Los trabajos de Jacob/Acto III

Los trabajos de Jacob
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen JOSEF y PUTIFAR.
JOSEF:

  Qué, ¿han venido los hebreos
de la tierra de Canaán?

PUTIFAR:

De besar tus pies están
con mil ardientes deseos.

JOSEF:

  ¿Viene con ellos también
el más pequeño?

PUTIFAR:

Con ellos
viene, y aunque algunos dellos
gallardos parecen bien,
  no igualan a Benjamín,
que así dicen que se nombra,
porque son de su sol sombra.

JOSEF:

Qué, ¿vino el muchacho al fin?

PUTIFAR:

  Parece que te alegraste.

JOSEF:

Presto sabrás la ocasión.

PUTIFAR:

No sabiendo la intención
con que a los once llamaste,
  pensaron que era el dinero
que en los costales hallaron:
de nuevo me lo entregaron:
respondo que no lo quiero,
  y que a comer los convidas;
de que están fuera de sí.

JOSEF:

Llámalos.

PUTIFAR:

Ya están aquí.

JOSEF:

¿Qué puede haber que le pidas,
  Josef, al piadoso cielo?
Subo en aquesta ocasión
al trono de Faraón;
mas no con soberbio celo,
  sino solo por cumplir
del gran Dios la voluntad,
porque bajó mi humildad
cuanto ella quiere subir.

(Haya dosel y sillas, con gradas: siéntese, y salen los hermanos. De rodillas.)
ISACAR:

  Adorando la tierra humildemente
de tu trono real, cuyos trofeos
envidiando laureles, a tu frente
coronan resplandores Idumeos,
están ¡oh generoso presidente
del valle de Mambré! los diez hebreos,
para que seas tú mismo testigo
de la verdad que se trató contigo.
  ¡Oh! Si vieras, señor, el sentimiento
de su padre Jacob, por que no hallaras
con humana terneza rendimiento,
aunque al valor decrépito igualaras
si has visto la verdad, si el pensamiento,
y que dejamos nuestras prendas caras
en prenda del garzón que prometimos,
el preso y dulce hermano te pedimos.

JOSEF:

  ¿Tendrá aquí mi corazón
fuerzas para estarse en pie,
o al desmayo le daré
de mi sangre y mi afición?
¡Ojos, tened compasión
de las entrañas deshechas!
Las lágrimas os dan hechas:
llorad, que ningún nacido
el alma le han oprimido
causas de amor tan estrechas.
  Pero no haya más enojos,
porque es tan bello el rapaz,
que hasta a ponerse en paz
el corazón y los ojos,
que imagen de los despojos
por que tanto nombre dan
a Raquel, mirando están;
si era así mi hermosa madre,
¿qué me espanto que mi padre
sirviese tanto a Labán?
  Quiero bajar.

(Baja del trono.)
BATO:

Mucho advierte,
Benjamín, el Rey en ti.

BENJAMÍN:

Bato, después que le vi,
turbado estoy.

BATO:

¿De qué suerte?

BENJAMÍN:

  No te lo sabré decir;
pero sé que el corazón
con una cierta pasión
me ha comenzado a rendir.

JOSEF:

  ¡Hebreos!

RUBÉN:

¡Señor!

JOSEF:

¿Está
bueno vuestro padre?

RUBÉN:

Queda
bueno, si es que vivir pueda
faltándole el alma ya.

JOSEF:

  ¿Es aqueste aquel hermano
que me dijisteis?

RUBÉN:

¡Él es!

JOSEF:

¡Llegalde!

BENJAMÍN:

(De rodillas.)
Dame tus pies
y a besar tu heroica mano.

JOSEF:

  Los brazos es más razón.

BENJAMÍN:

No soy digno de tus brazos.

JOSEF:

(Aparte.)
¡Ay Dios, con qué estrechos lazos
me oprimes el corazón!
  Las lágrimas resistir,
¿qué piedad lo puede hacer?
Yo las quiero detener,
y ellas mueren por salir;
  yo me pierdo si está aquí.
¡Capitán!

PUTIFAR:

¡Señor!

JOSEF:

¿Está
puesta la mesa; que ya
será tiempo?

PUTIFAR:

¡Señor, sí!

JOSEF:

  Diles que entren.

PUTIFAR:

Entrad todos
adonde habéis de comer.

RUBÉN:

Gran merced nos quiere hacer.

