Los prados de LeónLos prados de LeónFélix Lope de Vega y CarpioActo I
Acto I
Sala en el real alcázar de León.
EL REY BERMUDO, DON ARIAS, TRISTÁN.
REY:
Vasallos, no hay que tratar:
yo envío por mi sobrino;
mi sobrino ha de reinar.
DON ARIAS:
Señor, don Alfonso es dino
de ocupar vuestro lugar:
pero mientras vos vivís,
¿por qué razón?, ¿por qué ley?
REY:
Don Arias, ¡vos me argüís!
DON ARIAS:
Tenemos en vos buen rey.
No os espantéis.
REY:
Bien decís;
pero si estoy ordenado
de Evangelio, y por la muerte
de Mauregato he dejado,
aunque la ocasión es fuerte,
aquel hábito sagrado;
si con la reina Emilena
me casé por vuestro gusto,
que a veces lo injusto ordena,
bien sabe Dios mi disgusto,
y es buen testigo mi pena.
Ya que dos hijos os dejo,
y ella queda en religión,
¿paréceos que es mal consejo
que reine Alfonso en León,
de virtud heroica espejo?
Alfonso, como sabéis,
fue hijo del rey Fruela,
y su reino le volvéis;
no porque a mí por cautela
en su lugar me tenéis,
pues que Mauregato ha sido
quien el reino le ha quitado,
y por quien siempre ha vivido
en Navarra desterrado,
y sin razón perseguido.
Dos años reiné en León;
a Ramiro y a García
os dejo de bendición;
pero, de un año y un día,
muy pequeños reyes son:
fuera de que a mi sobrino
le toca el reino, y no a ellos.
TRISTÁN:
Es un hecho peregrino
en Alfonso, en ti y en ellos,
y más que humano, divino:
y ansí no será razón
ir contra la tuya en esto.
REY:
Si Alfonso en esta ocasión,
por ser tan casto y honesto
como se tiene opinión,
hijos no tuviere, creo
que os será bueno Ramiro,
aunque de un año le veo;
porque de velle me admiro,
si no me engaña el deseo.
Un moro ayer me decía
que Ramiro y don García
serán reyes; mas yo sé
que no es conforme a la fe
tenerla en astrología:
Dios da reinos, Dios vitorias.
Hidalgos, Alfonso es bueno:
reine Alfonso.
DON ARIAS:
A tantas glorias,
de que está tu nombre lleno
con inmortales memorias,
ésta faltaba no más.
¿Quién mandas vaya por él?
REY:
Arias amigo, tú irás;
que yo sé bien que con él
no poco alegre vendrás.
Y vaya Tristán contigo,
pues es tu deudo y amigo,
si te parece.
DON ARIAS:
Señor,
de tu virtud y valor
es todo el mundo testigo.
Seis batallas has vencido
en dos años que has reinado.
El reino hallaste perdido;
porque como fue comprado,
andaba también vendido.
Grandes desdichas causó
el tirano Mauregato,
que con los moros trató;
porque de aquel falso trato
todo este daño nació.
Contra los justos decoros
de cristianos, dio a los moros
nuestras hijas (¡feudo y parias
injustas!) y en partes varias
distribuyó sus tesoros.
Mucho en poco tiempo has hecho;
más se esperaba de ti;
pero pues tu santo pecho
quiere proceder ansí
y dar a Alfonso el derecho,
no me parece razón
replicar a tu intención
justa, santa, noble y cuerda;
pues ya que un Bermudo pierda,
gana un Alfonso León.
TRISTÁN:
Si él es tal como el primero,
que Católico se llama,
gran bien de su reino espero.
REY:
A no ser cierta la fama
de que es tan gran caballero,
no os quiero, amigos, tan mal,
que os diera un rey desigual
al que decís que tenéis;
pero en Alfonso hallaréis
vivo un sujeto real.
Yo desde aquí me resuelvo
en que a mis órdenes vuelvo.
Dios es Rey sobre los reyes:
adoro sus santas leyes,
y de su ofensa me absuelvo.
Quien piensa en el bien que encierra
ser rey en el mundo, yerra;
querer es más justo celo
reinar con Dios en el cielo,
que no sin Dios en la tierra.
(Vanse.)
Campo y fuente en las inmediaciones de una aldea.
NUÑO, de labrador, solo.
NUÑO:
Verdes y ásperas sierras,
montañas de León, claros testigos
de aquellas fieras guerras,
inmensas peñas, árboles amigos,
que fuistes barbacanas
contra tantas banderas africanas:
selvas, profundos valles,
arroyos cristalinos, que corriendo
por arenosas calles
hacéis un dulce y agradable estruendo,
y no como algún día
que humor sangriento ese cristal teñía:
claras, músicas aves,
que al órgano del agua sonorosa
cantáis versos suaves,
entonando sus ondas la amorosa
mano del vago viento,
que forma en ellas tan acorde acento:
¿cuál labrador del campo
desta pequeña aunque dichosa aldea
en la arena que estampo,
hoy puede ser que tan dichoso sea?
