Pedagogía social/Verdades

VERDADES

Tan habituados estamos al régimen imperante del error que contra él no protestamos, dándose el caso original de pretender hacer obra para el devenir ascendente de la humanidad utilizando errores, sancionando prejuicios.

Y se da el caso, más curioso aún, de alabar inconscientemente el retorno al sentido común como guía, hasta en materias educacionales, en las que toda transgresión debería ser castigada como crimen de lesa humanidad: nadie tiene derecho de alegar error si acepta dirigir el futuro de la patria en su más delicada y sabia tarea, la de educar.

Ejemplos al caso. Reciente disposición del actual Consejo Nacional de Educación da en tierra con la absurda, antipedagógica, inhumana medida, imperante hasta hoy, de dar 10 ó 12 días antes de los exámenes escritos de Julio para "que los alumnos repasen sus programas". Hoy, el Consejo, volviendo al sentido común, da esos 10 ó 12 días después del examen, para solaz y esparcimiento, para reposo y renovación.

Siendo alumna de la Escuela Normal de La Plata, bajo la dirección de esa genial maestra y heroica mujer que se llamó Mary O. Graham, — la profesora norteamericana que Sarmiento trajo para su San Juan, "a quien dió", según sus palabras, "todo lo que podía dar enviándole a Miss Mary", — regía esa misma absurda disposición, hoy derogada. Miss Mary nos llevaba en esos días a, recorrer la República. Recordaré siempre la inolvidable excursión al Tandil que con ella y nuestras maestras hicimos, gestionando la sin par educadora pasajes, rebajas, concesiones.

¿A qué puede ser atribuída la ilógica disposición que hoy pertenece al pasado?

Primeramente a que al frente de la educación argentina hay de todo, desde políticos fracasados hasta seres amorfos intelectual y moralmente, en vez de haber educadores. No hace mucho, con motivo de la renuncia del Ministro de la Guerra, un diario de la tarde manifestaba su extrañeza ante la, para él, inconcebible idea de que se pretendía llevar a ese ministerio — que a fin de cuentas tiene por finalidad la muerte, — a un civil. ¡Un civil, no un militar, en el Ministerio de la Guerra! Y cuando, de acuerdo con el aforismo satírico de Beaumarchais, necesitándose un estadista se nombra a un maestro de baile y se envía a dirigir la educación — el devenir ascendente de la patria — a un lego en cuestiones educacionales, nadie lo extraña, todo el mundo lo halla tan natural que esta protesta mía parecerá extemporánea: ¡Hasta dónde estaremos encenegados en el error!

En segundo lugar, fíjanse días "para repasar programas" debido al erróneo concepto que se tiene del examen: Insistiremos sobre ello más adelante.

A veces la ley de la compensación desgraciadamente aquí se comprueba: el Consejo, por pálpito, decreta una excelente disposición y hay profesores que la anulan. Al caso: pide el Consejo, sabiamente, que los estudiantes normales, amén de la clasificación mensual sobre la materia de enseñanza y de las clasificaciones del examen escrito de Julio y del oral de Diciembre, pasen por la bien denominada "calificación", "determinar la suma de aptitudes, méritos y calidades personales", dentro de las condiciones personales dell alumno, sus características morales, su vocación y aptitudes para el gobierno de los niños, por las calidades de gobierno propio que haya revelado; sus hábitos de puntualidad y aseo; su salud y energías; la corrección de sus actos de la vida escolar, como compañero y amigo, y el prestigio que, a consecuencia de ellos, goza entre los suyos"; cuáles son las que dan el concepto de un maestro de verdad". Y bien, no se creerá, pero hay profesores que, dictando dos materias, por ejemplo, dicen al ser interrogados para "calificar" a determinados alumnos: "¡Es bueno en geografía; malo en historia!". Ni que decir que el concepto de la "calificación" no ha sido comprendido. En geografía o en historia, lo clasifica él mensualmente y en los exámenes; pero, al "calificar", no se trata de lo aprendido o retenido, ni siquiera de lo asimilado en determinada materia, sino del alumno en sí mismo, abstracción hecha de la rama especial de estudios.

