Los trabajos de Jacob/Acto II

Acto I
Los trabajos de Jacob
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen BATO y LIDA, pastores, asidos de una cinta.
LIDA:

  Suelta, necio.

BATO:

Extraña estás
en hacerme tal desprecio.

LIDA:

¿Desprecio es llamarte necio?

BATO:

¿Puede el desprecio ser más?
  ¿Sabes tú que haya formado
naturaleza animal
tan fiero?

LIDA:

Siendo mi igual,
tú mismo te has retratado.

BATO:

  Antes los cielos quisieran
sabio elefante, león
fuerte, espantoso dragón,
y su fiereza me dieran;
  cuántas cosas ¡ay! querría,
y no ser necio.

LIDA:

Pues yo
pienso que lo eres.

BATO:

Yo no.

LIDA:

¿Pues qué necedad más fría
  que amar a quien te aborrece?

BATO:

Antes discreción se llama,
pues amar a quien nos ama,
justicia y razón parece.

LIDA:

  ¿Quién ama obedece?

BATO:

Sí;
que el amor es obediencia.

LIDA:

Pues vete de aquí.

BATO:

Paciencia;
digo que me voy de aquí;
  detrás de estos chopos quiero
esconderme.

(Escóndese, y sale BENJAMÍN como antes.)
BENJAMÍN:

Aunque más huyas,
seguiré a las alas tuyas,
tú las del viento ligero.

LIDA:

  Vente, hermoso Benjamín.

BENJAMÍN:

Voy tras una corza herida.

LIDA:

Si aquí la tienes tendida
por el clavel y el jazmín,
  armas de esa gran belleza;
no sigas al viento vano;
dame, Benjamín, la mano
que formó Naturaleza
  de nieve, para templar
el fuego de tu hermosura.

BENJAMÍN:

Así Dios te dé ventura,
Lida, que me des lugar.
  No se me lance en el río
o en parte que no le alcance.

(Ásele.)
LIDA:

Aquí tienes mayor lance
en un alma, ingrato mío.

BENJAMÍN:

  Suéltame: no seas pesada;
que yo no entiendo de amor.

LIDA:

Pues hazme solo un favor,
ya que estoy desengañada.

BENJAMÍN:

  Di presto.

LIDA:

Que de esos ricos
cabellos, cortar me dejes
unas hebras.

BENJAMÍN:

No te quejes,
Lida, de que tema hechizos;
  deja de ser importuna;
quédate, Lida, con Dios.

(Vase.)
LIDA:

Muerta quedo.

(Sale BATO.)
BATO:

Y aun los dos
con una misma fortuna.
  Basta, que está descubierta,
Lida ingrata, la razón
de tu olvido.

LIDA:

¡Qué traición!
¿Lo escuchabas? Ya soy muerta.

BATO:

  Yo se lo diré al señor.

LIDA:

¡Bato! ¡Bato!...

BATO:

No hay que hablar:
o amarme, o voy a parlar,
Lida, tu hechizo o tu amor.

LIDA:

  Yo te amaré.

BATO:

Corta en mí
los cabellos que querías
en Benjamín, si lo hacías
por favor.

LIDA:

Harélo así.

BATO:

  Corta, aunque lo mismo fuera
en casa a cualquier lechón.

LIDA:

Señor viene; otra ocasión
tendremos.

BATO:

Allá me espera.

(Vanse.)


(Salen JACOB, RUBÉN, ISACAR y SIMEÓN.)
JACOB:

  Estéril tiempo y cruel;
ya mi familia perece.

RUBÉN:

Triste vida el campo ofrece;
cosa no se mira en él
  que con señal de alegría
la dé a las hojas.

ISACAR:

El cielo,
como ofendido del suelo,
no sustenta lo que cría.
  Ya no halla hierba el ganado,
y parece que se atreve
a competir con la nieve
del monte el desierto prado.

