Acto I
​Los prados de León​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

DON ARIAS, TRISTÁN.
D. ARIAS:

  Desde el instante que vi
este mancebo, Tristán,
tan gentil hombre y galán,
este suceso temí.
  Y no sin razón temía
desventura semejante,
porque no hay alma de amante
sin punta de profecía.
  Ves aquí que Alfonso reina,
y que a Jimena no casa,
porque no quiere en su casa
sombra de rey ni de reina.
  Ves aquí que un labrador
que ayer andaba al arado,
hoy es de Alfonso privado
y camarero mayor.
  Por lo que tiene encubierto,
hónrele el Rey; mas de suerte,
que la envidia no despierte
quien tanta privanza ha muerto.
  Si a mí me quita el oficio
y a ti la dama, Tristán,
el premio injusto le dan
del tuyo y de mi servicio.
  Pues quejarnos a Bermudo
es darle más ocasión
a que le tenga afición.
¿Quién será tan cuerdo y mudo?
  ¿Quién podrá disimular?
¿Quién servir con este ejemplo?

TRISTÁN:

Cuando su virtud contemplo,
le pongo en mayor lugar;
  que ser sin duda ha mostrado
en la guerra, donde viene,
la sangre que oculta tiene,
más de palacio que prado.
  Quiso el rey que alguna hazana
don Nuño hiciese primero
que le armase caballero;
salió el Prado a la campaña,
  donde hizo tanto estrago,
que trajo al rey seis cabezas,
dejando con sus proezas
vuelta la campaña en lago.
  No dudes de que ha de ser,
si el principio al fin responde,
otro Pelayo. Pues ¿dónde.

D. ARIAS:

podré paciencia tener
  para que el rey tenga en poco
por su causa mi servicio,
y le dé mi propio oficio?

TRISTÁN:

Causa tengo de estar loco,
  aunque trato su alabanza,
porque al fin a Blanca adoro.
Diérale el rey su tesoro,
su amor, su justa privanza;
  pero a Blanca no le diera
con mano tan libre y franca,
porque en dejarme sin Blanca
grande pobreza me espera.

D. ARIAS:

  Tristán, el rey me ha quitado
la vida y honra por él:
no será hazaña cruel
marchitar a Nuño el prado.
  Dame esa mano, y confía
que yo le saque de aquí,
o no ha de haber fuerza en mí.

TRISTÁN:

Mano y fe desde este día,
  contra don Nuño te doy.

D. ARIAS:

Pensemos cómo ha de ser.

TRISTÁN:

Yo hablé a un escudero ayer,
de quien satisfecho estoy
  que hará cualquiera traición.

D. ARIAS:

No ha de haber sangre, Tristán
que esas industrias no dan
buen fin al dueño, en razón
  de clamar la sangre al cielo.
Yo tengo una carta...

TRISTÁN:

¿Cúya?

D. ARIAS:

Del mismo.

TRISTÁN:

Y con carta suya
¿qué piensas hacer?

D. ARIAS:

Dirélo.
  La letra quiero imitar,
y fingir que se cartea
con Muza, y que el rey lo vea.

TRISTÁN:

Éste es público lugar,
  y es menester más secreto.
Hablemos aparte aquí.

(Vanse.)


NISE, con rebociño; BATO.
NISE:

¿Tú le viste?

BATO:

Yo le vi,
y no le hablé, te prometo,
  por no le causar enojos.

NISE:

¡Quién los ojos te trocara
para que después mirara
con tan venturosos ojos!

BATO:

  Entró el rey con más de mil,
y aun más de cien caballeros,
como el manso entre corderos
y lechuga en toronjil,
  y a Nuño llevaba al lado.
Esto fue cuando llegué,
y con Mendo te dejé,
bella Nise, en el mercado.
  Cuando a la iglesia volví,
decían que misa oía
con el rey, y que tenía
las armas.

NISE:

¿Las armas?

BATO:

Sí;
  que el rey le ciñó la espada,
y el ataharre o correa
le puso, para que sea
de mora sangre manchada.
  Jimena, del rey hermana,
las espuelas le calzó.
Pero un hombre me contó
una cosa harto inhumana,
  que por no darte dolor,
contártela no querría.

NISE:

En tanta desdicha mía,
¿qué puede ser la mayor?

BATO:

  Cuando el rey quiso en los brazos
ponelle una rica pieza,
diz que le dio en la cabeza
cuatro o cinco chincharrazos.
  ¡Voto al sol, si allí estuviera!

NISE:

¡Ay Bato! No es ése el mal.
Tú disimulas.

BATO:

No hay tal.

NISE:

Di la verdad.

BATO:

No quisiera.
  Pero si lo has de saber,
lleva el alma apercibida;
que una pena prevenida
no suele tanto doler.

NISE:

  ¿Es que don Nuño se casa?

BATO:

Dícenlo ansí.

NISE:

¡Triste yo!

BATO:

Ya la fiesta se acabó,
y el rey se vuelve a su casa.
  Desde aquí verás pasar
a Nuño.

NISE:

Y aun desde aquí
podré morir.

BATO:

Vuelve en ti.

NISE:

No me da el alma lugar.

EL REY; NUÑO, muy galán, con espada y espuelas doradas; DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA, DON SANCHO, ACOMPAÑAMIENTO, DICHOS.
D. ALFONSO:

  (A NUÑO.)
De más honras eres dino,
don Nuño, por tu valor.