NEPTALÍN:

En sus amorosos modos
  se advierte su voluntad.

BENJAMÍN:

Vamos, Bato.

BATO:

Benjamín,
temeroso voy del fin;
tiemblo a toda Majestad.
  Un ajoqueso en mi choza
tengo por cosa más sabia
que cuantos fénix de Arabia
el Rey poderoso goza.

BENJAMÍN:

  Tu necio gusto condeno.

BATO:

Yo no, porque no se sabe
que hayan dado a humilde o grave,
en ajo a nadie veneno.

(Vanse.)
JOSEF:

  Oye, capitán.

PUTIFAR:

¡Señor!

JOSEF:

Luego que hayan comido
los despachas.

PUTIFAR:

¿Qué has tenido?

JOSEF:

Piedad, capitán, y amor.
  Enternézcome de ver
gente de mi tierra; en fin,
¿no era bello Benjamín?

PUTIFAR:

Un rey merecía ser.

JOSEF:

  Óyeme.

PUTIFAR:

¿Qué es lo que mandas,
que no te entiendo, señor?
Que para piedad y amor
con muchos cuidados andas.

JOSEF:

  En los costales del trigo
pon a todos su dinero
sin que lo entiendan; que quiero
mostrarme a mi patria amigo,
  y en el del menor hermano
pon mi copa más preciosa.

PUTIFAR:

¿Quieres, señor, otra cosa?
Que esto no se intenta en vano.

JOSEF:

  De secreto te diré
cómo has de salir tras ellos,
y por ladrones prendellos.

PUTIFAR:

Lo que ordenares haré,
  que no será sin misterio.

JOSEF:

Voyme a comer.

PUTIFAR:

Pues, señor,
¿cómo das pena y favor?
¿Cómo honor y vituperio?

JOSEF:

  Tú lo entenderás después.

(Vase.)
PUTIFAR:

Confuso en extremo estoy,
porque a entender no me doy
que esto sin misterio es.

(Vase y entran todos los hermanos.)
RUBÉN:

  ¡Notable benignidad
la del Salvador famoso!

SIMEÓN:

En buena prisión me puso.

ISACAR:

Y no lo sentimos poco.

RUBÉN:

De mi buen padre Jacob
sentí la pena.

NEPTALÍN:

Lloroso
quedó el viejo por tu ausencia;
pero más cuando propongo
el llevar a Benjamín,
última luz de sus ojos.

BATO:

Gracias a Dios de Israel,
que os verá juntos a todos,
llenos del trigo que espera.

RUBÉN:

En contándole nosotros
lo que el Salvador ha hecho,
bajando del alto trono
de su grandeza, a comer
con diez labradores toscos,
se le ha de aumentar la vida.

ISACAR:

El es hombre generoso,
y el prender a Simeón
por sospecha, fue forzoso
del oficio de Virrey,
que no es el gobierno solo,
sino el prevenir el daño,
digno de aquel cargo honroso.

RUBÉN:

¡Qué gran convite nos hizo!

BATO:

Allá me dio el mayordomo
también de comer a mí;
¡pardiez, que rodaban pollos!
¿No habéis visto unos monazos
que guardan a un lado y otro
las nueces y las castañas
al tiempo más espacioso?
Pues al famoso convite
fui con los carrillos monos,
y para el camino, lleno,
que al fin es largo y angosto.

RUBÉN:

Dente de comer a ti:
irás del Negro al Mar Rojo.

BATO:

¿Qué quieres? Todo el placer
del mundo dicen que es solo
comer más o comer menos;
los ricos lo comen todo,
los pobres todo lo ayunan.

BENJAMÍN:

¿Qué gente es esta?

ISACAR:

El adorno
dice que es gente del Rey.

RUBÉN:

Si nos buscan...

BATO:

¿Por qué? ¿Cómo?

(Salen PUTIFAR y SOLDADOS.)
PUTIFAR:

Tened el paso, traidores;
ataja, Eraclio, a los otros;
aguardad, fieros hebreos.

RUBÉN:

¿A nosotros?

PUTIFAR:

A vosotros,
pues como infames, habiendo
de un Príncipe tan piadoso
con extraños, recibido
el beneficio notorio,
al Rey mi señor, y a Mentis,
humillando el regio solio
a vuestra ruda humildad,
y comiendo igual con todos,
su copa le habéis hurtado.

RUBÉN:

¿Cómo su copa nosotros?
¿Qué dices?

