Elenco
Los trabajos de Jacob
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen NICELA y JOSEF.
JOSEF:

  ¿Para qué quieres saber
las desdichas de un cautivo,
dichosas en tu poder?

NICELA:

Sin el gusto que recibo,
es condición de mujer,
  y yo me entretengo así.

JOSEF:

Puesto que os sirva aquí,
lastimaré mi memoria.

NICELA:

Cuéntame, Josef, tu historia.

JOSEF:

Pues, Nicela, escucha.

NICELA:

Di.

JOSEF:

  Después del robo de Dina,
vino el gran Jacob, mi padre,
a ver a mi abuelo Isaac,
a Orbea, en el verde valle
de Mambre, tierra de Abraham,
habiendo perdido antes
la bellísima Raquel,
muerta con dolor notable
del parto de Benjamín,
de los dos querida madre.
Cumplió ciento y ochenta años
Isaac, y para enterrarle,
vino Esaú, de Seir,
con sus fuertes capitanes.
Crecí yo, mas porque luego
al oficio me enseñase
de pastor, con mis hermanos
iba al campo a ejercitarme.

JOSEF:

Por las frentes de los montes
vía, entre blancos cambiantes
de nácar blanco y azul,
la rosa aurora que sale;
pero si bien no extendía
mis pensamientos infantes,
más que a contemplar los vientos,
hijos de tantas edades,
y al ver revolver los cielos
en sus quicios celestiales,
trayendo y llevando días
sin cine a sus términos falten;
como se alegraba el campo
cuando el sol entraba en Aries,
y cómo al dorar la Virgen
tantas espigas esparce;
entre aquel rudo atender,
cómo las ovejas pacen:
las danzas de los corderos
cuando declina la tarde;
el ver los celosos toros,
y considerar, que anden
algunos hombres sin celos,
sobrando a los animales:
pensaba, Nicela, a veces
en los vicios detestables
que en mis hermanos había,
de que avisaba a mi padre.

JOSEF:

Hízome malquisto entre ellos
este cuidado importante,
que no es chisme el que es aviso,
si importa el mal remediarse.
Amábame a mí Jacob,
no porque tuviese partes,
mas por haberme engendrado
en su vejez venerable.
Hízome él mismo un vestido,
por vestirme y por honrarme;
creció la envidia, que siempre
fue polilla de los trajes.
Contéles un día un sueño,
si bien pudiera excusarle,
mas quísolo el cielo así,
yo lo pago y él lo sabe.
«Soñé, les dije, que un día
que ligando nuestros haces,
la fértil mía, entre todas
pudo en alto levantarse,
y estando crecida así
que las vuestras circunstantes,
para adoralla, querían
sobre la tierra humillarse.»

JOSEF:

Respondieron: «¿Por ventura,
serás nuestro rey? Que tales
razones muestran que quieres
sujetarnos y ensalzarte.»
Soñé después otro sueño,
y díjeles una tarde:
«Once estrellas, como a sol
y la luna, vi adorarme.»
Esto me riñó Jacob,
diciendo: «¿Cuando te llames
sol, tus hermanos y yo
presumes que han de adorarte?»
Aquí no pudo la envidia
ni encubrirse ni enfrenarse;
que comenzaron por ella
a ser los hombres mortales.
Pasados algunos días,
me envió a Siquen mi padre
para que a mis diez hermanos
en el campo visitase.
Pasé del valle de Ebrón,
y como no los hallase
en Siquen, fui a Dotaïn
entre laureles y sauces.
Viéronme venir de lejos
y concertaron matarme,
y muerto echarme en un pozo
que estaba entre unos jarales.

JOSEF:

«Veamos, decían todos,
si podrán aprovecharle
los sueños»; a quien Rubén
respondió para librarme:
«Hermanos, no le matemos:
mejor acuerdo es echarle
vivo en el pozo, que hacer
un delito tan infame.»
Llegué, y acabando apenas,
Nicela, de saludarles,
hasta la túnica mía
comenzaron a quitarme.
Metiéronme en aquel pozo,
que de muchos tiempos antes,
fueron estériles años
poderosos a secarle.
Sentáronse cerca de él
a comer, mas no te espantes
de que, vengada la envidia,
coma, sosiegue y descanse.
Estando, pues, en alfombras
de floríferos esmaltes,
comiendo de sus envidias
y bebiendo de su sangre;
vieron venir por el campo,
conocidos por el traje,
ismaelitas mercaderes
con camellos y bagajes,
que de Galaad traían
aromas, y de otras partes,
para vender en Egipto;
a quien por veinte reales,
y por consejo de Judas,
para que no me matasen,
me vendieron a tu esposo
de la manera que sabes.