NUÑO:

Todo se debe, señor,
al vuestro, heroico y divino.

BATO:

  (Aparte a NISE.)
¿No viene bueno?

NISE:

Y tan bueno,
que es muy malo para mí.
Prado del alma, yo os vi
menos rico, y más ameno.
  ¡Quién os trajo, Prado mío,
a los palacios del rey!

BATO:

Los tiempos no guardan ley,
la fortuna es desvarío.
  Aunque soy tonto, bien veo
lo poco que hay que fiar
del placer y del pesar.

NISE:

Yo sólo morir deseo.

D.ª JIMENA:

  (Aparte a DOÑA BLANCA.)
¿Qué te parece el villano,
Blanca, de quien burla hacías?

D.ª BLANCA:

¡Ay prima!, ¡en cuán pocos días
me ha rendido amor tirano!
  Mas no te espantes que el oro
no conociese en sayal,
y que hablase entonces mal
deste bien que ahora adoro.
  Quizá fue de amor castigo,
porque no le conocí.

D. ALFONSO:

Lo que no trato de mí,
trato, don Nuño, contigo.
  Yo te querría casar.

NUÑO:

Huyes tú del casamiento,
y ¡date el de otros contento!
Deja, señor, imitar
  tu virtud a tus criados.
El Casto te llaman ya:
mientras el rey no lo está,
¿para qué han de estar casados?

D. ALFONSO:

  No digas tal; que no quiero
que nadie en eso me imite;
y así, es bien que solicite
lo que de todos espero.
  Servid a Dios, y tened
mil frutos de bendición,
porque es en esta ocasión
del cielo ilustre merced.
  A la cristiandad que aquí
tan acabada tenía
el moro, y que cada día
destruye la guerra ansí,
  importan más defensores:
y el aumento importa tanto,
que del matrimonio santo
apruebo cien mil loores.
  No me casar no os espante,
ni quiero que lo imitéis.
Nuño, hoy quiero que os caséis.

NUÑO:

Tiempo hay, señor, adelante.

D. ALFONSO:

  Éste es mi gusto.

NUÑO:

Yo soy
tu hechura.

(Vanse todos, menos NISE y BATO.)


NISE, BATO.
NISE:

¿Cuál es de aquéllas?

BATO:

Pareceránte muy bellas.
Dices bien: celosa estoy.

BATO:

  La que estaba con Jimena,
pienso que es Blanca.

NISE:

Y será
para mí tan negra ya,
que a la muerte me condena.
  Predicaba el otro día
el cura, que los romanos,
cuando de sus ciudadanos
castigo común se hacía,
  piedras por suertes echaban
negras y blancas: a quien
salía blanca, iba bien;
pero a quien negra, mataban.
  Negra y blanca es esta suerte
de Nuño y de mí escogida;
Blanca a Nuño le da vida,
negra me ha dado la muerte.
  También dijo el sacristán
que el rey Asuero moría
de amor, y que no sabía
remedio; que a veces dan
  a los reyes pesadumbre
cosas que el demonio inventa.
Hízole Vastí una afrenta,
que era de sus ojos lumbre,
  y quiso no la querer.
Moríase al fin así;
mas del amor de Vastí
halló remedio en Ester.
  Tú, pues a tal cautiverio,
por amor, señora, vienes,
del amor que ahora tienes
te curarás con Silverio;
  y si no, yo estoy aquí,
que no soy de mal pergeño.

NISE:

Cualquiera remedio es sueño,
Bato amigo, para mí.
  Nuño fue mi amor primero;
ya soy de Nuño mujer;
yo le tengo de querer,
o villano o caballero.

BATO:

  Si es caballero y se casa,
si está en corte y tú en aldea,
¿no es cosa imposible?

NISE:

Sea.
Como eso en el mundo pasa.
  Más quiero lo que es mi gusto
quererlo y no lo tener,
que tenerlo, y no querer
lo que fuera mi disgusto.

BATO:

  Demonios sois las mujeres.
¡Extraña resolución!

NUÑO, sin reparar en NISE ni en BATO.
NUÑO:

 (Para sí.)
¡Qué pocos, fortuna, son
sin pesares tus placeres!
  ¡Qué pocos bienes que das
sin el censo del tormento,
pues que dice el más contento:
¡Oh contento! ¿Adónde estás?
  Yo no hallo quien te tenga;
que aunque está más encumbrado,
ninguno halla el estado
que a su gusto le convenga.
  Que en todo el mundo no hay uno,
puedo jurar y creer,
pues por mi vengo a entender
que no te tiene ninguno.
  ¿Quién dirá que, ayer villano,
no tengo contento entero
de que hoy noble caballero
me armase el rey por su mano!
  Contento, quien importuno
te sigue en el mundo, yerra;
que no ha de hallarte en la tierra
«quien piensa tener alguno».
  Eres sin constancia alguna,
eres nave en alta mar,
que viene al fin a parar
donde quiere la fortuna;
  porque vas tan sin compás,
que quien tras ti se va o viene,
cuando piensa que te tiene,
no sabe por dónde vas.

NISE:

(Aparte a BATO.)
¿No es éste Nuño?

BATO:

Pardiós,
que está solo. Habla con él.

NISE:

¿Osaré llegarme a él?

BATO:

Llega, o lleguemos los dos.