PUTIFAR:

Que le ha faltado
al repostero.

RUBÉN:

¿Qué abono
de nuestra lealtad queréis
para templar tanto enojo,
mayor que el haberos vuelto
el dinero que nosotros
volvimos a nuestra tierra
en los costales?

PUTIFAR:

Volviólo
vuestro engaño, porque estaba
del castigo temeroso.
Desatad esos costales.

RUBÉN:

Si en alguno, a decir torno,
hallares oro ni plata,
cuyo fuere, muera.

PUTIFAR:

Todos
los desatad uno a uno.

BATO:

El de Benjamín descojo,
que es el que me toca a mí.

RUBÉN:

Que muera es castigo corto;
todos seremos esclavos
de tu Príncipe dichoso.

SOLDADOS:

Aquí está la copa.

RUBÉN:

¿Aquí?

SOLDADOS:

El menor la puso en cobro.

RUBÉN:

¡Tú, Benjamín!

BENJAMÍN:

¿Qué me miras?
Todo el cielo poderoso
me destruya si la he visto;
ni yo perdiera el decoro
a la sangre de Abraham
por cuantos vasos preciosos
desde el principio del mundo
dio la codicia al tesoro.

PUTIFAR:

¡Ah, villanos! ¿Esto pasa?
Prendeldos.

RUBÉN:

Benjamín, rompo
mis vestidos y mi pecho.

PUTIFAR:

Ladrones sois, ya os conozco;
vayan al Virrey.

NEPTALÍN:

¡Ah, cielos!

BENJAMÍN:

Hermanos, no he sido estorbo
de vuestro viaje yo;
que este es falso testimonio.

RUBÉN:

Sabemos que eres un ángel.

PUTIFAR:

Caminad.

BENJAMÍN:

¡Cielos piadosos,
descubrid la verdad!

RUBÉN:

Creo
que Dios nos dará socorro.

BATO:

¿A Egipto volvemos?

SOLDADOS:

Sí.

BATO:

¡Pobre Bato! Ya desdoblo
la panza para pagar
los pollos y los repollos.

(Vanse.)
(Salen FARAÓN y JOSEF.)
SIMEÓN:

  Partiremos los dos este presente,
pues tiene de la paz la mejor parte.

JOSEF:

Beso tus pies, señor.

SIMEÓN:

Josef, detente.

JOSEF:

Bien es que tu grandeza los aparte:
la tierra es a mi boca suficiente;
donde los pones, invencible Marte,
temió Bazán tus armas.

SIMEÓN:

No temiera
si el año de la guerra fértil fuera.
  No toma bien las armas el soldado
por el estéril campo divertido;
la falta del sustento siempre ha dado
victoria al fuerte, infamia al oprimido;
voy a partirle en tu virtud fiado,
que de mi reino redentor has sido:
desde hoy, Josef, a tu memoria debo
dorada estatua en obelisco nuevo.

(Vase.)
JOSEF:

  ¡Cuánto debe Josef, Rey soberano,
desde mis padres, Abraham valiente,
Isaac piadoso, Jacob limpio siente,
Josef humilde, perseguido en vano!
Trújome aquí tu poderosa mano:
así te agrada el ánimo inocente
donde permite que el remedio intente
del uno y otro fratricida hermano.
Tú con el brazo del poder piadoso
me has levantado a la real esfera,
libre del homicida y envidioso;
que es bestia tan feroz la envidia fiera,
que es menester un Dios tan poderoso
para que un hombre en su rigor no muera.

(Salen PUTIFAR y SOLDADOS y los hermanos todos.)
PUTIFAR:

  Entrad presto, villanos, a la muerte,
que no al Virrey famoso.

(Todos de rodillas.)
RUBÉN:

Salvador generoso,
aquí nos tiene tu piedad, advierte.

SIMEÓN:

Y aquel también, señor, en cuya hacienda
fue hallada ¡ay, cielos! tu dorada prenda.

JOSEF:

  ¿Por qué habéis perpetrado tal delito,
ingratos a mi pecho
y al favor que os he hecho?
¿Desde Canaán venís a hurtar a Egipto?
¿Este es el premio justo
de haceros honras y de daros gusto?

RUBÉN:

  Señor, todos queremos, pues es justo,
quedar por tus esclavos;
eses imprima, y clavos,
en todos nuestros rostros hierro adusto;
confiesen de tu nombre heroicas letras,
que la maldad de nuestro error penetras.

