
no hay cara como la suya.
CASILDA:
Si con amor pagar puedo,
esposo, la afición tuya,
de lo que debiendo quedas
me estás en obligación.
PERIBÁÑEZ:
Casilda, mientras no puedas
excederme en afición,
no con palabras me excedas.
Toda esta villa de Ocaña
poner quisiera a tus pies,
y aun todo aquello que baña
Tajo hasta ser portugués,
entrando en el mar de España.
El olivar más cargado
de aceitunas me parece
menos hermoso, y el prado
que por el mayo florece,
sólo del alba pisado.
No hay camuesa que se afeite
que no te rinda ventaja,
ni rubio y dorado aceite
conservado en la tinaja,
que me cause más deleite.
Ni el vino blanco imagino
de cuarenta años tan fino
como tu boca olorosa,
que como al señor la rosa
le güele al villano el vino.
Cepas que en diciembre arranco
y en octubre dulce mosto,
ni mayo de lluvias franco,
ni por los fines de agosto
la parva de trigo blanco,
igualan a ver presente
en mi casa un bien, que ha sido
prevención más excelente
para el invierno aterido
y para el verano ardiente.
PERIBÁÑEZ:
Contigo, Casilda, tengo
cuanto puedo desear,
y sólo el pecho prevengo;
en él te he dado lugar,
ya que a merecerte vengo.
Vive en él; que si un villano
por la paz del alma es rey,
que tú eres reina está llano,
ya porque es divina ley,
y ya por derecho humano.
Reina, pues, que tan dichosa
te hará el cielo, dulce esposa,
que te diga quien te vea:
la ventura de la fea
pasóse a Casilda hermosa.
CASILDA:
Pues yo ¿cómo te diré
lo menos que miro en ti,
que lo más del alma fue?
Jamás en el baile oí
son que me bullese el pie,
que tal placer me causase
cuando el tamboril sonase,
por más que el tamborilero
chíllase con el guarguero
y con el palo tocase.
En mañana de San Juan
nunca más placer me hicieron
la verbena y arrayán,
ni los relinchos me dieron
el que tus voces me dan.
¿Cuál adufe bien templado,
cuál salterio te ha igualado?
¿Cuál pendón de procesión,
con sus borlas y cordón,
a tu sombrero chapado?
No hay pies con zapatos nuevos
como agradan tus amores;
eres entre mil mancebos
hornazo en Pascua de Flores
con sus picos y sus huevos.
Pareces en verde prado
toro bravo y rojo echado;
pareces camisa nueva,
que entre jazmines se lleva
en azafate dorado.
Pareces cirio pascual
y mazapán de bautismo,
con capillo de cendal,
y paréceste a ti mismo,
porque no tienes igual.
CURA:
Ea, bastan los amores,
que quieren estos mancebos
bailar y ofrecer.
PERIBÁÑEZ:
Señores,
pues no sois en amor nuevos,
perdón.
MÚSICO:
Ama hasta que adores. Canten y danzan
"Dente parabienes
el mayo garrido,
los alegres campos,
las fuentes y ríos.
Alcen las cabezas
los verdes alisos,
y con frutos nuevos
almendros floridos.
Echen las mañanas,
después del rocío,
en espadas verdes
guarnición de lirios.
Suban los ganados
por el monte mismo
que cubrió la nieve,
a pacer tomillos."
MÚSICO:
Folia
"Y a los nuevos desposados
eche Dios su bendición;
parabién les den los prados,
pues hoy para en uno son." Vuelva a danzar
"Montañas heladas
y soberbios riscos,
antiguas encinas
y robustos pinos,
dad paso a las aguas
en arroyos limpios,
que a los valles bajan
de los hielos fríos.
Canten ruiseñores,
y con dulces silbos
sus amores cuenten
a estos verdes mirtos.
Fabriquen las aves
con nuevo artificio
para sus hijuelos
amorosos nidos." Folia
"Y a los nuevos desposados
eche Dios su bendicion;
parabien les den los prados,
pues hoy para en uno son."
Hagan gran ruido y
entre BARTOLO, labrador
CURA:
¿Qué es aquello?
BARTOLO:
¿No lo veis
en la grita y el ruido?
CURA:
¿Mas que el novillo han traído?
BARTOLO:
¿Cómo un novillo? Y aun tres.
Pero el tiznado que agora
traen del campo, ¡voto al sol,
que tiene brío español!
No se ha encintado en una hora.
Dos vueltas ha dado a Bras,
que ningún italiano
se ha vido andar tan liviano
por la maroma jamás.
A la yegua de Antón Gil,
del verde recién sacada,
por la panza desgarrada
se le mira el perejil.
No es de burlas, que a Tomás,
quitándole los calzones,
no ha quedado en opiniones,
aunque no barbe jamás.
El nueso Comendador,
señor de Ocaña y su tierra,
bizarro a picarle cierra,
más gallardo que un azor.
¡Juro a mi, si no tuviera
cintero el novillo!
