Los condenados: 40


Escena VII editar

JOSÉ LEÓN, GINÉS; SANTAMONA.


GINÉS.- (Tomando una resolución atrevida para salir del paso.) Santísima señora Mona, no se enfade... Entró sin mi permiso... Yo le escondí para evitar... Míreme de rodillas. (Se arrodilla e intenta besarle los pies.) Le beso la peana... No quiere más que verla, decirle dos palabricas.

JOSÉ LEÓN.- (Con una rodilla en tierra.) Santa de Ansó, yo también me arrodillo ante ti, implorando tu piedad... ¡Verla, verla un instante!

SANTAMONA.- ¡Perdidos, basta de arrumacos! Yo no soy santa. (A JOSÉ LEÓN.) Tus intenciones al venir aquí, no son tan moderadas como manifiestas.

JOSÉ LEÓN.- ¿Que no?

SANTAMONA.- No: tú has venido aquí con la sacrílega demencia de robárnosla... Si lo sé... Por el pueblo se susurra ya. Pero como creo firmemente que el Señor no ha de permitir que le quiten su esclava, ya ves qué tranquila estoy, yo que soy su guardiana.

JOSÉ LEÓN.- Bueno. Pues suponiendo que fuera esa mi intención, ¿quién me impedirla realizarla? ¿tú?

SANTAMONA.- Yo, yo solita. No os tengo miedo. Yo no he sabido nunca lo que es miedo.

JOSÉ LEÓN.- ¡Bien, brava santita! Vamos. Ten misericordia, de este infeliz. Si no quiero más que verla y hablarla un rato. Me dejas, ¿sí o no?

SANTAMONA.- Te vas a asombrar de lo que voy a decirte.

JOSÉ LEÓN.- ¿Qué?

SANTAMONA.- Y tu asombro será tal, que no creerás a tus oídos.

JOSÉ LEÓN.- (Impaciente.) Dilo pronto.

SANTAMONA.- Pues... que te permito verla.

JOSÉ LEÓN.- ¿Dónde está?

GINÉS.- ¡Si es más buena esta santa!

SANTAMONA.- Eh, formalidad...

JOSÉ LEÓN.- ¿Puedo entrar?

SANTAMONA.- Quietos digo. Venid acá, badulaques. De seguro diréis: «¡qué mala guardiana es esta Santamona, y cómo hace traición a la consigna!»

JOSÉ LEÓN.- No diremos eso, no.

GINÉS.- ¡Qué disparate!

SANTAMONA.- Pues sí señor. Esta pícara Santamona, con su conciencia más limpia que el sol, te permite ver a tu adorada. Dios, en mi interior, me dice: «que la vea, que la vea.»

JOSÉ LEÓN.- Ya lo creo que te lo dice. Si eres su secretaria...

GINÉS.- Deberíamos canonizarte.

SANTAMONA.- ¡Canonizarme tú! (Amenazándole.) ¡Si no te callas...! (A JOSÉ LEÓN.) ¿Y sabes la razón de esta tolerancia? ¿Sabes por qué consiento que la veas? Porque en verla está tu castigo.

JOSÉ LEÓN.- ¡Mi castigo!

SANTAMONA.- Sí señor. Y padecerás tanto, tanto, que en un rato cortísimo, tu dolor será tan vivo como atroces han sido tus crímenes.

JOSÉ LEÓN.- No te entiendo...

SANTAMONA.- Y ese dolor intensísimo, puede que encienda en tu alma una hoguera, que al propio tiempo que te abrase, te ilumine, y... (Con donosura y viveza.) ¿Sabes la fábula del caballero don Juan de Urrea, mejor dicho, verídica historia y milagro del Señor?

JOSÉ LEÓN.- No.

GINÉS.- Sí, un noble de Jaca, libertino y mujeriego, que se enamoró de una monja, y ayudado del demonio maldito, quiso robarla...

SANTAMONA.- Y escaló de noche los muros de esta casa, de esta misma casa, que entonces era de la Orden del Císter; y la monja, que por artimañas del Enemigo amaba también al caballero, prendada de su gentileza, salid a su encuentro en este patio, aquí, aquí mismo... Llegose a ella el don Juan. Pero el Señor había convertido a la dama en un ser monstruoso, y su hermosura en la más horrenda fealdad que puede imaginarse. Horrorizado el galán al verla, salid de aquí como alma que lleva el diablo, y corre que te correrás, fue a parar al monte, en cuya soledad se iluminó su espíritu, y ya no pensó más que en hacer penitencia y en servir a Dios. ¿Qué? ¿no lo crees? Mira, mira. (Señalando al pórtico románico de la derecha.) En las esculturas que adornan el arco de esa puerta, tienes toda la historia toscamente labrada.

GINÉS.- ¡Sí, ahí está!...

JOSÉ LEÓN.- Ya, ya lo veo. (Contemplando ambos la puerta.)

SANTAMONA.- Los siglos han desgastado las figuras, pero la idea no, que es eterna.

JOSÉ LEÓN.- (Alarmado.) ¿Y qué?... ¿se ha trocado la hermosura de Salomé en repugnante fealdad?

SANTAMONA.- No... pero... lo que te digo... la idea es eterna. No sólo no te impido que veas a Salomé, sino que quiero que la veas.

JOSÉ LEÓN.- Me asustas, santa.

GINÉS.- (Mirando por la derecha.) Paréceme que sale ya.