JACOB:

  ¡Lástima es ver, hijos míos,
que estén tales sus despojos,
que si no es en nuestros ojos,
apenas se miran ríos!
  Ya entre tanto desconsuelo
de la sequedad que encierra,
abre mil bocas la tierra
para lamentarse al cielo.
  Bala el ganado perdido:
suena en las peñas el eco,
y vuelve del campo seco
triste el pajarillo al nido.
  Y entre tanta confusión,
me han dado nuevas que Egipto
está todo su distrito
fértil en esta ocasión.
  Partid, hijos, a comprar
trigo; partid, aunque sienta
vuestra ausencia, que a la cuenta
allá debe de sobrar,
  pues acá nos traen señales
los ríos que de allá vienen.

RUBÉN:

Siempre tus trabajos tienen,
buen Jacob, descansos tales;
  pero no es posible menos,
viendo los cielos airados,
los elementos turbados,
y de mil portentos llenos.
  No te osábamos decir
este remedio, señor,
por no llegar al dolor,
causa de vernos partir;
  mas pues ya de ti ha nacido,
¿cómo quieres que se intente,
padre piadoso y prudente?

JACOB:

En partir ya no hay partido;
  y habiendo de ser así,
oíd, hijos de Jacob
doce partes hice el alma;
ya, sin Josef, once sois.
Vayan los hijos de Lía,
Rubén, Leví, Simeón;
vaya el valeroso Judas,
Isacar y Zabulón;
Dan y Neptalín, de Vala,
la que a mi Raquel sirvió;
los de Zelfa, Gad y Asser,
Zelfa que Lía me dio.
Solo Benjamín me quede,
pues que ya no me quedó
de mi adorada Raquel
otra memoria de amor.
Este ha sido mi consuelo
después que Josef faltó;
el aliento a la esperanza
que mis años sustentó.
Con esto, partid, mis hijos,
y deos Dios la bendición
que Abraham, mi abuelo, Isaac,
mi padre, les prometió.
Partid con ella, hijos míos,
porque si de Dios la voz
mi sucesión asegura,
la misma verdad es Dios.

(Vase.)


NEPTALÍN:

  Tierno parte.

ISACAR:

Es padre al fin.

RUBÉN:

Alto; a partir, Isacar.

ISACAR:

Pues vaya Bato a llamar
a los demás, Neptalín.

(Vanse.)
(Entren NICELA y DELFA.)
DELFA:

  Por aquí dicen que pasa
el Virrey.

NICELA:

No sé si vea
un ángel que me recrea,
o un demonio que me abrasa.

DELFA:

  ¿Tanto le amaste?

NICELA:

Es de forma
mi amorosa fantasía,
que es como el primero día,
alma que mi cuerno informa.
  Ayuda a mi pena el ver
que un esclavo que fue mío
llegue a tanto señorío,
a tal grandeza y poder.
  Y viendo que se ha casado
Josef, y que hijos tiene,
mi amor a ser furia viene
en envidia trasformado.
  Dos le han nacido, ¡ay de mí!
Efraín y Manasés.

DELFA:

¡Que tanto tiempo después
haya esa memoria en ti!

NICELA:

  Y aun con más pena me veo,
porque sin la ejecución
tiene amor obstinación
para dar vida al deseo.

DELFA:

  Él llega. Apártate aquí.

NICELA:

¡Ay, mi esclavo! ¡Quién creyera
que en tal grandeza le viera
para más envidia en mí!

(Suena música. Sale JOSEF en un carro triunfal, sentado. ASIRIS y PUTIFAR a los lados, a pie. Criados delante, echando flores y ramos por el suelo.)
JOSEF:

  Hoy cumple el sol seis círculos que ha dado,
amigos, por los altos paralelos,
que así triunfé del suelo levantado
por voluntad de los piadosos cielos;
que aunque puedo decir que me ha criado
de nuevo el Rey, cuyos dorados velos
me ha dado como el sol los da a la luna,
no nace dél mi próspera fortuna.
  Por Dios se mueve cuanto el mundo tiene,
por hado vuestros sabios hoy declaran;
dél procede la vida, el honor viene;
todas las cosas en su centro paran.
Dios cría, Dios sustenta, Dios mantiene
sus fuertes muros, al humilde ampara;
Dios hace reyes, que las buenas leyes
tienen principio en Dios y no en los reyes.