Pero agravio mi gloria
si mis iguales traigo a la memoria.
NUÑO:
Entren los altos reyes
que en cerco de oro sus cabezas ponen,
dando y quitando leyes
(los príncipes, los césares perdonen):
oro vista, oro pise
el rey, y a mí no más me quiera Nise.
Baja la blanca aurora
por la escala de lirios y azucenas
al suelo, y borda y dora
los prados de sus lágrimas, y llenas
las parvas, la ribera
en tapetes de plata al sol espera.
Entonces Nuño a Nise,
más bella, más florida y más gallarda,
sin que el alba me avise
que viene el sol del alma que la aguarda,
y en la mañana fría
me parece su luz sereno día.
Viene la noche oscura,
vase a bañar el sol al mar de España;
y el mío alumbra y dura
la vida en mí la noche en la montaña;
y cuando no la veo,
en sueños me la muestra mi deseo.
NISE, sin ver a NUÑO, que tampoco la ve.
NISE:
Si de mi traje humilde
piensa igualarme desta sierra alguna,
verdes montes, decilde
que soy a quien ha dado la fortuna
el bien de mayor gloria
que cupo en majestad, ni sabe historia.
No causan el contento
del alma altos palacios, paños de oro;
no el arca al avariento
que no puede moverla del tesoro,
ni los jardines bellos,
ni las fuentes de jaspe y bronce en ellos.
No la espléndida mesa,
no ardiendo el ámbar que a los cielos sube,
ni confusa y espesa
alrededor la bulliciosa nube
de idólatras criados,
de envidia y de lisonja acompañados;
que en la humildad habita
tal vez el gusto, y en amor pagado:
amor, que facilita
el curso de la vida más cansado.
NISE:
Sobre al príncipe el oro,
mientras a un labrador del alma adoro.
Bajar, Nuño querido,
contigo destos montes a estas huertas
en el abril florido
a ver las rosas a la aurora abiertas,
¿qué reino igualar puede?
Todos los bienes de la tierra excede.
Ver al junio la fruta
colgar de aquestas ramas sazonada,
en el invierno enjuta
la verde pera y carmesí granada,
a tu dichoso lado,
no es envidioso bien, sino envidiado.
Caen los chopos altos
en el fuego el invierno, y de su adorno
los secos fresnos faltos,
y estamos dellos a la lumbre en torno
con nuestros padres viejos,
ya escuchando consejas, ya consejos.
Pues ¿qué mayor ventura
pueden allá tener los cortesanos,
que de oro y plata pura
hinchen, no el alma, las sedientas manos?
Mas a tanta alegría
falta, ¡ay de mí!, de nuestra boda el día.
NUÑO:
(Aparte.)
Parece que las flores
me están diciendo que mi Nise hermosa
las hurta las colores.
NISE:
(Aparte.)
Paréceme que el agua bulliciosa
a mi Nuño me nombra.
NUÑO:
Aquí está Nise, porque el sol es sombra.
NISE:
¡Nuño del alma mía!
NUÑO:
¡Hermosa prenda destos brazos!
NISE:
Tente.
Demos esta alegría,
mas, poco a poco, al alma.
NUÑO:
En esta fuente
te miré retratada,
o fuiste de mis penas dibujada.
NISE:
Ya de tu voz los ecos
que resurtían a mi alegre oído,
y el ver los prados secos,
la capa al hombro del abril florido,
me avisaban que estabas
donde esta primavera al campo dabas.
¿Cómo, Nuño, pasaste
esta noche sin mí?
NUÑO:
Cual pasar suele,
hasta que en rojo engaste
la cara asoma el sol para que vuele,
el pájaro escondido,
que estaba solo en el desierto nido.
No suele el solitario
llorar la ausencia del hermoso día,
ni de su acento vario
cesar del ruiseñor el armonía,
cual yo las tristes horas
que esperé de tus ojos dos auroras.
Mas como del barbecho
parda calandria alegre se levanta,
y con vuelo derecho
se sostiene en el aire, silba y canta
mil requiebros al día,
ansí viendo tu sol mostré alegría.
NISE:
Pues ¿ves la oscura sombra
que al partirse del sol hace a estos prados
este monte que asombra
la plata a estos arroyos delicados?
La misma el alma cubre
hasta que el alba de tu sol descubre.
Y como duerme el preso
entre la oscuridad y las prisiones
esperando el suceso,
estoy entre dudosas confusiones
y entre hierros de celos
hasta que traigan tu beldad los cielos.
NUÑO:
¿Podría, Nise hermosa,
la fortuna mudable hacer de suerte
que fueses de otro esposa?
NISE:
Ninguna cosa contra amor es fuerte;
porque si le importuna,
arrastra del cabello a la fortuna.
Mas, tú si en otro estado
te pusiese el discurso de los cielos,
esta fe que me has dado,
¿podría faltar en ti?