NISE:

  ¡Nuño ingrato!

NUÑO:

¡Nise mía!

NISE:

¡Tuya, enemigo!

NUÑO:

Pues ¿no?
Mi bien, abrázame.

NISE:

¡Yo!

NUÑO:

¿Quieres matarme?

NISE:

Desvía.

NUÑO:

  ¿Por qué, si el rey me ha forzado
para ausentarme de ti?
Aquel Prado soy, que fui
de tus mismos pies pisado;
  que aunque mis ojos ausentes
de los tuyos, prenda mía,
soy Prado que noche y día
riego el alma con dos fuentes.

NISE:

  No te dejo de abrazar,
porque te he puesto en olvido:
temo ensuciarte el vestido.

NUÑO:

¿Es tiempo éste de burlar?

NISE:

  Este sayal ¿no está llano
que ensuciará a un caballero?

NUÑO:

¡Ay Dios! ¡Quién, como primero,
se volviera a ser villano!
  Mira que tu esclavo soy.

NISE:

¡Esclavo un señar tan grande!
Ni el cielo ni amor lo mande:
ya desengañada estoy.
  Tiempo fue que el amor tuyo
me dijo en más soledad:
«Tu esclavo soy.»

NUÑO:

Es verdad:
«Esclavo soy, pero cúyo...»

NISE:

  ¿Quieres que lo diga?

NUÑO:

No,
porque por la cruz que empuño,
que eres tú.

NISE:

Y de Blanca, Nuño.

NUÑO:

«Eso no lo diré yo.»

NISE:

  Pues ¿cómo, si es tu mujer?

NUÑO:

El rey no puede forzarme.

NISE:

Puede mandarte.

NUÑO:

Mandarme...
cosas que yo pueda hacer.
  Tuyo soy; que suyo no.

NISE:

Enojaráse.

NUÑO:

No sé;
mas yo le responderé
«que cuyo soy me mandó».
  Enséñale el rostro tuyo,
y muera Nuño sin nombre,
hubiere en el mundo un hombre
«que no diga que soy suyo».

NISE:

  Nuño, cuando sea verdad
la voluntad que me muestras,
poco importarán las muestras,
siendo ley su voluntad.
  ¡Maldigo mi mala suerte,
pues que me ha salido en blanco,
siendo aquesta Blanca el blanco
de tu vida y de mi muerte!
  Que desde que fuiste Prado,
el alma me dio a entender
que habías, Nuño, de ser
destos mis ojos regado.
  Agradezco el conocerme
con la humildad que solías;
que aun no pensé que tendrías
ojos que pudiesen verme.
  Que todos los que han subido
de un humilde a un alto estado,
pasan por lo que ha pasado
como si no hubiera sido.
  Pues tente bien: que fortuna
trueca en pesar los placeres;
que en fortunas y mujeres
no cabe firmeza alguna.

NUÑO:

  ¡Ojalá que me volviese
a la humildad que solía!
Mas de la grandeza mía,
mientras dure, no te pese;
  porque si tuyo he de ser,
¿qué sirve disminuirme?

NISE:

Luego ¿piensas estar firme?

NUÑO:

Hasta morir o vencer.

NISE:

  Agora te doy mis brazos.

NUÑO:

Y yo mi alma te doy.

(Abrázanse.)


DOÑA BLANCA, NUÑO, NISE, BATO.
D.ª BLANCA:

(Aparte.)
(¡Qué es lo que mirando estoy!
¡Nuño a una mujer abrazos!)
  ¿Qué es esto, Nuño?

NUÑO:

Señora,
gente de allá de la tierra.
(Aparte).
 ¡Oh, cuánto mi lengua yerra!
Que es gente del cielo agora.)

D.ª BLANCA:

  ¿Ha mucho que no la vías?

NUÑO:

Desde que dejé de ser
el ser con que pude ver
su hermosura muchos días.

D.ª BLANCA:

  Allá sería tu amor.

NUÑO:

Y acá también, por Dios vivo;
porque este bien que recibo
causa al cuerpo un noble honor;
  pero al alma no la muda:
y ansí, lo que allá tenía
en ella se ve, y hoy día
con más firmeza sin duda.

D.ª BLANCA:

  De abrazar a esta villana,
el lenguaje te pegó.

NUÑO:

Antes lo sabía yo...

(Aparte.)
(Que os viese a vos, cortesana.)
D.ª BLANCA:

  Quiérola despacio ver.
Alzaos, amiga, el rebozo.

NUÑO:

Miralda; que os dará gozo
ver el alba amanecer.
  Corred al sol esos velos:
veréisle entre dos estrellas,
que no las tiene más bellas
todo el torno de los cielos.

D.ª BLANCA:

  ¡Buena, por mi vida!, ¡buena!

NISE:

Esto soy para serviros.

D.ª BLANCA:

(Aparte.)
(¡Celos, tened los suspiros,
no deis a entender mi pena!
  Mas quiero disimular.)
Patenas, sarta y corales
no son joyas para tales
pechos: yo os las quiero dar.
  Tomad estos brincos.
Quedo,
señora; que estoy corrida;
que, siendo yo la vencida,
tomar despojos no puedo.
  Guardad las joyas allá;
que si a don Nuño tenéis,
por más joyas que me deis,
no tendré riqueza ya.

D.ª BLANCA:

  Pues ¿celos tenéis de mí?