NICELA:

  Notable historia.

JOSEF:

Espantosa.

NICELA:

¡Qué grande dolor daría
a tu padre!

JOSEF:

En él sería
una flecha venenosa
  que llegase al corazón
juntamente con la nueva;
o sería heroica prueba
de su noble condición.

NICELA:

  ¿Cómo no les dio piedad
tu belleza, Josef mío?

JOSEF:

 (Aparte.)
Ya comienza el desvarío
de su loca voluntad.

NICELA:

  Si yo me hallara al venderte,
mil vidas diera por ti,
o me mataran a mí
intentando el ofenderte.

JOSEF:

  Honrar un esclavo tuyo
es propio de tu valor.

NICELA:

(Aparte.)
¡Qué este no entienda mi amor!
Si el entendimiento suyo
  el límite humano pasa,
y con divinos efectos
se muestra en varios conceptos
tan admirable en mi casa,
  y a los soldados de quien
es capitán mi marido...

JOSEF:

Pienso que me he detenido
y que no parece bien
  que esté un esclavo, señora,
en tanta conversación;
¿qué mandas?

NICELA:

Oye.

JOSEF:

No son
las razones para ahora.

NICELA:

  Mira que quiero mandarte.

JOSEF:

Si es mandar que me detenga,
podrás después, cuando venga;
que voy ahora a otra parte.

(Vase.)
NICELA:

  ¿Qué pretendéis, pensamiento,
de un esclavo? ¿Qué queréis?
Pues de que en esto penséis
se corre el entendimiento;
tan humilde rendimiento
mal con vuestro ser conforma,
pues hacéis que de este forma
se transforme en mi señor,
Josef, si mi loco amor
en su esclava me transforma.

(Suenan cajas y sale PUTIFAR, marido de NICELA, y soldados de acompañamiento.)
PUTIFAR:

  ¡Famoso ha estado el alarde!

SERVIO:

Y contento el Rey quedó
cuando tu gente pasó.

PUTIFAR:

Pasó lucida, aunque tarde.

SERVIO:

  Aquí mi señora está.

PUTIFAR:

¡Nicela mía!

NICELA:

¡Señor,
con mejor música, amor,
tan buenas nuevas me da!
  ¿Cómo venís de favores
del Rey?

PUTIFAR:

Vuestro gusto, amor,
tengo por favor mayor
que los favores mayores.

NICELA:

  Voy a prevenir, mi bien,
donde podáis descansar.

(Vase.)
PUTIFAR:

Fuera de vos no hay lugar
donde descanso me den.
  Recoged esas banderas
vosotros, y haced la guarda
que os toca.

(Salen JOSEF y TEBANO.)
TEBANO:

¡Vista gallarda!

JOSEF:

No la vi.

TEBANO:

Llega ¿qué esperas?

JOSEF:

  Dame, gran señor, los pies.

PUTIFAR:

¡Oh, Josef! ¡Oh, mi querido
Josef!

JOSEF:

Quien tu esclavo ha sido
más con tu favor lo es.

PUTIFAR:

  Levanta, levanta.

JOSEF:

El cielo
te levante a tal lugar,
que te puedan estimar
cuantos hoy estima el suelo.

PUTIFAR:

  No tengo, Josef, amigo,
criado que estime tanto;
pienso que eres justo y santo
y que Dios está contigo.
  Como se me ha hecho bien
después que en mi casa estás,
y como la aumentas más,
aumentas mi amor también.
  Tú gobiernas mis criados,
y quisiera que pudieras
regir también mis banderas,
capitanes y soldados.

JOSEF:

  A tantas obligaciones
halle el silencio respuesta,
la boca en la tierra puesta
a donde las plantas pones;
  mil veces tu esclavo soy.

SERVIO:

Señor, el Rey te ha enviado
a llamar.

PUTIFAR:

No he descansado,
ni sin las armas estoy,
  ¿y el Rey a llamarme envía?