NUÑO:
Solos los celos
podrán, al amor mío,
volver atrás, y de su curso el río;
no las varias mudanzas
que el tiempo hace en las humanas cosas.
NISE:
Mejores esperanzas
te da mi amor.
NUÑO:
Las dudas temerosas
de celos me atormentan.
NISE:
Pues yo pienso que entonces le acrecientan.
SILVERIO, NUÑO, NISE.
SILVERIO:
(Aparte.)
¡Que nunca quiere mi suerte
¡que esté sola la ocasión
de mi celosa afición
y de mi temprana muerte!
¡Que siempre tengo de verte
como vid que al olmo enlaza!
¿Qué vano edificio traza
esta esperanza engañosa,
que ve el morir, y celosa
el ligero viento abraza?
Dolores habrá probado
algún enfermo y sufrido,
la medicina el herido,
y el fuego ardiente el soldado;
pero todo, comparado
a cuidados que dan celos,
no hay dolor, fuego ni hielos
que tenga tanto rigor
como este infierno de amor
a que condenan los cielos.
Primero pienso que pise
flores al prado en diciembre,
y que por agosto siembre,
que divididos divise
a Nuño y su bella Nise.
Mas, pues amor me fastidia,
y como toro me lidia,
yo venceré su rigor,
porque dos que junta amor
suele dividir la envidia
NUÑO:
(Aparte a NISE.)
Éste es Silverio : deténte,
pues que sus celos conoces.
NISE:
Gritos, relinchos y voces
suenan Nuño, de la gente
que va por agua a la fuente.
NUÑO:
Sin duda, hay baile esta tarde.
NISE:
¿Quieres tú, mi bien, que aguarde?
NUÑO:
Aguarda; que aunque los cielos
hacen cobardes los celos,
nunca el amor fue cobarde.
DÓRIDA y MARCIA, con cantarillos; BATO, LUCINDO, MÚSICOS, NUÑO, NISE, SILVERIO.
BATO:
Deja, Dórida, por Dios,
la cantarilla.
DÓRIDA:
No haré.
BATO:
O suelta, o la quebraré.
MARCIA:
Pesados estáis los dos.
LUCINDO:
Más vosotras, pues queréis
salir sin bailar del prado.
DÓRIDA:
¡Ah Bato!, no seas pesado.
BATO:
¡Donaire, por Dios, tenéis!
O quiebro, o bailen.
MARCIA:
Espera;
que Nise está allí también.
LUCINDO:
Nadie bailará más bien.
MARCIA:
Pues como ella bailar quiera,
hoy habrá baile en la fuente.
BATO:
Nise, a la fuente ha llegado
todo lo mejor del Prado.
NISE:
A fe que hay honrada gente.
BATO:
Si tú bailas, bailarán.
NISE:
Por mí, Bato, no dejéis
la fiesta; pero ¿no veis
a Silverio?
LUCINDO:
¡Hola, bausán!
¿Qué haces fuera de ti?
SILVERIO:
¡Oh Lucindo!, daba al viento
las alas del pensamiento,
que va volando sin mí.
LUCINDO:
Vuelve los ojos al prado,
verás la flor de la aldea.
SILVERIO:
Para bien de todos sea
el haberos hoy juntado.
Ea, no cese por mí
el baile y conversación.
BATO:
¿Bailarás?
SILVERIO:
Bailaré al son
de la mudanza que vi.
NISE:
(A ÑUÑO.)
¿Quieres que baile?
NUÑO:
Pues ¿no?,
¿si de no querer bailar,
darías que murmurar
que te lo mandaba yo?
UN MÚSICO:
¿Qué son habemos de hacer?
LUCINDO:
Uno que andemos en corro.
MÚSICO:
Va de letra.
BATO:
Ya me ahorro.
NUÑO:
Advertid que esto ha de ser
con la justa honestidad,
y no ha de abrazar ninguno.
SILVERIO:
Y cuando abrazase alguno,
¿no se usa en la ciudad?,
¿lleva el rey deso alcabala?
NUÑO:
Si alguno la diese abrazos
a bien sé yo quién, mis brazos
se la darán noramala.
BATO:
Para los que han de bailar
es eso helarles los pies.
LUCINDO:
Baila, Bato; que después
lo podéis averiguar.
SILVERIO:
(Aparte.)
¿Que esto tengo de sufrir?
Mas ¿cuándo, celos, no ha sido
cobarde un aborrecido?
MARCIA:
Esto ¿es bailar o reñir?
Tocá, y dejaos de razones.
(Pónese en el puesto.)
BATO:
Comer, bailar y rascar,
Marcia, todo es comenzar.
¡Presto en el puesto te pones!
Músico me has parecido;
que para helle cantar,
de rodillas se han de hincar,
y él se está tieso y erguido;
mas en comenzando el canto,
Dios lo puede remediar;
que para helle callar
es menester otro tanto.
