Motivos de Proteo: 065

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Motivos de Proteo de José Enrique Rodó
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LXIV - El sueño de perfección y la voluntad ejecutiva. Dos linajes de artistas. Luca, fa presto! editar

... Y sin embargo ¡ay de aquel que no lleva inoculado en las venas un poco de este veneno estupefaciente!... En porción parca, él no inhibe ni hechiza, sino que presta divino ritmo y perseverancia a las energías indómitas. Imaginar lo perfecto, y esforzarse hasta la heroicidad por alcanzar un rayo de su lumbre, pero no lisonjear este amor contemplativo con la esperanza de la posesión, porque es amor de estrella que está en el cielo; alimentar el sueño de perfección, limitándolo por la experiencia y el sentido de las propias fuerzas, para saber el punto en que la tensión a que las sometemos ha agotado su virtualidad y después del cual toda porfía será vana; y llegado este momento, acallar a los demonios burladores y malignos que, en gárrula bandada, nos bullen dentro de la imaginación, mofándose de lo que hemos hecho y excitándonos a romperlo o abandonarlo; quemar en tal instante las naves de la voluntad ejecutiva, y obligarse a terminar la obra y a confesarla por propia ante nuestra conciencia y ante los demás, como se confiesa y reconoce al hijo, sin mirar lo que él valga: éste es el modo como el sueño de perfección puede conciliarse con la actividad resuelta y fecunda.

Pero sin ese místico sueño no se llegará jamás a la obra perenne. Si él impidió salir de la crisálida muchos pensamientos de Leonardo, en los que encarnaron en la forma ¡cómo la perfección soñada deja su sello y corona la formidable lid del genio trenzado con el material indómito! ¿Y qué perfección era la que él concebía que, haciendo Vasari la historia del retrato de Gioconda, escribe estas palabras, capaces de helar la sangre en las venas de quien las recuerde frente al cuadro, abismándose en aquel hondor, que no acaba, de ejecución porfiadísima: «E quattro anni penatovi lo lasció imperfetto»?...

Toda la perseverancia y fervor de la más devota existencia de artista, puede consumirse en dos o tres obras, tanto como en muchas; y aun cabe que no sobre el tiempo. El Nulla dies sine linea puede referirse a la línea que se retoca o sustituye, no menos que a la enteramente nueva. Junto al noble linaje de artistas, nunca muy grande en número, para quien la perfección es la dulce enemiga, aparecen aquellos otros fáciles, inexhaustos y torrentosos; los que, indistintamente y a manos llenas, derraman, con la derecha, belleza; con la izquierda, trivialidad; acumulando, entre ambos materiales, tan desigual y vasta obra como la del Tintoreto en pintura; en música la de Donizetti, o la de Lope de Vega en poesía; pero no siempre la mayor realización de fuerza está del lado de quienes más producen, y más considerable suma de energía consagrada al arte representa, sin duda, la vida de un Flaubert, recluido en su encierro y soledad de monje artífice, para dejar por fruto de su esfuerzo titánico unas pocas novelas, que la vida de un Lope, franqueada a todos los vientos de la acción y el placer, y arrojando al mundo, por los resquicios que acertaba a abrir entre unos amores y unas cuchilladas, tal cantidad de invención que, entre veinte autores que se la repartiese, aun pasarían por pródigos.

En medios inhospitalarios y prematuros para el arte, todo género de perseverancia de la voluntad artística es costosa: lo es la que se manifiesta por una producción sin eclipses ni desfallecimientos: lo es más aún, y toma visos de heroísmo, la que persigue un sueño de perfección. Pero sólo lo heroico tiene virtud de rehacer la realidad que lo rodea y adaptarla a sí mismo; lo heroico es cosa necesaria; lo heroico es augusto deber en quien aspira a lauros que son para héroes. Si el arte ha de venir algún día aquí donde suspiramos por él, no será únicamente mediante el general desenvolvimiento de la civilización y la madurez del alma colectiva: no será sin la obra anticipada, y exenta de vulgar recompensa, de algunas almas heroicas.

Hubo un pintor famoso que se llamó, de verdadero nombre, Giordano, pero a quien suele conocerse más por Luca fa presto. Encerrado, de muchacho, en el taller, por su padre, que necesitaba trocar el arte del hijo en pan de la casa, el pobre Giordano había de pintar de prisa; y apenas, cediendo él a su divino instinto, una figura o un rasgo le enamoraban, moviéndole a esmero y primor, la voz del padre acudía para espolear la mano melindrosa. Luca, fa presto! le decía; y los que, pasando cerca del taller, oían a toda hora la consigna implacable, pusieron de nombre al apremiado pintor ese Luca fa presto que aún lo señala en la posteridad. Tierras hay donde el padre de Giordano es un ente representativo, una personificación, un héroe epónimo; es esa concertada voluntad de las cosas que llamamos ambiente. Necesidad de volver pronto a la realidad del combate o del trabajo, puesto que, en tales tierras, el producir de arte aún no es oficio, sino ocio y ensueño; subordinación, otras veces, de la pluma que persigue accidentalmente belleza, a las febriles instancias de la pasión; falta de escuela, de método y disciplina; incomprensión de una cultura apenas desbastada, para lo exquisito y perfecto; indolente lenidad de la crítica; alternativas de inacción y arrebato, que, en la labor del pensamiento como en cualquier otro género de actividad, manifiestan la manera y el ritmo de un carácter de raza; absurdo crédito del repentismo: todas son influencias que fluyen de las condiciones de un estado social, y se suman en una gran voz, que clama en el espíritu de aquel que tiene en la mano un instrumento con que realizar arte o poesía: Luca, fa presto!

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