NISE:

De vos no; dél tengo algunos.

NUÑO:

No puede tener ningunos,
puesto que el alma la di.

D.ª BLANCA:

  Ya pasa de atrevimiento,
y toca en descortesía,
hablar en presencia mía
con tan libre sentimiento:
  no por vos; por lo que trata
el rey.

NUÑO:

Vos tenéis razón;
pero es el amor pasión
que en la lengua se dilata.
  Mirad bien a esa aldeana,
Blanca, y mal me haga Dios
si no dijéredes vos
que es más divina que humana.
  Yo sé que en cierta ocasión
os parecí tan salvaje,
que hecisteis burla del traje.

D.ª BLANCA:

¡Gentiles venganzas son!
  Lo cierto debe de ser
que Bermudo se ha engañado.
En prado os halló, y en prado,
¿que otra cosa pudo haber?

NUÑO:

  Bien decís. Id en buen hora;
que en tal prado, tal ganado;
porque este prado es comprado
desta divina pastora.
  Ven, Nise; que yo no quiero
más alto estado que a ti.

D.ª BLANCA:

Hoy sabrá Alfonso de mí
a quién armó caballero.

NUÑO:

  Yo cumplo mi obligación.
Si he jurado defender
las damas, ¿a mi mujer,
no es, Blanca, mayor razón?

NISE:

  Echaste el sello, mi bien.
Vamos, Bato.

BATO:

(Aparte a NUÑO.)
Hoy te has perdido.

NUÑO:

Con volver a lo que he sido,
quedamos en paz también.

(Vanse NUÑO, NISE y BATO.)


DOÑA BLANCA, sola.
D.ª BLANCA:

  Ninguno diga, amor, que puede exento
pasar sin ti la vida: que en tu mano
está la paz del corazón humano
y la guerra mayor del pensamiento.
Valiéndome de ti con loco intento,
pensé librarme de tu fuerza en vano;
más tú, del alma robador tirano,
castigaste mejor mi atrevimiento.
Nadie puede negar, si alguno en precio
tu discreción y vanidad tuviere,
que en ser pesado en burlas eres necio.
O es porque advierta quien de ti la hiciere
que aquello que se tiene en más desprecio,
eso viene a faltar cuando se quiere.

(Vase.)


DON ARIAS, TRISTÁN; después, EL REY DON ALFONSO.
TRISTÁN:

  ¿Queda bien enseñado?

D. ARIAS:

Por extremo;
y hase mostrado tan astuto en todo,
que si resucitara Sinón Griego,
le dejara por él.

TRISTÁN:

Pues el rey sale,
habladle vos mientras aquí me aparto.

(Retírase TRISTÁN y sale el REY.)
D. ALFONSO:

Don Arias...

D. ARIAS:

Gran señor...

D. ALFONSO:

¿Qué es lo que quieres,
que con tanto secreto me apercibes?

D. ARIAS:

La obligación que un noble y leal vasallo
tiene a su rey, me obliga, a lo que creo;
que te ha de parecer cosa imposible.
Yo pienso que está viva todavía
de Mauregato la memoria y sangre.
¿Sabes quién es acaso este mancebo
que una lanza sacó de entre unos juncos?

D. ALFONSO:

Arias, si de don Nuño decir quieres
cosa contra su honor, primero advierte
que la sepas tan bien, que menos sepas
tu mismo pensamiento; porque amo
de suerte a Nuño, que su honra es mía:
y si te han informado los que pueden
ser envidiosos de sus grandes méritos
y de su honor, alguna cosa injusta,
no la quiero saber siendo dudosa.

D. ARIAS:

Señor, cuando de un hombre que tú amas
de la manera que tu reino ha visto,
pues a todos los nobles le prefieres,
se atreve a hablar persona que conoces
de la lealtad que yo, saber debieras
que tiene información bastante y clara:
Y si esto fuera vida y honra mía
o de otros caballeros, y no tuya,
créeme que otro estilo se buscara,
sin darte parte, que remedio fuera.

D. ALFONSO:

¡Mi honra y vida!

D. ARIAS:

¿No es tu vida y honra
escribirse don Nuño con el moro,
y haber venido carta de su mano
a mi poder, en que tu sangre ofrece
como le entregue el reino, y darle en parias
al doble las doncellas que hoy te pide?

D. ALFONSO:

Eso es cosa imposible: ¡bravamente
la envidia se apercibe contra Nuño!

D. ARIAS:

Pues aquí te dirá Tristán si puede
ser imposible o no.

D. ALFONSO:

(Llamando.)
¡Tristán!

TRISTÁN:

(Acercándose.)
¿Qué mandas?

D. ALFONSO:

Don Nuño ¿escribe a Muza?

TRISTÁN:

Y Muza a Nuño.
Un soldado las cartas lleva y trae,
que queda en esa sala apercebido.

D. ALFONSO:

Apercebido a la traición, ¿quién duda?

TRISTÁN:

Ordoño, entrad.

ORDOÑO, DICHOS.
D. ALFONSO:

Oid aparte, Ordoño.

ORDOÑO:

Ya sé lo que es, señor. Nuño tres veces
con cartas me ha enviado a Muza, y tantas
he vuelto con respuesta al mismo Muza.
Soy hidalgo leal, y con recelo
de alguna alevosía, hablé a don Arias.
La carta me pidió; dísela, abriola;
y visto lo que Nuño a Muza escribe
la cuarta vez, a ti volver me manda.