CURA:
¿Aquí
no podrá entrar?
BARTOLO:
Antes si.
CURA:
Pues, Pedro, de esa manera,
allá me subo al terrado.
COSTANZA:
Dígale alguna oración,
que ya ve que no es razón
irse, señor licenciado.
CURA:
Pues oración ¿a qué fin?
COSTANZA:
¿A qué fin? De resistillo.
CURA:
Engáñaste, que hay novillo
que no entiende bien latín.
Éntrese
COSTANZA:
Al terrado va sin duda.
La grita creciendo va.
Voces
INÉS:
Todas iremos allá,
que, atado, al fin, no se muda.
BARTOLO:
Es verdad, que no es posible
que más que la soga alcance.
Vanse
PERIBÁÑEZ:
¿Tú quieres que intente un lance?
CASILDA:
¡Ay no, mi bien, que es terrible!
PERIBÁÑEZ:
Aunque más terrible sea,
de los cuernos le asiré,
y en tierra con éI daré,
por que mi valor se vea.
CASILDA:
No conviene a tu decoro
el día que te has casado,
ni que un recién desposado
se ponga en cuernos de un toro.
PERIBÁÑEZ:
Si refranes considero,
dos me dan gran pesadumbre;
que a la cárcel, ni aun por lumbre,
y de cuernos, ni aun tintero.
Quiero obedecer.
Ruido dentro
CASILDA:
¡Ay Dios!
¿Qué es esto? Dentro
¡Que gran desdicha!
CASILDA:
Algún mal hizo por dicha.
PERIBÁÑEZ:
¿Cómo, estando aquí los dos?
BARTOLO vuelve
BARTOLO:
¡Oh, que nunca le trujeran,
pluguiera al cielo, del soto!
A la fe, que no se alaben
de aquesta fiesta los mozos.
Oh, mal hayas, el novillo!
¡Nunca en el abril llovioso
halles yerba en verde prado,
más que si fuera en agosto;
siempre te venza el contrario
cuando estuvieres celoso,
y por los bosques bramando,
halles secos los arroyos;
mueras en manos del vulgo,
a pura garrocha, en coso;
no te mate caballero
con lanza o cuchillo de oro;
mal lacayo por detrás,
con el acero mohoso,
te haga sentar por fuerza,
y manchar en sangre el polvo!
PERIBÁÑEZ:
Repórtate ya, si quieres,
y dinos lo que es, Bartolo;
que no maldijera más
Zamora a Bellido Dolfos.
BARTOLO:
El Comendador de Ocaña,
mueso señor generoso,
en un bayo que cubrían
moscas negras pecho y lomo,
mostrando por un bozal
de plata el rostro fogoso,
y lavando en blanca espuma
un tafetán verde y rojo,
pasaba la calle acaso,
y viendo correr el toro,
caló la gorra y sacó
de la capa el brazo airoso.
Vibró la vara, y las piernas
puso al bayo, que era un corzo
y al batir los acicates,
revolviendo el vulgo loco,
trabó la soga al caballo
y cayó en medio de todos.
Tan grande fue la caída,
que es el peligro forzoso.
Pero ¿qué os cuento, si aquí
le trae la gente en hombros?
El COMENDADOR entre algunos labradores;
dos lacayos de librea, MARÍN y LUJÁN;
borceguíes, capa y gorra
SANCHO:
Aquí estaba el licenciado
y lo podrán absolver.
INÉS:
Pienso que se fue a esconder.
PERIBÁÑEZ:
Sube, Bartolo, al terrado.
BARTOLO:
Voy a buscarle.
Vase
PERIBÁÑEZ:
Camina.
LUJÁN:
Por silla vamos los dos
en que llevarle, si Dios
llevársele determina.
MARÍN:
Vamos, Luján, que sospecho
que es muerto el Comendador.
LUJÁN:
El corazón de temor
me va saltando en el pecho.
Vanse
CASILDA:
Id vos, porque me parece,
Pedro, que algo vuelve en sí,
y traed agua.
PERIBÁÑEZ:
Si aquí
el Comendador muriese,
no vivo más en Ocaña.
¡Maldita la fiesta sea!
Vanse todos.
Queden CASILDA y el COMENDADOR en una
silla, y ella tomándole las manos
CASILDA:
¡Oh qué mal el mal se emplea
en quien es la flor de España!
¡Ah gallardo caballero!
¡Ah valiente lidiador!
¿Sois vos quien daba temor
con ese desnudo acero
a los moros de Granada?
¿Sois vos quien tantos mató?
¡Una soga derribó
a quien no pudo su espada!
Con soga os hiere la muerte;
mas será por ser ladrón
de la gloria y opinión
de tanto capitán fuerte.
¡Ah señor Comendador!
COMENDADOR:
¿Quién llama? ¿Quién está aquí?
CASILDA:
¡Albricias, que habló!
COMENDADOR:
¡Ay de mí!
¿Quién eres?
