Los condenados: 28
Escena XII
editarPATERNOY, SANTAMONA; SALOMÉ, BARBUÉS, por la escalera de la derecha; GASTÓN, que se detiene en la puerta del foro.
PATERNOY.- ¿Qué has visto?
SALOMÉ.- ¡Mi muerte! (Consternada, trémula, el rostro demudado.) ¡Infame, traidor! ¡Oh, Dios mío, Virgen de la Misericordia, yo quiero morirme! (PATERNOY acude a ella y la sostiene.)
BARBUÉS.- (Acercándose al fondo donde está GASTÓN.) Ya lo ha visto: puedes pasar.
GASTÓN.- (Llegándose a SALOMÉ.) Hija mía, despréciale. Y aquí me tienes dispuesto a sacarte de este infierno. (SALOMÉ se separa de ellos, como azorada, corriendo hacia SANTAMONA, a quien abraza.)
PATERNOY.- (Que forma grupo con BARBUÉS y GASTÓN, a la izquierda del proscenio.) No esperéis que os revele el secreto del nombre. Es inútil preguntárselo.
SALOMÉ.- (Con SANTAMONA, a la derecha del proscenio.) Le he visto, Santamona. Estos ojos lo han visto, estos ojos con que te veo a ti... La abrazaba... No, no; ella le abrazaba a él, así... (Remedando.) ¡Cómo se le conocía el contento de verle! Y él, ¡qué cara ponía!... Como la que me pone a mí... Y sin duda le decía cosas muy dulces y muy tiernas, porque ella le miraba... así... (Remedando.) riéndose con lágrimas, ¿sabes? con aquella cara hermosa... horrible.
SANTAMONA.- Hija mía, sosiégate, y no hagas caso de los que te inciten a la venganza.
SALOMÉ.- ¡Oh, no le defiendas! Santamona, déjame... (Se aparta de ella. SANTAMONA la persigue y trata de alcanzarla.)
SANTAMONA.- Pero mujer, aguarda.
BARBUÉS.- (A GASTÓN y PATERNOY.) Yo la cojo en esta trampa que traigo aquí. (Saca una cartulina envuelta en un papel.) En las revueltas de La Foz, nos encontramos una maleta. Dentro libros, alguna herramienta inservible, ropa hechas jirones... y entre las hojas de un libro... este retrato.
PATERNOY.- (Mirándolo.) Es Feliciana.
BARBUÉS.- Salomé, Oye...
PATERNOY.- Basta. Dejadla en paz ya.
GASTÓN.- Hay que auxiliar a la justicia.
BARBUÉS.- Y aquí la justicia, a falta de otra mejor, somos nosotros. (Cogiendo a SALOMÉ de una mano.) Chica, ven. Mira: aquí tengo un retrato... ¿La conoces? (Se lo muestra, sin entregárselo.)
SALOMÉ.- ¡Ah!... ¡Ella es!... ¡Dámelo, dámelo! ¡Quiero escupirlo, pisotearlo!
PATERNOY.- ¡Dámelo a mí! (Recogiendo el retrato de manos de BARBUÉS.) ¿Pero sabéis fijamente a quién perteneció esto y lo demás que encontrasteis en la maleta?
GASTÓN.- Aún no. Quizás lo sepamos pronto.
BARBUÉS.- Dale una vuelta.
PATERNOY.- ¡Ya!... (Mirando la cartulina por el reverso.) ¡Una dedicatoria!
BARBUÉS.- ¡Que la oigamos todos!
PATERNOY.- Es un nombre desconocido.
GASTÓN.- Quizás no lo sea tanto. ¡Lee!
PATERNOY.- (Leyendo.) «Recuerdo de Sangüesa. A mi adorado y fiel... Martín Bravo.»
SALOMÉ.- ¡Él es!... (Vivamente.) ¡Él mismo! ¡Ése es su nombre!... ¡Adorado y fiel! ¡Ah! ¡Perverso, desleal!... ¡Denme el retrato, dénmelo!, porque al retrato y al nombre, quiero hacerlos pedacitos así.
PATERNOY.- ¡Martín Bravo!...
BARBUÉS.- (Satisfecho.) ¡Si no podía ser otro!