JOSEF:

  No lo permita el cielo; solo sea
mi esclavo el atrevido
que como veis ha sido
autor de culpa tan enorme y fea;
los demás podéis iros libremente
adonde vive vuestro padre ausente.

ISACAR:

  Virrey soberano
deste ilustre reino,
Salvador en nombre
y en heroicos hechos:
Príncipe dichoso
que después del cielo,
sobre blancas aras
mereces incienso:
cuyo nombre adoran
los Partos y Medos,
los Mesopotamios,
los Sirios y Armenios:
nosotros venimos
de aquel valle hebreo
donde vio Abraham
a los tres mancebos
divina figura
del divino Terno,
una esencia solo,
solo un Dios inmenso.
Venimos, señor,
como digo, haciendo
memorias piadosas
de mejores tiempos;
porque allá a los montes
de hierba compuestos,
pelaban los años
barbas y cabellos.

ISACAR:

Ni una flor al prado,
ni un grano al barbecho,
abril producía
ni bañaba el cielo.
Nuestro amado padre
nos dio tal consejo:
tú nos preguntaste
de nuestros sucesos,
si teníamos padres,
hermanos o deudos.
Ya te respondimos
que padre, y muy viejo,
y un pequeño hermano,
que era su consuelo.
Este niño, y otro
que ha mucho que es muerto,
eran de una madre
de Jacob espejo.
La bella Raquel
se llamaba, y creo
que era su hermosura
en ella lo menos.
«Traelde, dijiste,
que verle deseo,
y saber si en todo
sois falsos o ciertos.»

ISACAR:

Yo te respondí:
«El traerle tengo
por cosa imposible,
porque el viejo, luego
que el niño le quiten,
vivirá muriendo.»
Respondiste entonces:
«Si yo no le veo,
no veréis mi rostro.»
Partimos con esto
y en Canaán hablamos
a Jacob, tu siervo,
que en oyendo el caso
se quedó suspenso.
Dos hijos que tuve
de Raquel, hoy pierdo:
si este me lleváis,
sin espejo quedo.
Pues mira, señor,
si agora volvemos
sin tu Benjamín,
alma de tu pecho,
¿qué será de todos,
y un hermano muerto?

ISACAR:

En prendas le daba
dos muchachos bellos;
mas yo, sobre mí,
con gran juramento
tomé su peligro,
¿pues qué haré si vuelvo?
Ciento y ochenta años
cumple el santo viejo;
las canas le bañan
el ilustre pecho.
Todos de rodillas,
lágrimas vertiendo,
su vida pedimos.

TODOS:

¡Señor!

JOSEF:

Esto es hecho.
  Afuera, egipcios, salid:
dejad aquí los hebreos.

PUTIFAR:

¿Qué es esto?

SOLDADOS:

No sé.

(Vanse.)
JOSEF:

Deseos,
¿qué aguardáis? Llanto, venid;
salid, lágrimas; oíd:
yo soy Josef.

RUBÉN:

¿Qué, señor?

JOSEF:

Y que un piadoso dolor
me aprieta con fuerza tanta,
que entre el alma y la garganta
se me atraviesa el amor.

ISACAR:

  ¿Quién te podrá responder?

JOSEF:

Yo soy aquel que vendistes:
llegaos a mí, no estéis tristes;
que ya me mata el placer.
No os quedará que temer
si yo muero aqueste día,
pues pienso que ser podría
que si por mi fortaleza
no me mató la tristeza,
me ha de matar la alegría.

BENJAMÍN:

  El llanto, Josef querido,
te muestra el alma en los ojos.

JOSEF:

¡Oh, qué me quitas de enojos!
¡Oh!, qué amor que me has debido!
Estoy muy agradecido
que hayas, en fin, sustentado,
Benjamín, mi padre amado,
porque si por ti vivió,
su vida, la que nos dio,
has en los tres conservado.
  Él se miraba en Raquel,
yo miro los dos en ti;
a ellos me parecí,
tú te pareces a él.
Hoy resucita el clavel
a quien dio muerte Caín:
juntóse el espejo, en fin,
en que se miraba el viejo;
a tanta edad, grande espejo:
júntate a mí, Benjamín.

(Abrázanse.)


