Motivos de Proteo: 157

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Motivos de Proteo de José Enrique Rodó
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CLVI - Cambiar sin descaracterizarse. editar

Pero sin abdicar de esa unidad personal; sin romper las aras del numen que se llama genio de la raza, los pueblos que realmente viven cambian de amor, de pensamiento, de tarea; varían el rito de aquel culto; luchan con su pasado, para apartarse de él, no al modo como el humo fugaz, o la hoja y la pluma más livianas que el viento, se apartan de la tierra, sino más bien a la manera que el árbol se aparta de su raíz, en tanto que crece y va como concibiendo y bosquejando la idea de la fronda florida que ha de ser su obra y su cúspide.

No siempre, para juzgar si será posible en cierto sentido o dirección este desenvolvimiento, ha de darse paso a la duda porque apariencias del pasado finjan una fatalidad ineluctable y enemiga. No siempre el fondo de disposiciones y aptitudes de un pueblo debe considerarse limitado por la realidad aparente de su historia. Nuevas capacidades pueden suscitarse mientras la vida dura y se renueva; unas veces, creándolas por sugestión y ejemplo de otros, y fundiendolas en lo íntimo a favor de un fuego de heroísmo y pasión que encienda el alma y la disponga para operar en ella; otras veces, evocándolas de misterioso fondo ancestral, donde duermen y esperan, como la aurora en el fondo de las sombras: porque también en el alma de los pueblos hay de esas reservas ignoradas de facultades, de vocaciones, de aptitudes, que aún no se manifestaron en acto, o que, no bien manifiestas, se soterraron, y tienden, lenta y calladamente, al porvenir, por la oculta transmisión de la herencia. De este modo, el genio poético y contemplativo del sajón surge otra vez en la Inglaterra del Renacimiento, después de ahogado bajo el férreo pie del normando conquistador.

Cambian los pueblos mientras viven; mudan, si no de ideal definitivo, de finalidad inmediata; pruébanse en lides nuevas; y estos cambios no amenguan el sello original, razón de su ser, cuando sólo significan una modificación del ritmo o estructura de su personalidad por elementos de su propia substancia que se combinan de otro modo, o que por primera vez se hacen conscientes; o bien cuando, tomado de afuera, lo nuevo no queda como costra liviana, que ha de soltarse al soplo del aire, sino que ahonda y se concierta con la viva armonía en que todo lo del alma ordena su impulso.

Gran cosa es que esta transformación subordinada a la unidad y persistencia de una norma interior, se verifique con el compás y ritmo del tiempo; pero, lo mismo que pasa en cada uno de nosotros, nunca ese orden es tal que vuelva inútiles los tránsitos violentos y los bruscos escapes del tedio y la pasión. Cuando el tiempo es remiso en el cumplimiento de su obra; cuando la inercia de lo pasado detuvo al alma largamente en la incertidumbre o el sueño, fuerza es que un arranque impetuoso rescate el término perdido, y que se alce y centellee en los aires el hacha capaz de abatir en un momento lo que erigieron luengos años. Ésta es la heroica eficacia de la revolución, bélica enviada de Proteo a la casa de los indolentes y al encierro de los oprimidos.

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