Pedagogía social/Humanismo, religión del Porvenir

HUMANISMO, RELIGIÓN DEL PORVENIR

La creación de realidades sociales es el anal único de toda obra educativa: La escuela debe moldear una nueva generación orientándola no sólo a la contemplación y satisfacción interna, en abstracto, de la justicia, de la verdad, de la bondad, de la belleza, sino a la acción fecunda que se traduzca en sentimiento hondo, intenso, sagrado de la vida, tanto más expansiva, tanto más universal cuanto más profunda, cuanto más humanamente individual sea.

Observando la marcha ascendente del hombre en su conquista de la felicidad, llama poderosamente la atención el ritmo oscilante que la anima: Acción y reacción, progreso y decaimiento, culminación y desagregamiento en vaivén continuo tejen y destejen la trama del progreso. Y a pesar de ello avanza el hombre. Cabe preguntar: ¿Qué fuerza lo empuja? ¿Será posible hallar una que lo conduzca sin desfallecimientos hacia un progreso indefinido, perdurable, cuya duración será medida por la duración de la especie humana y su culminación alcanzada con el advenimiento de una humanidad moralmente superior? El ideal es la fuerza psíquica más poderosa: preconstrucción imaginativa de la realidad que deviene, como Ingenieros lo define, lo ideal es a la evolución lo que la imaginación creadora es al artista. La historia del progreso intermitente nos demuestra que ideales parciales alumbraron ese camino. Así el culto de la fuerza, aún entronizando en la barbarie de la guerra; el miedo al más allá de la vida, la esperanza de recompensas y el temor a castigos, encarnados en prejuicios pseudo-religiosos basados en dogmas ultra-humanos.

Estos ideales parciales, verdaderas ilusiones vitales, están condenados a desaparecer por la imposibilidad de evolucionar a la par de la vida integral adaptando lo interno a lo externo. Y la brusca ruptura de equilibrio con la realidad desorbita para siempre la vida, comprobándose que la ilusión vital — por otro nombre ideal parcial — es tanto más funesta cuanta mayor cantidad de verdad contiene.

Si pasamos en revista la evolución humana, veremos que, hasta para aquellos ideales que en un momento dado sirvieron más eficaz e intensamente la vida, llegó un instante en que, si no evolucionaron, adaptando lo interno a lo externo — la ilusión vital a las verdades científicas — se convirtieron en mentiras vitales desviando, deformando o aniquilando la energía interna, haciéndola creer en la posibilidad de una lucha humana, esa síntesis de energía más evolucionada, en constructora de abstracciones en guerra abierta contra la lógica de las realidades.

Luego todo ideal es eterno si evoluciona adaptándose a la vida. Degenerado o en vías de desaparecer no muere enteramente: queda siempre de él el acrecentamiento de la energía interior.

El ejemplo más nuestro porque más nos duele, de cómo degenera por cristalización un ideal, lo proporcionan las virtudes cristianas, "al principio indispensables" para corregir la virulencia del egoísmo nativo y contrarrestar los abusos naturales pero anti-sociales de los poderosos a fin de hacer posible la vida en común; pero hoy nocivas a las sociedades caducas, excesivamente domesticadas, cuyos ardores para la acción y la lucha piden más bien "enérgicos revulsivos", según la intensa expresión de Carlos Reyles.

Amiel señala, y con razón, que al escindir al hombre en interior y exterior, al mundo en tierra y cielo, al más allá en infierno y paraíso, el cristianismo ha descompuesto la unidad humana. Aún no ha digerido la cristiandad esa potente levadura; todavía no se ha conquistado a sí misma; aún vive bajo la antinomia del pecado y de la gracia, del aquí abajo y del allá arriba.

¡Y pensar que a veces no basta el esfuerzo ciclópeo de toda una vida para desarraigar, en lo posible, esos prejuicios religiosos mamados con la leche y cimentados con la primera educación! ¿No es humano arrancar las mentes y los corazones infantiles al fúnebre lecho de Procusto de la educación pseudo-religiosa actual? La ley que declare la educación e instrucción obligatoria en las escuelas del Estado, para todos, sin excepción, durante el tiempo necesario para hacer efectiva la educación integralmente humana — 2 horas diarias por lo menos — será una ley protectora de la infancia y, por lo tanto, de la especie humana.

Vale la pena detenerse a considerar hasta donde deforma o envenena la mentira vital religiosa. El hombre, no osando atribuir a sus propias fuerzas los grandes momentos en que la vida traza una línea ascendente, imaginó, por ignorancia, que, en determinados casos, su ser pasivo, influido, subyugado por una responsabilidad más potente, triunfa gracias a ese estímulo externo.

