Los ricos niños sorianos

Los ricos niños sorianos


Un mes más tarde, los hijos de Dióscoro Cerdera embarcaban en la dársena Norte de Buenos Aires, en un vapor de la Compañía Trasatlántica. Próspero había distribuido muchas dádivas entre los españoles menesterosos que en la ciudad correntina residen. Y después de remunerar a Felipe del Estero espléndidamente, había conseguido que Juan Otaduy volviese a España. Iba a ser el administrador de los bienes de Roque Lanceote. El pamplonés aceptó la idea y quedó agradecido a la propuesta del mayor de los hijos de Cerdera.

-Español nací, navarro soy. Huí de mi patria buscando mejor ambiente para mi esfuerzo. Ahora la Providencia me lleva de nuevo a España. Unos niños santos y buenos me conducen. Yo seré su servidor, su padre, su tutor y su consejero... Próspero, Generoso, Basilio... Mirad en mí a vuestro criado y a vuestro defensor.

El trasatlántico se alejaba ya de la costa. Próspero, se arrodilló con las manos sujetas a los hierros de la obra muerta y dijo, clavados sus ojos en lo alto del cielo:

-Bendigamos a Dios, nuestro Señor. Adorémosle por sus bondades... Vamos de nuevo a Pareduelas-Albas, donde está mi Virgencita Santa, la Virgen pequeña y admirable... Y tornamos muy ricos, habiendo rescatado el oro del tío Lanceote...

Junto a Próspero estaban sus hermanos y Juan Otaduy. Todos se unieron en un abrazo.

Entretanto, el vapor avanzaba, rompiendo las aguas rojas del Río de la Plata.

Próspero recordaba las peripecias de su viaje, reconstruyendo las escenas. Veía mentalmente la manera como fue buscado y encontrado el primer depósito del tesoro de su tío el Fucar. Todo estaba previsto en las indicaciones que consignara en su Codicilo el bravo Cerdera. Fue de emoción inmensa el momento en que los niños y sus acompañantes dieron con el agujero en que estaban las arcas de plomo que encerraban los sacos de valores. El oro salía inagotable de aquel silo. Tres caballerías fueron cargadas. Y en el otro escondite encontraron actas de depósito en el Banco Nacional de Buenos Aires, de tres millones de pesos oro. Otaduy, Felipe del Estero y el jefe de la fuerza militar de Resistencia que había intervenido en la obra, formalizaron, con los poderes de que los dos primeros iban provistos, el inventario de los valores y efectos hallados. En suma, aquella herencia importaba cinco millones de pesos.

Entre los papeles que había en los escondites fueron vistas y conservadas con respeto dos cartas de Cerdera el opulento. En ellas se decía, siendo la una copia de la otra: «Quien esto recoja del seno de la tierra, ha de saber que, si lo realiza con justo título, será feliz. Ha de acompañarle mi bendición. Proceda en el amor de los pobres, emplee lo que yo gané, en el servicio de Dios y de los menesterosos... Si mano aleve y criminal osara apoderarse de mi fortuna, esté cierto de que ella se convertirá en causa de desdichas...» Y otras cosas tales expresaba Cerdera, con la suma experiencia de un viejo de entendimiento, y con la bondad de un arrepentido que quería asegurarse el perdón divino.

Cuando iban a arribar los sorianitos a la costa española Próspero dijo a sus hermanos:

-Lo que hemos de hacer es que en nuestro pueblo no quede un pobre. Y hemos de regalar a nuestra Santísima Virgen una corona de oro y piedras preciosas.... Y en el cementerio construiremos una capilla donde estén los cuerpos de los padres y donde a diario celebre la misa un capellán.

Y al volver a tierra Próspero se arrodilló, elevando al Señor sus preces.