Los derechos de la salud: 14


Escena III editar

(MIJITA y RENATA)

RENATA.- (Una vez que se han ido recoge prolijamente los pedazos del artículo roto por ROBERTO)

MIJITA.- ¿Qué haces, muchacha?

RENATA.- Recojo unos papeles que he roto impensadamente.

MIJITA.- ¡Ah! (Pausa.) ¿Sabes que anoche la pobre Luisa no ha estado bien?

RENATA.- Lo sé. Te sentí varias veces levantarte.

MIJITA.- Pero no tosía ni tenía fiebre o fatiga como otras veces...

RENATA.- (Con indiferencia, ocupada en recomponer los papeles.) ¿Y qué tenía?

MIJITA.- (Impaciente.) ¡Te aseguro que lo pasó muy mal!...

RENATA.- (Con igual tono que antes.) ¡Ah, sí! No dijiste tanto al principio. «De la... sa... sa... sa... ¿Dónde estará el otro pedazo?... sa... Este es. De la salud. (Leyendo.) «Nadie tiene derecho a exigirle a la vida más de lo... de lo que...de lo que está en aptitud de darle».

MIJITA.- (Fastidiada.) Bueno. Si te interesan más esos papelotes que tu hermana, no te diré una palabra.

RENATA.- Habla mujer, habla. ¿De qué se trata?

MIJITA.- Anoche Luisa...

RENATA.- Lo pasó mal. Ya te oí. ¿Qué más?

MIJITA.- ¡Qué más! ¡Qué más!... Me atiendes como si hablara del gato. (Severa.) ¡Eso está muy mal hecho!

RENATA.- ¡Ay! ¡Mijita malhumorada!... ¡Mijita rezongando!... Es extraordinario. ¿Qué te ocurre?

MIJITA.- Me ocurre, me ocurre que lo que está pasando en esta casa me tiene muy afligida. ¡Ustedes, van a matar a la hijita Luisa! ¡Ustedes!

RENATA.- ¡Tanto has descubierto, Mijita!

MIJITA.- ¡La están matando ya!... Luisa está más aniquilada por la indiferencia de ustedes, que por su misma enfermedad. Había regresado muy bien del Paraguay, llena de salud y de alegría, y en un mes que lleva de esteadía acá, su buen humor, su apetito, sus colores, todo ha ido desapareciendo. Y con mucha razón. Ella tan mimada durante toda su vida, verse ahora cuando más necesita de la solicitud y de la ternura de los suyos, arrumbada, abandonada como un mueble viejo e inservible...

RENATA.- ¿Es posible que tú también pienses en semejantes ridiculeces?

MIJITA.- ¡Es que observo las cosas! Tengo aquí los ojos. ¿Me los ves? Bueno.

RENATA.- Lo que falta ahora es que tú des alas a las cavilaciones absurdas de Luisa.

MIJITA.- ¡Ah! No crean contar conmigo otra vez para engañarla. Roberto había de resultar como todos los hombres: un zalamero farsante.

RENATA.- ¡Mijita!

MIJITA.- No me harás callar. Estoy dispuesta a hablar fuerte hoy. Un zalamero mentiroso. Mientras la mujer le servía porque era sana y linda y fuerte, mucha devoción y mucho mimo. ¡Ahora para qué, si ya no la puede usar más!... ¡Bandido!... ¡Portarse así con una mujercita tan santa y tan desgraciada!...

RENATA.- ¡Mijita, has perdido el juicio!

MIJITA.- Todo el día, en tanto ella anda por ahí, por los rincones, consumida por la fiebre y la tristeza, el caballero, o está en la calle o está entregado a sus libros y a sus escrituras. Y como si no tuviera otra cosa más importante que atender. ¡Y tú!.. Bueno; en verdad de ti nada puedo decir porque siempre fuiste poco expansiva, pero Luisa no está como para acordarse de ello y atribuye tu retraimiento a temor, a indiferencia o que sé yo, si no es que pasan otras ideas más tristes por su cabecita.

RENATA.- (Un poco alterada.) ¿Qué sospechas, Mijita? ¿Qué ideas son esas?... Dilo enseguida.

MIJITA.- ¡Hijita!... Yo no he querido decir nada. Es una manera de expresarme nada más.

RENATA.- No intentes disculparte. ¿Cuáles son las ideas tristes a que te refieres?... Vamos, dímelas, Mijita, y muy pronto, si no quieres verme alterada... ¡Vamos, vamos, vamos!... ¡Habla!

MIJITA.- Pero si es un absurdo. Yo te conozco muy bien y sé que serías incapaz...

RENATA.- ¿De qué? ¡Explícate de una buena vez!

MIJITA.- Mira te juro que ella no ha dicho ni una sola palabra, pero... ¡Oh, tú sabes muy bien que soy incapaz de mentir!... Nada ha dicho, pero en más de una ocasión se le han escapado expresiones que... Bueno, yo no digo más porque es una cosa muy fea y muy triste...

RENATA.- ¡Oh, empiezo a comprender!...

MIJITA.- Entonces, se acabó...

RENATA.- No se acabó. Es necesario que completes tus pensamientos.

MIJITA.- Ella empieza a darse cuenta de que la estás reemplazando demasiado en esta casa...

RENATA.- ¡Demasiado!

MIJITA.- No se cree tan enferma para no poder ayudar a Roberto en sus trabajos, ¿me comprendes?... Y luego los niños. Teme que acaben por perderle el cariño. Y en eso no le falta razón porque las criaturas a fuerza de estar bajo tus cuidados hoy casi te prefieren. Y luego la frialdad de Roberto y el verlos a ustedes siempre juntos...

RENATA.- ¡Oh, basta!... ¡Basta, Mijita! Una palabra más sería una injuria. ¿Me oyes?... ¡Basta!

MIJITA.- Te juro, mi hijita, que yo...

RENATA.- Basta... Vete de aquí... (Se pasea nerviosamente.)

MIJITA.- (Compungida.) No supongas que yo piense nada malo de ti, mi hijita... Ni la hijita Luisa tampoco... No vayas a decirle nada, ¿quieres? Atiéndeme: si he hablado es porque tengo mucho miedo, mucho miedo. La hijita Luisa tiene pensamientos extraños en su cabeza; ¿me entiendes? Y debemos quitárselos. ¡Por eso, por eso nada más, he dicho lo que he dicho, por la paz de esa desdichada criatura!...

RENATA.- (Como si acabara de adoptar una resolución.) Está bien. ¡Que Roberto no llegue a enterarse de nada de esto!...

MIJITA.- Puedes estar tranquila. ¿Qué piensas hacer? Medita bien las cosas, hijita, antes de tomar algún partido, no sea que empeores más la situación.

RENATA.- No preciso consejos. Déjame sola.

MIJITA.- (Yéndose.) ¡Las pobres hijitas!