Los condenados: 33
Escena XVII
editarSANTAMONA, PATERNOY, JOSÉ LEÓN.
PATERNOY.- Sal... (Sale JOSÉ LEÓN.) ¿Y ahora, crees en mí?
JOSÉ LEÓN.- Sí. Y a entrambos les tengo por sublimes.
PATERNOY.- Entréganos tu conciencia.
SANTAMONA.- Eres nuestro.
JOSÉ LEÓN.- Mi conciencia no está conmigo. Mi conciencia es mi esposa.
PATERNOY.- Está en manos de Dios.
JOSÉ LEÓN.- Devolvédmela vosotros, que sois como Dios.
PATERNOY.- Imposible.
SANTAMONA.- Imposible.
JOSÉ LEÓN.- (Angustiado.) Pues no quiero la vida: tampoco la salvación.
PATERNOY.- Desgraciado impenitente, pon tu alma en nuestras manos.
JOSÉ LEÓN.- (Con desesperación.) Santos del cielo, de la tierra o de donde quiera que seáis, no podéis salvarme.
SANTAMONA.- Hijo mío, vuelve en ti. Te redimiremos.
JOSÉ LEÓN.- ¡No quiero! (Abrumado, cae en los primeros peldaños de la escalera, e inclinando la cabeza, se clava en ella ambas manos, con rabia y dolor vivísimos.)
PATERNOY.- (Cogiendo de una mano a SANTAMONA para llevársela.) Déjale. Condenémosle a la soledad. (Cruzando las manos ante él con piedad y efusión.) ¡Pobre alma torturada y sin consuelo!... ¡Adiós!...