Pensar que actualmente, hay maestros que se enorgullecen mostrando como modelo a imitar el nefando y vitando sistema de enseñar de memoria, de obligar a repetir sin posibilidad de comprender, de modelar educandos psitacistas, fomentando el mal latino de la verborragia, de la logorrea, engañando a padres y a educandos y enganándose a ellos mismos con una buena fe y una ingenuidad dolorosamente real.

Léase, por ejemplo, la exposición de una clase dada a alumnas de primer año normal por el profesor de pedagogía, ante el Inspector General — ¡para colmo! —clase que, con admiración y aplauso de actuantes y expectadores, duró 3 horas... Extractamos de una revista de educación del mes de Julio: Una de las alumnas, después de citar a Huxley, Pasteur, Lamarck, Geoffroy de Saint Hilaire, Darwin, Ameghino, Garofalo, Sergi, Ferri, Ribot, Carlyle, Despire... diserta aristotélicamente sobre "la generación espontánea", "la base física de la materia y de la vida", "la evolución o transformismo", "el origen del hombre", "su colocación en la escala zoológica", "el darwinismo", "la teoría de Ameghino", "el monismo", si el alma humana es el resultado del funcionalismo del cerebro", "la ley de adaptación", "la de selección y herencia de caracteres adquiridos", "la influencia hereditaria en los instintos morales", "la fuerza hereditaria de la educación", el atavismo", "las teorías sobre la formación del carácter"...

¡Alumna de primer año, recién egresada de la escuela primaria, con la preparación que nuestra escuela primaria da, en general!—Pasan por mis manos más de 100 alumnas de primer año anualmente. Hay que enseñarles desde ortografía, puntuación, lectura; no se diga redacción o composición oral o escrita que es realmente calamitosa. A veces, ante el desastre educacional que tal contingente significa, me pregunto, indignada, si el Estado tiene derecho para arrancar a la familia, 4 ó 5 horas diarias, durante 6 u 8 años, a niños a los que deja, cursado el sexto grado, en peores condiciones de las que, con la exclusiva ayuda de una persona de buena voluntad, habría alcanzado en igual tiempo, con menor esfuerzo, menor gasto y mejor aprovechamiento fisiológico. Si alguien halla exagerado este informe, remítase a la prueba. En la Escuela Normal número 5, en dos divisiones de primer año, de cuarenta y tantas alumnas cada una, apenas si 8 alumnas de cada año normal podrán cursar con provecho el segundo año.

Y bien, con alumnas en esas o semejantes condiciones otros dan en el prodigio de barajar nombres de sabios y teorías filosóñcas! La edad, 15 a 16 años, la preparación anterior—aun colocándonos en el caso de haber sido idealmente eximia — la escasa o falsa experiencia de la vida, todo demuestra axiomáticamente que profesor, alumna e inspector se engañaron los unos a los otros inconscientemente, es decir, fundamentalmente.

Sostengo que ni alumna de primer año del profesorado ni de primer año de facultad podría comprender las ideas expuestas por esa niña egresada de 6.o grado. No niego, que niña, (profesor e inspector creyeron que la alumna comprendía el texto de lo dicho: pero de ahí a interpretar, comparar, criticar teorías filosóficas hay la distancia, de la tierra al sol.

Cuando creía desarraigado para siempre el pésimo sistema de aprender de memoria, de esclavizarse al texto o a los resúmenes de un profesor, veo que un inspector general sanciona tales procederes y que una revista que desea de buena fe orientar a educadores y educandos da eso como modelo a imitar. Si la experiencia individual no nos ha madurado por el propio dolor que nos revela el fondo del ser y nos da la intuición de la propia filosofía experimentada, el ingerir ajenas doctrinas servirá para amueblar el entendimiento, encumbrándolo, la mayor parte de las veces, pero jamás para desarrollarlo, para educar. Y es inútil alegar que le alumna repetía teorías que el profesor presentó en sus términos generales, fundamentales, y, por lo tanto, sencillos a fuerza de ser humanos. Si así sucedió, conténtese la niña con decir la verdad; "según opinión de mi profesor"; porque, si ellla lleva a la clase textos y apuntes, ¿en qué tiempo, en qué "encarnación teosófica" adquirió la experiencia individual que habilita a comprender sistemas fllosóflcos generales, abstractos?