MÚSICO:
Ya va de canción.
LUCINDO:
Comienza
que de celos mal sufridos
están los montes corridos
y las fuentes con vergüenza.
MÚSICO:
(Cantan y tocan.)
Reverencia os hago,
linda vizcaína;
que no hay en Vitoria
doncella más linda.
Lleváisla del alma
que esos ojos mira,
y esas blancas tocas
son prisiones ricas.
Más preciara haceros
mi querida amiga,
que vencer los moros
que a Navarra lidian.
Id con Dios, el Conde:
mirad que soy niña,
y he miedo a los hombres
que andan en la villa.
Si me ve mi madre,
a fe que me riña.
Yo no trato en almas,
sino en almohadillas.
Dadme vuestra mano;
vámonos, mi vida,
a la mar, que tengo
cuatro naves mías.
¡Ay Dios, que me fuerzan!
¡Ay Dios, que me obligan!
Tómala en los brazos,
y a la mar camina.
(Bailando, cáesele a NISE una liga.)
SILVERIO:
Esta liga se ha caído,
y no sé a cuál de las tres.
MARCIA:
No es mía.
DÓRIDA:
Ni mía es.
NUÑO:
Luego, Nise, tuya ha sido.
Los claveles de tu cara
se anticipan a tu lengua.
NISE:
No callo porque fue mengua.
NUÑO:
Para el son, el baile para.
Dame esa liga, Silverio.
SILVERIO:
En sabiendo cúya es,
la daré al dueño, y después
te diré que tanto imperio
como tienes en el prado
ya no se puede sufrir.
NUÑO:
¿Tú me lo osarás decir!
SILVERIO:
Lo dicho es haber osado.
NUÑO:
Dale la liga a su dueño.
SILVERIO:
A su dueño es gran razón;
que otra más fuerte prisión
me liga y me quita el sueño.
Díganme cuál de las tres
es el dueño.
NUÑO:
Eso no es justo.
Yo lo soy: hazme este gusto
de que la liga me des.
SILVERIO:
¡Tú el dueño! Vete con Dios.
NUÑO:
¿No bastará que te avise
que es de Nise?
SILVERIO:
Si es de Nise,
también será de los dos.
NUÑO:
¿Tuya, por qué?
SILVERIO:
Porque yo
pretendo lo que pretendes.
NUÑO:
Mira que su honor ofendes.
SILVERIO:
Ninguno amando ofendió,
por humilde que naciese.
Demás que bien puede ser
de otra serrana, y querer
que yo, Nuño, te la diese:
y si no es viendo el lugar
de donde falta la liga,
nadie en el mundo me diga
que se la tengo de dar.
NUÑO:
(Aparte a SILVERIO.)
Hazme un placer.
SILVERIO:
Que me place.
NUÑO:
Hoy quiero ser muy prudente
por Nise y por esta gente
que estorbo a mis brazos hace.
Mañana, en el olivar
que está al salir de la aldea,
me aguarda.
SILVERIO:
En buen hora sea.
Yo gusto que haya lugar.
NUÑO:
¿Tienes tú espada?
SILVERIO:
Yo no.
NUÑO:
Esta noche te daré
una de las mías.
SILVERIO:
No sé
si sabré jugarla yo.
Lleva tú lo que quisieres;
que yo llevaré un bastón.
NUÑO:
Villano, en fin.
NISE:
(A NUÑO.)
No es razón
que ansí dejéis las mujeres.
Mirad que es descortesía.
NUÑO:
Volvámonos a la aldea.
NISE:
(Aparte a NUÑO.)
¿Qué te ha dicho?
NUÑO:
Que no crea
que es tuya.
NISE:
La liga es mía,
y yo se la pediré.
NUÑO:
No harás; que es darme pesar.
Volvamos, Nise, al lugar.
NISE:
Pues di: ¿cómo sufriré
que éste se lleve mi liga,
donde por dicha se alabe
que yo se la di?
NUÑO:
Bien sabe,
Nise, que tu honor le obliga.
Ea, si es que habéis henchidor,
volved a cantar, y vamos.
BATO:
(Aparte a LUCINDO.)
Cuenta con los dos tengamos.
LUCINDO:
Nuño va descolorido.
MÚSICO:
(Cantan.)
De vencer a los maricos
volvía el rey de León...
(Vanse.)
Campo a vista de León.
EL REY BERMUDO, EL CONDE DON SANCHO.
REY:
Qué, ¿viene ya tan cerca mi sobrino?
DON SANCHO:
Alguna gente de su gente ha entrado,
y dícenme que viene el rey muy cerca.
REY:
En venir don Alfonso tan seguro,
sin guarda, sin defensa, sin pedirme
otro pleito homenaje ni escrituras,
conozco la bondad de sus entrañas.