CASILDA:
Yo soy, señor.
No os aflijáis, que no estáis
donde no os desean más bien
que vos mismo, aunque también
quejas, mi señor, tengáis
de haber corrido aquel toro.
Haced cuenta que esta casa
aunque es vuestra hoy.
COMENDADOR:
¡Pasa
todo el humano tesoro!
Estuve muerto en el suelo,
y como ya lo creí,
cuando los ojos abrí,
pensé que estaba en el cielo.
Desengañadme, por Dios,
que es justo pensar que sea
cielo donde un hombre vea
que hay ángeles como vos.
CASILDA:
Antes por vuestras razones
podría yo presumir
que estáis cerca de morir.
COMENDADOR:
¿Cómo?
CASILDA:
Porque veis visiones.
Y advierta vueseñoría
que, si es agradecimiento
de hallarse en el aposento
desta humilde casa mía,
de hoy solamente lo es.
COMENDADOR:
¿Sois la novia, por ventura?
CASILDA:
No por ventura, si dura
y crece este mal después,
venido por mi ocasión.
COMENDADOR:
¿Que vos estáis ya casada?
CASILDA:
Casada y bien empleada.
COMENDADOR:
Pocas hermosas lo son.
CASILDA:
Pues por eso he yo tenido
la ventura de la fea.
COMENDADOR:
(¡Que un tosco villano sea (-Aparte-)
desta hermosura marido!)
¿Vuestro nombre?
CASILDA:
Con perdón,
Casilda, señor, me nombro.
COMENDADOR:
(De ver su traje me asombro (-Aparte-)
y su rara perfección:
diamante en plomo engastado.)
¡Dichoso el hombre mil veces
a quien tu hermosura ofreces!
CASILDA:
No es él el bien empleado;
yo lo soy, Comendador;
créalo su señoría.
COMENDADOR:
Aun para ser mujer mía
tenéis, Casilda, valor.
Dame licencia que pueda
regalarte.
PERIBÁÑEZ entre
PERIBÁÑEZ:
No parece
el licenciado. Si crece
el accidente...
CASILDA:
Ahí te queda,
porque ya tiene salud
don Fadrique, mi señor.
PERIBÁÑEZ:
Albricias te da mi amor.
COMENDADOR:
Tal ha sido la virtud
desta piedra celestial.
Salen MARÍN y LUJÁN,
lacayos
MARÍN:
Ya dicen que ha vuelto en sí.
LUJÁN:
Señor, la silla está aquí.
COMENDADOR:
Pues no pase del portal,
que no he menester ponerme
en ella.
LUJÁN:
¡Gracias a Dios!
COMENDADOR:
Esto que os debo a los dos,
si con salud vengo a verme,
satisfaré de manera
que conozcáis lo que siento
vuestro buen acogimiento.
PERIBÁÑEZ:
Si a vuestra salud pudiera,
señor, ofrecer la mía,
no lo dudéis.
COMENDADOR:
Yo Io creo.
LUJÁN:
¿Qué sientes?
COMENDADOR:
Un gran deseo
que cuando entré no tenía.
LUJÁN:
No lo entiendo.
COMENDADOR:
Importa poco.
LUJÁN:
Yo hablo de tu caída.
COMENDADOR:
En peligro está mi vida
por un pensamiento loco.
Váyanse;
queden CASILDA y PERIBÁÑEZ
PERIBÁÑEZ:
Parece que va mejor.
CASILDA:
Lástima, Pedro, me ha dado.
PERIBÁÑEZ:
Por mal agüero he tomado
que caiga el Comendador.
¡Mal haya la fiesta, amén,
el novillo y quien le ató!
CASILDA:
No es nada, luego me habló.
Antes lo tengo por bien,
por que nos haga favor
si ocasión se nos ofrece.
PERIBÁÑEZ:
Casilda, mi amor merece
satisfacción de mi amor.
Ya estamos en nuestra casa,
su dueño y mío has de ser;
ya sabes que la mujer
para obedecer se casa,
que así se lo dijo Dios
en el principio del mundo;
que en eso estriba, me fundo,
la paz y el bien de los dos.
Espero amores de ti
que has de hacer gloria mi pena.
CASILDA:
¿Qué ha de tener para buena
una mujer?
PERIBÁÑEZ:
Oye.
CASILDA:
Di.
PERIBÁÑEZ:
Amar y honrar su marido
es letra de este abecé,
siendo buena por la B,
que es todo el bien que te pido.
Haráte cuerda la C,
la D dulce, y entendida
la E, y la F en la vida
firme, fuerte y de gran fe.
La G grave, y para honrada
la H, que con la I
te hará ilustre, si de ti
queda mi casa ilustrada.
Limpia serás por la L,
y por la M maestra
de tus hijos, cual lo muestra
quien de sus vicios se duele.
La N te enseña un no
a solicitudes locas,
que éste no, que aprenden pocas,
está en la N y la O.