BENJAMÍN:

  Señor, todos mis hermanos
te hablan mudos, si en silencio
tan justo no diferencio
sus lenguas como sus manos.
Tus favores soberanos
son causa, en fin, que han movido
mi lengua a ser atrevido,
y más dándome lugar
en tus brazos, por juntar
el espejo dividido.
  Desde el punto en que te vi
no sé qué sentí en mi pecho,
que te amaba satisfecho
de ver tanta gracia en ti.
Hablaba, y no la entendí
al alma, que la avisaba
que en ti la mitad estaba
del alma que en mí vivía;
y así la media entendía
por qué la media faltaba.

JOSEF:

  Correspondes justamente
a tu exterior, dulce hermano;
vosotros, mi padre anciano
consolad alegremente:
partid, y el mayor le cuente
el estado de mi bien,
para que venga también
con vosotros a gozalle,
trocando de Arán el valle
por el valle de Jesén.
  Daréos carros y vestidos,
plata y oro en cantidad,
muestras de la voluntad
con que seréis recibidos.
Venid todos, que admitidos
del Rey, mi señor, seréis:
en Egipto viviréis,
donde seréis lo que soy;
que toda mi vida os doy
porque a mi padre me deis.

RUBÉN:

  Dulce hermano, que aun apenas
me atrevo a llamarte hermano,
aunque no fui el más tirano
de la sangre de tus venas;
  por la que tienes, perdona
y muestra aquí tu piedad:
no castigues, Majestad,
delitos de tu persona.
  A nuestro padre diremos
que venga a verte y vivir.

JOSEF:

Para que podáis partir,
lugar a los brazos demos.
  Venid, besaréis la mano
al Rey.

BATO:

Ya será razón
¡oh generoso varón!
que des la tuya a un villano.

JOSEF:

  ¿Eres Neptalín o quién?

BATO:

Bato so, señor, Batico,
el que cuando fue más chico
jugaba con él también.

JOSEF:

  Mucho me alegro de verte.

BATO:

En fin, ¿que no le comió
aquel lobo o fiera?

JOSEF:

No;
que fue fingida mi muerte.

(Vanse los hermanos, hincándose de rodillas cuando vaya pasando JOSEF, y quedan BENJAMÍN y BATO.)
BENJAMÍN:

  Vamos, Bato, porque demos
esta nueva al viejo santo.

BATO:

Mas que ha de alegrarse tanto,
que muera entre dos extremos.

BENJAMÍN:

  Camina.

BATO:

¿Darásme a Lida,
pues has de ser gran señor?

BENJAMÍN:

Nunca yo la tuve amor.

BATO:

¿Por tu vida?

BENJAMÍN:

¡Por mi vida!
  Yo te la doy por mujer.

BATO:

Desta vez pienso vengarme
¡voto al sol, que ha de rogarme
y que no la he de querer!

(Vanse.)


(Sale JACOB.)
JACOB:

  ¡Divino autor del cielo,
señor de cuanto miro,
a quien besan los pies las potestades,
sirviéndole de cielo
el eterno zafiro,
por infinitos círculos de edades;
en tantas soledades,
consuela mi afligido
pecho, cuya flaqueza
se vio de tu grandeza
entre las piedras de Betel vestido;
mis trabajos te muevan,
que al término fatal mis años llevan.
  Ya de Labán airado,
cuando a Raquel y Lía
saqué, imitando entonces sus engaños,
y de Esaú, que armado
pensé que me seguía,
trocaste en paces los futuros daños.
En el fin de mis años
me robaron a Dina,
mató a Josef la fiera;
no permitas que muera
sin ver a Benjamín, que peregrina;
busque diversos modos
la muerte, fin de mis trabajos todos.

(Entre DINA con los músicos de pastores y galas de baile, y LIDA.)
DINA:

  En esta fuerte ocasión
le tenemos de alegrar.

LIDA:

Aumentarás su pesar;
que yo sé su condición.

DINA:

  Padre, en la ausencia llorosa
de mis hermanos, queremos
alegrarte.

JACOB:

En dos extremos
mal el cuidado reposa.
  Mis trabajos han llevado,
entre el amor y el temor,
mi vida a su fin.

DINA:

Señor,
hurta este rato al cuidado:
  siéntate a ver y a oír
nuestros rudos regocijos;
que presto vendrán tus hijos.