DON SANCHO:
Bien dices, gran señor, porque pudiera
pensar Alfonso que, pues tienes hijos
que si él falta te heredan justamente,
podrías con engaño persuadirle
que viniese a León para matarle;
mas él, que considera tus virtudes
y sabe la intención con que le llamas,
te paga en la debida confianza
con que viene sin guarda; que la tuya
es la mayor que Alfonso agora tiene.
REY:
Pagara mal Alfonso mis deseos,
aunque agradezco que sin guarda venga,
si de mi voluntad no se fiara.
DON SANCHO:
Las coronas del mundo a mucho obligan.
REY:
No hay corona mayor que las verdades.
Quien no lo trata, Sancho, no la tiene.
DON SANCHO:
A muchos el reinar obliga a mucho.
REY:
Para perder la fama todo es poco.
DON SANCHO:
Las historias nos dicen de mil césares
que fueron homicidas de su sangre.
REY:
Por eso los infaman las historias,
y a los que procedieron como buenos
no se cansa la fama de alabarlos.
DON SANCHO:
El rey es éste.
REY:
Bien venido sea
para que mi virtud conozca y vea.
ALFONSO EL CASTO, TRISTÁN, DON ARIAS, DICHOS.
D. ALFONSO:
Déme los pies, señor, tu señoría.
TRISTÁN:
(Aparte a ARIAS.)
Don Arias, señoría le ha llamado.
REY:
La tu merced, Alfonso, sea mil veces
bien venido a mis brazos y a su reino.
D. ARIAS:
(Aparte a TRISTÁN.)
De merced le llamó como a sobrino.
D. ARIAS:
Yo apostaré que llaman a los reyes
señoría, Tristán, de aquí adelante.
REY:
¿Cómo venís, sobrino?
D. ALFONSO:
A tu servicio.
Y tú, señor, ¿cómo te sientes?
REY:
Bueno,
gracias al que reparte tantos bienes
de aquella santa y generosa mano.
Ya que te ven mis ojos, decir puedo
que he visto el día de mi gran deseo;
y ansí de aquí a León atento escucha
las cosas que por mí quiero que hagas,
por si allá nos faltare tiempo, Alfonso;
que principios de reyes son confusos,
y ocuparán los días y las noches
hasta que pongas el gobierno en práctica,
que suele diferir de la teórica.
D. ALFONSO:
Yo soy tu hechura: aquí, señor, me tienes.
REY:
Óyeme un poco, Alfonso.
D. ALFONSO:
Ya te escucho;
que poco del que sabe importa mucho.
REY:
Sobrino, el rey Mauregato,
tu bastardo hermano fiero,
con armas y tiranía
te pudo quitar el reino.
Al rey de Navarra huiste,
y los leoneses sufrieron
el yugo de Mauregato
hasta que su muerte vieron,
después de la cual a mí,
que, como sabes, profeso
órdenes sacras, Alfonso,
y que cantaba Evangelio,
me hicieron su rey por fuerza,
y con Emilena hicieron
que casase. Al fin, dos años
fui casado y Rey ya es hecho.
El Papa tiene poder
después de Dios en el suelo,
pero no para quitar
a la justicia el derecho.
Casarme pudo, sobrino,
el sucesor de San Pedro;
pero no me da licencia
para que te quite el reino.
Yo he dejado a mi mujer,
y a mis órdenes me vuelvo;
porque mañana me pongo
la sotana y el manteo.
Tú reina; que el reino es tuyo;
sola una cosa te ruego
entre algunas encomiendas
que como amigo te dejo:
que mires por mis dos hijos,
Ramiro y García, haciendo
cuenta que son tuyos propios,
pues que te los doy tan tiernos.
Cuando te envié a llamar,
tenían, si bien me acuerdo,
Ramiro un año, y García
un día.
D. ALFONSO:
Señor, no quiero
que te enternezcas ansí;
que es poner duda en mi pecho:
y si la pones, señor,
goza mil años el reino.
REY:
No pongo, por Dios, Alfonso;
porque sólo me enternezco
de nombrar que son mis hijos,
y de añadir tan pequeños.
De lo que yo he de comer,
pues ha de ser tan honesto,
no quiero darte cuidado,
pues bastará, por lo menos,
que satisfagas las misas
que por tus padres y abuelos
diré como capellán;
que este nombre al de rey trueco.
No le faltará a Emilena,
también para su sustento:
que para ti sabrá hacer
labor en el monasterio.
Lo que te encomiendo mucho
es aquestos caballeros,
especialmente a don Arias,
que sabes que es nuestro deudo.
En lo demás, has de hacerme
una merced.
D. ALFONSO:
Si de nuevo
me queda que te ofrecer,
hasta el corazón te ofrezco.
REY:
A lo que te digo agora
quiero que estés muy atento;
que lo mismo que en mis hijos
puedes obligarme en esto.
Yo y mi hermano, el que llamaron
el Católico guerrero,
íbamos de Ardain y Muza
la retaguarda siguiendo
una víspera de Pascua
de flores, y entre unos fresnos
oímos quejas, Alfonso;
pasaron todos con miedo,
y yo con piedad; que siempre
fue virtud de que me precio.