JOSEF:

Haz tu gusto, gran señor;
que quien sirve con amor
en buena esperanza fía.

PUTIFAR:

  Di que voy; Josef, adiós:
gobierna esta casa en tanto
como dueño.

JOSEF:

El cielo santo
te guarde.

PUTIFAR:

Y guarde a los dos.

(Vase.)
JOSEF:

  Inmenso Rey del cielo,
que me librastes con tus santas manos
del envidioso celo
de mis fieros y bárbaros hermanos;
tu gran piedad alabo,
pues dueño soy a donde me vi esclavo.
  No sacará la frente
el aurífero sol por estos montes,
de luz resplandeciente
coronados sus altos horizontes,
cuando juntas las palmas,
más que faltan estrellas te den almas.
  Ni la noche sombría
la servirá de máscara la cara
con que disfraza el día,
que en los umbrales del ocaso para,
cuando te ofrezca el pecho
en holocausto un corazón deshecho.

(Sale NICELA.)
NICELA:

  ¡Josef!

JOSEF:

¡Señora!

NICELA:

¿Qué haces?
Pero dijera mejor,
según me trata tu amor:
Josef, ¿qué es lo que deshaces?
Tu obligación satisfaces
su dueño injusto sirviendo,
no a mí, que traes perdiendo
el sentido que tenía.

JOSEF:

¿Qué dices, señora mía?
¿Qué dices que no te entiendo?

NICELA:

  Ya vengo determinada:
déjame, honor, que el amor,
luego que pierda el temor,
estima su fuerza en nada.

JOSEF:

La vista tiene turbada:
verdad infalible fue
lo que siempre sospeché;
pero mi justa lealtad
vencerá su voluntad,
y su inconstancia mi fe.

NICELA:

  ¿Dónde es ido tu señor?

JOSEF:

El Rey le envió a llamar.

NICELA:

Tú tienes, Josef, lugar
de satisfacer mi amor.

JOSEF:

Más debe de ser furor
el que te mueve a inquietarme.

NICELA:

Y el que te mueve a matarme,
¿que nombre puede tener?
Advierte que soy mujer
y he llegado a declararme.

JOSEF:

  ¡Válgame Dios!

NICELA:

Tu ventura
estima, esclavo dichoso,
pues a un hombre generoso
desprecio por tu hermosura;
las armas, cuya luz pura
al sol le pudieran dar:
las plumas, que coronar
pudieran sus hebras de oro,
todo su ornato y decoro,
por ti lo vengo a dejar.
  Quiéreme bien y tendrás,
regalos no imaginados;
ahora mandas criados,
después dueños mandarás,
porque tú señor serás
y yo esclava de tu amor;
si de tu dueño en rigor
soy alma, serás ahora
el señor de tu señora
y el alma de tu señor.
  ¿Qué te hacía yo que aquí
vienes, Josef, a inquietarme?
Culpa has tenido en mirarme;
yo no te miraba a ti;
sin mí estoy; vuélveme a mí:
allá me has hurtado, y muerto:
que fuiste ladrón te advierto,
y que te haré castigar,
porque tras hurtar, matar
es el mayor desconcierto.
  Sin esto, debéis de ser
hechiceros los hebreos;
que quien engendra deseos,
más que hechizos sabe hacer;
pues no quererme querer
y hechizarme, ¿qué delito
mayor se ha visto ni escrito?

JOSEF:

No digas más, que aun oyendo,
pienso que tu honor ofendo
si hablar en él te permito.
  Señora, dos cosas veo
contra ti, y aun contra mí,
que me defienden de ti,
y aun a ti de tu deseo:
del alto Dios en quien creo,
la fuerza, porque es inmensa
con el inmenso la ofensa:
la de tu honor y marido,
porque al honor ofendido
no tiene el amor defensa.
  Si su casa me ha fiado,
su honor, sus llaves, su hacienda,
¿fuera justo que yo emprenda
su ofensa tan obligado?
Deja ese inútil cuidado,
y para excusar enojos,
no me mires con los ojos
de amor, porque suele amor
hacer la letra mayor,
como mira con antojos.
  Mírale con la belleza
que entra del arnés vestido,
tan gallardo, tan lucido,
de tanta marcial riqueza.
Mira luego mi bajeza,
roto, pobre, humilde, esclavo;
con que de decirte acabo
que quiero morir primero,
y que tu amor vitupero
y mi resistencia alabo.