La P te hará pensativa,
la Q bien quista, la R
con tal razón que destierre
toda locura excesiva.
Solicita te ha de hacer
de mi regalo la S,
la T tal que no pudiese
hallarse mejor mujer.
La V te hará verdadera,
la X buena cristiana,
letra que en la vida humana
has de aprender la primera.
Por la Z has de guardarte
de ser zelosa, que es cosa
que nuestra paz amorosa
puede, Casilda, quitarte.
Aprende este canto llano,
que con aquesta cartilla,
tú serás flor de la villa,
y yo el mas noble villano.
CASILDA:
Estudiaré, por servirte,
las letras de ese abecé;
pero dime si podré
otro, mi Pedro, decirte,
si no es acaso licencia.
PERIBÁÑEZ:
Antes yo me huelgo. Di,
que quiero aprender de ti.
CASILDA:
Pues escucha, y ten paciencia.
La primera letra es A,
que altanero no has de ser;
por la B no me has de hacer
burla para siempre ya.
La C te hará compañero
en mis trabajos; la D
dadivoso, por la fe
con que regalarte espero.
La F de fácil trato,
la G galán para mi,
la H honesto, y la I
sin pensamiento de ingrato.
Por la L liberal,
y por la M el mejor
marido que tuvo amor,
porque es el mayor caudal.
Por la N no serás
necio, que es fuerte castigo;
por la O sólo conmigo
todas las horas tendrás.
Por la P me has de hacer obras
de padre; porque quererme
por la Q, será ponerme
en la obligación que cobras.
Por la R regalarme,
y por la S servirme,
por la T tenerte firme,
por la V verdad tratarme,
por la X con abiertos
brazos imitarla ansí, Abrázale
y como estamos aquí
estemos después de muertos.
PERIBÁÑEZ:
Yo me ofrezco, prenda mía,
a saber este abecé.
¿Quieres más?
CASILDA:
Mi bien no sé
si me atreva el primer día
a pedirte un gran favor.
PERIBÁÑEZ:
Mi amor se agravia de ti.
CASILDA:
¿Cierto?
PERIBÁÑEZ:
Sí.
CASILDA:
Pues oye.
PERIBÁÑEZ:
Di
cuánto se obliga mi amor.
CASILDA:
El día de la Asunción
se acerca; tengo deseo
de ir a Toledo, y creo
que no es gusto, es devoción
de ver la imagen también
del Sagrario, que aquel día
sale en procesión.
PERIBÁÑEZ:
La mía
es tu voluntad, mi bien.
Tratemos de la partida.
CASILDA:
Ya por la G me pareces
galán; tus manos mil veces
beso.
PERIBÁÑEZ:
A tus primas convida,
y vaya un famoso carro.
CASILDA:
¿Tanto me quieres honrar?
PERIBÁÑEZ:
Allá te pienso comprar.
CASILDA:
Dilo.
PERIBÁÑEZ:
...un vestido bizarro.
Éntrense.
Salga el COMENDADOR y LEONARDO, criado
COMENDADOR:
Llámame, Leonardo, presto
a Luján.
LEONARDO:
Ya le avisé,
pero estaba descompuesto.
COMENDADOR:
Vuelve a llamarle.
LEONARDO:
Yo iré.
COMENDADOR:
Parte.
LEONARDO:
(¿En qué ha de parar esto? (-Aparte-)
Cuando se siente mejor,
tiene más melancolía,
y se queja sin dolor.
Sospiros al aire envía:
¡mátenme si no es amor!)
Váyase
COMENDADOR:
Hermosa labradora,
más bella, más lucida
que ya del sol vestida
la colorada aurora;
sierra de blanca nieve
que los rayos de amor vencer se atreve:
parece que cogiste
con esas blancas manos
en los campos lozanos
que el mayo adorna y viste
cuantas flores agora
Céfiro engendra en el regazo a Flora.
Yo vi los verdes prados
llamar tus plantas bellas
por florecer con ellas,
de su nieve pisados,
y vi de tu labranza
nacer al corazón verde esperanza.
¡Venturoso el villano
que tal agosto ha hecho
del trigo de tu pecho
con atrevida mano,
y que con blanca barba
verá en sus eras de tus hijos parva!
Para tan gran tesoro
de fruto sazonado
el mismo sol dorado
te preste el carro de oro,
o el que forman estrellas,
pues las del norte no serán tan bellas.
Por su azadón trocara
mi dorada cuchilla,
a Ocaña tu casilla,
casa en que el sol repara.
¡Dichoso tú, que tienes
en la troj de tu lecho tantos bienes!
Entre LUJÁN
LUJÁN:
Perdona, que estaba el bayo
necesitado de mí.
COMENDADOR:
Muerto estoy, matóme un rayo;
aún dura, Luján, en mí
la fuerza de aquel desmayo.
LUJÁN:
¿Todavía persevera,
y aquella pasión te dura?
COMENDADOR:
Como va el fuego a su esfera,
el alma a tanta hermosura
sube cobarde y ligera.