A las quejas me acerqué,
puesto que siempre eran menos.
Cruzaba un arroyo manso
un prado de flores lleno,
cuya margen unos juncos
ceñían de trecho en trecho.
En lo más espeso de unos
las quejas escucho y siento,
y como ya estaban roncas,
algún espanto me dieron.
REY:
Pensando que era culebra
o algún otro animal fiero.
lirios y juncos desvío
de la lanza con el cuento,
y veo desnudo un niño
que estaba arrojado en ellos,
que ansí como vio la lanza,
asió con la mano el hierro,
y con su fuerza tan débil
me la apartaba risueño,
como si dijera: «Mira
que me está aguardando el cielo.»
Apéome del caballo,
y como puedo le envuelvo
en lo que pude romper
de la camisa; tras esto,
en la casaca de tela,
que sobre las armas llevo,
a los leones bordados
el cordero niño entrego.
Ellos lo hicieron tan bien,
que sin llorar le pusieron
en una aldea, sobrino,
que no está de aquí muy lejos.
Allí le dejé a criar.
Su nombre y el de sus dueños
os diré, para que vaya
por él algún escudero.
Lo que os suplico, mi Alfonso,
es que le honréis, presumiendo
que nunca supe quién es
por la cruz que hoy ciño y beso.
Bien podéis, si os pareciere,
rey, armarle caballero;
que Dios, que me trajo allí,
le guarda para algún hecho.
Esto os encargo no más.
D. ALFONSO:
Señor, vos veréis que tengo
tan gran cuidado en serviros
que conozcáis satisfecho
que cumplo mi obligación.
Ramiro será heredero
de aquestos reinos, si vive;
que casarme no pretendo.
La reina lo será mía,
vos mi padre, y el mancebo
que me encargáis, tan mi hermano,
que hasta la sangre le ofrezco.
Vaya don Sancho por él.
REY:
Ve, Sancho, tráele corriendo.
D. ARIAS:
Al punto parto, señor.
REY:
Pues, Sancho, entre estos soberbios
montes está Flor, aldea
de las mejores que tengo.
Nuño es allí labrador,
su amo se llama Mendo.
Llámale Nuño de Prado,
pues en el prado que cuento
le hallé, cuando me tomó
la lanza, y miró riendo.
D. ARIAS:
Yo le iré luego a buscar.
D. ALFONSO:
Sancho, llevad gente luego,
porque a don Nuño de Prado
le deis acompañamiento;
que yo le quiero estimar
por hombre que ampara el cielo,
y que me encarga mi tío.
D. ARIAS:
Ya de León van saliendo
a recibirte, señor.
REY:
Da, Alfonso, contento al pueblo;
que al rey que no ve no ama,
y al que ve quiere en extremo.
(Vanse.)
Un olivar.
NUÑO, con dos espadas, solo.
NUÑO:
Aún no ha venido el villano
que me prometió venir
a ser honrado en morir
de mi hidalga y noble mano.
Dos espadas he traído:
la una le quiero dar;
no digan en el lugar
que fue con ventaja herido;
que donde no es conocida
la espada, sino el bastón,
presumirán que es traición
en el corte de la herida.
¡A mí traidor! ¡Vos a mí!
¡Vos liga de Nise! ¡Vos?...
Deshágome, ¡vive Dios!,
en ver que no viene aquí.
Mas ya parece, o me engaño,
que baja destos enebros,
por donde dice requiebros
este arroyo o aquel castaño.
¿Si viene solo? No hará.
Mas venga con quien viniere.
SILVERIO, con un bastón; NUÑO.
SILVERIO:
(Dentro.)
Yo sé que cuando me espere,
su muerte esperando está.
No venga nadie conmigo;
no me tenga Nuño en poco;
que no hay enemigo loco,
que tenga cuerdo enemigo.
(Sale.)
NUÑO:
(Aparte.)
Ya viene aquí el ignorante,
cargado de su bastón.
SILVERIO:
(Aparte.)
¡Con qué extraña confusión
me espera Nuño arrogante!
¿Para qué, di, labrador,
con armas de cortesano
me esperas?
NUÑO:
No soy villano
más que en el trato y labor;
en lo demás, soy tan bueno
como el que mejor hidalgo.
SILVERIO:
Yo como villano salgo,
y por traidor te condeno.
Deja, labrador, la espada
de acero y agudo corte
para los hombres de Corte,
con la guarnición dorada.
Reñir con espada y capa
se dice en común refrán,
no con espada y gabán.
NUÑO:
¡Con lindo achaque se escapa!
Toma esa espada, villano.
No por ti, sino por mí,
te quiero matar ansí
como hidalgo cortesano.
SILVERIO:
Que no soltaré el bastón,
te aseguro, por la espada.
Andemos a la puñada,
si te basta el corazón.
Poco de tus fuerzas fías.