PUTIFAR:

  Gran Salvador del mundo, justo nombre
que te dio Faraón, por ti se mira
libre la tierra; tú el primero hombre;
que donde tú no estás, cautivo expira
el mundo. Egipto, Salvador te nombre,
por ti vive, por ti también respira
de la opresión estéril, pues pudiera
volver sin ti la confusión primera.

JOSEF:

  En llegando a palacio, dad audiencia
a cuantos, por humildes y afligidos,
les faltare favor, con advertencia
que por pobres serán más presto oídos.
Los frutos, del linaje humano herencia,
queden con igualdad distribuidos,
dando sustento a todos igualmente.

PUTIFAR:

El cielo, Salvador, tu vida aumente.

(Dé vuelta el carro con música, y entre con el acompañamiento que salió. Quedan NICELA y DELFA.)
DELFA:

  ¿Qué dices?

NICELA:

Estoy suspensa
de mirar grandeza tanta.

DELFA:

Lo que el mismo Dios levanta
tiene en su brazo defensa.
  No haya miedo que derribe
tan justa privanza envidia.

NICELA:

Mucho en velle me fastidia
que así mande y así prive.

(Sale PUTIFAR.)
PUTIFAR:

  Nicela, ¿tú aquí?

NICELA:

¡Señor!

PUTIFAR:

¿Tú de palacio en la puerta?

NICELA:

Aquí he llegado encubierta
entre el popular rumor,
  con ánimo de mirar
nuestro esclavo.

PUTIFAR:

No hablas bien,
pues fuera del Rey, también
Salvador le has de llamar.

NICELA:

  ¿Yo Salvador?

PUTIFAR:

¿Pues quién es
hoy por quien vives?

NICELA:

No seas
lisonjero, donde veas
que no se sigue interés.

(Vase NICELA y sale JOSEF.)
JOSEF:

  Dad licencia, general,
para que entre quien quisiere.

PUTIFAR:

 (De rodillas.)
Tu vida el cielo prospere
a su mismo curso igual.

JOSEF:

  Álzate; que bien me acuerdo
de que fuiste dueño mío.

PUTIFAR:

Aparte.
(Ensalza tu señorío
el verte prudente y cuerdo;
  que quien tiene en la memoria
la humildad en que se vio,
cuando Dios le levantó
venció la mayor victoria.)
  No me puedo persuadir
que este estuviese culpado:
celos Nicela me ha dado
y agravios puedo decir.
  Sin duda estaba inocente,
porque el hombre que es vicioso,
si llega a ser poderoso
ejecuta lo que siente.
  Y pues Josef no lo estuvo,
ella, sin duda, es culpada,
y aquella capa arrojada
la que su golpe detuvo.
  Suyos fueron los antojos;
ella fue el toro cruel,
porque a no venirse a él,
no se la echara a los ojos.

(Siéntase JOSEF, y salen RUBÉN, NEPTALÍN, ISACAR, SIMEÓN y BATO.)
SIMEÓN:

  ¿Si es aquel el Salvador?

NEPTALÍN:

Aquí dicen que está.

SIMEÓN:

Llega.

NEPTALÍN:

¿No hay más de llegar así?

RUBÉN:

¿Cómo le haré reverencias?

BATO:

Con ser yo rústico, sé
que las rodillas en tierra
le habéis de adorar. Llegad.

(De rodillas todos.)
RUBÉN:

A los pies de tu grandeza
tenéis, Salvador de Egipto,
una pobre gente hebrea,
que viene a comprar el trigo
que reservó tu prudencia
para los presentes años,
según por allá nos cuentan.
Manda, señor, que nos den
lo que a tu piedad parezca,
que en este tiempo socorra
necesidad tan estrecha.