Si quiero, Luján, hacerme
amigo deste villano,
donde el honor menos duerme
que en el sutil cortesano,
¿qué medio puede valerme?
¿Será bien decir que trato
de no parecer ingrato
al deseo que mostró,
hacerle algún bien?
LUJÁN:
Si yo
quisiera bien, con recato,
quiero decir, advertido
de un peligro conocido,
primero que a la mujer,
solicitara tener
la gracia de su marido.
Éste, aunque es hombre de bien
y honrado entre sus iguales,
se descuidará también
si le haces obras tales,
como por otros se ven.
Que hay marido que, obligado,
procede más descuidado
en la guarda de su honor:
que la obligación, señor,
descuida el mayor cuidado.
COMENDADOR:
¿Qué le daré por primeras
señales?
LUJÁN:
Si consideras
lo que un labrador adulas,
será darle un par de mulas
más que si a Ocaña le dieras.
Éste es el mayor tesoro
de un labrador. Y a su esposa,
unas arracadas de oro;
que con Angélica hermosa
esto escriben de Medoro:
Reinaldo fuerte en roja sangre bana
por Angélica el campo de Agramante;
Roldán valiente, gran señor de Anglante,
cubre de cuerpos la marcial campana;
la furia Malgesí del cetro engaña;
sangriento corre el fiero Sacripante;
cuanto le pone la ocasión delante,
derriba al suelo Ferragut de España.
Mas, mientras los gallardos paladines
armados tiran tajos y reveses,
presentóle Medoro unos chapines,
y entre unos verdes olmos y cipreses
gozó de amor los regalados fines,
y la tuvo por suya trece meses.
COMENDADOR:
No pintó mal el poeta
lo que puede el interés.
LUJÁN:
Ten por opinión discreta
la del dar, porque al fin es
la más breve y más secreta.
Los servicios personales
son vistos públicamente
y dan del amor señales.
El interés diligente
que negocia por metales,
dicen que lleva los pies
todos envueltos en lana.
COMENDADOR:
¡Pues alto, venza interés!
LUJÁN:
Mares y montañas allana
y tú lo verás después.
COMENDADOR:
Desde que fuiste conmigo,
Luján, al Andalucía,
y fui en la guerra testigo
de tu honra y valentía,
huelgo de tratar contigo
todas las cosas que son
de gusto y secreto, a efeto
de saber tu condición;
que un hombre de bien discreto
es digno de estimación
en cualquier parte o lugar
que le ponga su fortuna;
y yo te pienso mudar
deste oficio.
LUJÁN:
Si en alguna
cosa te puedo agradar,
mándame, y verás mi amor,
que yo no puedo, señor,
ofrecerte otras grandezas.
COMENDADOR:
Sácame destas tristezas.
LUJÁN:
Este es el medio mejor.
COMENDADOR:
Pues vamos, y buscarás
el par de mulas más bello
que él haya visto jamás.
LUJÁN:
Ponles ese yugo al cuello,
que antes de un hora verás
arar en su pecho fiero
surcos de afición, tributo
de que tu cosecha espero;
que en trigo de amor, no hay fruto
si no se siembra dinero.
Váyanse.
Salen INÉS, COSTANZA Y CASILDA
CASILDA:
No es tarde para partir
INÉS:
El tiempo es bueno y es llano
todo el camino.
COSTANZA:
En verano
suelen muchas veces ir
en diez horas, y aun en menos.
¿Qué galas llevas, Inés?
INÉS:
Pobres y el talle que ves.
COSTANZA:
Yo llevo unos cuerpos llenos
de pasamanos de plata.
INÉS:
Desabrochado el sayuelo,
salen bien.
CASILDA:
De terciopelo
sobre encarnada escarlata
los pienso llevar, que son
galas de mujer casada.
COSTANZA:
Una basquiña prestada
me daba Inés, la de Antón.
Era palmilla gentil
de Cuenca, si allá se teje,
y obligame a que la deje
Menga, la de Blasco Gil,
porque dice que el color
no dice bien con mi cara.
INÉS:
Bien sé yo quién te prestara
una faldilla mejor.
COSTANZA:
¿Quién?
INÉS:
Casilda.
CASILDA:
Si tú quieres,
la de grana blanca es buena,
o la verde, que está llena
de vivos.
COSTANZA:
Liberal eres
y bien acondicionada;
mas si Pedro ha de reñir,
no te la quiero pedir,
y guárdete Dios, casada.
CASILDA:
No es Peribáñez, Costanza,
tan mal acondicionado.
INÉS:
¿Quiérete bien tu velado?
CASILDA:
¿Tan presto temes mudanza?
No hay en esta villa toda
novios de placer tan ricos;
pero aún comemos los picos
de las roscas de la boda.
INÉS:
¿Dícete muchos amores?
CASILDA:
No sé yo cuáles son pocos;
sé que mis sentidos locos
lo están de tantos favores.