JACOB:

Dina, siéntome morir.
(Siéntase, y bailen DINA y LIDA, con otros dos, lo que los músicos cantan.)
(Cantan.)
  La serrana hermosa,
la del bel mirare,
gloria de las selvas,
¿qué? y honra destos valles;
la que en boca y dientes,
por diferenciarse,
trae en el aldea,
¿qué? perlas y corales;
al pastor Jacob
perdido le trae
siete años por ella,
¿qué? sirviendo a Labane.
El tiempo se rinde
a un amor tan grande,
que no puede el tiempo,
¿qué? vencer voluntades.
Hácense las bodas:
van a desposarse
donde los pastores,
¿qué? jacen este baile.
En amor tan largo,
Raquel querida,
pocos son los años,
corta la vida.

(Ruido dentro de camellos y cabalgaduras con cencerros y campanillas, y voces diciendo: «Para, para ese ganado».)
JACOB:

  ¡Paso! ¿Qué ruido es este?

LIDA:

Dromedarios y elefantes,
carros y carrozas vienen
por las selvas de los sauces.

JACOB:

Pues esos no son mis hijos,
porque más humilde traen
los bagajes de su trigo.

(BATO y RUBÉN corriendo.)
BATO:

Yo tengo de llegar antes.

RUBÉN:

Tente, bestia.

BATO:

¿Pues qué bestia
se ha tenido?

RUBÉN:

Los pies dadme,
padre y señor.

BATO:

¡Josef vive!
Decid agora adelante.

JACOB:

¿Qué es esto, Rubén?

RUBÉN:

Señor,
fuimos a Egipto...

BATO:

Contadle
que era Josef el Virrey.

RUBÉN:

¡Animal! ¿Quieres dejarme?

JACOB:

¿Qué dice Bato, Rubén?

RUBÉN:

No sé qué te diga, padre,
si ha dicho que Josef vive.

JACOB:

¡Josef! ¿Mi hijo?

DINA:

Dejalde;
que tan bien quitan la vida
placeres como pesares.

(Salen BENJAMÍN y los demás hermanos.)
NEPTALÍN:

Danos a besar tus pies.

JACOB:

¡Hijos míos, abrazadme!
¡Oh, querido Benjamín!

BENJAMÍN:

¿Por dicha la historia sabes
de Josef y cómo vive?
Mira que envía a llamarte,
y que nos dio Faraón
tanto oro y plata, que traen
cargas de suma riqueza
dromedarios y elefantes.

JACOB:

Si Josef, mi hijo, vive,
hijos, mi vida se acabe.

RUBÉN:

Señor, a llamarte envía
porque le veas y hables
y porque vivas con él,
que nos quiere dar un valle
que pueble nuestra familia.

JACOB:

¡Inmenso cielo, esforzadme!
Los trabajos no me han muerto:
no queráis que el bien me acabe.

ISACAR:

Perdido se fue Josef
a Egipto, y allá sus grandes
virtudes al Rey le obligan
que hasta su trono le ensalce.

JACOB:

No quiero saber la causa.
En tanta gloria: dejadme,
hijos, un momento solo.

BATO:

¿Qué hay, Lida?

LIDA:

Tus disparates.

BATO:

¿Sabes que eres mi mujer
y que tengo de vengarme?

LIDA:

¡Como no me tires coces!
Mas ¿qué otra venganza sabes?

(Vase.)
RUBÉN:

Bato, recoge la gente.

NEPTALÍN:

¡Bato!

BATO:

Batear y dalle.

NEPTALÍN:

Ese bagaje se albergue.

BATO:

Más que se caigan de hambre,
mas que el dimuño lo lleve,
pues que esta Lida me hace
otro Jacob a lo burdo,
en años y flema iguales.

(Vanse todos y queda JACOB solo.)
JACOB:

  Siempre, Señor soberano,
en todas mis cosas fuistes
luz, que a mis ojos la distes
vuestra poderosa mano.
Siempre de cualquier tirano
me libró con su piedad:
ojos, aquí descansad;
mas siempre os hablo durmiendo,
que no iré mientras no entiendo
su divina voluntad.
  El pozo del juramento
es este; aquí me reclino
por principio del camino,
que ver a Josef intento.
Vos sabréis mi pensamiento;
no quiero a Josef sin vos:
tratemos esto los dos;
que yerra el hombre más sabio
cuando da, para su agravio,
un solo paso sin Dios.

(Quédese dormido, y con música baje una nube con un ÁNGEL. Ábrase la nube y baje el ÁNGEL hasta poner los pies, o el trono en que viene, sobre el brocal del pozo.)
ÁNGEL:

  Jacob.

JACOB:

Señor soberano,
¿quién sois?