JOSEF:

¡Cielos! ¿Qué es esto que miro?
¡Cielos! ¿Quién habrá que entienda
vuestros secretos? ¡Oh suma,
oh grande piedad suprema!
¿No son estos mis hermanos?

RUBÉN:

¿De qué se admira? ¿Qué piensa?

ISACAR:

La color se le ha mudado.

NEPTALÍN:

En los hombres que gobiernan
hay este divertimiento,
como en los hombres de letras.

JOSEF:

(Grave.)
Hombres, ¿de dónde venís?

BATO:

Hombres dijo: malas señas.

JOSEF:

(Más alterado.)
¿De dónde vinisteis, hombres?

BATO:

Responded de Adán y Eva.

RUBÉN:

De la tierra de Canaán
hemos venido a esta tierra
a comprar trigo, señor.

JOSEF:

(Colérico.)
Mentira bien clara es esta.

BATO:

¿No lo dije yo?

JOSEF:

Vosotros
sois espías, cosa es cierta,
y vuestro hábito lo dice.

RUBÉN:

¡Espías, señor! No creas
que ese traidor pensamiento
en nuestra nobleza quepa.
Doce hermanos somos todos
de un padre, aunque de diversas
madres: los once vivimos,
murió el penúltimo, y queda
el último con el viejo,
que del muerto lo consuela.
Ésta es la verdad, señor.

JOSEF:

Uno falta.

BATO:

¡Cómo muestra
airado el rostro!

JOSEF:

Decid
de qué murió.

RUBÉN:

Cierta fiera
en el valle de Mambré,
bajando a dar una fiesta
agua al ganado, le dio
la muerte.

JOSEF:

¡Y qué fiera, fiera!
¡Cómo se ve claramente
que son invenciones vuestras!
Espías sois que venís
a ver que muros, qué puertas,
qué defensas Menfis tiene.

ISACAR:

Señor, la verdad es esta.

JOSEF:

(Levántase.)
¡Por vida del Rey, traidores,
que hasta que el hermano venga
que decís que allá quedó,
y a vuestro padre consuela,
que no salgáis de una cárcel!
Vaya el que de todos sea
más diligente, por él,
y los demás en cadena
y grillos queden.

RUBÉN:

Señor...

JOSEF:

No hay que hablar; la prueba
de que habéis dicho verdad,
a la vista se reserva
del hermano que decís;
si él viene, será muy cierta:
si no, será mentirosa,
¡capitán!

PUTIFAR:

¡Señor!

JOSEF:

Encierra
estos hombres con prisiones
en una cárcel.

RUBÉN:

Es pena
de nuestro delito justa.

NEPTALÍN:

Sí, que la pura inocencia
de nuestro hermano da voces.

RUBÉN:

¿Ya no os dije que no era
bien hecho entonces?

SIMEÓN:

Agora
nos viene, sin merecella,
esta desdicha por él.

PUTIFAR:

Caminad.

BATO:

Quiero que adviertas,
capitán, que no soy yo
de los que el Virrey condena.

PUTIFAR:

¿Pues quién eres tú?

BATO:

So quien
tiene cuenta con las bestias.

PUTIFAR:

Pues tenla agora de ti.

BATO:

¡Pobre Bato, quién creyera
que vinistes a dejar
el pellejo en tierra ajena!

(Llévanlos.)
JOSEF:

  Lágrimas que a los ojos
solicita piedad de amor nacida,
detened los enojos,
o corred como fuente que oprimida
tuvo la dura presa,
pues no cesa el amor, y el rigor cesa.

(Salen FENICIA y LISENO.)
LISENO:

  Él ha de morir, Fenicia.

FENICIA:

No ha de morir: ten piedad.

JOSEF:

¿Qué es esto?

LISENO:

A tu majestad
pido, gran señor, justicia.

FENICIA:

  Yo piedad, Salvador nuestro.

JOSEF:

¿Eres su marido?

LISENO:

Soy.

JOSEF:

Habla.

LISENO:

De Fenicia tuve
dos hijos.

