Peribáñez y el comendador de OcañaPeribáñez y el comendador de OcañaFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
Salen el COMENDADOR y LEONARDO
COMENDADOR:
Cuéntame, Leonardo, breve
lo que ha pasado en Toledo.
LEONARDO:
Lo que referirte puedo,
puesto que a ceñirlo pruebe
en las más breves razones,
quiere más paciencia.
COMENDADOR:
Advierte
que soy un sano a la muerte,
y qué remedios me pones.
LEONARDO:
El rey Enrique el Tercero,
que hoy Justiciero llaman,
porque Catón y Aristides
en la equidad no le igualan,
el año de cuatrocientos
y seis sobre mil estaba
en la villa de Madrid,
donde le vinieron cartas,
que, quebrándole las treguas
el rey moro de Granada,
no queriéndole volver
por promesas y amenazas
el castillo de Ayamonte,
ni menos pagarle parias,
determinó hacerle guerra;
y para que la jornada
fuese como convenía
a un rey el mayor de España,
y le ayudasen sus deudos
de Aragón y de Navarra,
juntó cortes en Toledo,
donde al presente se hallan
prelados y caballeros,
villas y ciudades varias.
LEONARDO:
Digo sus procuradores,
donde en su real alcázar
la disposición de todo
con justos acuerdos tratan
el obispo de Sigüenza,
que la insigne iglesia santa
rige de Toledo agora,
porque está su silla vaca
por la muerte de don Pedro
Tenorio, varón de fama;
el obispo de Palencia,
don Sancho de Rojas, clara
imagen de sus pasados,
y que el de Toledo aguarda;
don Pablo el de Cartagena,
a quien ya a Burgos señalan;
el gallardo don Fadrique,
hoy conde de Trastamara,
aunque ya duque de Arjona
toda la corte le llama,
y don Enrique Manuel,
primos del rey, que bastaban,
no de Granada, de Troya
ser incendio sus espadas;
LEONARDO:
Ruy López de Ávalos, grande
por la dicha y por las armas,
Condestable de Castilla,
alta gloria de su casa,
el Camarero mayor
del Rey, por sangre heredada
y virtud propia, aunque tiene
también de quién heredarla,
por Juan de Velasco digo,
digno de toda alabanza;
don Diego López de Estúñiga,
que Justicia mayor llaman;
y el mayor Adelantado
de Castilla, de quien basta
decir que es Gómez Manrique,
de cuyas historias largas
tienen Granada y Castilla
cosas tan raras y extrañas;
los oidores del Audiencia
del Rey y que el reino amparan:
Pero Sánchez del Castillo,
Rodríguez de Salamanca,
Periáñez...
COMENDADOR:
Detente.
Qué Periáñez? Aguarda,
que la sangre se me hiela
con ese nombre.
LEONARDO:
Oh qué gracia!
Háblote de los oidores
del Rey y del que se llama
Peribáñez, imaginas
que es el labrador de Ocaña.
COMENDADOR:
Si hasta agora te pedía
la relación y la causa
la jornada del Rey,
ya no me atrevo a escucharla.
Eso todo se resuelve
en que el Rey hace jornada
con lo mejor de Castilla
a las fronteras que guardan,
con favor del granadino,
los que le niegan las parias?
LEONARDO:
Eso es todo.
COMENDADOR:
Pues advierte
no lo que me es de importancia
que mientras fuiste a Toledo
tuvo ejecución la traza.
Con Peribáñez hablé,
y le dije que gustaba
de nombrarle capitán
de cien hombres de labranza,
y que se pusiese a punto.
Parecióle que le honraba,
como es verdad, a no ser
honra aforrada en infamia.
Quiso ganarla en efeto,
gastó su hacendilla en galas,
y sacó su compañía
ayer, Leonardo, a la plaza,
hoy, según Luján me ha dicho,
con ella a Toledo marcha.
LEONARDO:
Buena te deja a Casilda,
tan villana y tan ingrata
como siempre!
COMENDADOR:
Sí, mas mira
que amor en ausencia larga
hará el efeto que suele
en piedra el curso del agua.
Tocan cajas
LEONARDO:
¿Pero qué cajas son éstas?
COMENDADOR:
No dudes que son sus cajas.
Tu alférez trae los hidalgos.
Toma, Leonardo, tus armas,
por que mejor le engañemos,
para que a la vista salgas
también con tu compañía.
LEONARDO:
Ya llegan. Aquí me aguarda.
Vase Leonardo.