NUÑO:
Sí fío; pero repara
que no ha de tocar mi cara
hombre nacido en mis días.
Alza la espada del suelo,
o mataréte.
SILVERIO:
¿A ver? Llega.
NISE, BATO y LUCINDO, que se ponen en medio de NUÑO y SILVERIO.
NISE:
¿Qué desatino te ciega!
NUÑO:
Vino en tu favor el cielo.
BATO:
Teneos enhoramala.
LUCINDO:
¡Espada, Nuño! ¿Eso más!
NISE:
¿Estos disgustos me das!
NUÑO:
Nadie en quererte me iguala.
DON SANCHO, MENDO, DICHOS.
MENDO:
Aquí pienso le hallaréis.
NUÑO:
(Aparte a ella.)
Mi amo, Nise.
NISE:
¡Qué de gente
baja con él a la fuente!
D. ARIAS:
Todos en buena hora estéis.
¿Quién es Nuño de vosotros?
NUÑO:
Yo, señor.
D. ARIAS:
El rey os llama.
NUÑO:
¡El rey a mí!
D. ARIAS:
Sí, que os ama
y que os iguala a nosotros.
Los brazos, Nuño, me dad...
Mas llamaros me ha mandado
el rey don Nuño del Prado.
Venid luego a la ciudad;
que os aguarda y quiere ver.
NUÑO:
¿A mí, señor? ¿Qué decís?
D. ARIAS:
Don Nuño, aquesto que oís.
NUÑO:
¡Don Nuño!
MENDO:
Bien puede ser;
que si el principio supieses
de tu vida, es milagroso,
y ansí parece forzoso
que el fin, don Nuño, tuvieses.
NUÑO:
¡Vos don Nuño me llamáis!
MENDO:
Yo te llamo como el rey.
D. ARIAS:
Mirad que es hidalga ley
que al rey, don Nuño, sirváis.
No me detengáis aquí.
NUÑO:
Mi ropa habré menester.
D. ARIAS:
Antes no, pues ha de ser
diferente.
NUÑO:
¿Cómo ansí?
D. ARIAS:
Venid, y sabréis de espacio
vuestra dicha.
NUÑO:
(Aparte a ella.)
Nise mía,
no estaré sin verte un día,
si me da el rey su palacio.
¿Qué mandas para León?
¿Qué quieres de allá?
NISE:
No sé.
NUÑO:
No te entristezcas; mi fe
te ha dado satisfación
de que serás mi mujer.
NISE:
Dios te me vuelva.
NUÑO:
Sí hará.
D. ARIAS:
Adiós, Mendo. Vamos ya.
NUÑO:
(Aparte a SILVERIO.)
Silverio, lo que has de hacer
es venir aquí mañana
con término más de bien.
SILVERIO:
Con honda o con palo ven,
reñiré de buena gana;
con espada, no me entiendo.
(Vanse DON SANCHO, NUÑO y MENDO.)
NISE, SILVERIO, LUCINDO, BATO.
BATO:
¡Válasme, Dios! ¿Qué será
llamarle el rey?
SILVERIO:
(Aparte.)
Triste está
Nise, y yo en celos ardiendo.
LUCINDO:
El rey debió de saber
que este Nuño es caballero.
NISE:
(Aparte.)
Si él es caballero, hoy muero.
SILVERIO:
Por Dios, que debe de ser
hijo de algún hidalgote;
que en su término se ve.
LUCINDO:
Algo puede ser que esté
debajo de aquel capote.
BATO:
Yo he dado en lo que será.
Éste es grande cazador,
y este Nuño el que mejor
del monte informado está.
Querrále el rey para guía.
SILVERIO:
Bato ha dicho la verdad.
NISE:
(Aparte.)
Si hoy se queda en la ciudad,
¡ay de la ventura mía!
Bato, ¿conmigo no irás?
BATO:
Y ¡cómo que iré contigo!
SILVERIO:
Oye, Nise.
NISE:
Di, enemigo.
SILVERIO:
Que me mires, y no más.
(Vanse.)
Sala en el alcázar de León.
DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA.
D.ª JIMENA:
Esto dicen que trataban,
y fue don Sancho por él.
D.ª BLANCA:
Y ¿cuándo vendrá con él?
D.ª JIMENA:
Esta tarde le esperaban.
D.ª BLANCA:
Muy sospechosos están
de que de Bermudo es hijo.
D.ª JIMENA:
Lo contrario a todos dijo.
D.ª BLANCA:
Vendrá con Nuño, galán.
D.ª JIMENA:
No dejará de venir
a ver al rey como es justo.
D.ª BLANCA:
¿Es gentil hombre o robusto?
D.ª JIMENA:
Gentil hombre oí decir,
aunque lo más ha pasado
de su vida en un aldea;
pero, cualquiera que sea,
va las damas te han casado.
D.ª BLANCA:
A ti, Jimena, que en fin
eres hermana del rey,
¿no sería justa ley?