FENICIA:

De entrambos son;
óyeme a mí.

JOSEF:

Da lugar,
mujer, puesto que el dolor
del parto más te apresure,
a que comience el varón.

LISENO:

El mayor de mis dos hijos,
de envidia mató al menor;
está preso: yo que muera
quiero, y Fenicia que no.

FENICIA:

Señor, si el uno está muerto,
rigor es matar los dos.

JOSEF:

Decís bien; mando que luego
le saquen de la prisión;
que Dios le dará castigo
de la sangre que vertió.

FENICIA:

Vivas mil años, amén,
soberano Salvador
de Egipto.

JOSEF:

¡Qué justo ejemplo
de los hijos de Jacob!

(Vanse los dos. Sale PUTIFAR.)
PUTIFAR:

  Ya están presos los hebreos.

JOSEF:

En estando los tres días,
dales libertad.

PUTIFAR:

Sabrías
sus maliciosos deseos.

JOSEF:

  Dellos tengo aviso ya;
cierto Josef me le dio,
que allá en su patria nació
y agora en Egipto está.

PUTIFAR:

  ¿Conócesle tú?

JOSEF:

Muy bien.

PUTIFAR:

Yo les daré libertad.

JOSEF:

Antes que de la ciudad
salgan, advierte también
  que prendas al uno dellos,
que se llama Simeón;
que importa que esté en prisión
en tanto que vuelven ellos,
  que han de traer otro hermano;
dales trigo, y el dinero
pon en los sacos primero,
disimulando la mano.
  ¿Hasme entendido?

PUTIFAR:

Muy bien.

JOSEF:

Capitán, tu pecho alabo;
que a quien te sirvió de esclavo
le sabes servir tan bien.

(Vanse y salen LIDA y BENJAMÍN.)
LIDA:

  Mientras con más aspereza
me tratas, mas crece amor;
que suele ser el rigor
aumento de la belleza.
Formó la naturaleza
montes, hombres, fieras, pechos,
pues de sus manos los hechos
no ablandan pechos iguales,
viendo que en tiernos cristales
quedan sus jaspes deshechos.
  ¡Ay, Benjamín! que dijera
con más causa ¡ay Serafín!,
pues quien ha de ser mi fin,
por su hermosura lo fuera:
si en la hermosa primavera
de tus verdes años flor,
no quieres bien, ¿qué rigor
anima tu pecho helado,
pues no ves en monte o prado
cosa que no tenga amor?
  Aman las fieras crueles
que carecen de las almas:
aman las palmas las palmas,
los laureles los laureles;
los pajarillos que sueles
oír con dulces canciones
cantan sus tiernas pasiones;
aman las fuentes los ríos:
solo tú a los males míos,
áspid, sentimiento pones.

BENJAMÍN:

  Si yo supiera querer,
tuviera mi pensamiento
ligado a tu entendimiento:
no te supiera ofender.
La hermosura de tu ser
naturalmente me obliga,
mas no sé cómo te diga
que no entiendo qué es amor,
si ave, fiera, planta o flor
en su triunfo enlaza y liga.
  Amor es inclinación
que se causa y no se entiende,
fuego que en el alma enciende
el aire del corazón;
sus dos alas, Lida, son
una agrado, otra deseo;
si en servirte no me empleo,
es porque el alma no inspiran;
que lo que los ojos miran,
en los del alma no veo.

LIDA:

  Si tienes entendimiento,
¿cómo no ves que el rigor
pone en las fuerzas de amor
porfía y atrevimiento?
Si nace de encogimiento
de tu tibio corazón,
mis brazos de fuego son.

(Quiere abrazalle.)


BENJAMÍN:

Desvía, necia.

LIDA:

No quiero.

BENJAMÍN:

Jacob viene.

LIDA:

Ya no espero
ablandar tu corazón.