Sale una compañía de labradores,
armados graciosamente, y detrás
PERIBÁÑEZ con espada y daga
PERIBÁÑEZ:
No me quise despedir
sin ver a su señoría.
COMENDADOR:
Estimo la cortesía.
PERIBÁÑEZ:
Yo os voy, señor, a servir.
COMENDADOR:
Decid al Rey mi señor.
PERIBÁÑEZ:
Al Rey y a vos...
COMENDADOR:
Está bien.
PERIBÁÑEZ:
...que al Rey es justo, y también
a vos, por quien tengo honor;
que yo, cuándo mereciera
ver mi azadón y gabán
con nombre de capitán,
con jineta y con bandera
del Rey, a cuyos oídos
mi nombre llegar no puede
porque su estatura excede
todos mis cinco sentidos?
Guárdeos muchos años Dios.
COMENDADOR:
Y os traiga, Pedro, con bien.
PERIBÁÑEZ:
Vengo bien vestido?
COMENDADOR:
Bien.
No hay diferencia en los dos.
PERIBÁÑEZ:
Sola una cosa querría.
No sé si a vos os agrada.
COMENDADOR:
Decid, a ver.
PERIBÁÑEZ:
Que la espada
me ciña su señoría,
para que ansí vaya honrado.
COMENDADOR:
Mostrad, haréos caballero,
que de esos bríos espero,
Pedro, un valiente soldado.
PERIBÁÑEZ:
Pardiez, señor, hela aquí!
Cíñamela su mercé.
COMENDADOR:
Esperad, os la pondré,
por que la llevéis por mí.
BELARDO:
Híncate, Blas, de rodillas;
que le quieren her hidalgo.
BLAS:
Pues
quedará falto en algo?
BELARDO:
En mucho, si no te humillas.
BLAS:
Belardo, vos, que sois viejo,
hanle de dar con la espada?
BELARDO:
Yo de mi burra manchada,
de su albarda y aparejo
entiendo más que de armar
caballeros de Castilla.
COMENDADOR:
Ya os he puesto la cuchilla.
PERIBÁÑEZ:
Qué falta agora?
COMENDADOR:
Jurar
que a Dios, supremo Señor,
y al Rey serviréis con ella.
PERIBÁÑEZ:
Eso juro, y de traella
en defensa de mi honor,
del cual, pues voy a la guerra,
adonde vos me mandáis,
ya por defensa quedáis,
como señor de esta tierra.
Mi casa y mujer, que dejo
por vos, recién desposado,
remito a vuestro cuidado
cuando de los dos me alejo.
Esto os fío, porque es más
que la vida con quien voy;
que, aunque tan seguro estoy
que no la ofendan jamás,
gusto que vos la guardéis,
y corra por vos, a efeto
de que, como tan discreto,
lo que es el honor sabéis;
que con él no se permite
que hacienda y vida se iguale,
y quien sabe lo que vale,
no es posible que le quite.
Vos me ceñistes espada,
con que ya entiendo de honor,
que antes yo pienso, señor,
que entendiera poco o nada.
Y pues iguales los dos
con este honor me dejáis,
mirad cómo le guardáis,
o quejaréme de vos.
COMENDADOR:
Yo os doy licencia, si hiciere
en guardarle deslealtad,
que de mí os quejéis.
PERIBÁÑEZ:
Marchad,
y venga lo que viniere.
Vanse, marchando detrás
con graciosa arrogancia
COMENDADOR:
Algo confuso me deja
el estilo con que habla,
porque parece que entabla
o la venganza o la queja.
Pero es que, como he tenido
el pensamiento culpado,
con mi malicia he juzgado
lo que su inocencia ha sido.
Y cuando pudiera ser
malicia lo que entendí,
dónde ha de haber contra mí
en un villano poder?
Esta noche has de ser mía,
villana rebelde, ingrata,
por que muera quien me mata
antes que amanezca el día.
Vanse.
Salen en lo alto COSTANZA,
CASILDA e INÉS
COSTANZA:
En fin
se ausenta tu esposo?
CASILDA:
Pedro a la guerra se va,
que en la que me deja acá
pudiera ser más famoso.
INÉS:
Casilda, no te enternezcas,
que el nombre de capitán
no comoquiera le dan.
CASILDA:
Nunca estos nombres merezcas!
COSTANZA:
A fe que tiene razón
Inés, que entre tus iguales
nunca he visto cargos tales,
porque muy de hidalgos son.
