Motivos de Proteo: 075
LXXIV - Lucha entre la aptitud individual y la resistencia del medio. El pesimismo de Larra.
editarPocos casos de tan hondo interés en la historia del espíritu como el de la aptitud genial tomada a brazo partido con la sociedad que la rodea, para forzarla a que conozca y honre su superioridad. Cuando esta lucha se prolonga, y a la mente de elección viene aparejado un ánimo cabal y heroico, surge la inspiración del satírico provocador, que se adelanta a despertar a latigazos la bestia amodorrada que no lo atiende. Cuando la voluntad del incomprendido es débil o está enferma, su soledad y abandono se traducen en un abatimiento de desesperanza y hastío, que acaso asume también la forma de la sátira: de una sátira tanto más acerba cuanto que no la acompaña el optimismo final y paradójico de quien esgrime la burla y el sarcasmo como medios de acción en cuya eficacia cree.
Es éste el género de pesimismo que representa, mejor que nadie, Larra: entendimiento no lejano del genio, voluntad viciada y doliente, a quien deparó su mala estrella un medio social donde el proponer ideas era como vano soliloquio, que él comparaba a las angustias de «quien busca voz sin encontrarla, en una pesadilla abrumadora y violenta». ¡Qué inenarrable fondo de amargura bajo la sátira nerviosa de aquellas páginas donde considera Fígaro, en una u otra relación, la decadencia de la España de su tiempo; la limitación de los horizontes; el estupor intelectual: el ritmo invariable, tedioso, de la vida! Su personalidad de escritor reclamaba el grande escenario: la electrizada atmósfera de la sociedad que inspira y estimula al pensamiento de Schlegel en los grandes días de Weimar; la tribuna, de todas partes escuchada, que difunde la oratoria crítica de Villemain, desde el centro donde escribe Balzac y canta Hugo; la hoja vibrante de la revista que esparce la palabra de Macaulay a los cuatro vientos del mundo literario... Y aquellas críticas incomparables, que reflejaban la irradiación de un espíritu no menos digno de las cumbres, no menos legítimamente ansioso de la luz, nacían destinadas a perderse, como el bólido errante, en el vacío de una sociedad sin atención enérgica, sin coro, a ciegas en la orientación del ideal, desalentada y enferma... Este sentimiento de amargura se manifiesta, por la sonrisa melancólica o por la displicencia del hastío, en las más ligeras páginas que arrojaba a aquel abismo de indiferencia el gran escritor, y estalla, con la potente vibración del sollozo, en la crítica de las Horas de invierno y en la Necrología del Conde de Campo-Alange.
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