El príncipe sin nombre

El Museo universal (1868)
El príncipe sin nombre
de Ramón de Campoamor.

Nota: Se ha conservado la ortografía original.
De la serie:

ALBUM POETICO.

A continuación publicamos un episodio inédito del poema que actualmente escribe el señor Campoamor, y del cual ya conocen otro, no menos bello, los lectores de El Museo.


EL PRINCIPE SIN NOMBRE.

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Ven que á un hombre con lánguida sonrisa
siguiendo, mas impúdica que amante,
deja colgar al soplo de la brisa
su trenza desgreñada una Bacante.

Debajo de su lúbrica mirada,
y en torno de su boca centellea
la espresion fatigosa y fatigada
del ansia vil que desear desea.

Descalzo el pie, los hombros descotados,
ni siquiera ocultaba, desceñida,
bajo el cuello procaz los mal velados
misteriosos santuarios de la vida.

Llevando, como Venus, la Bacante
la victoria del vicio en la cintura,
mostraba al hombre en su voraz semblante
la contorsión de la sonrisa impura.

Y al joven que implacable perseguía
con brazos por la fiebre descarnados,
en un plato de barro le ofrecía
unos ojos vidriosos y apagados.

Y —«¡toma!»—nauseabunda murmuraba
como silba el reptil húmedo y frió,
y el joven escuchándola esclamaba:
—«¡qué odioso, santo Dios, es el hastío!»—

Detuvo al hombre, hasta el furor hastiado,
Honorio preguntándole—«¿quién eres?» —
—«Un hombre, contestó, que, desdichado,
sólo amó á la mujer en las mujeres.

»Gran principe nací. Y aunque comienza
mi vida en cuna real, he sido un hombre
que acaso por desprecio ó por vergüenza
ha olvidado la historia hasta mi nombre.

»A sor Clara una vez en su convento
la requerí de amor, con un cinismo
que en tan santo lugar y en tal momento
lo audaz deshonraría al crimen mismo.

—«¿No adivináis mi amor en mi mirada?»
murmuré irreverente á sus oídos.
¡Oh, juventud por el placer cegada
que no piensa en mas Dios que los sentidos! —

—«¿Qué os gusta en mí?»—me preguntó gimiendo.
—«Vuestros ojos»— la dije, y tristemente
—«¡mis pobres ojos!»—esclamó volviendo
al cielo con dolor su limpia frente.

«Y de su celda hácia la puerta andando
—«mi respuesta aguardad»—serena dijo;
y en el quicio apoyada, entró besando
con la fe de una santa un crucifijo.

«Yo pensando ¡oh miseria de la vida!
en su talle gentil, su rostro bello,
la respuesta aguardando prometida
baste se hinchaba de placer mi cuello.

»Al umbral de la puerta, á poco rato,
destrozadas las órbitas, se asoma,
y sus ojos me ofrece en ese plato
con tranquilo ademan, diciendo:—«¡toma!» —

«¡Horror! cruzaron por el pecho mío,
la sangre al ver de tan atroz presente,
una llama primero y luego un frío
que hasta heló de mis lágrimas la fuente.

—«Toma— añadió, que mi presente pueda
á tu pecho sin fe volver la-calma;
y aunque ves que mi faz sin ojos queda,
para mirar á Dios me hasta el alma.—»

»Me echó el plato y partió. De espanto yerto
yo en tanto miro el don que, abominable,
dejó en mi sangre para siempre muerto
el torbellino del amor culpable.

La Bacante después, siguiendo al hombre,
tiende otra vez su desgreñada trenza,
y grita huyendo el príncipe sin nombre:
— «¡maldición en la dicha que avergüenza!»—

Ramon de Campoamor.