Ad Quintilium liberalis (a Quintilius el de «El Liberal»)


I editar

Muy señor o dómine mío: Sin insultarle a usted, ni nada de eso, y deseando que tampoco me insulte usted a mí, si por acaso me contestase, que no lo espero, voy a tomar en cuenta su primer artículo en pro de la Academia Española y contra Miguel Escalada. No supongo que usted me pregunte quién me da vela en este entierro, pues yo me la tomo, ni más ni menos que usted, pon el perfecto derecho de todo español a quien le andan a vueltas con la lengua. En cuanto a lo de no insultarnos, lo digo porque sería una vergüenza que por unas malas preposiciones inseparables acabáramos riñendo, cuando ni siquiera nos conocemos, y viniéramos a parar en aquello de que yo no llego a la altura de su desprecio de usted, ni usted llega a la suela de los zapatos de mi altivo desdén, etc. Cada cual llega adonde puede, y es quien es; y desde ahora le advierto que si, por casualidad, le picara algo de lo que tengo que decirle, aunque no espero que le pique, no me importa que usted jure no conocerme, porque yo tampoco sé quién es usted; y pata. Ruégole, eso sí, que en ningún caso compare mis pobres libros con el Quijote, porque eso, puesto que sea chiste, ya lo ha gastado Juan Fernández. Por lo demás, no crea usted en el desprecio de los que andan hablando de él por los periódicos. A lo menos yo, cuando desprecio de veras a una persona, o lo que sea, la desprecio como Dios manda, sin acordarme ni de despreciarla ni de pensar en ella.

No quiero hablar de usted apenas, porque el diablo las carga; y me voy derecho al bulto, o sea al Diccionario de la Academia, del cual dirá usted, en el fondo del corazón: «ahí me las den todas». Con esto consigo librarme del riesgo de molestarle a usted, y además tratar de un asunto que interesa al público más que saber si Escalada es o no infalible y si Quintilius puede o no equivocarse.

De modo que ni siquiera he de pararme a meditar si ha querido usted o no hacer un epigrama al hablar de «el docto académico que disfraza su amenísimo ingenio con el seudónimo de Juan Manuel Fernández». A primera vista, parece así, como que ese académico, cuando usa el seudónimo Juan M. Fernández, se las compone de manera que disfraza el ingenio, esto es, que entonces no se conoce que tiene ingenio amenisísimo. No; y, en rigor, eso es lo que usted dice, y puede que acierte. Tampoco me importa a mí averiguar si dice usted bien o mal cuando escribe que hablará de los artículos de Escalada «cuando no tenga cosa de mayor importancia en que perder el tiempo». Cualquiera pensaría que usted habitualmente se pasa, la vida perdiendo el tiempo, sólo que en cosas de mayor importancia. No lo entiendo. Pero no importa. Vamos al Diccionario, y vamos pronto. Y para que no me tiente más el diablo, pongo aquí, si no la cruz, un número romano.