Los indios sometidos

Los indios sometidos


Cuatro días después de los sucesos que quedan relatados, y apenas había comenzado el sol a lucir en el horizonte, Próspero escuchó pasos lejanos. Levantose del camastro de hierbas. Temió que acaso era esa su última hora, porque antes había recibido nuevas solicitaciones de los servidores de Presto Culcufura, para que dijese dónde estaban los depósitos del caudal de Roque Lanceote, y el muchacho había contestado con absolutas negativas, añadiendo que, prefería morir a una infidencia para lo que significaba al patrimonio de su familia.

Dispuesto estaba el hijo de Dióscoro al sacrificio. Cada mañana, apenas el sol le daba en el rostro despertándolo, juntaba sus manos, elevaba la mente y sus labios decían la oración matinal... «Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia...»

Había llegado Próspero en su soledad a una perfección sublime del alma, como los mártires del Cristianismo que en la fiera Roma iban a luchar con los leones y con los tigres... ¿Acabar la vida...? Eso no era nada. Eso no valía la pena de estimarlo. Decaer miserablemente en el miedo...? Eso era morir cien veces...

Así, cuando sintió Próspero que el rumor de los pasos sobre las hierbas secas era más inmediato, pensó en Dios, pensó en la Virgencita de Pareduelas-Albas, cruzó sus manos, y esperó el fin.

El primero de los indios que llegó, era el jorobado, patizambo, hombre incompleto, que había anunciado la siniestra madre de Presto. Y este pedazo de indio, gritó desde lejos:

-Señor, señor niño, venimos a reverenciaros. Habéis sido muy bueno con nosotros. Mi amo, Presto Culcufura, os envía su saludo por mi mediación. Libre estáis. Ya llegan vuestros amigos, vuestros hermanos, los que os esperan con tanto cariño... ¿Os ha ido mal en la encerrona...? ¿No os ha gustado el churrasco que yo os preparaba...? Si comisteis bien, os ruego que me lo agradezcáis, con alguna limosna. Sois muy rico, sois muy rico, mi señor, niño...

Y como observase el jorobado que Próspero permanecía en silencio, concluyó:

-Antes de que el gallo-pinto pase de un árbol a otro, estaréis con los vuestros.

El gallo-pinto es un ave abundosamente multiplicada en los bosques chaquenses. Procrea de un modo, que parece ese pájaro el emblema de la infinidad. La profecía del jorobado se cumplió, porque, un minuto después se presentaban a Próspero, Otaduy, Felipe del Estero, Generoso, Basilio y el oficial que mandaba el piquete de Caballería.

Hubo abrazos, besos, cariñosas demostraciones. Próspero estrechó a Felipe del Estero y a Otaduy, diciéndoles:

-Nos habéis salvado.... ¿Qué haré yo para probar a ustedes nuestro reconocimiento?

Varios indios se acercaban temerosos, rogando ser recibidos por el jefe del Ejército argentino. Éste les dio permiso. Los indios se postrernaron de rodillas: uno de ellos dijo:

-No tenemos quejas del Gobierno federal, pero los representantes del Gobierno nos ofenden a veces. Queremos ser leales. Rogamos que no se nos moleste. Y así pedimos a todos los que os vais a marchar que seáis, si podéis, representantes de nuestros deseos ante el Excmo. Presidente de la República.

El jefe de la comisión militar, que era la personalidad más caracterizada para el caso, contestó:

-Sed buenos, sed trabajadores, sed honrados... El Gobierno de la Nación sólo desea vuestro bien, que os perfeccionéis como hombres, que lleguéis a ser ciudadanos.

Otaduy habló al oído con Próspero, consultándole sobre si convenía repartir algunas dádivas a aquellos desventurados representantes de una decadencia racial. Y previa la aprobación del mayor de los herederos, el policiaco de Formosa, distribuyó más de dos mil pesos entre la indiada. Sonaron aplausos. Porque el juntar sonoro de las manos por la gratitud del dinero recibido, es una de las pocas fórmulas universales que desde el paraíso transcendió a través de los siglos y de las razas.