Cuando se muestra el lucero,
viene del campo mi esposo
de su cena deseoso;
siéntele el alma primero,
y salgo a abrille la puerta,
arrojando el almohadilla,
que siempre tengo en la villa
quien mis labores concierta.
Él de la mula se arroja,
y yo me arrojo en sus brazos;
tal vez de nuestros abrazos
la bestia hambrienta se enoja
y, sintiéndola gruñir,
dice: En dándole la cena
al ganado, cara buena,
volverá Pedro a salir.
Mientras él paja les echa,
ir por cebada me manda;
yo la traigo, el la zaranda
y deja la que aprovecha.
CASILDA:
Revuélvela en el pesebre,
y allí me vuelve a abrazar,
que no hay tan bajo lugar
que el amor no le celebre.
Salimos donde ya está
dándonos voces la olla,
porque el ajo y la cebolla,
fuera del olor que da
por toda nuestra cocina,
tocan a la cobertera
el villano de manera
que a bailalle nos inclina.
Sácola en limpios manteles,
no en plata, aunque yo quisiera;
platos son de Talavera,
que están vertiendo claveles.
Aváhole su escodilla
de sopas con tal primor,
que no la come mejor
el señor de muesa villa;
y él lo paga, porque a fe,
que apenas bocado toma,
de que, como a su paloma,
lo que es mejor no me dé.
Bebe y deja la mitad,
bébole las fuerzas yo,
traigo olivas, y si no,
es postre la voluntad.
Acabada la comida,
puestas las manos los dos,
dámosle gracias a Dios
por la merced recibida,
y vámonos a acostar,
donde le pesa al aurora
cuando se llega la hora
de venirnos a llamar.
INÉS:
¡Dichosa tú, casadilla,
que en tan buen estado estás!
Ea, ya no falta más
sino salir de la villa.
Entre PERIBÁÑEZ
CASILDA:
¿Esta el carro aderezado?
PERIBÁÑEZ:
Lo mejor que puede está.
CASILDA:
Luego ¿pueden subir ya?
PERIBÁÑEZ:
Pena, Casilda, me ha dado
el ver que el carro de Bras
lleva alfombra y repostero.
CASILDA:
Pídele a algún caballero.
INÉS:
Al Comendador podrás.
PERIBÁÑEZ:
El nos mostraba afición,
y pienso que nos le diera.
CASILDA:
¿Qué se pierde en ir?
PERIBÁÑEZ:
Espera,
que a la fe que no es razón
que vaya sin repostero.
INÉS:
Pues vámonos a vestir.
CASILDA:
También le puedes pedir.
PERIBÁÑEZ:
¿Qué, mi Casilda?
CASILDA:
...un sombrero.
PERIBÁÑEZ:
Eso no.
CASILDA:
¿Por qué? ¿Es exceso?
PERIBÁÑEZ:
Porque plumas de señor
podrán darnos por favor
a ti viento y a mi peso.
Vanse todos.
Entre el COMENDADOR, y LUJÁN
COMENDADOR:
Ellas son con extremo.
LUJÁN:
Yo no he visto
mejores bestias, por tu vida y mía,
en cuantas he tratado, y no son pocas.
COMENDADOR:
Las arracadas faltan.
LUJÁN:
Dijo el dueño
que cumplen a estas yerbas los tres años,
y costaron lo mismo que le diste,
habrá un mes, en la feria de Mansilla,
y que saben muy bien de albarda y silla.
COMENDADOR:
¿De qué manera, di, Luján, podremos
darlas a Peribáñez, su marido,
que no tenga malicia en mi propósito?
LUJÁN:
Llamándole a tu casa, y previniéndole
de que estás a su amor agradecido.
Pero cáusame risa en ver que hagas
tu secretario en cosas de tu gusto
un hombre de mis prendas.
COMENDADOR:
No te espantes;
que sirviendo mujer de humildes prendas,
es fuerza que lo trate con las tuyas.
Si sirviera una dama, hubiera dado
parte a mi secretario o mayordomo,
o a algunos gentilhombres de mi casa.
Estos hicieran joyas y buscaran
cadenas de diamantes, brincos, perlas,
telas, rasos, damascos, terciopelos,
y otras cosas extrañas y exquisitas,
hasta en Arabia procurar la fénix;
pero la calidad de lo que quiero
me obliga a darte parte de mis cosas,
Luján, aunque eres mi lacayo; mira
que para comprar mulas eres propio,
de suerte que yo trato el amor mío
de la manera misma que él me trata.
LUJÁN:
Ya que no fue tu amor, señor, discreto,
el modo de tratarle lo parece.
Entre LEONARDO
LEONARDO:
Aquí está Peribáñez.
COMENDADOR:
¿Quién, Leonardo?
LEONARDO:
Peribáñez, señor.
COMENDADOR:
¿Qué es lo que dices?
LEONARDO:
Digo que me pregunta Peribáñez
por ti, y yo pienso bien que le conoces.