D.ª JIMENA:
No, cuando fuera el Delfín
de Francia o el sucesor
del Imperio; que ya sabes,
como quien tiene las llaves
del alma en que está mi amor,
el que a don Sancho le debo.
D.ª BLANCA:
Es el conde de Saldaña
la mejor sangre de España,
y este caballero nuevo
aún no sabemos quién es.
D.ª JIMENA:
Yo te juro, Blanca amiga,
que presto el tiempo lo diga:
y porque avisada estés,
sospecho que les oí
que te casabas con él.
D.ª BLANCA:
Ni sé lo que saben dél,
ni lo que piensan de mí,
el rey es éste.
D.ª JIMENA:
Aguardemos,
porque a don Nuño veamos.
EL REY DON ALFONSO, DON ARIAS, TRISTÁN, DOÑA JIMENA, DOÑA BLANCA; después, DON SANCHO y NUÑO.
D. ALFONSO:
Los amigos preguntamos
cosas con que no ofendemos.
No me dijo más Bermudo.
D. ARIAS:
Por hijo suyo se tiene.
TRISTÁN:
Pienso que don Nuño viene.
D. ARIAS:
Él te dijo cuanto pudo.
(Salen NUÑO y DON SANCHO.)
D. ARIAS:
(A NUÑO.)
Llega, bésale las manos.
D. ALFONSO:
¿Quién es?
D. ARIAS:
Don Nuño, señor.
NUÑO:
Nuño soy, un labrador
de los campos asturianos.
Allí, señor, he vivido
desde que sentido tengo;
que agora que a verte vengo,
no sé si traigo sentido.
Mendo, un pobre labrador,
en su labranza y cortijo,
con sospechas de su hijo,
me ha sustentado, señor.
Esto sólo sé de mí;
mas no entiendo la razón
de venir a tu León,
ya que entre ovejas nací.
D. ALFONSO:
Nuño, mi tío Bermudo,
rey como yo, me contó
que en unos prados te halló
niño, en sus yerbas desnudo.
Como el reino me ha dejado,
entre otras cosas, me deja
tu persona; que él se aleja
del mundo a mejor estado.
No me ha dicho más de ti
de que criarte mandó;
mas por lo que pienso yo,
igualarte quiero a mí.
Deja ese traje villano,
y toma el de caballero:
ceñirte la espada quiero,
Nuño, de mi propia mano.
Mucho he holgado de verte.
Besa a mi hermana la mano.
NUÑO:
Lo que en ser tu hechura gano,
mi imaginación me advierte.
D. ALFONSO:
Para armarte caballero
conforme al fuero de España,
has de hacer alguna hazaña,
Nuño de Prado, primero.
Muza dicen que ha venido
con más gente, y yo querría
resistir tanta osadía
como cuentan que ha tenido,
porque no entiendan que vive
quien les daba los tesoros
y las hijas a los moros
por quien arrogante escribe.
Irás conmigo; que quiero,
en prueba de tu valor,
darte con debido honor
las armas de caballero.
Hermana Jimena, haced
mucha merced a este hidalgo.
Y vos, Blanca, honralde en algo.
(Habla el REY bajo con DON SANCHO.)
NUÑO:
(A D.ª JIMENA.)
Déme los pies tu merced.
D.ª JIMENA:
Alzaos, don Nuño; que yo
os estimo, como es justo.
D.ª BLANCA:
(Aparte a DOÑA JIMENA.)
¡Qué villano tan robusto!
Asco de velle me dio.
D.ª JIMENA:
¿No te agrada en borrador?
D.ª BLANCA:
Ni aun en limpio; que este prado
es mejor para el ganado
que para gustos de amor.
D.ª JIMENA:
Mírale bien; que sospecho
que ha de ser tuyo.
D.ª BLANCA:
Ese día
se cuente la muerte mía,
y un áspid me abrase el pecho.
NUÑO:
(Aparte.)
Esta dama me murmura,
y se burla de mi traje.
D.ª BLANCA:
¡Yo casar con un salvaje!
Mejor me dé Dios ventura.
D.ª JIMENA:
Calla, Blanca; que lo entiende.
NUÑO:
(Aparte.)
Todo lo que dijo oí,
el rey se va.
D. ALFONSO:
(A DON SANCHO.)
Haceldo así.
D.ª BLANCA:
Sólo en mirarme me ofende.
D.ª JIMENA:
(Aparte a él.)
Sancho, hablar quiero contigo.
D. ARIAS:
Esta noche habrá lugar.
(Vanse todos, menos NUÑO.)
NUÑO, solo.
NUÑO:
El rey debe de tratar
casar a Blanca conmigo;
que sin duda hay algo en mí,
que yo no entiendo, encubierto,
y que se ha burlado, es cierto,
la dama de verme así.
Pues de una cosa, se avise:
que cuando fuera más rara
que el fénix, no la trocara
por una cinta de Nise.