Demás que tengo entendido
que a Toledo solamente
ha de llegar con la gente.
CASILDA:
Pues si eso no hubiera sido,
quedárame vida a mí?
INÉS:
La caja suena.
Si es él?
COSTANZA:
De los que se van con él
ten lástima, y no de ti.
La caja y salen PERIBÁÑEZ,
con bandera, y los soldados
BELARDO:
Véislas allí en el balcón,
que me remozo de vellas;
mas ya no soy para ellas,
ni ellas para mí lo son.
PERIBÁÑEZ:
Tan viejo estáis ya, Belardo?
BELARDO:
El gusto se acabó ya.
PERIBÁÑEZ:
Algo de él os quedará
bajo del capote pardo.
LUJÁN:
Todo está bien prevenido.
Mas dicen que en un lugar
una parentela toda
se juntó para una boda,
ya a comer y ya a bailar.
Vino el cura y desposado,
la madrina y el padrino,
y el tamboril también vino
con un salterio extremado.
Mas dicen que no tenían
de la desposada el sí,
porque decía que allí
sin su gusto la traían.
Junta pues la gente toda,
el cura le preguntó,
dijo tres veces que no,
y deshízose la boda.
COMENDADOR:
Quieres decir que nos falta
entre tantas prevenciones
el sí de Casilda?
LUJÁN:
Pones
el hombro a empresa muy alta
de parte de su dureza
y era menester el sí.
COMENDADOR:
No va mal trazado así;
que su villana aspereza
no se ha de rendir por ruegos;
por engaños ha de ser.
LUJÁN:
Bien puede bien suceder,
mas pienso que vamos ciegos.
Salen un CRIADO y los MÚSICOS
PAJE:
Los músicos han venido.
MUSICO 1
Aquí, señor, hasta el día,
tiene vuesa señoría
a Lisardo y a Leonido.
COMENDADOR:
Oh amigos! Agradeced
que este pensamiento os fío,
que es de honor y, en fin, es mío.
MUSICO 2
Siempre nos haces merced.
COMENDADOR:
Dan las once?
LUJÁN:
Una, dos, tres...
No dio más.
MÚSICO 2
Contaste mal.
Ocho eran dadas.
de veinte o treinta gallinas.
Que duermas, dije, me espantas,
en tan dudosa fortuna;
no puedo yo guardar una,
y quieres tú guardar tantas.
No duermo yo, que sospecho
y me da mortal congoja
un gallo de cresta roja,
porque la tiene en el pecho.
Salí al fin y, cual ladrón
de casa, hasta aquí me entré.
Con las palomas topé,
que de amor ejemplo son;
y como las vi arrullar,
y con requiebros tan ricos
a los pechos por los picos
las almas comunicar,
MÚSICO 2
dije:
Oh, maldígale Dios,
aunque grave y altanero,
al palomino extranjero
que os alborota a los dos!
Los gansos han despertado,
gruñe el lechón, y los bueyes
braman; que de honor las leyes
hasta el jumentillo atado
al pesebre con la soga
desasosiegan por mí,
que soy su dueño, y aquí
ven que ya el cordel me ahoga.
Gana me da de llorar.
Lástima tengo de verme
en tanto mal. Mas
si duerme
Casilda? Aquí siento hablar.
En esta saca de harina
me podré encubrir mejor,
que si es el Comendador,
lejos de aquí me imagina.
Escóndese.
Salen INÉS y CASILDA
CASILDA:
Gente digo que he sentido.
INÉS:
Digo que te has engañado.
CASILDA:
Tú con un hombre has hablado.
INÉS:
Yo?
CASILDA:
Tú, pues.
INÉS:
Tú,
lo has oído?
CASILDA:
Pues si no hay malicia aquí,
mira que serán ladrones.
INÉS:
Ladrones!
Miedo me pones.
CASILDA:
Da voces.
INÉS:
Yo no.
CASILDA:
Yo sí.
INÉS:
Mira que es alborotar
la vecindad sin razón.
Salen el COMENDADOR Y LUJÁN
COMENDADOR:
Ya no puede mi afición
sufrir, temer ni callar.
Yo soy el Comendador,
yo soy tu señor.
CASILDA:
No tengo
señor más que a Pedro.
COMENDADOR:
Vengo
esclavo, aunque soy señor.
Duélete de mí, o diré
que te hallé con el lacayo
que miras.
CASILDA:
Temiendo el rayo,
del trueno no me espanté.
Pues, prima,
tú me has vendido!