(Sale JACOB.)
JACOB:

  Mal sufre amor la ausencia:
tormento sin igual recibe el alma;
faltando la paciencia,
los sentidos oprime ociosa en calma,
pues día y noche asiste
el pensamiento a una memoria triste.
  Con justa causa temo:
ningún consuelo, amor, me satisface;
siempre amé con extremo:
de la causa de amor el temor nace,
que es su mayor efeto.

BENJAMÍN:

Padre y señor...

JACOB:

¡Oh, Benjamín discreto!
  Parece que entendías
la falta de consuelo en mis entrañas.

BENJAMÍN:

Señor, las tiernas mías
mueve tu pecho y mueve las montañas
desta tierra, que llora
contigo al irse el sol y al ver la aurora.
  Ya vendrán mis hermanos:
no aumentes tus trabajos con temores.

JACOB:

En mí no fueron vanos:
en teniéndolos yo, vienen mayores;
que por otro camino
no se cede mayor del que imagino.

BENJAMÍN:

  Mayor valor tenías
cuando en Aran guardabas el ganado,
tantas noches y días,
por mi querida madre desvelado,
por tu Raquel hermosa,
la mujer más amada y más dichosa.

JACOB:

(Alégrase.)
  No sé cómo te diga
lo que pasé, contento de mis daños;
así la causa obliga
el verde abril de mis floridos años,
y en los primeros siete,
en tanto que Labán me la promete,
  fui muy gallardo mozo:
vestíme bien los días que venía
con amoroso gozo
a ver tu madre, y ella me decía,
después que fue mi esposa,
que de verme galán se vio celosa.
  Pues si delante della
luchábamos tal vez, el más robusto,
mirando a Raquel bella,
encendido de honor, el lazo justo
desasido en un vuelo,
confesaba mi amor midiendo el suelo.
  Los lobos me temían,
los más fieros leones me temblaban;
los pastores decían
que la ventaja en toda acción me daban.

LIDA:

¡Qué bien que le engañaste!

BENJAMÍN:

Como mujer, en fin, me aconsejaste.

(Entre BATO.)
BATO:

  Para ganar las albricias
presumí de adelantarme,
si fueran buenas las nuevas.

JACOB:

¡Bato!

BATO:

¡Señor!...

JACOB:

No me hables,
que ya sé que a mis trabajos
alguna desdicha añades.
¿Vienen mis hijos?

BATO:

Ya vienen.

JACOB:

¿Todos?

BATO:

Ya tienes delante
los mayores dellos; puedes
mejor saber cosas tales.

(Salen RUBÉN, ISACAR y NEPTALÍN, tristes.)
RUBÉN:

Guarden tu vida los cielos.

ISACAR:

Los cielos tu vida guarden.

NEPTALÍN:

Danos a todos los pies.

JACOB:

En los turbados semblantes
conozco que no venís
contentos.

RUBÉN:

Llegamos, padre,
a la gran Menfis de Egipto,
famosa entre las ciudades
del mundo, y vecina al cielo,
con pirámides de jaspe.
Faraón tiene un Virrey,
hombre de notables partes,
que sustituye en su cetro,
y a quien permite que llamen
Salvador, porque lo ha sido
en ocasión semejante
de todo el egipcio reino;
fuimos luego a visitarle,
y adorando por la tierra
su persona hermosa y grave,
nos preguntó por la nuestra;
yo le dije que este valle:
con todas las demás cosas
a su sospecha importantes.
Dijo que éramos espías,
y por más que porfiase
en que éramos gente noble
y doce hermanos de un padre,
contándole allí los días,
once con Josef, que yace
muerto a manos de la fiera
que bañó su ropa en sangre,
y doce con Benjamín;
no quiso crédito darme
mientras que no le trujese,
porque ser verdad probase,
a Benjamín, por quien queda
Simeón, padre, en la cárcel,
pues que tres días nos tuvo
en sus cadenas con llaves.
Danos, padre, a Benjamín
así los cielos te alarguen
tu vida, porque sin él
volver a Egipto no trates.
Sin esto estamos confusos,
porque abriendo los costales
del trigo, habemos hallado,
sin que un dinero nos falte,
dentro el mismo que le dimos;
que si fue yerro, es notable.