Los estados de potencia creadora inspiraron al hombre la solución de que él es independiente de la causa, de que él es irresponsable del efecto. Así la exaltación del artista en el momento de crear es atribuida, aún hoy, a la inspiración, a ese algo externo que se posesiona de uno sin saber cómo. La conciencia de un cambio originado en nosotros sin que lo hayamos provocado, en apariencia, parece exigir una voluntad externa al yo. Es que, realmente, al crear, sea cual sea el objeto creado, la energía interna, intensificando su acción, nos lleva más allá de ese nosotros mismos que existía antes del momento de la creación. Tal es la evolución creadora.

De una manera semejante, la pseudo-religiosidad deforma el concepto de ser humano. En los momentos en que el hombre se supera a sí mismo, el sentimiento pseudo-religioso divide en dos la causa del acto dejando, para el hombre, la pasividad fácil y deprimente y, para el dios personal, la actividad superior y estimulante.

Toda creación de un dios antropomorfo, toda idea de intervención divina ocasional, toda desorbitación de la conciencia alucinándola con apoyos externos, no es más que una mentira vital, una alteración morbosa de la personalidad basada en el sentimiento de miedo, de terror ante la potencia inesperada del yo; alteración llevada hasta el desdoblamiento en los casos agudos de erotismo religioso,,de histerimso beatífico o de éxtasis pseudo-divino.

Las creencias, ideas o conclusiones acerca de una vida individual futura, engendradas por la necesidad de gozar, son ejemplos de falaz razonamiento imaginativo que va de lo conocido a lo desconocido piloteado por el sentimiento. Las concepciones de una inmortalidad feliz o lacerada, que se reducen a juicios de valor sobre las diferentes formas de la vida de las cuales una es el prototipo de soberano bien — paraíso — y la otra del soberano mal — infierno, — no encierran más que el deseo de vivir siempre, que engendró y organizó en su lucha con la duda, esa mentira vital. Ante un peligro, frente al dolor, el deseo intenso de ayuda, inhibiendo los juicios racionales, engendró la ilusión de una intervención divina ocasional, explicable por la ceguera e insensibilidad de todo aquello que se opone a un estado emocional agudo.

El dolor moral buscó un remedio, se esforzó por restituir, aunque fuera por medios artificiales — ilusión necesaria — la cantidad de vida, de energía perdida y engendró ese razonamiento de consolación que se llama plegaria, pseudo-consuelo que no conforta sino a los incapaces de consolarse a sí mismos nutriéndose a los pechos de la ruda y sana verdad.

El peligro mayor de la mentira vital religiosa es el que, como llena una necesidad humana aún no satisfecha por la ciencia; como equilibra, aunque momentánea y falsamente la línea de la vida; como engendra las grandes convicciones aparentes, se crea una lógica afectiva apropiada y domina, inconscientemente, a las multitudes.

¿Cuándo se sabrá, con el corazón y la mente, que toda idea religiosa, por bella y consoladora que sea, en apariencia, es mala si contiene la negación o la deformación de la vida tal cual nos es dado conocerla?

Reyles, en "La muerte del Cisne", sintetiza la actual agonía de esa mentira y profetiza que el esfuerzo trágico de la humanidad por acordar las leyes del universo a los deseos del corazón no puede menos de terminar un día por obediencia y adaptación humildes del corazón al universo. Comenzará así el reino de lo divino natural. Las criaturas, las cosas se graduarán en la escala de la vida por la cantidad de virtud que almacenen. Lo pequeño no podrá parecer grande, como acontece para burla y escarnio de nuestra pobre inteligencia; ni lo débil robusto; ni las aspiraciones más nobles serán precisamente, por una estupenda inversión de valores morales, las que depriman y amengüen la voluntad del ser. Las superioridades, las verdades, los triunfos se impondrán sin demostración, por sí mismos, por el hecho de existir.

Sí la elección de la vida entre aquello que la propaga y robustece y aquello que la amengua y desvirtúa no puede ser dudosa; lo bueno, lo justo, lo verdadero es lo favorable a la vida; lo malo, lo injusto, lo falso, lo que a ella se opone. Y al preguntarse Reyles si cabe una concepción religiosa de la vida semejante al ideal cristiano o una ilusión neo-romántica que surja del descreimiento como la pintada mariposa del gusano vil, me atrevo a responder: sí, surgirá un ideal nuevo y no será "una de esas mentiras saludables que en otrora fueron propicias al interés vital para producir el espejismo encantador; que daban a la existencia una razón de ser y le marcaban imperiosamente un derrotero". Será un ideal, hijo del instinto más potente, de aquél aún ineducado, del que rige a la vida entera desde que por él es engendrada. El ideal será, hijo del instinto de pro-creación humana, integralmente orientado.