Es Peribánez, labrador de Ocaña,
cristiano viejo y rico, hombre tenido
en gran veneración de sus iguales,
y que, si se quisiese alzar agora
en esta villa, seguirán su nombre
cuantos salen al campo con su arado,
porque es, aunque villano, muy honrado.
LUJÁN:
¿De qué has perdido el color?
COMENDADOR:
¡Ay cielos!
¡Que de sólo venir el que es esposo
de una mujer que quiero bien, me sienta
descolorir, helar y temblar todo!
LUJÁN:
Luego ¿no ternás ánimo de verle?
COMENDADOR:
Di que entre, que del modo que a quien ama,
la calle, las ventanas y las rejas
agradables le son, y en las criadas
parece que ve el rostro de su dueño,
así pienso mirar en su marido
la hermosura por quien estoy perdido.
Sale PERIBÁÑEZ con capa
PERIBÁÑEZ:
Dame tus generosos pies.
COMENDADOR:
¡Oh Pedro!
Seas mil veces bien venido. Dame
otras tantas tus brazos.
PERIBÁÑEZ:
¡Señor mío!
¡Tanta merced a un rústico villano
de los menores que en Ocaña tienes!
¡Tanta merced a un labrador!
COMENDADOR:
No eres
indigno, Peribáñez, de mis brazos,
que, fuera de ser hombre bien nacido,
y por tu entendimiento y tus costumbres
honra de los vasallos de mi tierra,
te debo estar agradecido, y tanto,
cuanto ha sido por ti tener la vida,
que pienso que sin ti fuera perdida.
¿Qué quieres de esta casa?
PERIBÁÑEZ:
Señor mío,
yo soy, ya lo sabrás, recién casado.
Los hombres, y de bien, cual lo profeso,
hacemos, aunque pobres, el oficio
que hicieron los galanes de palacio.
Mi mujer me ha pedido que la lleve
a la fiesta de agosto, que en Toledo
es, como sabes, de su santa iglesia
celebrada de suerte que convoca
a todo el reino. Van también sus primas.
Yo, señor, tengo en casa pobres sargas,
no franceses tapices de oro y seda,
no reposteros con doradas armas,
ni coronados de blasón y plumas
los timbres generosos; y así, vengo
a que se digne vuestra señoría
de prestarme una alfombra y repostero
para adornar el carro, y le suplico
que mi ignorancia su grandeza abone,
y como enamorado me perdone.
COMENDADOR:
¿Estás contento, Peribáñez?
PERIBÁÑEZ:
Tanto,
que no trocara a este sayal grosero
la encomienda mayor que el pecho cruza
de vuestra señoría, porque tengo
mujer honrada, y no de mala cara,
buena cristiana, humilde, y que me quiere
no sé si tanto como yo la quiero,
pero con más amor que mujer tuvo.
COMENDADOR:
Tenéis razón de amar a quien os ama,
por ley divina y por humanas leyes;
que a vos eso os agrada como vuestro.
¡Hola! Dalde el alfombra mequinesa
con ocho reposteros de mis armas,
y pues hay ocasión para pagarle
el buen acogimiento de su casa,
adonde hallé la vida, las dos mulas
que compré para el coche de camino,
y a su esposa llevad las arracadas,
si el platero las tiene ya acabadas.
PERIBÁÑEZ:
Aunque bese la tierra, señor mío,
en tu nombre mil veces, no te pago
una mínima parte de las muchas
que debo a las mercedes que me haces.
Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos,
desde hoy somos esclavos de tu casa.
COMENDADOR:
Ve, Leonardo, con él.
LEONARDO:
Vente conmigo.
Vanse
COMENDADOR:
Luján, ¿qué te parece?
LUJÁN:
Que se viene
la ventura a tu casa.
COMENDADOR:
Escucha aparte:
el alazán al punto me adereza,
que quiero ir a Toledo rebozado,
porque me lleva el alma esta villana.
LUJÁN:
¿Seguirla quieres?
COMENDADOR:
Sí, pues me persigue,
por que este ardor con verla se mitigue.
Váyanse.
Entren con acompañamiento el
rey ENRIQUE y el CONDESTABLE
CONDESTABLE:
Alegre está la ciudad,
y a servirte apercibida,
con la dichosa venida
de tu sacra majestad.
Auméntales el placer
ser víspera de tal día.
ENRIQUE:
El deseo que tenía
me pueden agradecer.
Soy de su rara hermosura
el mayor apasionado.
CONDESTABLE:
Ella, en amor y en cuidado,
notablemente procura
mostrar agradecimiento.
ENRIQUE:
Es octava maravilla,
es corona de Castilla,
es su lustre y ornamento;
es cabeza, Condestable,
de quien los miembros reciben
vida, con que alegres viven;
es a la vista admirable.
Como Roma, está sentada
sobre un monte que ha vencido
los siete por quien ha sido
tantos siglos celebrada.
Salgo de su santa iglesia
con admiración y amor.