D. ALFONSO:

Parece que se prueba esta mentira,
y que tiene color de verdad clara.
Arias, ¿tienes la carta?

D. ARIAS:

Aquí la tengo.

D. ALFONSO:

Ésta es la misma letra de don Nuño.
Llamadle.

NUÑO, DICHOS.
TRISTÁN:

Él viene ya.

NUÑO:

(Aparte.)
Contenta queda
Nise de verme firme en mi propósito.

D. ALFONSO:

Salid afuera todos, hasta tanto
que yo os vuelva a llamar.

D. ARIAS:

Bien se va haciendo.

(Vanse todos, menos el REY y NUÑO.)


DON ALFONSO, NUÑO.
D. ALFONSO:

Nuño...

NUÑO:

Señor...

D. ALFONSO:

Contigo tengo enojo.

NUÑO:

Tus ojos me lo han dicho con mirarme;
que sólo con mirar hablan los reyes.

D. ALFONSO:

¡Cartas escribes, cuando yo te caso,
a otra mujer!

NUÑO:

Señor, cuando vivía
allá en mi aldea, con mi igual trataba,
y así mi igual amaba. En el ejército
dos cartas escribí; pero no entiendo
quién te las pudo dar.

D. ALFONSO:

Una me han dado.

NUÑO:

Mira que puede ser que no sea mía.

D. ALFONSO:

Esta letra ¿no es tuya, y esta firma?

NUÑO:

Mi firma es ésta y es mi letra.

D. ALFONSO:

Toma,
y mira a quién, y lo que en ella dices.

NUÑO:

(Lee.)
«Para el día que dices, venir puedes
lo más secreto que te sea posible,
y con la gente y armas concertadas
yo te daré a León y la cabeza
del rey.» - Señor, no mandes que esto lea.
Este papel no es mío ni esta letra.

D. ALFONSO:

Tú ¿no has dicho que sí?

NUÑO:

Sabe la envidia
contrahacer muy bien cualquiera cosa.
Es pintora de cifras y de letras.
No es éste original, sino retrato.

D. ALFONSO:

Yo lo creo de ti; pero tú tienes
muy nobles enemigos, y así, importa
que salga por su prueba tu inocencia.
¡Hola!

DON ARIAS, dichos; después, ORDOÑO.
D. ARIAS:

Señor...

D. ALFONSO:

Llamadme aquel soldado.

D. ARIAS:

(Llamando.)
¡Ordoño!

ORDOÑO:

Aquí me tienes.

D. ALFONSO:

(A NUÑO.)
¿No conoces
a Ordoño?

NUÑO:

Ni en mi vida a Ordoño he visto.

ORDOÑO:

Bien haces en negar, pues me engañabas,
diciéndome que a Muza le escribías
sobre ciertos cautivos, tus parientes.

NUÑO:

¿Qué dices, hombre?

ORDOÑO:

Esto.

D. ALFONSO:

Yo no digo
que esto es verdad; pero verdad parece.
Llamadme a un capitán.

TRISTÁN:

Aquí está Vela.

(Va a llamarle y vuelve con él.)


VELA, DICHOS.
D. ALFONSO:

Vela, porque anochece, toma gente,
y pon este soldado en una torre.

ORDOÑO:

¿Por qué, señor?

D. ALFONSO:

Porque saber deseo
si esto es verdad: dudosa me parece.
Vete, Nuño, y descansa.

(Llévase VELA a ORDOÑO.)
NUÑO:

Si sospechas,
que esto es verdad, ¿por qué no me aprisionas?

D. ALFONSO:

Vete en buen hora; a. la mañana vuelve.

NUÑO:

Guárdete el cielo y mi inocencia guarde.

(Vase.)
D. ALFONSO:

Si esto es envidia, se sabrá muy presto.

D. ARIAS:

Mira que se ha de huir.

D. ALFONSO:

Pues ¿qué más prueba?

TRISTÁN:

¿No es mejor castigarle?

D. ALFONSO:

¿Qué castigo
como que pierda, con mi gracia, el reino?
Que donde reino yo reina mi amigo.

(Vase.)


DON ARIAS, TRISTÁN.
D. ARIAS:

¡Notable es su piedad!

TRISTÁN:

Arias, advierte
que si le dan tormento a este soldado,
ha de decir que ha sido persuadido.

D. ARIAS:

Un remedio notable se me ofrece,
y es salirle al camino con los hombres
que para acometer a Vela basten.

TRISTÁN:

Pues ¿qué habemos de hacer?

D. ARIAS:

Matar a Ordoño,
dando a entender que le dio muerte Nuño
para que la verdad no declarase.

TRISTÁN:

La noche baja aprisa; mis criados
son hombres de valor y hidalgos todos.
Vamos antes que llegue.

D. ARIAS:

Hoy mi esperanza
deste villano tomará venganza

(Vanse.)


DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA.
D.ª BLANCA:

  Yo tengo el mal que te digo.

D.ª JIMENA:

Tú tienes terrible mal.

D.ª BLANCA:

Aunque celosa, mortal,
a mayor dolor me obligo;
  porque este mal es desprecio,
y tanto más lo he sentido,
cuanto sé que me ha tenido
en tan poco precio un necio.