JACOB:

¿Para qué queréis que viva,
si se aumentan por instantes
los trabajos de Jacob,
ya con mi edad desiguales?
Sin hijos me habéis dejado;
mató a Josef, Dios lo sabe,
la fiera que me dijisteis:
Simeón queda en la cárcel,
¿y a mi amado Benjamín
agora queréis quitarme?
Ya perdí a Josef no quiero
que su retrato me falte,
si no queréis que deshechas
en lágrimas miserables,
mis blancas canas, al centro
negro de la tierra bajen.

RUBÉN:

No te aflijas desta suerte,
padre; ya es razón que basten
tus lágrimas; no permitas
que, ciego, tu vida acaben.
Dame a Benjamín, señor,
porque si no es con llevarle,
de la cárcel a mi hermano
no hay oro con que le saques.
Y si no te le volviere
sano y libre, que me mates
dos hijos te doy licencia;
mira que crece la hambre,
y también que será fuerza
volver a hacer su rescate.

JACOB:

¿Por qué dijiste que había
otro hijo, si nombralle
no fue porque le pidiese?

NEPTALÍN:

El cielo nos desampare,
nuestros ganados destruya,
nuestras labranzas abrase
si fue tal nuestra intención,
sino solamente darle
respuesta en orden a todo.

JACOB:

Ahora bien, hijos, llevalde,
si no es posible otra cosa.

BENJAMÍN:

No llores: mira que haces
agravio a valor que pudo
vencer en la lucha un ángel.
Lo que Dios te ha prometido,
¿cómo es posible faltarte?
Faltará primero el mundo,
faltarán los cielos antes.
Cara a cara viste a Dios:
¿Qué temes? ¿Quién será parte
a ofenderte, si has rendido
a aquel divino gigante?

JACOB:

Si me consuelas así
y así pretendes dejarme,
¿qué me dejas por consuelo?
Ahora bien, Benjamín, parte,
y parte a tu padre el alma.

BENJAMÍN:

Yo espero estos brazos darte
muy presto con más contento.

JACOB:

¡Hijos, a todos alcance
mi bendición!

(Vase llorando.)
ISACAR:

Id con él
en tanto que se dilate
esta jornada forzosa.

RUBÉN:

Luego que todos descansen
se intentará la partida.

(Vanse, y quedan BATO y LIDA.)
BATO:

¡Detente!

LIDA:

¡Qué disparate!

BATO:

¿Pues a qué tigre se niegan
los brazos, aunque llegase
del color que en la Etiopía
los adustos negros traen?

LIDA:

¿Quién te ha dicho, Bato, a ti
que es obligación bastante
abrazarte sin quererte?

BATO:

No porque quieras abraces,
sino porque yo te quiero.

LIDA:

Ahora bien, porque no llames
descortesía el no ser,
como otras mujeres, fácil,
ve aquí un abrazo.

BATO:

No seas,
Lida, así el cielo te guarde,
manca de la cortesía;
que aun es defecto entre amantes.
¿No has visto unos majaderos
que no es posible que alcen
un dedo de la cabeza
el sombrero por delante?
¿Y otros que andan en rodeos
de las palabras iguales,
y porque el otro esté en pie
ellos no quieren sentarse,
pues, fuera de ser muy necios,
negocian que los infamen
desenterrando sus vicios?

LIDA:

En fin, ¿quieres que te abrace
con dos brazos?

BATO:

Si los tienes,
no se los quites a nadie.

LIDA:

¿Para media voluntad
no quieres que un brazo baste?

BATO:

¿Luego entre mí y Benjamín
ya tu voluntad repartes?
Quiérete ya, ¿quién lo duda?
Pero yo pienso vengarme
con que no ha de volver más.

LIDA:

¿Qué dices?

BATO:

Que no me abraces;
que voluntad con dos medias
algún necio se la calce.
(Éntrase cada uno por su parte.)