(Hace que se va.)
NICELA:

  ¡Tente, tente! ¡Aguarda! ¡Espera!

JOSEF:

¡Suelta el manto!

NICELA:

Suelta, infame,
el alma.

JOSEF:

Que me disfame
tu amor quiere Dios que quiera.

NICELA:

¡Perro! ¿Tu error persevera
en ser ingrato conmigo?

JOSEF:

Que es imposible, te digo,
a mi señor ofender.

NICELA:

Soy mujer.

JOSEF:

Eres mujer,
que es el mayor enemigo.

NICELA:

  No te tengo de soltar.

JOSEF:

La capa te dejaré
para señal de la fe
que he guardado a Putifar.
Ahí te puedes vengar,
si no es que tus vicios tapa;
y así liarás en esa capa,
con venganza de mujer,
lo que el toro suele hacer
del hombre que se le escapa.

(Déjale la capa, y entran PUTIFAR y soldados.)
PUTIFAR:

  ¿Qué es esto?

NICELA:

¿Ya no lo ves?
El esclavo que adorabas,
que me ha querido forzar
y me ha dejado la capa.

PUTIFAR:

¿Qué dices, Nicela?

NICELA:

Digo
que ha muchos días que anda
este vil esclavo hebreo,
todo tu gusto y privanza,
solicitando mi amor.
Sufrí, callé, porque estaba
temiendo tu justo enojo.
Ya lo has visto; aquesto pasa.

PUTIFAR:

¡Soldados, criados, gente!
¡Hola, capitanes, guarda!

TODOS:

¡Señor!

PUTIFAR:

¿Dónde está Josef?

DELIO:

¿No salió de aquesta sala?

NICELA:

Agora salió de aquí,
que como su dueño estaba
con el Rey, halló ocasión
para una traición tan baja.
¡Forzarme quiso, ay de mí!
Defendiéndome, la capa
me dejó, como habéis visto.

SERVIO:

Perdona, señor, si habla
tan atrevido contigo
un soldado de tu guarda.
Tuya es la culpa de todo.

PUTIFAR:

Prendelde.

SERVIO:

Esta vez acaba
la privanza de Josef
y la envidia que me daba.

(Vanse los soldados.)
PUTIFAR:

¡Que ha sido tan atrevido!
¡Que un esclavo en tierra extraña,
que compré para servir
los caballos de mi casa,
se atreviese a su señora!

(Sacan los soldados a JOSEF preso.)
DELIO:

¡Anda, perro!

JOSEF:

¿Por qué tratas
desta suerte a un inocente?

PUTIFAR:

¡Mal haya la confianza,
perro, que tuve de ti!
¡No te vendieron sin causa
tus hermanos y parientes
dentro de tu misma patria!
Llevalde a la cárcel luego,
ponelde grillos y guardas;
muera en una soga vil
y no con egipcias armas.

(Vase.)
JOSEF:

Señora, tu...

NICELA:

¡Calla, perro!
Así los ingratos pagan
lo que a sus señores deben.

JOSEF:

Eres mujer que me espanta;
pero viva mi inocencia
y máteme tu venganza.

(Llévanle preso, y salen BATO y LIDA.)
LIDA:

  ¿Tú tienes atrevimiento
de decirme esas razones?

BATO:

Deben de ser mis pasiones
de algún caballo o jumento.
  ¿No soy hombre con narices,
ojos y frente?

LIDA:

Sí eres;
mas no a todas las mujeres
dicen lo que tú me dices.

BATO:

  ¿Pues qué te digo yo a ti?
¿Esto solo te fatiga?
¿Es milagro que te diga
que me chamusco por ti?
  Cuando a Dina, mi señora,
y de mis amos hermana,
le dijera esta mañana
lo que a ti te digo agora,
  ¿fuera justo responder
con melindres, y tú no?

LIDA:

Con su ejemplo quiero yo
por mi honestidad volver.

BATO:

  Soy tu igual.

LIDA:

Eres mi igual;
pero no te tengo amor,
y para hacerte favor
no hay cosa tan desigual.

BATO:

  ¡Ah, qué santas os fingís
en llegando a no querer,
que en queriendo, no hay mujer,
por mucho que presumís,
  aunque al principio se escurra
por lo grave y bachiller,
que no se deje poner
más albardas que una burra!