D.ª JIMENA:

  Extrañas cosas te escucho.
Pues ¿qué le quisieras?

D.ª BLANCA:

Loco;
que tenerme un necio en poco
es cosa que siento mucho.
  ¡Ay, Jimena, prima mía!
Si vieras una aldeana
con más luz que la mañana
tiene, cuando raya el día;
  aquel blanco, aquel color,
aquellas cintas doradas,
aquellas manchas rosadas
en cándido resplandor,
  el cuello y su hermosa cara,
vieras, Jimena, a los cielos
hacer que iguale con celos
lo que al infierno igualara!
  Patenas, sartas, corales
bordaban su hermoso cuello,
donde llegaba el cabello
con madejas orientales.
  Estaba el coral corrido
de competir con su boca,
porque era su fuerza poca
para no quedar vencido.
  Finalmente, no podía
vencer su labio encarnado,
con estar más colorado
de vergüenza que tenía.
  Las patenas eran buenas;
mas su esmalte y sus cristales
no eran en color iguales
a sus mejillas serenas.
  El sombrero a lo aldeano
con el tejido cordón
era, prima, guarnición
de su rostro soberano,
  como cuando a una pintura
para que salga el color
hace el curioso escultor
con ébano la moldura.
  El rebociño era el manto
con que el alba esparce flores.

D.ª JIMENA:

En mi vida he visto amores
ni celos que teman tanto.
  ¿Quédate más que decir?
¿Quédate más que temer?
Amor sabe encarecer,
y celos saben fingir.
  ¿Quién duda que era muy fea?

D.ª BLANCA:

No me burlo; esto es verdad.
La aldea, prima, es ciudad,
y la ciudad es aldea.
  En un blanco delantal
vi tanto donaire y gala,
que si a la corte no iguala,
no tiene la corte igual.
  Pues si hablase del chapín
que con aire descubría,
pienso que mejor sería
comenzalla por el fin.

D.ª JIMENA:

  Loca estás.

D.ª BLANCA:

Loco es amor.
Tengo amor, locura tengo;
y si despreciada vengo,
será el exceso mayor.

D.ª JIMENA:

  Si alabas lo que él adora,
que te desprecie disculpas.

DON ALFONSO, DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA.
D. ALFONSO:

(Aparte.)
Si fueren ciertas sus culpas,
y no fue la envidia autora
  de lo que agora le imponen,
yo le sabré castigar.

D.ª JIMENA:

(Aparte a DOÑA BLANCA.)
¿Quieres que le vaya a hablar,
aunque los celos perdonen?

D.ª BLANCA:

  Pues ¿qué le piensas decir?

D.ª JIMENA:

Que te acabe de casar.

D.ª BLANCA:

Luego ¿quiéresle forzar?

D.ª JIMENA:

No, Blanca, mas persuadir.

D.ª BLANCA:

  Dilo al rey, dilo a tu hermano;
que me obliga amor, Jimena.

D.ª JIMENA:

¡Ay amor!

D.ª BLANCA:

Calla mi pena,
pues que la pongo en tu mano.

D.ª JIMENA:

  Señor...

D. ALFONSO:

Jimena...

D.ª JIMENA:

He sabido
que a Blanca quieres casar.

D. ALFONSO:

Hoy la trataba de dar,
hermana, un noble marido,
  por sospechas del valor
que imaginaba encubierto;
pero hame salido incierto.

D.ª JIMENA:

¿Incierto Nuño!

D. ALFONSO:

Y traidor.

D.ª JIMENA:

  ¡Traidor! Luego ¿era villano?

D. ALFONSO:

El desengaño lo muestra,
si en la vida y honra nuestra
quiso ensangrentar la mano.
  A lo menos, la del moro
tomaba por instrumento.

D.ª JIMENA:

¿Nuño?
El mismo.
¡Extraño intento!
(Aparte a ella.)
¡Blanca!

D.ª BLANCA:

¿Qué?

D.ª JIMENA:

Templa tu lloro.

D.ª BLANCA:

  ¿Cómo?

D.ª JIMENA:

Mi hermano ha sabido
que Nuño intenta su muerte.

D.ª BLANCA:

¿Su muerte?

D.ª JIMENA:

Desto me advierte.

D.ª BLANCA:

¡Oh villano mal nacido!
  Según eso, a esta aldeana,
que debe de idolatrar,
intentaba coronar
de la nobleza asturiana.
  Si despicarme podía,
sola esta infamia pudiera.

VELA, con la espada desnuda; DON ALFONSO, DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA.
VELA:

Entraré desta manera.
Sepa el Rey si es culpa mía.

D. ALFONSO:

  ¿Qué es aquesto, capitán?

VELA:

Señor, llevando aquel preso
(descuidado, te confieso,
como por tu corte van),
  seis hombres me acometieron,
y junto a mí le mataron;
que a las guardas no tocaron,
y en dándole muerte huyeron.
  Sola una voz les oí,
en que dijeron: «Mejor
es que muera este traidor,
que no que me mate a mí.»

D. ALFONSO:

  ¡Vive Dios, que temeroso
Nuño de ser descubierto,
con gente el soldado ha muerto!
Ya no estaré sospechoso.
  Ésta es la mayor probanza
que pudiera pretender.
Pero ¿cómo he de poder
tomar del traidor venganza?
  Que si es hijo de Bermudo,
será matar al buen viejo.
Arias me dará el consejo,
pues darme el aviso pudo.
  Id por don Arias, don Vela.

