​El Museo universal​ (1868)
Melodías 2
 de Antonio Vidal y Domingo.

Nota: Se ha conservado la ortografía original.
De la serie:

LITERATURA.

MELODIAS.

LA MUERTE.
I.

Yo tengo en la tierra una amiga á la que me unen antiguos y estrechos lazos. Cada vez que pasa por mi hogar deja en él huellas profundas, huellas que tardan en borrarse del corazón. Pero mi amiga es generosa; inas que aquella reina de la antigüedad que sembraba de perlas su camino ella siembra el suyo de lágrimas y de verdades.

Mi amiga no es ninguna mujer: no es mujer, no es hermosa ¡y la amo! Y no porque ella no me haya hecho derramar lágrimas; no porque nuestros amores no hayan sido tristes: recuerdo que en otros dias tenia una corona de las flores mas bellas de la vida, las mismas que he visto caer, una tras otra, marchitadas casi todas por la muerte.

Mas, de eso ha pasado tanto tiempo, que me parece haberlo soñado: si ahora amo á la muerte, no es por haberme hecho conocer la desgracia, sino porque veo que es la única amiga que no olvida.

Hay hoy hombres que maldicen la muerte; yo la amo, porque es el último consuelo que espero. ¡Creo seré de esas pocas almas que al morir le dan las gracias! Pero es gratitud que le debo, pues su mano ha de quitarme las cadenas que tanto me pesan, las cadenas que tanto me impiden volar á donde me llaman las únicas almas que me han amado.

Si eres piadosa, como dicen, ven, muerte, ven y rasga el velo de mi vida. ¿Qué hago en la tierra, sino desfallecer en la soledad y caer cada momento? Mi alma está triste, mas triste que esas flores de invierno que hace tantos dias no han visto el sol.

II.
RECUERDO DE AMISTAD.
á D. T. y a D. S. T.

Cuando enamorados los hombres únicamente de los tranquilos goces del espíritu, anhelan pasar la vida ni envidiados, ni envidiosos, entonces van en busca de una naturaleza magnifica, como la de vuestra ciudad natal, y allí, en medio de las maravillas de Dios que la coronan, alzan los honrados techos.

¡Dulce es poder descansar en ellos al lado de queridos amigos! Al frescor de la fuente que con su murmullo acompañaba el suave esparcimiento de nuestros corazones, disfruté un momento de la paz ten suspirada por el alma.

Pasó la hora del sol y fuimos á vagar por la ciudad; no hay en ella blanca casita que no tenga su jardín, su fuente y su niña encantadora. Contemplamos las calles de pescadores, al fin de las cuales, aparece el mar azul y la ligera barquilla, deslizándose por entre ondas tan mansas que no parece sino que nunca hin sido agitadas por la tempestad. Asi pasaron fugitivas las horas, admirando la obra de Dios, que el hombre en vuestra patria no ha desfigurado; pero antes de que huyera la luz de la tierra y viniese la noche á ocultarnos tantas maravillas, dejando la mansión de los vivos subimos á la de los muertos ¡aun mas hermosa!

El cementerio de la ciudad, iluminado por los últimos resplandores del crepúsculo, levantándose en las Hondas faldas de la montaña, y dominando todo el mar que viene á espirar al pie de los sepulcros, removió lo mas profundo de nuestros corazones. Y al hollar el polvo de los muertos, recordamos los amigos y los padres perdidos, el trágico y misterioso destino humano, las breves horas concedidas á los mortales, y que sólo el dolor tiene el triste poder de hacernos parecer eternas.

Yo no be encontrado en el camino de mi vida paisaje mas encantador, una naturaleza que mas convide al hombre á fijarse en elfo para siempre. Allí habría sentado mi tienda, si hubiera sido dueño de mi fortuna. Esta ha sido dura y cruel para con vuestro amigo; pero si algún dia logra emanciparse de ella, y ser dueño de. su destino, ira á vuestra ciudad á pasar los ancianos dias y entre sus muertos le será dulce reposar y dormir el profundo sueño, mecido, como ellos, por las olas de aquel mar.

Antonio Vidal y Domingo.