Y si se alegara que la alumna al caso es ser de excepción, un genio, diría yo que el genio no se ocupó jamás en hacer mosaicos con ajenas piedras por otros labradas: Dió lo suyo; su verdad, tosca o pulida, pero original.

¿Cómo hacer para llevar al convencimiento de profesores, padres y alumnos, que saber de memoria no es saber, que amueblar el espíritu no es desarrollarlo? La escuela, aún hoy, pese a esfuerzos individuales que se estrellan contra la rutina ambiente, cultiva la memoria mecánica (hay para ello una razón fundamental, que en otra ocasión estudiaremos. El hombre da a la inteligencia importancia capital, olvidando que ella es la resultante de la afectividad y de la voluntad: Tal interpretación errada lo lleva, dada la imposibilidad de cultivar aisladamente, por y para ella, a la inteligencia, a recurrir a falaces métodos, panaceas de Dulcamaras, que inyectan el saber sin hacerlo emerger de la experiencia y de la base humana, afectividad, voluntad, y, admirados ante lo que el espejo refleja, creen educar cuando no hacen más que embutir).

Cuánto se retiene de tal asignatura, era y sigue siendo la preocupación escolar. Por lo tanto, todo examen investiga todo el poder mnemónico: No se pregunta qué se retiene, cómo se recuerda y para qué sirve. Y llegamos a la razón de pie de banco de dar al alumno 10 ó 12 días antes del examen para que repase: ¿Qué, manes de nuestro señor Pestalozzi?

Recordaré la impresión causada en mí al cambiar de medio educacional: Acabado el tercer año normal en La Plata, bajo la sabia, genial dirección de una maestra digna de tal nombre, ingresé en una de las escuelas de profesores de la capital, ni peor ni mejor que muchas otras, al contrario, a estar por lo que oía dentro y fuera del aula, una escuela modelo. Durante los meses de clase, no me explicaba qué era aquello: Oía, con estupefacción, a condiscípulas que, como la niña de marras, barajaban con singular desparpajo a sabios y a filósofos; otras, que exponían, durante toda la hora de clase y de pe a pa, teorías abstrusas; leía con terror apuntes que no entendía y luego escuchaba con asombro la exposición de eso mismo, sin motivar una pregunta de parte de la profesora o un pedido de explicación de parte de la alumna. Como casi no pude ingresar a esa escuela, pues Miss Mary era parquísima en sus clasificaciones y allí me exigieron término medio distinguida y sabía que mis setenta condiscípulas llenaban esas condiciones, las respetaba ingenuamente, creyéndolas de inteligencia no común, preparación esmeradísima y clara comprensión.

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Y desarraigaráse de cuajo el vitando vicio de aprender de memoria, de recitar ajenas teorías, engañándose el alumno a sí mismo y desviando y pervirtiendo las originales aptitudes. Y nadie tendrá, el derecho de alegar, en descargo de mordeduras de conciencia, que, como la juventud actual asimila con más facilidad que la de anteriores generaciones, lo que a uno parécele imposible, comparándolo con su pasada vida de estudiante y presente de educador, es posible en casos excepcionales. No, una y mil veces no. Concíbese un Pascal rehaciendo por sí solo, en la adolescencia, las matemáticas superiores, precisamente por ser las matemáticas creación humana, necesidad general de nuestra limitada inteligencia para clasificar y conocer lo externo a ella. Pero no se concibe poder humano alguno capaz de rehacer por sí solo ajenos sistemas filosóficos determinados, cada uno de ellos, por condiciones individuales, personalísimas, de herencia, de medio ambiente, de educación y, sobre todo, de dolorosa experiencia de la vida. Concreción de necesidades humanas dolorosamente experimentadas por el creador, cada sistema filosófico es propiedad individual no resurgible espontáneamente en la misma forma en otro individuo.