II editar

Dice usted, Quintilius, que el Diccionario hace perfectamente en conceder un lugar a las partículas llamadas inseparables, y que Escalada hace muy mal en criticar al Diccionario porque se lee en él: «Ab, del latín ab»; y en añadir de su cosecha: «¡Claro, como que es latín puro!» Según Quintilius (y dispénseme este si unas veces hablo con él y otras con el público, a pesar de ser esta una epístola que a Quintilius le dirijo o enderezo), según Quintilius, abes una palabra castellana, y de rechazarla por ser latín puro, como dice bien Escalada, habría que rechazar también estas otras: anterior, citerior, exterior, etc., etc., porque conservan su forma latina pura. El argumento no es muy poderoso, porque interior, citerior, etc., significan algo, y ab, así como está aquí, ab, sin más, en castellano no significa nada. De modo que el caso ya no es igual. Pero dejando esto, que no tiene vuelta, las partículas inseparables tomadas de otras lenguas para modificar el sentido de una palabra, ¿son palabras castellanas, aunque como preposiciones, o lo que sean, separadas, no sean españolas también? Según Quintilius, sí, son palabras españolas, porque entran a modificar el simple (o el compuesto, señor); v. gr.: in-continenti, re-in-cidir.

Yo creo, sin ofender a nadie, que aunque vengan a modificar el simple, no por eso son palabras españolas, serán cachos o pedazos de palabras, que no es lo mismo. Según la teoría de Quintilius, el Diccionario debía incluir también las estirpes y aún las raíces, aunque sean tales que por sí solas no tengan hoy significación; y debía incluir las desinencias de las partes de la oración declinables, pues estas últimas también modifican el sentido, y las primeras, las estirpes, suministran a la palabra algo más importante, que una modificación, lo más esencial de la palabra misma. Quintilius defiende mal su causa diciendo que esas partículas inseparables extrañas al idioma, son españolas: no lo son; pero sin serlo pueden figurar en el Diccionario, con fines técnicos, para reflejar en él, hasta donde sea posible, la historia etimológica. Y otra prueba de que esas partículas (que no todas son partículas acaso) inseparables y no españolas, no son castellanas, es que... algunas de ellas ni siquiera se pueden escribir tal como son, en español, v. gr., pr no se puede escribir como es; habría que decir pre que no es lo mismo; (hupo o hipo) preposición griega, hay que escribirla con h en castellano, porque así se sustituye el espíritu áspero, y en cuanto a la úpsilón unos la leen como u española y otros como i. ¡Vaya unas palabras españolas que ni siquiera se pueden escribir como ellas piden! Pero como todo esto va contra la defensa de Quintilius, más bien que contra el Diccionario mismo, no insisto más.

Quiero dar por bueno, Sr. Quintilius, que el Diccionario hace bien en indicar esas partículas inseparables y en tratar de ellas aparte. Dice usted que con esto sigue el ejemplo de los mejores Diccionarios. Buenos los he visto yo donde, lo que es partículas extranjeras, o se incluían, a no ser en apéndices dedicados a estudiar las llamadas raíces (mal llamadas) o estirpes del idioma y su relación con las palabras derivadas y las compuestas. En estos tratados especiales, y también en las gramáticas (como usted dice bien, sólo que sin venir a cuento), es donde conviene encontrar tales partículas, siempre y cuando no se las tome por propias palabras españolas. Quedamos en eso; en que hace bien el Diccionario en indicarlas. Y ahora empieza Cristo a padecer. ¡Ah, Sr. Quintilius! ¡en mal hora se metió usted a defender las partículas inseparables del Diccionario!