INÉS:
Anda, que es locura agora,
siendo pobre labradora,
y un villano tu marido,
dejar morir de dolor
a un príncipe; que más va
en su vida, ya que está
en casa, que no en tu honor.
Peribáñez fue a Toledo.
CASILDA:
Oh prima crüel y fiera,
vuelta de prima, tercera!
COMENDADOR:
Dejadme, a ver lo que puedo.
A INÉS
LUJÁN:
Dejémoslos, que es mejor.
A solas se entenderán.
Vanse
CASILDA:
Mujer soy de un capitán,
si vos sois comendador.
Y no os acerquéis a mí,
porque a bocados y a coces
os haré...
COMENDADOR:
Paso, y sin voces.
PERIBÁÑEZ:
Ay honra!
Qué aguardo aquí? (-Aparte-)
Mas soy pobre labrador
bien será llegar y hablarle
pero mejor es matarle.)
Perdonad, Comendador,
que la honra es encomienda
de mayor autoridad.
Hiere al COMENDADOR
COMENDADOR:
Jesús!
Muerto soy!
Piedad!
PERIBÁÑEZ:
No temas, querida prenda,
mas sígueme por aquí.
CASILDA:
No te hablo de turbada.
Vanse.
Siéntese el COMENDADOR en una silla
COMENDADOR:
Señor, tu sangre sagrada
se duela agora de mí,
pues me ha dejado la herida
pedir perdón a un vasallo.
Sale LEONARDO
LEONARDO:
Todo en confusión lo hallo.
Ah, Inés!
Estás escondida?
Inés!
COMENDADOR:
Voces oigo aquí.
Quien llama?
LEONARDO:
Yo soy, Inés.
COMENDADOR:
Ay Leonardo!
No me ves?
LEONARDO:
Mi señor?
COMENDADOR:
Leonardo, sí.
LEONARDO:
Qué te ha dado? Que parece
que muy desmayado estás.
COMENDADOR:
Dióme la muerte no más.
Más el que ofende merece.
LEONARDO:
Herido!
De quién?
COMENDADOR:
No quiero
voces ni venganzas ya.
Mi vida en peligro está,
sola la del alma espero.
No busques ni hagas extremos,
pues me han muerto con razón.
Llévame a dar confesión
y las venganzas dejemos.
A Peribáñez perdono.
LEONARDO:
Que un villano te mató
y que no lo vengo yo?
Esto siento.
COMENDADOR:
Yo le abono.
No es villano, es caballero;
que pues le ceñí la espada
con la guarnición dorada,
no ha empleado mal su acero.
LEONARDO:
Vamos, llamaré a la puerta
del Remedio.
COMENDADOR:
Sólo es Dios.
Vanse.
Salen LUJÁN, enharinado;
INÉS, PERIBÁÑEZ, y CASILDA
PERIBÁÑEZ:
Aquí moriréis los dos.
INÉS:
Ya estoy, sin heridas, muerta.
LUJÁN:
Desventurado Luján,
dónde podrás esconderte?
PERIBÁÑEZ:
Ya no se excusa tu muerte.
LUJÁN:
Por qué, señor capitán?
PERIBÁÑEZ:
Por fingido segador.
INÉS:
Y a mí,
por qué?
PERIBÁÑEZ:
Por traidora.
Huye LUJÁN, herido,
y luego INÉS
LUJÁN:
Muerto soy!
INÉS:
Prima y señora!
CASILDA:
No hay sangre donde hay honor.
PERIBÁÑEZ:
Cayeron en el portal.
CASILDA:
Muy justo ha sido el castigo.
PERIBÁÑEZ:
No irás, Casilda, conmigo?
CASILDA:
Tuya soy al bien o al mal.
PERIBÁÑEZ:
A las ancas de esa yegua
amanecerás conmigo
en Toledo.
CASILDA:
Y a pie, digo.
PERIBÁÑEZ:
Tierra en medio es buena tregua
en todo acontecimiento,
y no aguardar al rigor.
CASILDA:
Dios haya al Comendador.
Matóle su atrevimiento.
Vanse.
Salen el REY Enrique
y el CONDESTABLE
REY:
Alégrame de ver con qué alegría
Castilla toda a la jornada viene.
CONDESTABLE:
Aborrecen, señor, la monarquía
que en nuestra España el africano tiene.
REY:
Libre pienso dejar la Andalucía,
si el ejército nuestro se previene,
antes que el duro invierno con su hielo
cubra los campos y enternezca el suelo.