ÁNGEL:

Aquel fuerte Dios
de tu padre: parte a Egipto:
yo voy contigo, Jacob;
yo te volveré también.

JACOB:

Señor...

ÁNGEL:

No tengas temor,
que yo te haré entre las gentes
grande.

(Vuélvese a subir con música, y cúbrese.)
JACOB:

Vuestro siervo soy.
(Despierta.)
Aguardad, Señor divino:
esperad, dulce Señor.
Fuese. ¿Qué es esto que he visto?
Dios es el mismo que habló.
A Egipto quiero partir:
¡valle de Canaán, adiós,
que voy a ver mi Josef!
¡Oh, cómo fue sin razón
creer su muerte! Es mi vida;
vivía, pues vivo yo.

(Vase.)


(Salen NICELA y JOSEF.)
NICELA:

  Esta merced me has de hacer.

JOSEF:

Nicela, ¿tú hablas así?
¿No sabes que te serví,
y que estuve en tu poder?

NICELA:

  Cuando me acuerdo, señor,
que aquella maldad me culpa,
pido al amor la disculpa.

JOSEF:

Todo es disculpas amor.

NICELA:

  Testimonio tan cruel,
solo el amor lo inventara,
y en una mujer hallara
desatinos para él.
  Estoy tan arrepentida,
que te pido me perdones
si admite satisfacciones
una inocencia ofendida.
  Si fue locura quererte,
ser mujer me disculpó,
pero nadie mereció
por amar deshonra o muerte.
  General de Faraón
es mi esposo: él te ha servido.

JOSEF:

Tu esclavo, Nicela, he sido.

NICELA:

Todos tus esclavos son.

JOSEF:

  Yo no soy de los privados
que desvanece el lugar;
de los reyes se ha de usar
como de hombres; los Estados
  tienen principio y aumento,
estado y disminución.
Es la humana condición,
como una veleta al viento.
  Hoy soy, y puedo no ser,
y pues ves que ser no puedo,
si mañana sin ser quedo,
¿qué puedo sin ser poder?
  Haré bien a tu marido:
seré buen tercero yo:
así porque me sirvió,
como porque le he querido.

NICELA:

  El Rey.

JOSEF:

Apártate aquí;
por tu esposo le hablaré.

NICELA:

No te acuerdes de que fue
cárcel mi amor para ti,
  sino que della saliste
a ser Rey por mi ocasión,
pues que le dio mi traición
al trono donde subiste.

(Sale el REY; hinca la rodilla JOSEF, y levántale.)
SIMEÓN:

  Muy quejoso estoy de ti;
¿no fuera razón que dieras
cuenta, Josef, a tu Rey
destas venturosas nuevas?

JOSEF:

¿Qué nuevas, señor?

SIMEÓN:

Después
que se fueron a tu tierra
tus hermanos, y les di
carros, oro, plata y seda,
mis camellos y elefantes,
para que con más grandeza
trujeran tu viejo padre
sobre cien años y ochenta,
¿no me dices que ha llegado?

JOSEF:

Porque esas nuevas te deba,
por quien te beso los pies,
de mi descuido te quejas;
y en albricias deste bien,
quiero que un bien me concedas.

SIMEÓN:

¿Pues yo te he de dar a ti?

JOSEF:

Sí, señor, que los que reinan,
al bien de quien quieren bien,
amando obligados quedan.

SIMEÓN:

¿Qué quieres?

JOSEF:

El general,
que es marido de Nicela
 (Llega NICELA a los pies del REY.)
(llega y bésale los pies),
te ha servido en paz y en guerra;
fue mi dueño, como sabes.

FARAÓN:

Conozco, Josef, la deuda:
tú del Rey eres segunda:
tercera persona sea:
en mi Consejo presida.

NICELA:

Los pies Nicela te besa
por tanto bien.

JOSEF:

Ya mi padre,
invicto Príncipe, llega.

(Sacan a JACOB entre cuatro hijos, y salgan todos.)
JACOB:

Dejadme, aunque sea sin pies,
besaré los de su Alteza,
y veré a Josef el rostro.

JOSEF:

¡Padre!

JACOB:

Agora, Josef, venga
la muerte, pues mis trabajos
hicieron fin.

RUBÉN:

La tercera
parte os dirá lo demás;
que aquí dio fin el poeta
de Jacob a los trabajos,
que es la gran tragicomedia
de la salida de Egipto:
Belardo los pies os besa.