LIDA:

  Bato por esto o esotro
no seré tuya en mi vida.

BATO:

Pues oye, engañosa Lida,
qué maldición te quillotro:
  prega a Dios quieras a otro
con las crueldades que escucho,
que siempre trabajes mucho,
y que siempre comas poco,
  y tu esposo los regalos
al matrimonio te niegue,
que la olla se te pegue
y él te pegue muchos palos.

LIDA:

  Oye: un poco te desvía;
que Jacob, mi señor, viene.

BATO:

¡Oh! ¡Qué necio amor que tiene
quien de vosotras se fía!

(Sale JACOB, viejo venerable, RUBÉN, ISACAR, a lo hebreo.)
JACOB:

  Excusad el consuelo,
que no le pueden ya tener mis ojos,
a quien mortal desvelo
cubre de penas, lágrimas y enojos,
y por mi bien perdido
del alma, en la memoria no hay olvido.
  Su lastimosa historia
de Josef, mientras yo viviera, viva
en mi triste memoria;
tanto dolor pensándolo reciba,
porque fueran agravios
si faltara en mis ojos y en mis labios.

RUBÉN:

  Jacob, mi padre amado,
¿de qué sirve traer a la memoria
el dolor olvidado,
y aquella triste y lastimosa historia?
Josef murió, ya es hecho:
ya rasgué mis vestidos y mi pecho.

JACOB:

  Haber visto mis ojos,
Rubén, aqueste campo, dio materia
a mis justos enojos.

ISACAR:

Yo juzgara por última miseria,
padre, de polo a polo
tu pena, si a Josef tuvieras solo.
  Pero si aquí te quedan
once hijos, señor, ya es cosa injusta
que tus penas excedan.

JACOB:

Yo la tengo, Isacar, por la más justa
de la desdicha mía,
pues más que a todos a Josef quería.
  En mis años mayores,
le engendré de Raquel, de aquella hermosa
Raquel, de mis amores
primera causa y ocasión dichosa
de servir catorce años
sufriendo injurias y llorando engaños.

RUBÉN:

  Pues dime, ¿no te queda
de la misma Raquel, Benjamín bello,
que consolarte pueda,
hermoso de ojos, rico de cabello,
de habla dulce y suave,
que sigue un oso y que matarle sabe?

JACOB:

  ¿Hay aquí algún pastor?

ISACAR:

Aquí está Bato; mira qué le mandas,
nuestro padre y señor.

JACOB:

Parte si agora en sus ganados andas,
y a Benjamín, amigo,
di que a ver a Jacob venga contigo.

BATO:

  Voy a servirte.

JACOB:

El cielo
que me dejó vivir tan largos años,
permita algún consuelo.

ISACAR:

Lida está aquí.

LIDA:

Sintiendo estoy tus daños.

JACOB:

¿Qué hay de mi hija Dina?

LIDA:

Que solo el campo a soledad la inclina;
  huye de ver la gente,
como si fuera en la traición culpada
de aquel mozo insolente
de quien fue bien querida y mal gozada.

JACOB:

No es mucho que la venza,
aunque no tiene culpa, la vergüenza.

(Salen BATO y BENJAMÍN vestido de pastorcillo muy galán, con su banda en el cinto, arco y flechas.)
BATO:

  Al pie de aquella fuente
te aguarda, Benjamín, tu padre anciano,
creciendo su corriente
memorias tristes de tu muerto hermano.

BENJAMÍN:

¿Y quién con él venía?

BATO:

Isacar y Rubén.

BENJAMÍN:

Ventura es mía.
  Por él solo dejara
de matar y seguir aquellas fieras,
padre y señor.

JACOB:

La cara
de mi Raquel.

BENJAMÍN:

Dame tus pies.

JACOB:

Espera;
que dilatando abrazos,
podrá quejarse el alma de los brazos.
  ¿Qué hacías, hijo mío,
hermoso como el sol cuando amanece,
sobre el tierno rocío
que las hierbas de aljófares guarnece,
fabrica falsas perlas,
inclinando los ojos a cogerlas?
  Amor imaginaba,
y así vienes agora, vida mía,
con arco y con aljaba;
mas decirte requiebros no quería,
que es despertar la fiera
que dio muerte a Josef, pues hoy viviera.

