Oro y ébano/Sumersión

Sumersión

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I

Yo suelo abandonarme en largas horas

al amor de mi tierra. Me reclino

bajo las viejas ramas crujidoras

de algún árbol frondoso del camino.


Los ojos cierro al soplo campesino,

que oliente a fresas y a maduras moras

me trae con la queja del molino

algún cantar de oscuras labradoras.


Y amo a la madre enorme, la amo y siento

una sed infinita de reposo

en el gran corazón de las montañas;


Y dándole la espalda al firmamento

me abrazo, entonces, a la tierra, ansioso

de hundirme y disolverme en sus entrañas!


II

Y me absorbo en la vida de la muerte,

sorda fecundidad que me cautiva,

la que el cadáver pútrido convierte

en fresco gajo o en corola viva;


la que elabora, en todos los hervores

invisibles, la fuerza que subyuga;

la que llevan las alas a las flores

desde el antro mortuorio de la oruga;


la que en el infinito impenetrable

y en el laboratorio de lo inerte

es mientras más sutil más insondable;


en la luz o en la sombra tan temida

siempre será la vida de la Muerte

más bella que la vida de la Vida.