CONDESTABLE:
Este milagro, señor,
vence al antiguo de Efesia.
¿Piensas hallarte mañana
en la procesión?
ENRIQUE:
Iré,
para ejemplo de mi fe,
con la imagen soberana,
que la querría obligar
a que rogase por mí
en esta jornada.
Un PAJE entre
PAJE:
Aquí
tus pies vienen a besar
dos regidores, de parte
de su noble ayuntamiento.
ENRIQUE:
Di que lleguen.
Salen dos REGIDORES
REGIDOR:
Esos pies
besa, gran señor, Toledo
y dice que, para darte
respuesta con breve acuerdo
a lo que pides, y es justo,
de la gente y el dinero,
junto sus nobles, y todos,
de común consentimiento,
para la jornada ofrecen
mil hombres de todo el reino
y cuarenta mil ducados.
ENRIQUE:
Mucho a Toledo agradezco
el servicio que me hace;
pero es Toledo en efeto.
¿Sois caballeros los dos?
REGIDOR:
Los dos somos caballeros .
ENRIQUE:
Pues hablad al Condestable
mañana, por que Toledo
vea que en vosotros pago
la que a su nobleza debo.
Entren INÉS y COSTANZA y CASILDA
con sombreros de borlas y vestidos
de labradoras a uso de la Sagra y
PERIBÁÑEZ y el COMENDADOR, de camino, detrás
INÉS:
Pardiez, que tengo de verle,
pues hemos venido a tiempo
que está el Rey en la ciudad.
COSTANZA:
¡Oh qué gallardo mancebo!
INÉS:
Este llaman don Enrique
Tercero.
CASILDA:
¡Qué buen tercero!
PERIBÁÑEZ:
Es hijo del Rey don Juan
el Primero, y así, es nieto
del Segundo don Enrique,
el que mató al Rey don Pedro,
que fue Guzmán por la madre,
y valiente caballero;
aunque más lo fue el hermano,
pero, cayendo en el suelo,
valióse de la fortuna,
y de los brazos asiendo,
a Enrique le dio la daga,
que agora se ha vuelto cetro.
INÉS:
¿Quién es aquél tan erguido
que habla con él?
PERIBÁÑEZ:
Cuando menos
el Condestable.
CASILDA:
¿Que son
los reyes de carne y hueso?
COSTANZA:
Pues ¿de qué pensabas tú?
CASILDA:
De damasco o terciopelo.
COSTANZA:
¡Si que eres boba en verdad!
COMENDADOR:
(Como sombra voy siguiendo (-Aparte-)
el sol de aquesta villana,
y con tanto atrevimiento,
que de la gente del Rey
el ser conocido temo.
Pero ya se va al alcázar.)
Vase el rey y su gente
INÉS:
¡Hola! El Rey se va.
COSTANZA:
Tan presto,
que aún no he podido saber
si es barbirrubio o taheño.
INÉS:
Los reyes son a la vista,
Costanza, por el respeto,
imágenes de milagros,
porque siempre que los vemos,
de otra color nos parecen.
LUJÁN entre con Un PINTOR
LUJÁN:
Aquí está.
PINTOR:
¿Cuál dellos?
LUJÁN:
¡Quedo!
Señor, aquí está el pintor.
COMENDADOR:
¡Oh amigo!
PINTOR:
A servirte vengo.
COMENDADOR:
¿Traes el naipe y colores?
PINTOR:
Sabiendo tu pensamiento,
colores y naipe traigo.
COMENDADOR:
Pues con notable secreto,
de aquellas tres labradoras
me retrata la de en medio,
luego que en cualquier lugar
tomen con espacio asiento.
PINTOR:
Que será dificultoso
temo, pero yo me atrevo
a que se parezca mucho.
COMENDADOR:
Pues advierte lo que quiero.
Si se parece en el naipe,
deste retrato pequeño
quiero que hagas uno grande
con más espacio en un lienzo.
PINTOR:
¿Quiéresle entero?
COMENDADOR:
No tanto;
basta que de medio cuerpo,
mas con las mismas patenas,
sartas, camisa y sayuelo.
LUJÁN:
Allí se sientan a ver
la gente.
PINTOR:
Ocasión tenemos.
Yo haré el retrato.
PERIBÁÑEZ:
Casilda,
tomemos aqueste asiento
para ver las luminarias.
INÉS:
Dicen que al ayuntamiento
traerán bueyes esta noche.
CASILDA:
Vamos, que aquí los veremos
sin peligro y sin estorbo.
COMENDADOR:
Retrata, pintor, al cielo
todo bordado de nubes,
y retrata un prado ameno
todo cubierto de flores.
PINTOR:
Cierto que es bella en extremo.
LUJÁN:
Tan bella que está mi amo
todo cubierto de vello,
de convertido en salvaje.
PINTOR:
La luz faltará muy presto.
COMENDADOR:
No lo temas, que otro sol
tiene en sus ojos serenos,
siendo estrellas para ti,
para mi rayos de fuego.