Iréis, Juan de Velasco, previniendo,
pues que la Vega da lugar bastante,
el alarde famoso que pretendo,
por que la fama del concurso espante
por ese Tajo aurífero, y subiendo
al muro por escalas de diamante,
mire de pabellones y de tiendas
otro Toledo por las verdes sendas.
Tiemble en Granada el atrevido moro
de las rojas banderas y pendones.
Convierta su alegría en triste lloro.
CONDESTABLE:
Hoy me verás formar los escuadrones.
REY:
La Reina viene, su presencia adoro.
No ayuda mal en estas ocasiones.
Salen la REINA y acompañamiento
REINA:
Si es de importancia, volveréme luego.
REY:
Cuando lo sea, que no os vais os ruego.
Qué puedo yo tratar de paz, señora,
en que vos no podáis darme consejo?
Y si es de guerra lo que trato agora,
cuándo con vos, mi bien, no me aconsejo?
Cómo queda don Juan?
REINA:
Por veros llora.
REY:
Guárdele Dios, que es un divino espejo
donde se ven agora retratados,
mejor que los presentes, los pasados.
REINA:
El príncipe don Juan es hijo vuestro;
con esto sólo encarecido queda.
REY:
Mas con decir que es vuestro, siendo nuestro,
él mismo dice la virtud que hereda.
REINA:
Hágale el cielo en imitaros diestro,
que con esto no más que le conceda,
le ha dado todo el bien que le deseo.
REY:
De vuestro generoso amor lo creo.
REINA:
Como tiene dos años, le quisiera
de edad que esta jornada acompañara
vuestras banderas.
REY:
Ojalá pudiera,
y a ensalzar la de Cristo comenzara!
Sale GÓMEZ Manrique
[
REY:
]
Qué caja es esa?
GÓMEZ:
Gente de la Vera
y Extremadura.
CONDESTABLE:
De Guadalajara
y Atienza pasa gente.
REY:
Y la de Ocaña?
GÓMEZ:
Quédase atrás por una triste hazaña.
REY:
Cómo?
GÓMEZ:
Dice la gente que ha llegado
que a don Fadrique un labrador ha muerto.
REY:
A don Fadrique y al mejor soldado
que trujo roja cruz?
REINA:
Cierto?
GÓMEZ:
Y muy cierto.
REY:
En el alma, señora, me ha pesado.
Cómo fue tan notable desconcierto?
GÓMEZ:
Por celos.
REY:
Fueron justos?
GÓMEZ:
Fueron locos.
REINA:
Celos, señor, y cuerdos, habrá pocos.
REY:
Está preso el villano?
GÓMEZ:
Huyóse luego
con su mujer.
REY:
Qué desvergüenza extraña!
Con estas nuevas a Toledo llego?
Así de mi justicia tiembla España?
Dad un pregón en la ciudad, os ruego,
Madrid, Segovia, Talavera, Ocaña.
que a quien los diere presos, o sean muertos,
tendrán de renta mil escudos ciertos.
Id luego y que ninguno los encubra
ni pueda dar sustento ni otra cosa,
so pena de la vida.
GÓMEZ:
Voy. Vase
REY:
Que cubra
el cielo aquella mano rigurosa!
REINA:
Confiad que tan presto se descubra,
cuanto llega la fama codiciosa
del oro prometido. Sale un PAJE
PAJE:
Aquí está Arceo,
acabado el guión.
REY:
Verle deseo.
Sale un SECRETARIO con un pendón rojo, y en él las armas de Castilla con una mano arriba que tiene una espada, y en la otra banda un Cristo crucificado
SECRETARIO:
Éste es, señor, el guión.
REY:
Mostrad. Paréceme bien,
que este capitán también
lo fue de mi redención.
REINA:
Qué dicen las letras?
REY:
Dicen:
Juzga tu causa, Señor.
REINA:
Palabras son de temor.
REY:
Y es razón que atemoricen.
REINA:
De esotra parte
qué está?
REY:
El castillo y el león,
y esta mano por blasón,
que va castigando ya.
REINA:
¿La letra?
REY:
Sólo mi nombre.
REINA:
Cómo?
REY:
Enrique Justiciero,
que ya, en lugar del Tercero,
quiero que este nombre asombre.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ:
Ya se van dando pregones,
con llanto de la ciudad.
REINA:
Las piedras mueve a piedad.
REY:
Basta que los azadones
a las cruces de Santiago
se igualan!
Cómo o por dónde?
