Motivos de Proteo: 156
CLV - El genio nacional.
editarSi a la continuidad de las generaciones se une la persistencia de cierto tipo hereditario, no ya en lo físico, sino también en lo espiritual, y una suprema idea dentro de la que pueda enlazarse, en definitiva, la actividad de aquellas sucesivas generaciones, el pueblo tiene una personalidad constante y firme. Esta personalidad es su arca santa, su paladión, su fuerza y tesoro; es mucho más que el suelo donde está asentada la patria. Es lo que le hace único y necesario al orden del mundo: su originalidad, dádiva de la naturaleza, que no puede traspasarse a otro, ni recobrarse, si una vez se ha perdido, a no ser abismándose en la profundidad interior donde está oculta. Porque toda alma nacional es una agrupación de elementos ordenada según un ritmo que, ni tiene precedentes en lo creado, ni se reproducirá jamás, una vez roto aquel inefable consorcio.
Mantener esta personalidad es la epopeya ideal de los pueblos. Veces hay en que el carácter colectivo se eclipsa y desaparece, no disuelto por la absorción de la raza en otra más populosa o más enérgica; sino replegado sólo bajo una personalidad de imitación y artificio. Como suele suceder en los hombres, la verdad de la naturaleza cede entonces sus fueros a un amaneramiento que arraiga, más o menos someramente, en la costumbre. Tal, por ejemplo, cuando la civilización descolorida y uniforme del siglo XVIII, extendiéndose desde la corte de Francia, ahoga la originalidad, el genio tradicional de cada pueblo; y así en usos y leyes como en literatura, sustituye un modelo de convención al espontáneo palpitar de la vida; hasta que despiertan aquellas voces de las naciones que oyó Herder, y la savia estancada vuelve a subir por el árbol de cada terruño, y en todas partes el corazón y la fantasía buscan el materno calor de la memoria.
Otras veces, aún no existe personalidad, como en el temperamento del niño, maraña de tendencias anárquicas; y un gran impulso de proselitismo y pasión, que representa lo que la crisis de la pubertad, en los pueblos, levanta y fija para siempre la forma personal que no existía; como cuando a la voz del Profeta las tribus nómadas de Arabia se alzan de súbito a la dignidad de la historia; o cuando la palabra de Lutero llega a países, aún sin alma, del septentrión, y los sacude e inflama, y hace que su alma se anuncie, y que estampen su sello en la corteza de la tierra.