VELA:

En la antecámara está.

D. ALFONSO:

Llamadle.

VELA:

Él se ofrece ya.

DON ARIAS, DICHOS.
D. ARIAS:

Basta; que la fama vuela
  de que Nuño, con temor
del ánimo del soldado,
al capitán le ha quitado.

D. ALFONSO:

Y aun muerto.

D. ARIAS:

¡Muerto, señor!

D. ALFONSO:

  Deso se viene quejando.

D. ARIAS:

¿Cómo os le pudo matar?

VELA:

Tres a seis podrán guardar
sus personas peleando;
  mas no defender a aquel
que dellos no se defiende.

D. ALFONSO:

Basta, amigos; que pretende
matarme Nuño cruel.
  ¡Oh!, ¡qué buen pago me ha dado!

D. ARIAS:

Tú lo mereces, señor,
que a los hombres de valor
oficio y honra has quitado:
  todo por dallo a un villano,
que por ventura cogió
las cabezas que te dio,
cortadas por otra mano.
  Da gracias a tu virtud,
por quien te ha librado el cielo,
y agradece a nuestro celo
el procurar tu salud.

D. ALFONSO:

  Soy hombre, pude engañarme;
mas tras este desengaño,
¿cómo podré, sin el daño
del rey, de Nuño vengarme?
  Que temo que es sangre suya.

D. ARIAS:

A los reyes la piedad
da notable autoridad;
y pues es tanta la tuya,
  perdónale: no le prendas
ni castigues.

D. ALFONSO:

Eso no.
¡Oh!, ¡qué mal consejo!

D. ARIAS:

Yo
miraba, señor, sus prendas;
  que es dar la muerte a Bermudo,
si su sangre vive en él.

D. ALFONSO:

No quiero ser tan cruel.

D.ª BLANCA:

Señor, esa mano pudo
  hacer noble y caballero
a un villano, y esa mano
le podrá volver villano
como lo estaba primero;
  que aunque es del rey el hacer
de un bajo un alto lugar,
también en el castigar
se muestra el justo poder.
  Hazle poner en su traje,
y que se vuelva a su aldea,
donde Bermudo no vea
la afrenta de su linaje;
  y si pregunta por él,
alguna excusa darás.

D. ALFONSO:

Blanca, tú has dicho lo más
que yo puedo hacer con él.
  ¿Quién pudiera aconsejarme
como tu ingenio?

D.ª BLANCA:

Éste tengo
 [.........]
(Aparte.)
(Hoy me vengo.)

D. ALFONSO:

A Nuño podéis llamarme

D. ARIAS:

  Yo voy por él.

(Vase.)
D. ALFONSO:

¿Quién dijera
que hombre que tanto honrara,
desta suerte me tratara!

(Vanse todos, menos el REY.)


DON SANCHO, DON ALFONSO.
D. ARIAS:

Hablarte a solas quisiera.

D. ALFONSO:

  ¿Qué quieres, conde?

D. ARIAS:

Señor,
hoy quiere dejar el suelo,
por ir a su patria, el cielo,
tu tía doña Leonor.
  Todo el monesterio siente
notablemente su falta.

D. ALFONSO:

Tienen razón; que las falta
una señora excelente.
  Por mí, yo lo siento tanto,
como si mi madre fuera,
y estas palabras quisiera
acreditallas con llanto.
  ¿Podréla hallar viva?

D. ARIAS:

Ya
en mis brazos expiró;
mas este papel me dio,
que, cerrado como está,
  me dijo que te entregase.

D. ALFONSO:

Apártate allí. No hay cosa
tan segura y poderosa
por quien la muerte no pase.
(Lee para sí.)
  «Sobrino, ya tú sabes que la causa
que de mi reclusión fue la primera,
tuvo origen del conde de Castilla,
con el cual me casara el padre mío,
si no se lo estorbara el de Navarra,
puesto que nunca supo mi deseo.
La muerte, que descubre muchas veces
secretos que la vida no podría,
me obliga a que éste diga: que yo tuve
una hija del conde, aunque hasta agora
se ha criado encubierta en una aldea.
La aldea es Flor, de sus montañas bellas,
el nombre Nise; pero no es el mismo;
que Nise es por Inés, que Inés se llama,
porque se escribe con las mismas letras.
Si obligan estas últimas palabras
a un rey que tiene tanta sangre mía,
tu prima es Nise. Adiós; que ya la muerte
no me deja escribir.
Leonor a Alfonso.»
  ¿Hay suceso tan extraño?
¡Nise encubierta, mi prima!
Su honor, su sangre me anima
a que excuse el mayor daño.
  Traerla quiero a mi casa:
no viva, Nise, en aldea.
Dama, y no villana, sea;
sepa el estado a que pasa.
  Conde...

D. ARIAS:

Señor...

D. ALFONSO:

Ya parece
que estas cosas de secreto
te tocan.

D. ARIAS:

Y te prometo
que mi lealtad lo merece.

D. ALFONSO:

  Ya sabes a Flor, aldea
de donde a Nuño trajiste.

D. ARIAS:

Sí, señor, aunque estoy triste
que en tu deservicio sea.

D. ALFONSO:

Tú ¿qué culpa tienes?

D. ARIAS:

Yo
hice lo que me mandaste.

