Los derechos de la salud: 15
Escena IV
editar- (RENATA, después LUISA y ROBERTO)
RENATA.- ¡Oh! ¡Tenía que suceder! (Se sienta. Después de unos instantes de honda reflexión, recoge los fragmentos del artículo de ROBERTO, los contempla un momento como indecisa y luego acaba de desmenuzarlos, arrojando con rabia los pedazos al cesto.)
LUISA.- (En acalorada discusión con ROBERTO) ¡No, no, y no!... Esta vez no transijo. ¡Oh!... Demasiado han jugado ya ustedes con mi voluntad. (Irritada y nerviosa va a sentarse en una silla.)... ¡No!... ¡No, no y no!
ROBERTO.- Cálmate, Luisa. Yo no insisto. Fue una simple idea que me pareció propio consultarte. Figúrese usted Renata, que se me ocurrió que a los niños les sentaría muy bien un mes o dos de campo, le expongo la idea y estalla como un cohete sin atender a mis razones, ni siquiera a mis excusas.
LUISA.- Porque conozco las razones y las excusas de ustedes.
ROBERTO.- ¿Por qué pluralizas? Creo que Renata nada tenga que ver...
LUISA.- Sí, comprendo, que se trata de un nuevo complot para separarme de mis hijos.
ROBERTO.- No digas disparates. ¡No te perturbes así, Luisa!...
LUISA.- Es que...
ROBERTO.- (interrumpiéndola.) Déjame hablar; no es cosa de que tú lo digas todo. Seamos razonables.
LUISA.- ¡No insistas porque será inútil!...
ROBERTO.- Ni lo pienso, Luisa. Te quedarás con ellos, no irán al campo ni a ninguna parte; no saldrán de tu lado!... ¿Estás conforme?...
LUISA.- Lo estaré cuando me den la razón los hechos.
ROBERTO.- ¡Oh, eso es terquedad, Luisa, o más bien ganas de mantener el entredicho.
LUISA.- Así han procedido siempre. ¡Así!... ¡Así!... ¡Insidiosamente! Cuando me rebelo fingen renunciar a todo para aplacarme y recuperar mi credulidad y mi confianza. Pero luego empiezan los zapadores a zocavar mi resistencia y una concesión arrancada hoy a mi debilidad y a mi descuido es el pretexto de otra mayor que me arrancarán mañana y de otra, y de otra, de otra, hasta que les entregue todo. (Con creciente exaltación.) ¡Así!... ¡Así!... Paciente e insidiosamente han ido relajando poco a poco mis energías, maleando mi voluntad, limitando mi independencia, mi altivez, mi albedrío, acorralándome, estrechándome, reduciéndome... ¡Así!... ¡Así! ¡Así!... De esa manera, con procedimientos tan inicuos, tan...
ROBERTO.- ¡Oh, basta Luisa!... ¡Cálmate!
LUISA.- No. No me desdigo. Con procedimientos tan inicuos han ido consumando el crimen, sí, sí, el crimen de despojarme de mis atributos de esposa y de madre, de la facultad de gobernar mi existencia e intervenir en la existencia de los míos y de todo, por el delito de tener la salud precaria; como si los bienes de este mundo fueran un patrimonio exclusivo de la carne, más que un derecho de la salud moral!
ROBERTO.- No te exasperes así, Luisa. ¡Cálmate! ¡Cálmate! Tranquiliza esos nervios que hoy están endemoniados. ¿Quieres un poco de bromuro? Tranquilízate y conversaremos de todas esas cosas. Verás como pronto espanto los fantasmas de esa cabecita. ¡Oh! No. No intentes proseguir. No te permitiremos continuar en ese tono.
LUISA.- ¿Lo ves?... ¡Lo ven!... ¡A esta lastimosa incapacidad de ente irresponsable me han reducido! No puedo ni pensar, ni discernir con mi propia autonomía. Son los nervios o es la fiebre la que piensa, razona, se exalta, y se rebela en mí. ¡Oh, ni el derecho de injuriarles me van a dejar!
ROBERTO.- (Sonriendo con benevolencia.) ¡Oh! ¡Criatura!... ¿Acaso no lo estás ensayando?... Vamos, vuelve en ti...
LUISA.- ¡Basta!... No continúes en ese tono que me exaspera. Estoy harta de tu lástima. Estoy harta y empalagada de tu compasión. Protesta una vez. rebélate, enfurécete, castígame, maltrátame, arrástrame por los suelos, arráncame la carne a pedazos y me devolverás la conciencia de mi existir... ¡Mortifícame! ¡Oh!, ¡No puedo vivir así!... ¡No quiero vivir así! ¡No quiero vivir así?... ¡No quiero vivir así!... (Su exaltación se resuelve en una crisis de lágrimas y cae en brazos de ROBERTO que la acaricia intensamente conmovido.)
ROBERTO.- ¡Mi pobre Luisa! ¡Mi triste enfermita!...
LUISA.- ¡Oh! ¡Roberto!... ¡Roberto! (Solloza hondamente, estrechándolo, palpándolo, aferrándolo rabiosamente en ciertos momentos como para asegurarse de su presión. RENATA después de contemplarlos entra en una habitación inmediata y regresa trayendo un frasco y una cuchara.)
ROBERTO.- (Al verla.) ¡Sí, muy bien pensado!... (Mientras RENATA llena la cuchara.) ¡Mi Luisa!... Cálmese... Tome... ¡Esto la confortará!... ¡Serénese un poco!... Beba... Es bromuro...
LUISA.- ¡No quiero!... ¡No quiero nada!... (Vuelca el remedio de una manotada.) ¡Quiero vivir!... ¡Devuélvanme la vida!...
ROBERTO.- ¡Sé razonable!... Para vivir es necesario recuperar las fuerzas... (RENATA llena de nuevo la cuchara.) ¡Por ahora beba, beba esto! ¡Sea buena!... ¡Yo prometo hacer su voluntad! ¡Modificar las condiciones de nuestra vida! Beba...
LUISA.- (Después de una pausa, reaccionando como en un despertar lento y perezoso.) Sí... Dame... Necesito reponerme. (Bebe.) ¡Ah!... Siéntame. Estoy cansada. Me duelen todos los músculos...
ROBERTO.- Los nervios te han zurrado, Luisa. (Conduciéndola al diván.) Reclínate... A tu gusto. ¡Así!... ¡Así!... ¿Te sientes bien?
LUISA.- Sí... Estoy aliviada... Pero experimento una sensación extraña... que no podría explicar... un doloroso bienestar... Sufro y no sufro...
ROBERTO.- (Que se ha sentado en el suelo junto a ella.) Es la savia que recupera sus cauces.
LUISA.- ¡Quisiera estar siempre así!... Siempre... Siempre...