BENJAMÍN:

  Padre y señor querido,
ojalá fuera yo vida que diera
consuelo a tu afligido
pecho, que a tanta dicha lo tuviera,
que por que te animara,
no Benjamín, consuelo me llamara.
  Raquel me llamó hijo
de dolor, que por causa de su muerte,
memoria en que me aflijo,
quiso que me llamase desta suerte.
¿Cómo daré consuelo,
si nombre de dolor me puso el cielo?

JACOB:

  Como en septiembre sale
tal vez rojo clavel, y del nativo
primer color se vale
contra la fuerza del calor estivo,
y como flor tardía,
al dueño del jardín causa alegría;
  así, Benjamín mío,
naciste tú para aliviar mis daños,
como flor en estío,
en el septiembre estéril de mis años,
causándome alegría,
y más al tiempo que el jardín perdía.
  Vente, mi bien, conmigo,
que en las orillas de esta fuente quiero
hablar solo contigo.

BENJAMÍN:

Si soy el fruto de tu amor postrero,
más cerca en la memoria
tendrás de tu Raquel la dulce historia.

(Vanse y salen el REY FARAÓN, ASIRIS, copero, y dos sabios, ELIO y ISACIO.)
FARAÓN:

  Si esto no me declaráis,
¿a dónde está vuestra ciencia?

ELIO:

Señor, no alcanzo a saber
causas que son tan secretas.
Las diferencias de sueños
tienen varias diferencias,
de que nace confusión
en los que las interpretan.
Si es este sueño animal,
bien puede ser que proceda
de tu mismo pensamiento.

ISACIO:

Algunas cosas revela
el cielo, invicto señor,
en el sueño al que las sueña.

FARAÓN:

Ignorantes sois los dos.
¿Vosotros tenéis la escuela
egipcia? ¿Leéis el curso
de los cielos y planetas?
¡Qué Mercurios Trimegistos!

ASIRIS:

¡Cielos, aquí se me acuerda
de aquel Josef que en la cárcel
me dijo cosas tan ciertas!
Dame tus pies y perdona
mi olvido.

FARAÓN:

¿De qué manera?

ASIRIS:

Porque te hubiera servido
si mi memoria no fuera
de hombre que sirve en palacio,
que de sí solo se acuerda.
Cuando mandaste prender
a mí y al que tenía cuenta
del pan, estaba en la cárcel,
por cierta injusta querella,
un mozo hebreo, y a quien
el Alcaide nos entrega,
porque en extremo le amaba:
tales sus virtudes eran.
Soñamos en una noche
los dos presos, cuando apenas
daba lugar el aurora
que se viesen las estrellas,
dos sueños que le contamos,
y fue de los dos tan cierta
la interpretación, señor,
que un átomo no discrepa.
Yo soñé que vi una vid
que tres sarmientos la cercan,
a quien luego flores y uvas
dieron adorno y belleza;
que yo tu copa tenía,
y exprimiéndolas en ella,
te daba a beber.

FARAÓN:

Pues bien,
¿cómo ese sueño interpreta?

ASIRIS:

«Tres sarmientos son tres días
(dijo con divina ciencia),
que el Rey, tardará en llamarte,
a quien darás en la mesa
la copa, como solías,
y entonces de mí te acuerdas,
y dile que de esta cárcel
saque mi humilde inocencia;
que estoy sin culpa.» A este tiempo,
viendo el que tu pan gobierna
la prudencia del mancebo,
le dijo de esta manera:
«tres canastillos soñé
que llevaba en la cabeza
llenos de harina y de pan,
y que las aves ligeras
a comer dellos bajaban.»
A quien respondió con pena:
«de aquí a tres días el Rey
te hará cortar la cabeza,
y te pondrá en una horca,
donde las aves que vuelan
vendrán a comer tus carnes.»
¡Tú sabes cuán verdaderas
fueron sus declaraciones!

FARAÓN:

Tu ingratitud manifiestas;
parte por él, di al Alcaide
que yo lo mando.

ASIRIS:

No creas
que fue olvidarme sin causa.