D. ALFONSO:

Si en traer el conde erraste,
aunque tus deseos no,
  en Nise, una labradora,
por quien agora a Flor vas,
sospecho que acertarás.

D. ARIAS:

¿Quién es?

D. ALFONSO:

Una gran señora,
  que yo te diré después.
Lleva carroza y criadas.

D. ARIAS:

(Vase.)
Voy.

DON ALFONSO, solo.
D. ALFONSO:

¡Qué de dueñas honradas
pone el amor a sus pies!
  Pienso que el cielo me envía
todas estas cosas hoy,
porque Alfonso el Casto soy,
para prueba de la mía.
  Los sucesos amorosos
todos vienen a mi edad
por dar a mi castidad
estos esmaltes famosos.

DON ARIAS, NUÑO, DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA, TRISTÁN, DON ALFONSO.
D. ARIAS:

  Nuño, Señor, está aquí.

D. ALFONSO:

(Aparte a él.)
Si alguna prueba, don Arias,
he hecho, en cosas tan varias
como suceden por mí,
  de valor y sufrimiento
y de prudencia real,
es ésta, porque es igual
a todo encarecimiento.
  Nuño...

NUÑO:

Señor...

D. ALFONSO:

Yo te traje,
por voluntad de Bermudo,
a mi casa, de una aldea:
quién eres, nunca se supo.
Llaméte Nuño de Prado,
porque dice y canta el vulgo
que te halló en un prado verde
entre unos lirios y juncos.
Sospeché que eras su hijo;
sabe Dios lo que me culpo
de tal imaginación,
siendo tú un villano espurio.
Mi camarero mayor
te hice; aunque no fue justo
quitar este oficio a un hombre
como fue don Arias Bustos.
En la guerra de Simancas,
sangriento el brazo hasta el puño,
me trajistes seis cabezas:
obligome el valor tuyo
a hacerte mi caballero,
de tu nobleza seguro.
Ceñite en San Juan la espada;
la espuela de oro te puso
Jimena, mi hermana, y todos
mostraron contento y gusto.
Tú, por galardón de aquesto,
de toda piedad desnudo,
¡vendías mi vida al moro!

NUÑO:

De escucharte estoy confuso.
Cuando probarse en España
un caso extraño no pudo,
a las armas se remite.
Tú, que te precias de justo,
guárdame justicia a mí;
que aunque sean cinco juntos,
saldré al campo; y este reto
cumplir en tus manos juro,
porque envidiosos traidores
del alto valor que encubro,
y la merced que me has hecho
por donde a tu gracia subo,
con mi letra contrahecha
te dan a entender que cupo
tal deslealtad en mi pecho.

D. ALFONSO:

De darte el campo me excuso
con la prueba de tu culpa.

NUÑO:

Prueba es imposible.

D. ALFONSO:

Dudo
que se pueda hacer mayor,
pues de tu letra la arguyo,
y de haber muerto al soldado
que Vela llevaba al muro.

NUÑO:

¡Yo, muerto!

D. ARIAS:

Tú, muerto, pues
bien lo sabe quien estuvo
presente a palabras tuyas.

NUÑO:

¿Tú me acusas?

D. ARIAS:

Yo te acuso.

NUÑO:

Pues, con licencia del rey,
mientes, Arias.

D. ARIAS:

¡Esto sufro!
Toma, villano, este guante
entre tanto que te busco.

D. ALFONSO:

Qué descompostura es ésta!
Por el cuerpo santo juro
de Santiago de Galicia,
de San Félix y Facundo,
de cortaros la cabeza.
Aquí no hay armas, don Nuño.
Ya está probado este caso;
pero por no dar disgusto
a Bermudo, civil muerte
darte en castigo procuro.
Yo, que te ceñí la espada,
te la desciño, y renuncio
la nobleza que te di.

NUÑO:

Hicísteme: no haces mucho,
gran señor, en deshacerme.
Tu enojo, Alfonso, disculpo.
Querrá Dios que alguna vez
entre estos ñublados turbios
salga el sol de mi verdad;
que yo, caballeros, cumplo
con mi honor, y lo que debo
a la obligación que tuvo
a su rey un hijodalgo,
retando a don Arias Bustos,
a Tristán Godo, y a todos
cuantos deste caso injusto
tienen culpa; que yo espero
tomar venganza de algunos.

D. ALFONSO:

Quitalde el sombrero y capa,
y ponelde el gabán suyo
a éste, y vuelva a ser villano.

NUÑO:

¡Castigue Dios quien dispuso
tu pecho a tanta crueldad!

D. ALFONSO:

Vuelve, villano perjuro,
al azadón y al arado.
Pon a tus bueyes el yugo;
que así castigan los reyes
los que en tan breve discurso,
por ser luzbeles, del sol
se despeñan al profundo.

(Vase, y con él DON ARIAS y TRISTÁN.)


DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA, NUÑO.
D.ª JIMENA:

El rey se va, doña Blanca.

D.ª BLANCA:

Apenas, Jimena, enjugo
las lágrimas.

D.ª JIMENA:

¡Triste caso!

D.ª BLANCA:

(Aparte.)
¡Qué bien el tiempo dispuso
mi venganza en sus desprecios!
Pero si aquí no le injurio,
es porque vengarse en muertos
es más bajeza que triunfo.

(Vanse las dos.)