GASTÓN.- ¡Martín Bravo! Sí, contra quien dictó hace tiempo el juez mandamiento de prisión.
BARBUÉS.- Procesado por diferentes delitos, ha sabido burlar a la justicia... Pero, ahora... ¡Zapa! Yo lo juro que las paga todas juntas.
SALOMÉ.- (Que oye espantada lo que dicen BARBUÉS y GASTÓN.) ¡Dios mío!... ¡Qué he hecho! (Con fiereza.) ¡Pero bien hecho está! ¡Venganza, justicia! ¡No le tengo lástima! (Transición brusca.) ¡Sí le tengo lástima, sí, sí!... ¡Le vendí!... ¡Ay, ay, qué horrible amargura! ¡Y lo llevarán a la cárcel, al patíbulo!... ¡Moriremos los dos!
GASTÓN.- Tú, no, pobre mujer ultrajada. (La abraza.) Ahora, apártate sin tardanza de tan infamo compañía.
PATERNOY.- No puede continuar aquí.
GASTÓN.- Mi opinión es que la llevemos a casa. Ahora, tú dirás.
PATERNOY.- Propongo que la llevéis a La Esclavitud de Berdún.
GASTÓN.- ¿Y a mi casa no? Bueno. Lo que tú creas mejor, eso se hará.
PATERNOY.- ¡A La Esclavitud, a La Esclavitud! ¡Aprovechad estos momentos!
BARBUÉS.- Ahora mismo, sí.
GASTÓN.- Traeremos un coche. De grado o por fuerza irá.
SALOMÉ.- (Angustiada.) Llévenme, sí, llévenme... antes que vuelva. ¡Le he vendido! ¡Qué dirá de mí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Tengo miedo!... ¡Malditas mil veces esas ruinas; maldita esta casa en que creí encontrar la felicidad!... ¡Al convento!... Quiero rezar... aquí no puedo... quiero salvar mi alma. ¡Llévenme con Dios!... Santiago, ya ves, hago lo que tú, te imito... ¡No más amores de esto mundo... no más! ¿Verdad, santa mía, que debo irme?
SANTAMONA.- Sí, sí.
SALOMÉ.- Pero antes... Quiero pedirle perdón... (BARBUÉS sube por la escalerilla, volviendo a las ruinas.)
GASTÓN.- ¡Perdón tú!
SALOMÉ.- Sí, que me perdone... ¿Verdad Santiago, que debo decirle...?
PATERNOY.- ¡Oh, no!
SALOMÉ.- Porque yo también he sido mala... ¡Le he vendido!... Le pediré perdón, y después le echaré al rostro todo el veneno que tengo en mi alma. ¡Oh, cuánto padezco! (Déjase llevar SALOMÉ; pero al ver a BARBUÉS, hace de nuevo resistencia.)
BARBUÉS.- Ahora pasean los dos por la huerta y se sientan debajo del ventanal. Los niños van con ellos. El infame les acaricia, les besa; lleva en brazos al chiquitín...
SALOMÉ.- (Furiosa, crispando las manos.) ¡Ah, traidor, verdugo, que me has agotado el alma...! (Trata de subir a las ruinas, pero la detienen.) Quiero verlo otra vez... Acaricia a los niños... ¡bandido! También quiero yo coger a esos niños y hacerlos pedacitos así.
GASTÓN.- (Deteniéndola.) Vamos.
BARBUÉS.- Pronto...
PATERNOY.- Llevadla... No os detengáis...
SALOMÉ.- (Resistiéndose llorosa.) ¡No quiero, no quiero! (Cógela BARBUÉS en brazos y se la lleva por el fondo.) ¡Ay!
GASTÓN.- (A PATERNOY, precipitadamente.) La dejaremos ahora bien segura en las casas de Larraz, hasta que venga el coche, y luego volveremos.
PATERNOY.- No, aquí no tenéis que volver.
GASTÓN.- ¿Cómo es eso?
PATERNOY.- (Con altanería.) Digo que no volváis, ni tú, ni Barbués, ni nadie... Y no es que lo suplique: lo mando.
GASTÓN.- (Resignándose.) Bien. ¿Y quién atrapa al infame?
PATERNOY.- Eso corre de mi cuenta. (Empujándole.) ¡Vete, vete!