(Vase.)
FARAÓN:

Fiera ingratitud, que ciegas
los ojos, porque la luz
al beneficio no vean.
No ha producido animal
más venenoso la tierra,
aunque entre el fiero Fitón,
o la serpiente Lernea.
Los palacios de los reyes,
a quien una vez los entra,
son como río de olvido.
Pocas veces aprovecha
el ruego del miserable,
el papel, la diligencia:
solo de su aumento trata,
solo su provecho intenta.

(Sale JOSEF, roto, ASIRIS y guarda.)
ASIRIS:

Llega; que te aguarda el Rey.

JOSEF:

A tus pies invictos llega
desde la cárcel, señor,
Josef, de nación hebrea,
porque no pudiera hallar
la gloria de tantas penas,
menos que tus pies.

FARAÓN:

Levanta.
¡Qué hermosa y grave presencia!
Josef, Asiris me ha dicho
que eres varón que penetras
los futuros contingentes
con aprobada experiencia.
Un sueño pena me ha dado:
estos sabios que profesan
serlo en Egipto, a quien hoy
llaman madre de las ciencias,
no lo entienden ni declaran.

JOSEF:

Pues Dios hará que lo entiendas.

FARAÓN:

Soñé que estaba a la orilla
de un río, en cuya ribera
vía siete gruesas vacas
paciendo la verde hierba.
Luego otras siete tan flacas,
que devorándose aquellas,
apenas señal dejaban,
y me despertó su pena.
Mas volviéndome a dormir,
vi siete manadas bellas
de espigas, y que otras siete,
débiles, negras y secas,
las primeras consumían.

JOSEF:

Oye, señor, porque sepas
lo que Dios a Faraón
por este sueño revela.
  Las siete vacas y las siete espigas
fértiles, son siete años abundantes;
las macilentas, flacas y enemigas,
siete contrarios a los años de antes.
Por duplicarse quiere Dios que sigas
la luz de la verdad y te adelantes
al remedio, juzgando el ser tan firme,
en que el segundo sueño lo confirme.
  Nombra un sabio varón que en tus regiones
recoja el trigo en abundantes años;
que si en ciertos depósitos lo pones,
darás remedio a los futuros daños;
la providencia de ínclitos varones
nos ha dejado ejemplos, desengaños;
si los años estériles previenes,
seguro el tiempo de tu imperio tienes.

FARAÓN:

  ¿A dónde podré yo hallar
hombre, Josef, de tu ingenio,
si Dios habla por tu boca,
si Dios te inspira y si tengo
una sibila en tus labios,
y en tu raro entendimiento,
con más soberano Apolo,
un oráculo del cielo?
Tú serás aquel varón,
aquel prudente, aquel cuerdo,
aquel presidente sabio,
aquel consejero recto,
que prevenga en la abundancia
lo que en la desdicha espero
de tanta esterilidad.
Traed una ropa luego:
vestilde, adornalde, sea
Josef desde hoy el gobierno
de Egipto: traed mi carro,
aquel rico en que me muestro
a la ciudad aquel día
de mi feliz nacimiento.
Salga triunfando Josef
humíllese todo el pueblo
a mi segunda persona,
y aunque su nombre es tan bueno,
y de sus padres y patria,
salvador del mundo quiero
que se llame desde hoy:
muestra, Salvador, el dedo
del corazón, en que pongo
el anillo de mi sello.

JOSEF:

Señor, tu hechura levantas
como la luz, que encendiendo
las demás, siempre se queda
con la que tuvo primero.
Aquí tienes a tu esclavo.

FARAÓN:

¿Qué os parece? ¿No es bien hecho
el haber constituido
a Salvador de mi reino
por mi segunda persona?

ASIRIS:

Todos, señor, le queremos
besar los pies.

ELIO:

Digno ha sido
Josef de tan alto imperio.

ISACIO:

Sembrad laureles y flores:
cubrid, esmaltad el suelo;
que pasa dichoso Egipto,
el Salvador y Rey nuestro.
(Cantan dentro.)
cubrid, esmaltad el suelo,
que pasa dichoso Egipto,
el Salvador y Rey nuestro.
Sembrad laureles y flores
(Mientras cantan va JOSEF alrededor del tablado, y el REY a su lado, y dan vueltas.)
divino Señor del cielo,
que de la envidia y la cárcel
me sacáis a Rey de un reino.

JOSEF:

Vos solo sois Salvador,

(Tocan la música o chirimías, y éntranse con mucho aplauso, con que se da fin a la primera jornada.)