REINA:
Triste de él si no se esconde!
REY:
Voto y juramento hago
de hacer en él un castigo
que ponga al mundo temor. Sale un PAJE
PAJE:
Aquí dice un labrador
que le importa hablar contigo. Sale PERIBÁÑEZ, todo de labrador, con capa larga y su mujer, CASILDA
REY:
Señora, tomemos sillas.
CONDESTABLE:
Éste algún aviso es.
PERIBÁÑEZ:
Dame, gran señor, tus pies.
REY:
Habla, y no estés de rodillas.
PERIBÁÑEZ:
Cómo, señor, puedo hablar,
si me ha faltado la habla
y turbados los sentidos
después que miré tu cara?
Pero, siéndome forzoso,
con la justa confianza
que tengo de tu justicia,
comienzo tales palabras.
Yo soy Peribáñez
REY:
Quién?
PERIBÁÑEZ:
Peribáñez, el de Ocaña.
REY:
Matadle, guardas, matadle!
REINA:
No en mis ojos. Tenéos, guardas.
REY:
Tened respeto a la Reina.
PERIBÁÑEZ:
Pues ya que matarme mandas,
no me oirás siquiera, Enrique,
pues Justiciero te llaman?
REINA:
Bien dice. Oílde, señor.
REY:
Bien decís; no me acordaba
que las partes se han de oír,
y más cuando son tan flacas.
Prosigue.
PERIBÁÑEZ:
Yo soy un hombre,
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada.
Fui el mejor de mis iguales,
y en cuantas cosas trataban
me dieron primero voto,
y truje seis años vara.
Caséme con la que ves,
también limpia, aunque villana,
virtuosa, si la ha visto
la envidia asida a la fama.
El Comendador Fadrique,
de vuesa villa de Ocaña,
señor y Comendador,
dio, como mozo, en amarla.
Fingiendo que por servicios,
honró mis humildes casas
de unos reposteros, que eran
cubiertos de tales cargas.
Dióme un par de mulas buenas,
mas no tan buenas que sacan
este carro de mi honra
de los lodos de mi infamia.
Con esto intentó una noche,
que ausente de Ocaña estaba,
forzar mi mujer, mas fuese
con la esperanza burlada.
Vine yo, súpelo todo,
y de las paredes bajas
quité las armas que al toro
pudieran servir de capa.
PERIBÁÑEZ:
Advertí mejor su intento,
mas llamóme una mañana
y díjome que tenía
de Vuestras Altezas cartas
para que con gente alguna
le sirviese esta jornada.
En fin, de cien labradores
me dio la valiente escuadra.
Con nombre de capitán
salí con ellos de Ocaña;
y como vi que de noche
era mi deshonra clara,
en una yegua a las diez
de vuelta en mi casa estaba;
que oí decir a un hidalgo
que era bienaventuranza
tener en las ocasiones
dos yeguas buenas en casa.
Hallé mis puertas rompidas
y mi mujer destocada,
como corderilla simple
que está del lobo en las garras.
Dio voces, llegué, saqué
la misma daga y espada
que ceñí para servirte,
no para tan triste hazaña;
paséle el pecho, y entonces
dejó la cordera blanca,
porque yo, como pastor,
supe del lobo quitarla.
Vine a Toledo y hallé
que por mi cabeza daban
mil escudos, y así quise
que mi Casilda me traiga.
Hazle esta merced, señor,
que es quien agora la gana,
porque viuda de mí,
no pierda prenda tan alta.
REY:
Qué os parece?
REINA:
Que he llorado,
que es la respuesta que basta
para ver que no es delito,
sino valor.
REY:
Cosa extraña!
Que un labrador tan humilde
estime tanto su fama!
Vive Dios que no es razón
matarle! Yo le hago gracia
de la vida. Mas
qué digo?
Esto justicia se llama.
Y a un hombre de este valor
le quiero en esta jornada
por capitán de la gente
misma que sacó de Ocaña.
Den a su mujer la renta,
y cúmplase mi palabra;
después de esta ocasión,
para la defensa y guarda
de su persona, le doy
licencia de traer armas
defensivas y ofensivas.
PERIBÁÑEZ:
Con razón todos te llaman
don Enrique el Justiciero.
REINA:
A vos, labradora honrada,
os mando de mis vestidos
cuatro, por que andéis con galas,
siendo mujer de soldado.
PERIBÁÑEZ:
Senado, con esto acaba
la tragicomedia insigne
del Comendador de Ocaña.