Noli me tangere (Sempere ed.)/VIII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

VIII

Política frailuna

Fray Sibyla, después de decir misa muy temprano, se fué al con vento de su orden, situado á la entrada de la puerta de Isabel II. Después de atravesar algunos corredores llamó á una celda con los nudillos de los dedos.

—¡Adelante!-suspiró una voz.

—¡Dios devuelva la salud á vuestra reverencia!

—dijo el dominico al entrar.

Sentado en un gran sillón se veía un fraile demacrado y amarillento, como los santos pintados por Ribera.

El padre Sibyla lo contempló conmovido breves instantes.

—Ah!-suspiró el enfermo. -Me aconsejan la operación, hermano, la operación á mi edad! ¡Este país es terrible! ¡Aquí venimos á perderlo todo: la salud del cuerpo, y lo que es peor todavía, también la del alma! ¡Este sol nos aniquila y enloquece! ¡Ah! ¡Quién pudiera volver á España, al país natal, á la humilde choza donde vivimos los años felices de la infancia, al lado del rebaño de ovejas y de los mansos bueyes!... ¡Quién pudiera trocar el hábito que produce miedo y respeto por la humilde zamarra del pastor, que vestí en mis primeros años!...

Los ojos del fraile enfermo brillaron de extraño modo. Sin duda veían en aquel momento los verdes maizales, ondulantes como un mar inmenso, las casuchas construídas con adobes y la negruzca y cuadrada torre donde anidaban las cigüeñas del pobre pueblo de Castilla donde había visto la primera luz...

Y qué ha decidido vuestra reverencia?-preguntó fray Sibyla profundamente conmovido.

—Morir! Acaso me queda otro remedio? ¡No puedes figurarte lo que sufro! Y tú, ¿cómo estás? ¿Qué te trae por aquí tan de mañana?

—Venía á hablarle del encargo que me hizo.

—Y iqué sabes de nuevo?

—Psh!-contestó con disgusto el joven dominico.-Nos han contado una fábula. Ibarra es un chico prudente y muy instruído.

—De veras?

—Al menos en el poco tiempo que le he oído no ha demostrado otra cosa. Cierto que habia de progreso y libertad, pero lo mismo les sucede á todos los jóvenes que vienen de Europa. Dentro de unos cuantos meses volverá á mascar buyo y á comer morisqueta. Anoche comenzaron las hostilidades.

—Ya? ¿Y cómo fué? Fray Sibyla refirió brevemente lo que pasó entre el padre Dámaso y Crisóstomo Ibarra.

— Además-concluyó diciendo,-el joven se casa con la hija de Capitán Tiago, educada en el con vento de nuestras hermanas; es rico, y no querrá hacerse enemigos para perder felicidad y fortuna.

El enfermo movió la cabeza en señal de asentimiento.

-Pienso como tú. Con una mujer como María Clara y un suegro como Capitán Tiago, el muchacho será nuestro en cuerpo y alma. Y si se declara enemigo, tanto mejor.

Fray Sibyla miró sorprendido al anciano, -Mejor para nuestra corporación. Prefiero los ataques á las tontas alabanzas y adulaciones de amigos... pagados.

—¿Piensa vuestra reverencia?...

El anciano le miró con tristeza.

—¡Tenlo bien presente!-continuó respirando con fatiga.-Nuestro poder durará mientras se crea en él. Necesitamos que nos ataquen, que nos despierten. Es preciso que estemos siempre arma al brazo. Lo que nos ha sucedido en Europa nos puede suceder aquí también el mejor día. Y entonces el dinero no entrará en las iglesias, y al arruinarnos dejaremos de ser fuertes y de influir en las conciencias.

—Siempre tendremos nuestras haciendas, nuestras fincas...

—Todas se perderán como las perdimos en España. Estamos labrando nuestra propia ruina. Somos insaciables; ni siquiera sabemos cubrir las apariencias. Todos los años subimos caprichosamente el canon de nuestros terrenos. Esa desmedida avaricia nos pierde. ¡El indio comienza á cansarse de que le exploten!

—¿De manera que vuestra reverencia cree que el canon ó tributo?...

—iNo hablemos más de esas cosas!-interrumpió con cierto disgusto el enfermo.- Decías que el teniente había amenazado á fray Dámaso con delatarlo al general?

—Si-contestó fray Sibyla sonriendo;-pero esta mañana le vi y me dijo que sentía cuanto había pasado anoche; que el Jerez se le había subido á la cabeza y que consideraba que el padre Dáma- E0 estaba en igual situación. «¿Y la promesa?-le pregunté en broma.-«Padre cura-me contestó,- yo sé cumplir mi palabra cuando no sufre menoscabo mi dignidad; no soy ni he sido nunca delator.> Después de hablar de otras cosas, fray Sibyla se despidió del enfermo.

El teniente no había ido á Malacañán[1], pero el general se había enterado de todo.

—Mujer y frailes no hacen agravio!-dijo el general sonriendo.-Pienso vivir iranquilo el tiempo que permanezca en el país y no quiero cuestiones con hombres que usan faldas.

Pero cuando su excelencia se encontró solo murmuró: -Ah! jsi este pueblo no fuera tan estúpido, ya metería yo en cintura á esos pillos!


  1. Palacio del capitán general, en Manila.