Es ley de desarrollo en la vida el vestir la realidad instintiva, y por ello sabiamente, con velos de ilusión tanto más cambiantes y espesos cuanto más íntimamente relacionados están los hechos con lo esencial de la vida. Así ¿cuál acto biológico es más profundo que la generación y cuál ha sido y seguirá siendo el más poético, sagrado y humanamente idealizado?

Cuanto más hondas sean las raíces de la realidad en la vida psíquica, tanto más humanamente ideales serán las formas con que la imaginación las vestirá.

De ahí que el verdadero ideal, generado y nutrido por lo real, por la verdad humana, sea eternamente uno y vario a imagen y semejanza del hombre que lo sintetizó.

Entre el ideal humano y la realidad no pueden jamás originarse inharmonías. Como la idea es fuerza que tiende a realizarse en lo normal, el hombre actual, al concebir mejorado, encauzará su energía para realizar en acción el tipo creado subjetivamente en ideal.

Así, con libertad relativa, coopera en la evolución la energía consciente del hombre. Producto de lo ancestral, del medio y de la educación, pero producto de conciencia más evolucionada, al elevar subjetivamente el tipo humano por medio del ideal, encauza la energía interna y facilita la posible objetivación de esa energía. El hombre forja idealmente el tipo evolucionado y la mujer lo realiza objetivándolo en el hijo. Por acentuación de los caracteres específicos, la "involución", lo conservador, lo estático, lo femenino, se objetiva al procrear; mientras que la "evolución", lo avanzado, lo dinámico, lo masculino, se subjetiva al idealizar. ¡El hombre, al cultivar las ciencias, las letras, las artes, va creando idealmente tipos humanos cada vez más perfectos; inconscientemente dirige la energía interna hacia la brecha de menor resistencia. Y la mujer, encargada de velar por los intereses de la raza, fija en el hijo el tipo ideal creado por el hombre.

El papel de la mujer, en la evolución, es doble. En relación con su complemento sexual, la mujer representa en el universo la pasividad; pero, en cuanto se trata de preservar, de defender los intereses de la raza, la mujer desarrolla una actividad prodigiosa.

La importancia inmensa que podrá tener para la humanidad la comprensión de este doble papel de la mujer, comenzará a ser un hecho cuando el hombre deje de ver en su compañera tan solo a la hembra, y cuando la mujer, por la conciencia de sus deberes, se respete y se dignifique a sí misma conquistando ante los demás el derecho de ser considerada como un ser humano. Hasta ahora la mujer es género, sólo el hombre es individuo.

Cuando la pareja humana se complemente, el ideal de evolución que hasta hoy, y con justicia, es principalmente masculino, se completará a su vez con la fase femenina. Pero completo en lo porvenir o incompleto en la actualidad, el ideal sano, hijo de lo real, es el incentivo que lleva al progreso, es el alimento de los fuertes luchadores, es la fuente de la religiosidad natural. Y partiendo del principio de que toda idea religiosa que contiene la afirmación de la vida, tal cual nos es dado conocerla, es buena; y de que toda idea religiosa, por bella y consoladora que sea en apariencia, es mala si contiene la negación o la deformación de la vida, tal cual nos es dado conocerla, arribaráse a la conclusión negativa de que la educación e instrucción pseudo-religiosa actual es mala porque es contraria a la afirmación de esta vida; porque deprime la personalidad incitando a desconfiar de nuestras propias fuerzas, señalando como finalidad de la vida humana un más allá de la vida misma, deslumbrando con ilusiones, deformando hasta lo absurdo, lo natural, al engendrar y alimentar prejuicios, sobre todo prejuicios sexuales; colocando el centro de gravedad psíquica, la voluntad de potencia, fuera del hombre mismo al hacerle vislumbrar una posible intervención divina ocasional; y arribaráse a la conclusión afirmativa de que la religiosidad humana, basada en la educación e instrucción integral, diviniza al hombre haciéndole concebir como ideal el superarse a sí mismo al crear, al dar vida a un nuevo ser.

El más humano ideal del hombre, es ser padre; el más humano ideal de la mujer, ser madre. Padre y madre, respectivamente, de hijos mejores, física y moralmente superiores de generación en generación, preparando así el advenimiento de razas futuras que sean jalones en el perfeccionamiento de la Humanidad. Todas las nociones y principios convergentes a la formación de una nueva moral, favorable a esos ideales, constituyen el culto a la vida y son las virtudes supremas en la religión natural del perfeccionamiento humano.