Motivos de Proteo: 076

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Motivos de Proteo de José Enrique Rodó
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LXXV - Superioridad posible de los incultos y los autodidactos. De cómo la cultura debe procurar parecerse a la ignorancia. editar

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Aptitudes sin cuento, y entre ellas más de una superior, y acaso que el genio mismo magnifica, se pierden ignoradas en la muchedumbre que sustrae a los estímulos de la cultura la aciaga ley de la desigualdad humana. Pero, para redondear la verdad, falta añadir que, si la disciplina y el régimen en que consiste la cultura, son aquellos, estrechos y tiránicos, que hacen de ella un encierro claustral, o un sonambulismo metódicamente provocado en beneficio de una idea, cabe en la cultura también la responsabilidad, cuando no de la anulación, del empequeñecimiento de aptitudes, grandes tal vez por su fuerza virtual, pero que vinieron unidas por naturaleza a esa débil resistencia del carácter, a esa ineptitud para la negación y la protesta, propia de las almas en quienes las facultades de credibilidad e imitación son más poderosas que la fe y confianza en sí mismas.

Las escuelas de espíritu concreto, y si cabe decirlo así, inmanente, en ciencia o arte; los métodos de enseñanza calculados para sofocar la libre respiración del alma dentro de un compás mecánico, han rebajado, seguramente, en todos los tiempos, al nivel medio de la aptitud, dotes que, desplegándose en otras condiciones, hubieran excedido los límites que apartan lo mediano de lo alto, y aun lo alto de lo sublime. ¡Qué enorme suma de energía, de rebelde audacia, ha menester, si se piensa, una conciencia individual, librada a sus fuerzas, para romper el círculo de hierro de una autoridad secular organizada con todos los prestigios de la tradición, del magister dixit, del consenso unánime, como la filosofía escolástica, el sistema geocéntrico, o el clasicismo del siglo XVIII!... Suele el genio acompañarse, como característica moral, de la voluntad atrevida y la arrogancia heroica en cuanto a la confesión y profesión de la verdad nueva que ha hallado; pero no es seguro que lo que en el dominio de la inteligencia denominamos genio, como aptitud de descubrir lo nuevo, tenga siempre, en la esfera de la voluntad, el concomitante de la audacia irrefrenable con que revelarlo y defenderlo. Y en los casos en que falta esta audacia, que complementaría la originalidad de la visión genial, lo que puede salvar la independencia del espíritu incapaz de resistir, conscientemente, a la autoridad que prevalece, es ignorarla.

La renovación del pensamiento humano, inseparable ley de su vida, debe buenos servicios a los grandes incultos y a los grandes autodidactos. La observación real y directa, sustituida al testimonio de los libros, donde el iniciado en ellos acude tal vez a buscar la observación, que supone definitiva, de otros; la propia ausencia de un método que contenga los movimientos del espíritu dentro de vías usadas; el forzoso ejercicio de espontaneidad, originalidad y atrevimiento, son causas que concurren a explicar la frecuente eficacia de la cultura personal y libre, para los grandes impulsos de invención y de reforma.

El extranjero, el vagabundo, el incauto, se arriesgan, con facilidad candorosa, en hondos desiertos, en ásperas sierras, en comarcas llenas de espesos matorrales, que los avisados no frecuentan porque es punto convenido que allí sólo crecen vanos sueños, error y confusión, pero donde alguna vez una esquiva senda lleva a averiguar cierta cosa que no estaba en los libros; y por esto Leibnitz opinó que la persecución de las tres grandes quimeras, -tria magna inania-: la cuadratura del círculo, la piedra filosofal y el movimiento perpetuo, ha sido ocasión de esfuerzos y experiencias en que el espíritu humano ha aprovechado más que en gran número de investigaciones donde se marcha derechamente a la verdad con adecuado instrumento y método seguro.

La más grande de las revoluciones morales nació en el seno de un villorio de Galilea, adonde no pudo alcanzar, sino en muy débil reflejo, el resplandor de las letras rabínicas. -«Y llegado el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos oyéndole estaban atónitos, diciendo: -¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es ésta que le es dada?... ¿No es éste el carpintero hijo de María, hermano de Santiago, y de Joseph, y de Judas, y de Simón?»... La escena del desconcierto de los doctores de la Ley frente a la ciencia infusa del sublime niño que no ha pasado bajo la férula de su enseñanza, tiene un profundo e imperecedero sentido. Obras y nombres menos altos, pero gloriosos, lo confirman en todo tiempo. La fuerza de originalidad con que Ambrosio Paré sentó los fundamentos de la cirugía moderna, acudiendo a los medios experimentales, algo debe, sin duda, a la relativa independencia, en que permaneció su juventud, de la autoridad de los antiguos, por su desconocimiento de las lenguas sabias, en cuyos caracteres volvía a luz la doctrina de los Hipócrates, Galenos y Albucasis. Bernardo de Palissy fue un desamparado de la escuela, a quien la libertad de su ignorancia permitió pasar los falsos límites de la ciencia de su siglo. Si Burns hubiera estudiado los preceptos de Blair, ¿habría desatado sobre una literatura artificiosa su olada de fertilizante y oportuna barbarie?... Tipo del innovador sin disciplinadas letras es Rousseau. Su intrepidez rebelde; su despreocupación de la verdad inconcusa; su valor para esgrimir la irreverente paradoja; aquel ingenuo sofisma, tan lleno de alumbramientos y gérmenes felices, ofrecen juntos todos los excesos y todas las ventajas de la originalidad semi-inculta. Otro tanto podría decirse de Sarmiento en nuestro escenario americano. Con este mismo orden de hechos se relaciona el caso de que los espíritus de más fuerza inventiva en una ciencia o un arte, suelen ser extraños a ellos por su consagración profesional, y haber tocado en tal arte o ciencia sólo como pasajera desviación de su camino, ya apurando una particularidad de sus estudios propios, ya por simple curiosidad y esparcimiento.

La cultura de la inteligencia ha de procurar unir a sus inmensos beneficios los que son peculiares y característicos de una relativa ignorancia, apropiándose de éstos por la libertad que, en medio de su disciplina, consienta al espíritu; por los hábitos de investigación personal que en él estimule; y por el don de sugerir y abrir vistas sobre lo que queda más allá de las soluciones y verdades concretas.